Tras el último eclipse del siglo

1 noviembre 1999

DESPUÉS DEL ECLIPSE DE SOL…
 
Proponemos un breve encuentro-reflexión para preparar el Adviento. Tan sólo sugerimos un esquema genérico en el que después han de introducirse los motivos concretos que, según los diversos contextos personales y ambientales, se pretendan poner delante para vivir su adviento…
 
 
 
 
 
 
 

  1. Preparación del encuentro

 
Antes de nada, hay que cuidar la sala donde se realice. Puede estar a oscuras o iluminada tan solo con la luz de una linterna. En el centro podemos colocar dos espejos, uno boca arriba y otro boca abajo. El animador o animadora verá si conviene añadir más elementos o tener preparadas otras cosas para el encuentro, por ejemplo un «cirio pascual» para el momento final.
 
Destinatarios y objetivos
El encuentro celebrativo que proponemos puede realizarse con todo tipo de destinatarios, bastará con adaptar el esquema y contenidos que aquí presentamos más directamente en relación con adolescentes y jóvenes.
Los objetivos se centran en analizar nuestras relaciones con los demás y con Dios: ¿«Nos eclipsamos los unos a los otros y eclipsamos a Dios en nuestra vida o, por el contrario, nos complementamos y enriquecemos nuestra persona con los otros y con Dios? A partir de ahí, habría que suscitar dos actitudes fundamentales: 1/ Agradecer la luz gratuita, abundante y dadora de vida, que es Dios; 2/ Trabajar para ser espejos, sacramentos que reflejen a Dios, sobre todo para quienes más necesitan su presencia agraciante, esto es, los pobres y los más pequeños.
 
El encuentro-celebración puede desarrollarse como catequesis puntual conforme al ritmo de los grupos, centros, etc. Aquí sugerimos el material para el Adviento: Dios, para no eclipsar a los hombres, se hizo niño, pequeño, uno como nosotros.
Los materiales necesarios: linterna que ilumine bien, dos espejos de tamaños distintos y, en su caso, el cirio pascual.
 
 

  1. Desarrollo del «Encuentro-experiencia-celebración»

 
Los símbolos nos introducen
Hemos vivido este verano la experiencia del último eclipse del siglo. Los medios de comunicación social han aireado el suceso. ¿Lo vimos? ¿Dónde? ¿Qué pensamos de todo cuanto se dijo acerca del eclipse? ¿Qué interés suscitó en nosotros? (hablar un rato sobre el asunto).
No podemos traer el sol y la luna para «jugar» con ellos, pero sí podemos simbolizarlos con una linterna encendida y un espejo. En este momento, el animador/a puede realizar diversos gestos simbólicos: encender y apagar la linterna; con la linterna encendida, eclipsar su luz poniendo un espejo delante; reflejar con el espejo la luz de la linterna sobre un segundo espejo, sobre distintas cosas, personas, etc. También se puede invitar al grupo a realizar otros gestos simbólicos (mirarse en el espejo, linterna apagada o encendida, etc.).
 
De los símbolos a la vida
Si pasamos de los símbolos a la vida, ¿en qué nos podrían hacer pensar todos estos símbolos: la luna eclipsando al sol, que es quien da la luz, la oscuridad que genera el eclipse, el espejo —la luna— reflejando la luz de la linterna —el sol—, etc.? ¿Qué evocan esos símbolos? (cf. ideas del comentario que aparece más adelante: «¿Eclipsado o iluminado… para ser reflejo de Dios?»).
 
El Evangelio ilumina la vida
El grupo se puede dividir en pequeños subgrupos. A cada uno de estos últimos, se le entrega «en secreto» uno o dos personajes del Evangelio. Deben comunicar al gran grupo de qué personajes se trata, usando los símbolos de la linterna y los espejos, además de otros objetos que consideren necesarios.
Un ejemplo: el buen ladrón (Lc 23). El grupo, en este caso, podría expresar la escena a través de la linterna que parpadea, simbolizando con ello a Jesús que muere en la cruz, un espejo que recoge esa luz en el último instante y la refleja, símbolo del buen ladrón, y el segundo espejo que da la espalda…
Otros personajes que puede «dar juego»: los magos siguiendo la estrella (Mt 2); Juan Bautista que se eclipsa para que brille Jesús (Mt 3); el joven rico (Lc 18) o Mateo (Lc 5) que quedan deslumbrados por el brillo de las monedas; Nicodemo buscando «en la noche» (Jn 3).
 
¿Eclipsado o «iluminado»… para ser reflejo de Dios?
Para personalizar el tema, se puede dar fotocopiada a cada uno la siguiente reflexión para rumiarla en un rato de silencio y después comunicar la luz que pudiera haber aportado:
 
¡El último eclipse del siglo! Los medios de comunicación social nos lo anunciaron con tiempo —a tiempo y a destiempo— para que nos pudiésemos preparar. Nos dieron imágenes de cómo esperaban este acontecimiento gentes de muy distintas culturas y cómo lo celebraron aquel día.
No sé lo que supuso para ti este hecho. Si despertó curiosidad o no. Si hiciste un esfuerzo para verlo desde lugares privilegiados o sin más saliste a la calle para no perdértelo.
En mí sólo despertó una pequeña curiosidad. Pude verlo porque en aquel momento estaba de compras en un mercadillo de calle. Por la noche, al meterme en la cama, pensé que la historia del eclipse se parece mucho a la historia de nuestra humanidad. Pensé en las relaciones que tenemos los unos con los otros y con Dios.
El sol y la luna saben convivir el uno «y» la otra, el uno «con» la otra. Aún cuando la luna eclipsa al sol, éste no se enfada. Y me vinieron a la mente las maneras tan diversas de «relaciones entre las personas».
Hay quienes no saben vivir «con» los demás, necesitan eclipsarlos para sentirse más que los otros. ¡En este mundo cabemos unos «y» otros! ¡Qué bonito saber convivir los «con» los otros, como el sol y la luna, enriqueciéndonos con nuestras diferencias.
Y pensé también en nuestras «relaciones con Dios». Así como la luna brilla con la ayuda del sol, nuestra humanidad vive de la fuerza creadora y salvadora de Dios. Él no creó para después desentenderse de lo creado. Dios es el que engendra la vida y se sigue interesando por ella, como hacen los buenos padres con sus hijos.
Dios es como ese sol que está siempre ahí, calentando, dando luz y energía. Nosotros somos como la luna (no es que sólo, a veces, estemos en la luna). Vivimos y brillamos gracias a su fuerza. Lo que nos pasa, con frecuencia, es que nosotros le damos la espalda y la noche se cierne sobre nuestra existencia. En el eclipse, además, es la luna quien se pone delante del sol y lo obscurece. Esto mismo ocurre con frecuencia en nuestra humanidad, endiosada con tantos logros, que se atreve a ponerse por delante de Dios, a vivir de espaldas a su creador y hasta a «pasar de Él». Eclipsar a Dios es dejar a nuestro mundo a obscuras.
 
No sé si ese día se enfadó el sol con la luna por su atrevimiento. Sólo sé que nuestro Dios, paciente y humilde, deja que el hombre se ponga por delante. Y hasta me atrevería a decir que a Dios no le molesta que el ser humano le eclipse. Al fin y al cabo, la gloria de los padres son los hijos. «La gloria de Dios es que el hombre viva», decía san Ireneo. La alegría de los padres es ver felices a los hijos. Dios busca y quiere siempre nuestro bien.
En el espacio hay lugar para el sol y para la luna. En la vida hay sitio para Dios «y» el hombre. ¿Qué sería de las criaturas sin su creador? Y… ¡qué bonita la función de la luna por la noche: ser espejo de la luz del sol para que en la tierra no haya una tiniebla total! ¡Qué maravillosa la misión de la persona: ser espejo que refleja la bondad de Dios, ser instrumento a través del cual no llega la luz de Dios!
Cerrarse a Dios es, para el hombre y la mujer, cerrarse a la fuente de la Luz y de la Vida.
Aquel día famoso del eclipse, me dormí dando vueltas a estas y otras preguntas: ¿Cómo son mis relaciones con los demás? ¿Eclipso a alguien o me siento eclipsado por alguien? ¿Qué hace Dios en mi vida? ¿Cómo van mis relaciones con Él? Creer en el Dios de Jesucristo, ¿me empequeñece o me abre a nuevos horizontes? Los que me rodean, ¿pueden ver en mí algún rayo de la «Luz de Cristo»?
 
Luz de Cristo para los demás
La comunicación de la reflexión personal se puede hacer en torno a un «cirio pascual» o a un póster de Cristo, sobre el que se ha colocado la linterna encendida y a su lado los espejos. Una vez creado el clima oportuno, se finaliza la reunión rezando y comprometiéndonos. Por ejemplo, pedimos perdón por actitudes personales que han eclipsado a otros o a Dios; después, damos gracias al Dios que ilumina nuestra vida a través de tantas personas y cosas… (a la hora de ir haciéndolo, se puede ir pasando la linterna y cada uno la apaga para pedir perdón y enciende a la hora de dar gracias); por último, se toma algún compromiso personal de llevar la luz de Dios a quien, según circunstancias, más puede necesitarla (aquí podría pasar de mano en mano el espejo y la linterna).