Trabajo educativo en exclusión social

1 diciembre 2003

Julio Yagüe Cantera
 
Julio Yague es salesiano, educador social especializado en intervención con menores. Coordina los talleres “Pan bendito”
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Desde un talante educativo, el artículo intenta precisar, ante todo, dónde están hoy los espacios donde se juega la inserción o la exclusión social, señalando las dificultades del problema, de su comprensión e intervención. Después se fija, de manera propositiva, en lo que podemos hacer los educadores para actuar con los adolescentes-jóvenes que trata de abrirse un sitio en la vida.
 

“La exclusión social es diferente de la pobreza: es mucho más difícil salir de ella, porque no se soluciona con paliativos” ( Amalia Gómez)

Introducción
 
Los que hoy estamos en el mundo de la educación, vivimos en nuestra adolescencia unos tiempos en los que el estudio no era accesible a todos y tuvimos la suerte y el coraje de sacar adelante una carrera y encontrar con cierta facilidad un trabajo donde ejercerla. Y nos cuesta comprender de qué van las dificultades de hoy, cuando tenemos que empujar a los chicos simplemente a que se animen a estudiar, vemos cómo abandonan los estudios a la mitad, muchos son incapaces de utilizar los medios que en nuestras manos hubiesen hecho maravillas. Y no comprendemos de qué va esta generación. Metidos en nuestras programaciones, en las preocupaciones de que cada día la clase esté bien preparada… perdemos con frecuencia la perspectiva de que algo serio ha cambiado: todo un modelo de sociedad que ya no necesita a muchos de estos chicos que están en nuestra clase o nos vienen a las actividades que les ofrecemos. Los valores que nosotros vivíamos como exigencia de una preparación para la vida, se esfuman frente a una cultura “boca arriba”, como definía un periodista, enfrentada a nuestra cultura “boca abajo”.
Muchos de los adolescentes que pueblan nuestros cursos y llegan a meter las narices en las propuestas de tiempo libre que los hacemos, van poco a poco dejando nuestras propuestas e interesándose por otras más llamativas y nos faltan motivos para reconducirlos a lo que creemos más positivo para ellos y su futuro personal y profesional. Sin duda que hay otro colectivo que nos da muchas vueltas en su preparación para una profesión. Conocen los medios informáticos con los que se abren al mundo, hablan dos o más lenguas además de la materna… son “aunque jóvenes, suficientemente preparados”. No lo dudo. Pero el tema que nos preocupa son las “ovejas perdidas” que a veces nos quitan el sueño programando acciones para que se reconduzcan al establo donde creemos que van a estar felices.
¿Qué hacer con esta gente? Es lo que trato de responder en este artículo con mi experiencia de años metido en el mundo de los que, según nuestro criterio, fracasan. Para ellos, somos nosotros los auténticos fracasados que no sabemos de qué va la vida. Cuando vas con el deseo de meter en la cabeza del chico lo que es la lógica que has aprendido y le sueltas: “Chico: aprende este oficio, que así te ganarás la vida.” Y te dice con toda la tranquilidad: “Si ya me la gano”. Y te saca del bolsillo un paquete de hachís que va a colocar en cuanto le dejes de dar la lata. Lo que saque en unos minutos será más que lo que tú ganas en una semana.
Sin duda que el problema es complicado, pero hay que ponerse a conocer lo que sucede para no caer en la ingenuidad de fortalecer con nuestra propia actuación un modelo de sociedad que va creando estas posturas marginales. Habrá que abrir los ojos para conocer cómo marcha un tipo de sociedad que cada día es más excluyente y que deja cada día tirados en la playa a muchos ingenuos que llegan a sus costas en pateras, pensando que van a ser recibidos con los brazos abiertos. Son las dos partes en las que divido esta comunicación:
– dónde están las playas donde se juega la inserción o la exclusión social.
– qué podemos hacer los educadores para actuar con los adolescentes/jóvenes que tratan de hacerse un sitio en la vida.
Y un apéndice para los que trabajamos desde la fe en Jesús de Nazaret. Este problema ha surgido en el primer mundo, donde se vive la “civilización cristiana”. ¿Podemos quedarnos parados mientras vemos cómo se deja molido a palos a ese hombre que baja de Jerusalén a Jericó? ¿ Tenemos que esperar a que terminen su tarea para montarlo en nuestro utilitario y llevarlo a urgencias? La parábola cambia de sentido cuando vas viendo los palos que va dando esta sociedad a tantos jóvenes con los que convivimos. Ante un mundo tan complejo no siempre tenemos respuestas, pero las preguntas que nos queden serán importantes para ver el problema con más claridad. Mi trabajo, además lo llevo haciendo desde una presencia parroquial, donde lo importante queda fuera de la iglesia, o de sus muros. Porque tal vez ese sea el lugar de la presencia de la Iglesia. Un viernes santo se acercaron unos chicos gitanos para ver si como hace años se iba a sacar el Cristo. Los que habían venido al vía crucis de la mañana habían salido a recorrer las estaciones del sufrimiento de Cristo que hay en esquinas de nuestro barrio. “¿No sacáis este año al Cristo?” –preguntaron. “¡Ya ha salido!”, les dije. Miran hacia el interior de la Iglesia y vieron el Cristo en su postura de siempre. “Pero si está ahí, no nos tomes el pelo”. Y señalando a uno de los grupos que estaba en la calle les dije: “No, mirad, está allá en aquel grupo de gente”. Pues por ahí anda lo que pretendo comunicar.
 

  1. Las dificultades del problema, de su comprensión y de la intervención.

 
1.1. Un problema que se va globalizando
 
Creo que la primera dificultad para intervenir está en la comprensión del problema mismo. Lo digo por experiencia. Me costó comprender de qué iba el tema de la exclusión social. Vivimos en un primer momento el problema de la pobreza. Había escasez para todo un grupo de gente. Otros tenían lo suficiente para vivir y gozar. Los otros carecían hasta de lo necesario. La respuesta no era difícil, ya que se soluciona dando, enriqueciendo a la gente. El desarrollo de los años 60 fue lo que pretendió. Era la solución del aspecto económico.
Pero surgió un problema nuevo: la marginación, que era una manera de estar fuera de los centros de decisión de esta sociedad. Podías tener medios para salir de la pobreza, pero quedabas aparcado en los laterales. Pero había alternativas a este problema. La reeducación, la reinserción, la segunda oportunidad y posibilidad de hacerse un sitio en la sociedad. Era cuestión de valores diferentes los que el marginal había tomado y que podía adaptarlos a los que pedía la sociedad para hacerte un sitio en ella. Se pedía al tiempo que la sociedad cambiase también ante la experiencia del que había sido marginado. Era la solución de las opciones personales, de los valores que podían llegar a transformarse.
Con el crecimiento de las multinacionales comienza todo el problema de la globalización, no la necesaria y beneficiosa mundialización. Y como estas leyes del mercado se marcan desde fuera, desde las grandes decisiones, dónde van a situarse las áreas marginales, que al estar impuestas sin decisión personal, resultan zonas de exclusión social. Al mismo tiempo se fortifican las fronteras para poder acceder hacia una integración de manera que cada día se nos pone más difícil o, como se dice en el buen lenguaje, más “chungo”. La respuesta entonces no es tan fácil, ya que se precisa tocar muchas teclas para lograr que se abra la puerta del tesoro de Alí-Babá. Es más complejo que el lograr llegar a la playa del primer mundo y saltar el primer control policial.
 
1.2. Precisando las consecuencias cercanas
 
El hecho de encontrarse excluido supone que uno tiene taponadas las salidas hacia la integración social, o que resulta difícil saltar las fronteras, encontrar la patera que le lleve a la orilla de la prosperidad. Puede incluso uno prepararse para lograr dar el salto, preparar bien esa barca que en otro tiempo le valió para pescar, pero chocará una y otra vez con el muro de esa frontera que no la has hecho tú, pero que esta sociedad prepara con su división del trabajo y de los beneficios de la producción para que quedes siempre en las playas de la sociedad. Esta experiencia de martillear la punta y observar que no acaba de clavarse, lleva con frecuencia a la desesperación y a la búsqueda de salidas laterales más fáciles de conseguir.
Por otro lado esta misma sociedad, que no facilita el acceso a ella, pone como tentación más sugestiva y sencilla la de las salidas marginales. Para lograr una preparación a un trabajo necesitas estar hasta cerca de los 18 años enjaulado preparándote a un empleo que no sabes si vas a conseguirlo. Sin embargo con pocos años ( a veces cuanto menos mejor, ya que como menor no delinques, sólo recibes una bronca), puedes buscarte la vida en la calle e incluso aportar parné para los viejos, que generalmente están en paro y la venta ambulante no da mucho de sí.
Esta tentación está a la orden del día, ya que esta sociedad sostiene tres de los mayores negocios del mundo dentro de las claves marginales: el paso de droga, la venta de armas y la prostitución infantil. Sólo falta añadir el mundo del automóvil que anda por las fronteras de lo legal y lo de fácil trapicheo.
 
1.3. La compleja intervención
 
Dibujada así la situación, podemos percibir que la respuesta es compleja, como son complejos los elementos que componen esta sociedad y que cada vez son más difíciles de comprender. ¿A quién se puede echar culpas de lo que vivimos? Antes se podía decir que una sequía era la causante del hambre que se sufría. Hoy día las razones son más complicadas, ya que aunque la cosecha haya sido buena, depende del mercado internacional del trigo el precio que tendrá el pan. Antes se decía que si quieres dar de comer a una persona un día, bastaba con darla un pescado. Si querías darla de comer un año la debías enseñar a pescar. Pero hoy día tienes que tener en cuenta que el río no esté contaminado, que exista un mercado donde negociar tu pesca, pagar los impuestos de autónomo… Las cosas son más complejas. No podemos contentarnos, como dice la película, con “pedirle cuentas al Rey”. En consecuencia debemos caer en la cuenta de que se abren varios frentes de actuación:
– el personal: podemos intervenir en los cambios que la persona necesita para adaptarse a lo que piden las circunstancias. Es también de donde parte la resistencia a los tambaleos que la vida trae y que previene la caída en las situaciones degradantes. Es un aspecto fundamental cuando queremos ayudar a cambiar a la persona. Si no transforma su cognición, su visión de sí mismo, de la sociedad… será difícil reconocer que se ha dado un cambio.
– el social: trata de insertar a la persona en las pequeñas sociedades en las que va realizando su vida ordinaria y que la ayudan, como soporte, para evitar los riesgos de desviación que toda persona tiene en su entorno. Son los apoyos o los empujones que recibe de aquellos con los que convive.
– el estructural ( macrosocial): nos puede resultar como lejano, pero no podemos dejarlo de lado, ya que las estructuras injustas que van creando nuestras sociedades y que cada día son más internacionales ( globalización) influyen de manera más sustancial que nuestra buena intención. Poco se podrá hacer, sin duda, pero nos van determinando lo que va a ser de nuestros educandos si, por ejemplo, se determina que la zona en la que vivimos no entra dentro de los lugares donde interesa promocionar el desarrollo porque va a salir más productivo en una zona de tercer mundo.
La intervención tiene hoy día la complejidad que hace abrir los ojos para no promocionar más todavía las bases de una sociedad excluyente. En el evangelio hay una parábola que nos puede descubrir algo de la situación que estamos viviendo. El samaritano ve clara su intervención cuando ve al pobre hombre tirado en mitad del camino. Lo humano es recogerlo y auxiliarlo, aunque otros por motivos sociales o religiosos le dejan de lado. No deja de ser un elemento para la reflexión y la lectura en medio de las estructuras actuales. Pero se nos complica el modo de intervención si el buen samaritano posee una cabalgadura de “más pistones” y llega antes al lugar del atropello. Si aparece cuando están dando golpes al buen hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó ¿cuál debía ser su intervención? ¿Sería mejor dejar que terminaran su actuación para comenzar la obra de misericordia? ¿ Tendría que liarse a palos para evitar que toda la agresividad cayese sobre las espaldas del caminante? Pues es la disyuntiva que a veces sentimos cuando estamos en medio de problemas que no tienen salida por culpa de que las cosas están como están. No es fácil quedarse parado mientras uno observa cómo se dan palos con los anuncios de consumo que siembra necesidades en los que no tienen bolsillo para responder a ellas… ¿ cómo actuar?
 

  1. En busca del clavo para dar el martillazo

 
Dentro de esta complejidad, tratamos de buscar los lugares donde se puede intervenir de manera educativa para trabajar contra la exclusión. La intervención es difícil, pero no imposible. Y es importante descubrir dónde se pueden encontrar las claves de la intervención. Allá tendremos que estar para abrir las puertas de esta sociedad que las cierra.
 
2.1. Instancias donde nace la integración
 
Ante todo debemos reconocer que la gente que está integrada socialmente y humanamente es feliz posee tres características que le hacen, dentro de la inestabilidad que vive nuestro momento histórico, el mantener su barca sin peligro de zozobrar. Las características que tienen estas personas insertas son:
 
Trabajo estable, lo que podemos decir que es hoy día una realidad casi irrealizable, pero existen proximidades a esta estabilidad. Sabemos que los sociólogos dicen que todos los trabajadores de nuestro tiempo cambiarán de trabajo varias veces en la vida. Pero la estabilidad está en la preparación que uno tiene para adaptarse a la continua fluctuación del mercado laboral. Es importante este aspecto para todo educador. Como titula un educador francés una visión suya de la educación “Educar hoy para mañana”. Esta es la intención de cada educador. Debemos preparar al chico de hoy para ser flexible para encontrar su adaptación el día de mañana. El que mañana se encuentra de repente sin trabajo o sin posibilidades de acceder a él, puede fácilmente caer en la exclusión social, como conocemos de gente que han pasado de los 40 años y que sufren el sin sentido de haberse educado y preparado para trabajar y encontrarse en paro. ¿Puede estar preparada la persona para ese cambio que le va a pedir el mercado laboral? Y hay que lograr que, a pesar de la fluctuación laboral, la persona no caiga en la exclusión por falta de empleo.
 
Relaciones sólidas, que basan el aspecto afectivo de la personalidad. Dan la seguridad del apoyo de los cercanos, de los amigos cuando las cosas puedan ir mal. Dentro de la inseguridad del futuro ( y del presente) que hoy más que nunca vivimos, la persona integrada se mueve con la seguridad de que si cae, tiene cerca manos amigas que le ayudarán a levantarse. Esto en el adolescente es fundamental en medio de una edad y un momento en el que suelen sentir que fallan todas las relaciones, incluso las más cercanas como son las paterno-maternales.
 
Sentido vital, lo que supone que la persona valora positivamente la vida y sabe que tiene algo que conseguir que va a llenar su existencia y va a aportar satisfacción a su vida. Te das cuenta de que cuando un chico descubre que hay algo o alguien por quien merece la pena luchar, ese chico está salvado. Tiene futuro y razones para levantarse al día siguiente, y no pillarse de todo para evaporarse del mundo y con un volante en la mano pillar la dirección contraria para ver si alguno nos saca de una vez de la circulación.
Quien consigue estas tres instancias se encuentra de verdad integrado en la sociedad, en las sociedades más cercanas y en sí mismo. Claro que descubrimos muchos que nos parecen integrados, pero que sufren algunas de las características que tienen los que han caído hacia el abismo de la exclusión social Lo único que los diferencia es que tienen medios económicos, cultura, posición para disimular su exclusión social, pero tarde o temprano estalla la bomba de exclusión con efectos retardados.
 
2.2. Instancias donde nace la exclusión social
 
Por otro lado, los que consideramos excluidos suelen tener también unas características de tipo económico-laboral, relacional-social y de valoración personal.
 
– la exclusión laboral es la eterna maldición que los persigue y que los deja en el dique seco sin fuerzas para lanzarse de nuevo a la búsqueda de un cursillo de navegación que los haga salir de su rincón al que toman cariño. La ayuda social que promueve el estado de bienestar no logra arrancarlos de su inercia, ya que son incapaces de superar las dificultades que esa misma sociedad que aporta la ayuda, pone para que accedan a un trabajo que los dignifique. El ejemplo claro es el de la respuesta al problema de la droga con el chupito diario de metadona. Analicemos, paseemos por los lugares y conozcamos a las personas para notar que se hace ya crónica su situación. Es una manera que tiene esta sociedad de crear exclusión social y laboral. No hablo de lo que logra el proyecto de metadona en personas muy deterioradas que los hace vivir con mejores condiciones sanitarias. No lo dudo. Pero eso no quita el que permanezcan en una eterna exclusión laboral… El problema es síntoma de lo que la sociedad que vivimos va creando: gente ladeada que moleste lo menos posible.
 
– el aislamiento social en el que cae el que se va considerando a sí mismo excluido social. Va abandonando las relaciones que había tenido y le habían sostenido personal y socialmente y va buscando nuevos lugares donde vivir solo o mal acompañado por gente que sufre su propio aislamiento social. A alguien he escuchado que quien pierde el primer mes de paro relaciones con la gente, suele caer en el abismo de la exclusión laboral. Y es que son muchas veces las relaciones que tenemos las que nos van ayudando a encontrar otro nuevo empleo. Además de que nos sigue haciéndonos reconocer como personas, como dignos de ser queridos y, hasta incluso, necesitados de arreglarnos cada día para que no nos digan que somos unos guarros. ¡Que no es poco!
 
– la insignificancia vital, que llega hasta el desprecio hacia la propia persona al quitarse toda valoración que le haga subir la moral. Hoy día tiene algunas exteriorizaciones como cierta depresión, algunas enfermedades mentales que le hacen a uno mismo despreciarse, la evitación de lugares y personas que nos da vergüenza que sepan de nuestra situación, porque no nos consideramos ya nada importantes en la vida. A veces el suicidio es el final lógico (?) de esta angustia vital en la que va cayendo en su interior la persona excluida. Hay quien dice que la drogadicción es una reacción de castigo contra la persona cuando uno no valora su propia vida. Pensemos en otro tipo de situaciones como la prostitución que, en bastantes casos, es una manera clara de exteriorizar la poca valoración que la persona tiene de sí misma, de su propio cuerpo.
 
Y es en estas tres instancias donde radica tanto la meta que debemos alcanzar con nuestro trabajo educativo (el trabajo estable, las relaciones sólidas, el sentido vital), como la que debemos evitar en los adolescentes y jóvenes que se preparan para la vida como son: la exclusión laboral, el aislamiento social y la insignificancia vital. Frente a una sociedad que infantiliza a la persona y la inyecta el virus de Peter Pan para no crecer ni madurar, está la labor educativa que ayuda a salvar las dificultades para encontrar cada uno su puesto en la vida. Los adolescentes con los que trabajamos son, como alguien ha declarado “adultescentes”, ya que su meta es llegar a ser adultos, aunque reconozcamos que ciertas actitudes de la sociedad llevan a pensar que no los necesita. El aparcamiento excluyente es la consecuencia lógica de estas actitudes. El estímulo y las habilidades incluyentes son el empuje que da la acción educativa.
 

  1. Los golpes certeros para dar en el clavo

 
Cuenta García-Roca que el hombre de este tiempo tiene el peligro de caer en el síndrome del náufrago. Quien se está ahogando piensa que por bracear mucho va a salvarse. Más efectivo sería el levantar la vista para ver por dónde se encuentra la orilla. De esta manera sus brazadas tendrán sentido. Es lo que trato de aclarar en este apartado. En una sociedad compleja como la nuestra, no es fácil encontrar dónde llevar adelante la acción educativa. El educador debe tener claro hacia dónde marcha con su acción.
La zona en la que se encuentra el lugar de intervención se define como zona de vulnerabilidad. Es una de las características del sistema que hemos creado. Se dan todas las circunstancias para que cualquier persona no tenga seguro su futuro por más que se prepare para ello y se especialice. Siempre tiene más posibilidades de insertarse quien tiene una preparación, sin duda, pero también él pende de la cuerda floja de la vulnerabilidad si tiene a su lado una serie de circunstancias negativas que le lleven a tropezar con muros insalvables. “El próximo año no sé si tendré criada o tendré que ponerme a servir”, decía una psicólogo de Nueva York a un sociólogo que estudiaba hasta dónde llegaba esta vulnerabilidad del momento. Desde esta vulnerabilidad las salidas hacia la exclusión son muchas: el alcohol, la calle, la droga, la depresión, el paro de larga duración, las dificultades económicas, la pérdida de la salud, los problemas de salud mental… No es entonces extraño el aceptar que en unos diez años se hayan aumentado escandalosamente las adicciones en el ser humano.
Esta realidad nos hace ver que hemos pasado de una sociedad de peligros, que era algo definido
( si había sequía, escaseaba el trigo y aparecía el hambre…) a una sociedad de riesgos, donde no está definido el que acabes de una manera determinada porque pones las condiciones para hacerlo (gente universitaria se encuentra en paro eterno; un cambio de estrategia en la empresa que trabajas te deja en paro, ya que lleva su producción al tercer mundo…). Lo que hace a nuestra sociedad y a nuestra gente (y a nosotros mismos) inseguros y con el riesgo de torcer en un cambio de circunstancias lo que parecía una vida estable. Basta ver cómo a veces en una simple juerga de fin de semana cambia la vida de un adolescente que toma contacto con sustancias adictivas…
Esta característica de vulnerabilidad que define al sistema viene sostenido por la precariedad que se vive en todos los sectores de la sociedad. Cada día nos sorprenden las crisis que van apareciendo cuando creemos que todo está bajo control. Incluso en la gente que tiene cierta seguridad económica y vital. Basta la crisis financiera provocada por el banco donde guardas tus recursos para que nos quedemos desprotegidos. Esta situación es propia del sistema. Incluso la misma pobreza que provoca la precariedad parece pieza querida por este sistema social. Ya decían los obispos españoles: “Hoy la pobreza no es un hecho inevitable, considerada desde el punto de vista social. Por primera vez en la historia de la Humanidad, disponemos de tecnología y de recursos suficientes para que nadie sea excluido de los medios de vida básicos, considerados como mínimos dentro de la propia sociedad. El problema en la actualidad no es de medios, sino de objetivos: querer o no querer. Los principales obstáculos para erradicar la pobreza ya no son técnicos, sino políticos y éticos”. Y nuestros obispos no son sospechosos de extremismos.
Las características de vulnerabilidad y precariedad que en este momento vivimos lleva a que cualquier joven sienta la fragilidad de su vida y pueda deshacerse frente a cualquier dificultad por débil que creamos que sea. Se refiere sobre todo a las relaciones humanas y a las carencias. Pero se da igualmente en el aspecto de las convicciones personales así como en el aspecto económico en el que la precariedad laboral hace frágil a la persona hasta ponerla en el límite de desesperarse y llegar a las puertas del suicidio. Es el drama de los parados.
Las zonas que buscamos no son geográficas, sino más bien personales y situacionales. Son las que nos definen el lugar de intervención educativa. Es algo que preocupa al que trabaja o quiere intervenir en el problema de la exclusión social. Resulta difícil encontrar el clavo donde dar el golpe para conseguir empujarlo. Es una de las experiencias de los que hemos ido tratando de encontrar los aspectos fundamentales que repercuten en el joven para intervenir en dar apoyo y seguridad frente a la precariedad y a la vulnerabilidad que se vive a veces con mucha angustia. Esta es la zona donde se encuentra la labor educativa con la que pretendemos apoyar al chico para que supere el peligro de resbalar hacia los abismos de la exclusión social. Igual que hemos analizado las zonas de inserción y las de la exclusión, en la zona de vulnerabilidad existen tres sectores donde se juega su inserción o su exclusión todo el que se prepara para entrar en la vida social.
 
3.1. El sector personal
El ámbito personal es el centro de operaciones del que parten las motivaciones para seguir luchando o dejarse caer en la inutilidad de superar las dificultades. Vivimos un momento en el que las convicciones de la persona (más bien su falta) dejan a los adolescentes y jóvenes en una mayor precariedad personal. Ya no se recibe nada seguro de los padres y “de nuestros mayores recibimos, sobre todo, los significados” (F. Savater). Esta falta de significados, de sentidos, nos lleva a vivir sin algo profundo que sostenga a la persona. El ser humano necesita horizontes para poder soportar las contrariedades de cada día pensando que mañana puede ser diferente. Quien no los tiene no le importa acabar con su vida en cualquier momento.
Este sentido es, en consecuencia, uno de los engranajes que mueven a la persona para no caer en la insignificancia vital y perder toda fuente de energía que le haga levantarse y conseguir significado a su vida que ayude a superar las dificultades de cada día. Parece que es la economía la que hace de centro de la exclusión, pero toda persona que se hunde entre sus redes, posee escasa o nula autoestima personal, pobre o inexistente proyecto personal, nulas o inconsistentes razones para vivir. Este punto será fundamental tanto para el trabajo tanto educativo como religioso sobre la persona de nuestro tiempo, sobre el chico con el que convivimos.
Una reflexión que hacemos los creyentes es si la fe que transmitimos es capaz de ofrecer las convicciones suficientes para avanzar en la vida hacia un sentido vital que alumbre a la persona. Y es que encontramos en nuestros ambientes que bastantes de los que han recibido su catequesis, se han preparado y recibido la confirmación, no encuentran sentido a sus vidas. Ante la falta de referentes que existen en nuestra sociedad ¿es la fe un referente que sostenga al joven en medio de sus tambaleos y búsquedas? A veces tenemos que reconocer que los que vienen a nuestros centros, como los demás jóvenes, van siguiendo las mismas pautas que marca esta sociedad. Nuestra catequesis debe ir centrándose en ofrecer esas convicciones, pocas pero profundas, que sean las armas que pide la Escritura que vistan al creyente. “Si el concepto de Dios tiene alguna validez de uso, sólo puede ser para hacernos más grandes, más libres, mejores. Si Dios no puede hacer esto, hora es ya de que nos libremos de él”( J. Baldwin). Es un pensamiento duro que no nos habla de un Dios utilitario, pero sí de un Dios creador de vida y de sentido para la persona.
Otro aspecto de esta intervención personal contra la vulnerabilidad actual está en preguntarnos cómo trabajar el sentido vital con los que no se sienten creyentes. Ante la crisis del valor de la vida nos ponemos la cuestión de cómo valorar a un joven la riqueza del vivir cuando no le importa terminar cualquier noche de estas su vida en el vientre de un bólido. Proyecto hombre ha propuesto hace no muchos años el tema de la ‘logoterapia’ ( la terapia del sentido) como la mejor propuesta para quien ha jugado en tantos momentos entre la vida y la muerte. Hasta que no encuentra sentido a sus actos, a sus días, a su vida entera, es difícil que deje de consumir, no tiene motivos para hacerlo. En el momento en que encuentra un motivo, una razón, se despierta la capacidad para cambiar de ‘consumos’ y comenzar una historia de construcción cuando antes sólo se dedicaba a castigarse con el consumo. A poco o a nada llega un simple cambio de costumbres si no se ahonda en un cambio de visión de la realidad, de uno mismo, de la vida, de los demás… esto pide un trabajo para encontrar sentido a la vida. En ese momento sobra metadona y cualquier muleta que no nos deje caminar libres en la vida. Dice Garrido Genovés que las intervenciones que son válidas deben llegar a lo profundo de la persona, a su ‘cognición’, a su comprensión de la vida, sus expectativas. Ahí se encuentra el lugar válido de intervención.
 
3.2. El sector social
 
Las relaciones sociales llevan a que uno se sienta protegido por la red social de contactos familiares, vecinales, de amistades. Esta falta de entramado social que el chico siente a su alrededor, le lleva a sentirse vulnerable ante cualquier problema. Si no tiene quien le apoye puede caer víctima de cualquier invitación que le ayude a sentirse alguien valioso para superar las dificultades …     ¡ Cuántos han comenzado en el mundo de las drogas por no quedar fuera de un grupo que consumía! Fuera no era nadie, dentro al menos siente la protección del grupo.
La falta de relaciones en la familia, tan frecuente en el tiempo en que reina la niñera mediática, empuja al adolescente a buscar el cariño en el primero que le sonríe o le hace sentirse alguien por prestarle atención. Problema que se hace más fuerte en la adolescente. Nos quejamos de las identificaciones de los adolescentes con gente marginal, pero debemos preguntarnos por la cercanía que la gente normal tenemos a ellos para que hagan suyos unos modelos más humanizantes, o incluso si nosotros mismos creemos en el modelo que estamos viviendo.
Las redes sociales se han ido rompiendo en estos últimos años. Han disminuido las asociaciones de base, de cercanía, aunque han aumentado las de grandes cuestiones, las que plantean las ONG’s, en general a muchos kilómetros de los problemas que vivimos muy de cerca. Hemos tenido la crisis de las asociaciones de vecinos y, más serio, las relaciones de vecindad. Este hecho ha traído como consecuencia la desprotección de los chicos, ya que cada día menos se acerca un vecino para decir a los padres los problemas que está viviendo el chico. Cuando llegan a enterarse en la familia suele ser ya demasiado tarde. Y es que los primeros que se enteran de los problemas que está viviendo un adolescente son sus propios compañeros. Si esas redes no son protectoras y ponen en aviso a los adultos para que actúen, cuando el educador llega sólo le queda recoger los cascotes.
En este sector es muy importante todo el trabajo de asociacionismo que se hace con algún adulto en sus cercanías. Es un medio de prevención fundamental para que el chico, aunque caiga de la cuerda en la que hace sus equilibrios, encuentre en su caída esa red que es la sociedad cercana, la amistad, el diálogo con alguien de confianza… Es uno de los mejores medios para evitar que caiga en el vacío y que su golpe sea mortal de necesidad. Los medios que tenemos para lograr esta sociabilidad son muy tradicionales, aunque los vistamos de los medios modernos, el lenguaje actual, lo que llama la atención, lo que mejor llega al sentimiento del adolescente sobre todo. En este campo los mejores instrumentos que tiene el educador es él mismo. Cada día más los adultos estamos lejos del mundo de los adolescentes y jóvenes, a los que dejamos en manos de los desaprensivos que quieren sacar tajada de ellos. ¿Cuántos adultos están presentes en los ambientes en los que se mueven los jóvenes los fines de semana? Los que recogen los beneficios. Es curioso cómo se inventan nuevos maneras de seguimiento(¿) de adolescentes en conflicto que se llama menores no acompañados. La sociedad tiene para pagar grandes cantidades para alimentar y dar alojamiento a estos chicos, pero no tenemos aguante para acogerlos a la sombra de educadores. ¿Qué saldrá de este experimento?
En el menor la mejor manera de evitar el daño de cualquier problema es la presencia del adulto. Hace tiempo los pases de algunas películas era para mayores o menores acompañados. Y es que la sociedad supone que el adulto puede hacer digerir al menor los temas que pueden herir su sensibilidad. De ahí que la mejor manera de prevenir la caída hacia el aislamiento social está en la presencia de los adultos desde el mismo nacimiento. Nadie nace solo. Nos hacen nacer unos adultos que nos van acompañando en el encuentro con el mundo. Es algo que está faltando en la vida de los adolescentes y jóvenes y que los hace vulnerables ante cualquier dificultad. Los adultos, con frecuencia, dejamos de lado nuestra responsabilidad porque empiezan con los años a ser molestos y hacemos como decía el padre de aquella película Las Historias del Kronen: “Toma, hijo, mil duros y haz lo que quieras, pero lejos y que yo no me entere”. Y hoy con los euros ha cambiado poco la actitud de muchos adultos.
Y el trabajo principal de la presencia del adulto es crear “referentes”, como cuenta Savater. Los referentes son como las cuerdas de la red que le hacen al equilibrista marchar más seguro por el cable. Si tropieza sabe que no cae en el suelo. En medio del desierto de la ciudad he caído en la cuenta de lo importante que es crear lugares (referentes) donde el joven pueda acudir. El sencillo hecho de encontrarse con un adulto y soltar el peso de la mochila que ya no le deja caminar, supone una recarga de energía para superar las dificultades y salir con ganas de seguir haciendo camino, ya que la mochila no pesa tanto. Algo que parece muy sencillo, que no precisa de grandes proyectos, de grandes estudios pero que falta en las esquinas de nuestros barrios.
 
3.3. El sector económico
 
El económico es la tercera pata del banco que hace tambalear la vida de tantos jóvenes que llegan a la puerta de la inserción laboral (que es el testimonio externo de la inserción social) y que tienen que retirarse con las narices ensangrentadas por el portazo que han recibido. Parece que los educadores no podemos hacer nada en este campo, pero en el tiempo que llevo trabajando entre los jóvenes vulnerables (o ya vulnerados), creo que puedo aportar tres campos de acción en la instancia económica de la exclusión social:
 
trabajar la preparación laboral. “Las serpientes sólo pican a los descalzos”, dicen que decía Mons. Oscar Romero. Y es cierto. La educación, la preparación laboral es como dar zapatos a la persona para que pueda caminar sin peligros. La pedagogía salesiana habla de la prevención en términos muy ‘materiales’: preparar para un empleo real es dar manos a la persona para poder intervenir en el mundo económico actual. La exclusión laboral incide en todos aquellos que empiezan a abandonar los estudios y dejan cualquier tipo de preparación para acceder a un puesto laboral. Hemos visto ya muchos jóvenes que decían que ellos trabajaban de cualquier cosa. Ese trabajo de cualquier cosa suele ser bastante esclavo, por lo que hasta ves lógico el abandono. Ya sólo falta que en ese momento se le ofrezcan unas oportunidades para ganar dinero fácil y ya tenemos adivinado el final de la película. Resulta cada día más difícil convencer a un adolescente que se lanza al mundo del trabajo y fracasa, que va a fracasar más estrepitosamente si sigue la corriente de tantos que llenan cada tarde-noche sus bolsillos con el producto de la venta de cualquier producto ilegal. Una preparación laboral y el amor a una profesión ayuda al chico a insertarse en la sociedad de una manera feliz. Y hasta da un interés natural a la vida.
 
acompañar en los fracasos de la búsqueda de empleo. Siempre recuerdo las lágrimas de una joven en Plaza Castilla, mientras esperaba un autobús. Venía de buscar trabajo y había fracasado un día más. Sólo acoger esa rabia sirve con frecuencia para templar el ánimo y no desesperar a pesar de las dificultades. Hoy es una persona integrada con su familia. El apoyo en el momento de fragilidad es muy importante para no desistir de seguir luchando por la integración laboral.
Y resulta también importante el proporcionar la ayuda de algún experto en búsqueda de empleo. Es otra manera de empujar a que el joven no caiga en la exclusión laboral y vaya subiendo la cuesta, muy empinada en estos tiempos, del trabajo. No será estable por las circunstancias socio-laborales, pero le meten a uno en el engranaje de ir conociendo otros puestos de trabajo a los que puede concurrir. Y sobre todo le asegura personalmente en su capacidad para entrar en el mercado laboral.
Distinguían hace unos años los obispos franceses entre trabajo y empleo en un estudio sobre el mundo laboral. Trabajo es lo productivo que te reporta un salario. Empleo es la ocupación que te hace tener que levantarte cada día para responder a esa responsabilidad que, al menos, te mantiene en forma para cuando surja el trabajo. Es real en estos tiempos que la primera dificultad que tienen bastantes jóvenes para llegar a responder a un trabajo es la falta de hábitos que los mantienen en una situación de eternos desocupados.
 
conocer las estructuras excluyentes de nuestra sociedad y tratar de transformarlas de manera que caigan las barreras que impiden la inserción de cualquier persona. Es una lucha más difícil y de la que nos apartamos fácilmente diciendo que nada se puede hacer. Pero debemos caer en la cuenta que esta sociedad es la suma de las voluntades de todos los que la formamos o dejamos que la formen de una manera determinada. De poco vale que luchemos por enseñar a pescar si después el río está contaminado. Nuestra enseñanza queda inútil.
Nos debemos convencer en este mundo de la globalización que resulta complejo el luchar contra unas intenciones de la división internacional del trabajo. Cuando una zona empresarial deja de ser interesante para una multinacional comienza a surgir el paro en el ambiente que antes era próspero. Surgirá en otro lugar donde el coste de producción sea más rentable. ¿ No debe el educador conocer estas estrategias y tratar de transformar unas estructuras que en su base son excluyentes? Una de las propuestas de todo voluntario social está en romper esas dinámicas internacionales de creación de exclusión laboral y crear un mundo en el que cada persona pueda encontrar su lugar en la producción y en el consumo.
 
A modo de conclusión
 
“Las estructuras de impotencia que no generan creadores, sino que multiplican los consumidores, están montadas para impedir que los pueblos sometidos piensen con su propia cabeza, sientan con su propio corazón y caminen con sus propias piernas”. Después de definir el trabajo educativo a realizar en medio de un mundo excluyente nos queda como resumen este proyecto que propone E. Galeano. Se trata de dar la palabra. A tantos hemos visto que les ha tapado la boca una muerte prematura causada por la droga. No han podido decir su palabra. Tantos la van tapando viéndose inútiles frente a este mundo. Muchas veces he propuesto a jóvenes con largos años de drogadicción que proclamen su experiencia de cómo se ha puesto en su mano la papelina que parecía traerle la libertad y al final se ha convertido en cadena.
En el evangelio encontramos varias curaciones de sordos y de mudos, de ciegos… El milagro está en devolver al individuo a la sociedad. Creo que es una sugerencia para el cristiano y más para el educador para emprender el trabajo milagroso de dar medios para que toda persona ejerza de lo que es y para lo que ha nacido. Para ello habrá que inventar nuevos caminos. En la piscina de Siloé el pobre hombre tirado 40 años al lado, no le servían los sistemas oficiales. No llegaba a tiempo para tirarse a las aguas. Uno que pasaba por allá dicen que inventó un método no oficial para liberar a aquel pobre hombre. Se llamaba Jesús de Nazaret. Creo que es el estímulo para todo creyente de todos los tiempos para que invente esos métodos nuevos para liberar al ser humano y que ejerza de persona, que otros llaman de hijo de Dios.
Desde la educación y desde la fe tenemos esta llamada para responder a tantos adolescentes y jóvenes que están esperando el empuje para lanzarse a la piscina. Parece que alguien entra por la puerta de la piscina y se preocupa por él… puedes ser tú.
 
Para este análisis sigo descaradamente los estudios de Joaquín GARCIA-ROCA, ya que me han ayudado mucho a situarme en mi propio trabajo educativo Se puede ver su análisis en obras como: Exclusión social y contracultura de la solidaridad, HOAC, Madrid 1998; Solidaridad y voluntariado, Sal Terrae, Santander 1994; La inserción laboral a debate. Popular, Madrid 1993.
E. VERDÚ, Adultescentes, Temas de hoy, Madrid 2001
CEE, La Iglesia y los pobres, 6
Este tema ha sido tratado Misión Joven en el nº 269, junio 1999.
V. GARRIDO GENOVÉS, Técnicas de tratamiento para delincuentes, C. Estudios Ramón Areces, Madrid. 1993, 60.
E. GALEANO, Nosotros decimos “no”, p. 367, citado por J. GARCIA ROCA: “Solidaridad y voluntariado”· p.134.