Tras la verdad, el diálogo, la tolerancia

1 marzo 2005

Es el mejor de los buenos,

quien sabe que en esta vida

todo es cuestión de medida:

un poco más, algo menos

(Antonio Machado)

 
Por todas partes se extienden las ideologías, las actitudes, las sensibilidades fundamentalistas. Abarcan, además, todos los ámbitos existenciales y sociales: cultura, economía, religión, política. Ante un fenómeno tan amplio, no podemos de preguntarnos: ¿por qué? ¿a qué se debe este auge de los fundamentalismos? ¿Es algo propio de nuestra sociedad y de nuestra cultura? Si, realmente, preocupa el fundamentalismo, quizás sea necesario, ante todo, inquirir, buscar y llegar a sus causas y raíces. Pero, desde una perspectiva educativa o pastoral, el interés habría que cifrarlo especialmente en la búsqueda de las causas de la mentalidad y de las actitudes fundamentalistas que nos rodean y tejen la vida cotidiana; es decir, en la mentalidad fundamentalista que nos impregna a nosotros mismos y a los destinatarios de nuestro propio quehacer educativo-pastoral.
 
El fundamentalismo no es simplemente una patología social o religiosa que atañe a seres raros, extremistas y fanáticos. Nos concierne a todos los humanos. Puede arraigar en el dinamismo interior de cualquier ser humano, sedientos siempre de certezas y seguridades. Todas las personas necesitamos tierra firme para poder vivir creativamente, fundamentos sólidos para superar las amenazas inherentes a la condición humana. Y fácilmente quebramos, cuando se difuminan los límites, se oscurece el horizonte o se desvanecen las certezas.
 
Cuando la mentalidad fundamentalista arraiga en el corazón humano, todo se tambalea, todo quiebra: el presente se vive como amenaza y el futuro se torna incierto. Por eso, se termina por volver la vista atrás para pertrecharse en el pasado. Y cuando se desemboca en el pasado, suelen crecer la cerrazón, la intolerancia, la intransigencia y el dogmatismo, que impiden ir tras verdad. No se busca la verdad desinteresada, y mucho menos se busca con otros; al contrario, el fundamentalista se la adjudica y se la apropia. Existe en él y no fuera de él.
 
Ante las amenazas del fundamentalismo, Misión Joven apuesta por la educación en valores, y lanza a educadores y agentes de pastoral la propuesta de una auténtica educación en valores capaz, a la vez, de generar convicciones personales y actitudes tolerantes y críticas.
 
La clave del respeto a los demás es la tolerancia. Una sociedad plural descansa en el reconocimiento de las diferencias, de la diversidad de costumbres, de creencias y de formas de vida. Sin personas tolerantes resulta imposible la convivencia pacífica. Tolerar es permitir y admitir en los otros maneras de pensar, de creer y de obrar diferentes a las nuestras. Nadie tiene la verdad total. La verdad no es para poseerla, sino para buscarla. No se nos da nunca pura y límpida, sino marcada histórica y culturalmente. Es susceptible de determinaciones parciales; está sujeta a olvidos y descuidos, a reacciones emotivas, a prejuicios y resistencias. Y en su búsqueda, personas y comunidades sufrimos todos esos influjos. Si este carácter histórico de la verdad muestra un rostro débil y vulnerable, no es menos cierto que manifiesta también su complejidad y la necesidad de llegar a una concepción amplia y plural. Por ello la búsqueda y la fidelidad a la verdad comportan como actitud básica el diálogo.
 
El diálogo representa un alumbramiento: la palabra de uno ayuda a nacer la palabra de otro. Es camino hacia la verdad, acercarse a ella en el reconocimiento de la perplejidad, la duda, el tanteo. Intrínseco al diálogo puede que no sea imponer o convencer; pero sí lo es una verdadera disposición a aprender. Supone permitir que cada uno hable con sus palabras y actúe desde sus convicciones. Pero no es relativismo, claudicación o debilidad. Es respeto y aceptación del otro y de la diferencia: el desafío abierto a todas las actitudes intolerantes, integristas, fanáticas o fundamentalistas.
 

Eugenio Alburquerque

directormj@misionjoven.org