UN DAFO COMENTADO

1 diciembre 2008

Orar y celebrar con jóvenes

José María Alvear, Centro ATMAN (Cadiz)
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Para renovar pastoralmente la oración con los jóvenes, el artículo propone  seguir los pasos de revisión seguidos en otras actividades humanas: partir de la realidad, saber dónde se quiere llegar, priorizar objetivos y buscar los medios adecuados. Para realizar este análisis se fija en las debilidades (una oración que aburre, falta de sentido religioso de los jóvenes), amenazas (fuerza del mercado, pragmatismo cultural), fortalezas (primacía de lo afectivo-relacional, deseo de espiritualidad) y oportunidades (rica tradición oracional, el Espíritu de Jesús) que ordinariamente encontramos en la acción pastoral, alentando no sólo a aprender a orar sino también a ser orantes.
Vivimos una época religiosa difícil en la que el desenganche de los más jóvenes preocupa a muchos educadores y animadores de la fe. Todas las crisis son una llamada a volver a lo esencial y ésta también lo es. Pero ¿qué es lo esencial? No lo son ni la moral, ni los ritos, ni los dogmas… Lo esencial de la fe cristiana es una persona: Jesucristo, que viene constantemente a nuestro encuentro. Y a las personas no se las analiza, sino que se las acoge; no se las juzga, sino que se las escucha; no se las ignora, sino que se las ama. Por eso hoy tenemos como prioridad abrir un espacio renovado y significativo a la oración, porque ése es el lugar apropiado para estar íntima y amorosamente en relación con Jesús. Por encima de todo, la oración quiere sencillamente estar en su presencia, para escucharle y amarle, para abrirle nuestro corazón y nuestros brazos.
¿Cómo podemos entonces renovar nuestra oración? Para mejorar nuestra oración hay que seguir los mismos pasos que en la revisión de otras actividades humanas: partir de la realidad y saber a dónde queremos llegar; priorizar los objetivos de cambio y buscarle medios adecuados. Nosotros vamos a intentarlo en estas páginas.
Para analizar la realidad es bueno tener herramientas de análisis. Hoy en día se está poniendo de moda el llamado DAFO, acróstico de cuatro palabras interesantes para clasificar nuestra información de la realidad: Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades. Seguramente lo conocéis pero quiero recordaros algunas claves: combina con sabiduría las carencias, Debilidades yAmenazas, y los recursos, Fortalezas y Oportunidades; los elementos propios,Debilidades y Fortalezas, y los externos o ambientales, Amenazas yOportunidades.
Pues bien: imaginemos que partimos haciendo un DAFO entre los responsables de pastoral, animadores de la fe y los propios jóvenes sobre la oración. Después de hacer una síntesis drástica, el resultado podría ser más o menos éste:
 

Debilidades
1. Una oración que aburre
2. La falta de sentido religioso de los jóvenes
Amenazas
1. La fuerza del mercado
2. La cultura de lo pragmático
 
Fortalezas
1. Una rica tradición sobre la oración
2. El espíritu de Jesús
Oportunidades
1. La primacía de lo afectivo-relacional
2. La sed de espiritualidad

 
 
A la hora de analizar los resultados del registro nos encontramos con un problema: el orden oportuno para tratarlos. La cultura dominante suele tener una tendencia pesimista que le llevaría a subrayar las amenazas (más que las propias debilidades) y ver poco las oportunidades (aunque sí se cree muy fuerte); en estas páginas queremos partir de y llegar a lo más cercano, porque así nos permitirá ser más responsables con nuestro propio proceso. Dejamos lo positivo para el final para darle más peso, ya que tendemos a relativizarlorespecto a lo más negativo.
 

  1. Debilidades

 
Que la comunidad cristiana pasa por unos malos momentos en las culturas y sociedades desarrolladas no es nada nuevo. Pero considerarnos en debilidad no es, ni mucho menos, una desventaja; desde el Espíritu hay una llamada a la conversión que pasa por la humildad, por el humus, el tocar tierra y hacerse pequeño. Por eso podemos aprender mucho y crecer (hacia adentro) en circunstancias de debilidad.
¿Cuáles son las debilidades más patentes de la situación actual respecto a la oración? ¿Qué podemos aprender de ellas?
 
1.1. Una oración que aburre
 

Es el comentario habitual de muchos jóvenes y animadores de la fe. Las oraciones que les ofrecemos suelen ser tediosas. ¿Por qué? Quizás porque, por su parte, hay un enfriamiento religioso, y por la de los responsables, hemos consagrado un estilo de celebración que está lejos de la vida de los jóvenes.

 
Llegar en la oración a una situación de tedio es algo habitual: todos tenemos la experiencia de desiertos, sequedades, caídas en la rutina… pero después de años. El problema es que la oración se percibe como un rollo desde el principio, incluso antes de haberla probado. Eso es prejuicio.
Pero cabe pensar que si la oración es un encuentro entre Dios y nosotros y esa relación resulta aburrida, algo no funciona: Dios no es aburrido, y si lo vemos así es que no lo hemos descubierto en su esencia y tenemos una imagen falsa e interesada de él. Entonces, ¿somos nosotros los aburridos? Probablemente. Porque hemos convertido la oración en unas entelequias que nada dicen de la vida.
Si la oración es espacio de encuentro entre Dios y los jóvenes, la oración tiene que estar centrada en la vida de los jóvenes, que es donde Dios quiere encarnarse. Ése es el Dios cristiano, el Dios de la Encarnación: los otros son dioses paganos. Pero nosotros seguimos pensando que la vida no es causa suficiente para una oración: ¿cuándo fue la última vez que celebramos una oración por los ligues en los grupos?, ¿y por los aprobados de fin de curso? O es que Dios no tiene nada que aportar a todo eso. Si nosotros no celebramos esas cosas, ellos sí: con un buen botellón y unos porritos.
Otro aspecto de este aburrimiento depende de la forma de celebrar. Me llama mucho la atención que las comunidades gitanas hayan abandonado la confesión católica y prefieran la evangélica. Si se les pregunta, te contestan que en sus ritos les permiten comportarse como gitanos que cantan y bailan flamenco. Así pasa también con los jóvenes. Los responsables de las celebraciones son cada vez más mayores y sienten que ya están muy cansados como para celebrar ahora con las cosas de los más jóvenes. Los estilos de celebrar son deudores de su tiempo y no hay un tiempo mejor que otro como para consagrarse definitivo. Lo más clásico primero fue rompedor y contracultural.
La oración no tiene que ser entretenida, ni perseguimos hacer malabares de circo, pero si tiene que ser acogedora, interesante y con fuerza para enganchar a los más jóvenes.
 
1.2. La falta de sentido religioso de los jóvenes
 

En las últimas décadas estamos asistiendo a una desaparición de la cultura religiosa que alcanza de manera especial a los jóvenes, incluso a los que están en nuestros grupos, comunidades y aulas. Este cambio cultural se evidencia no sólo en la incapacidad de retener los contenidos religiosos, sino que afecta también a los mismos parámetros y valores de la fe, al sentido religioso.

 
La socialización religiosa de la infancia era patrimonio de los padres; hoy, en algunos hogares, son sustituidos por los abuelos… Pero no hay continuidad y la vida religiosa está ausente de la vida familiar. Cuando los adolescentes se emancipan y se confunden en el grupo de iguales, los temas, símbolos y valores religiosos están ya completamente ausentes o carentes de sentido trascendente. Vemos rosarios colgados en el pecho, cruces por pendientes o imágenes tatuadas, pero me temo que no nos gusta el sentido que les dan.
Estamos en un contexto de pérdida del sentido de lo sagrado. Lo sagrado son espacios, tiempos, personas y cosas especiales y distintas de las habituales o profanas. Con Jesús y, sobre todo, desde Pentecostés lo sagrado se funde con todo lo humano, por eso la religión cristiana es especial. Pero en vez de caminar hacia la presencia de Dios en todo, estamos caminando hacia la ausencia de Dios en todo, incluso de los objetos, lugares, personas y tiempos sagrados.
La educación en el sentido de lo sagrado es vital en la oración. Cuando nos sentamos a orar estamos entrando en el ámbito de lo sagrado. Por eso el tiempo y el espacio tienen que estar marcados especialmente. Podemos orar en el campo o en el autobús, porque Dios está en todas partes; pero las capillas y oratorios que destinamos especialmente para la oración tienen que tener unas condiciones que permitan descubrir la presencia de Dios con más facilidad. Este sentido de lo sagrado no puede estar unido a lo oscuro, lo viejo, lo frío o lo sucio, porque Dios no es así: la capilla tiene que ser luminosa, alegre, cálida, pulcra, porque son las mejores maneras de delatar la presencia de Dios. No podemos tener capillas que den miedo, sino que inspiren amor y confianza. Para educar el sentido de lo sagrado es necesario también que cuidemos ciertos ritos de entrada y salida de la capilla, más o menos formales, y no entrar en ella como quien entra en un aula o en una tienda. El silencio respetuoso, al menos como asentamiento, puede llegar a ser imprescindible.
Cuando estamos en las celebraciones con ellos tenemos que ser conscientes de que hay que partir de cero como si no hubieran conocido nada de la vida y la oración cristianas. Si no lo somos, podemos provocar que algunos no entiendan lo que estamos haciendo y se desorienten, entonces desconectan y se aburren. Partir de cero significa tener que explicarlo todo, aunque sea recordando brevemente; para eso es oportuno crear hábitos que nos ayuden a entrar en un clima de oración sin tener que cortar mucho con muchas explicaciones. Pero hay que ser conscientes que las formas pueden caer en el absurdo si dejan de tener sentido, por eso es oportuno de vez en cuando comprobar que se sabe por qué hacemos ciertas cosas. Las explicaciones nunca deben formar parte de las oraciones y celebraciones (una homilía no es una explicación, sino un comentario de la Palabra), por eso todo lo que se tenga que explicar hay que hacerlo antes de entrar en oración; si hay que comentar algo ocurrido, hay que esperara a que la celebración acabe. Incluso hay que discernir si la capilla es el lugar apropiado para estas cosas.
Partir de cero implica también empezar por los tipos de celebraciones y métodos de oración más sencillos. Por ejemplo; en Taizé se canta mucho, porque cantando todo el mundo (y no sólo el coro), se está participando. Al principio les da mucho corte hablar en público y hay que evitarlo si se hace sin una ayuda. Oraciones sencillas como las de repetición pueden ser más apropiadas que las espontáneas, porque no estarán preocupados en qué palabras voy a decir y si gustarán a los demás. El uso de símbolos o la realización de gestos pueden ser una manera de participación menos embarazosa, aunque no siempre si se exponen demasiado en público. ¡No podemos dar nada por descontado!
 

  1. Amenazas

 
Una amenaza es la percepción que tenemos de un posible peligro; entonces reaccionamos con miedo. Las amenazas son muy sanas, porque de ellas aprendemos que no somos perfectos y que no podemos con todo. Al removernos e inquietarnos entramos en contacto con más facilidad con nuestros límites y despertamos de nuestros sueños de grandeza.
La cultura actual tiene que ayudarnos a sentirnos muy pequeños, pues la magnitud de las amenazas es descomunal. Estamos inmersos en un proceso desecularización que dificulta muchísimo la vida de fe y la difusión del mensaje cristiano. Dentro de este macrocontexto que algunos han definido comoincreencia, podemos resaltar dos elementos que están en el corazón de su mecanismo.
 
2.1. La fuerza del mercado
 

En las sociedades llamadas desarrolladas prácticamente todo se compra y se vende; asistimos a la cultura del usar y tirar y a la consagración del principio de “tanto tienes, tanto vales”. Desgraciadamente, los tentáculos del mercado son tan poderosos que los disidentes rápidamente son convertidos en moda y objeto de consumo.

 
Cuando Jesús descubre los entresijos de la cultura de su época, comprende que el gran competidor de Dios Padre no es otro que el dinero. Desde la aparición del libre mercado y el desarrollo de las sociedades industrializadas, esta idolatría se ha incrementado. Antes que las ideologías políticas, los gustos estéticos o los movimientos espirituales, la amenaza principal a la fe proviene de la lógica del mercado, del poder material y la confianza de que teniendo dinero estás salvado, porque no te faltará de nada. ¡Insensatos! Lo que realmente vale, es tan importante que no se compra con dinero. El amor de tu madre, la sonrisa de un niño o la satisfacción de la amistad no tienen precio material, son muy humanas, necesarias para una vida plena y se construyen a base de tiempo y cariño.
Entonces, ¡la oración salvará al mundo!, porque es un espacio esencialmente fuera del mercado. Pero ninguno de nosotros está libre de esta mentalidad mercantilista y por eso tenemos que tener cuidado a la hora de preservar la oración fuera se esta lógica.
La oración es el espacio de la gracia y la gratuidad. Es fin en sí misma, como el amor. Parafraseando a San Bernardo podaríamos decir que oro por orar, sin otra justificación. Esta convicción hay que cultivarla, porque podemos entrar en la capilla con otras intenciones que, a corto o largo plazo, quedan frustradas (quien sabe del Espíritu y de la gracia sabe que es así). Por eso es bueno que fomentemos entre las distintas formas de oración las que mejor conectan con la gratuidad. Por ejemplo: no tenemos ningún reparo en usar (y abusar) de la oración de petición, pero practicamos muy poco la alabanza o la adoración. Es más: en todas las celebraciones incluimos peticiones, pero pocas veces damos el mismo trato a la acción de gracias. ¿No será que tenemos que recuperar ciertos aspectos olvidados? Cuando acudimos a Dios a pedirle cosas, muchas veces estamos mercantilizando, negociando nuestra relación con él: do ut des, el dar para que me den, se sustituye por el dame para que yo te de (y crea en ti).
No podemos olvidar que la tradición siempre nos ha recordado que la actitud básica para entrar en la oración es la disponibilidad porque es el Espíritu quien nos guía. Por mucho que nos empeñemos en aprender nuevas formas y métodos, la oración es mucho más que eso; es algo completamente distinto, porque pertenece a la esfera de la gracia. Si no cultivamos conscientemente la gratuidad, la oración está abocada a ser una explosión de fuegos artificiales, que después de mucha luz y de la maravilla, se apaga y vuelve a ser noche y todo sigue igual, como si no hubiera pasado nada. Dios no se deja mercantilizar y escapará de cualquier intento de que lo pongamos a nuestro servicio, cambiando el orden lógico de las cosas… Con el Espíritu no se juega; con los jóvenes tampoco. A ellos hay que decirles la verdad, avisándoles que la oración es peligrosa y que, si no quieren que su vida cambie, no conviene que se acerquen al fuego del Espíritu.
 
2.2. La cultura de lo pragmático
 

El desarrollo de la ciencia y la técnica ha generado en nosotros una manera de ver y analizar toda la realidad: se valora lo que es mensurable, metódicamente comprobable y lo que sirve para solucionar un problema material. Los discursos teóricos y espirituales se consideran que pertenecen a la esfera de lo privado y subjetivo, ya que no se pueden demostrar. Como consecuencia nos instalamos en el individualismo, porque lo que construye la sociedad (los valores, las creencias, etc.) se convierte en relativo y su verdad depende de cada persona.

 
La eficacia, la competencia, el cientifismo, el relativismo, son otras tantas piedras de tropiezo que dificultan la incorporación de los jóvenes a la vida de fe y, en concreto a los hábitos de oración. Conviene que seamos conscientes de que una educación así hay que tomarla desde muy lejos. A lo mejor no podemos todavía esperar que los más jóvenes alcancen el silencio, vivan la presencia de Dios, aprendan a escuchar lo que quiere decirles… Para eso hay que educarles en cosas mucho más básicas.
Lo espiritual es una dimensión que está dentro de nosotros, en lo profundo, en conexión con nuestra conciencia, con nuestro YO. Es donde me siento habitado por Dios y por mi esencia que sólo él conoce. Para llegar a lo profundo hay que ir dentro, no fuera, y la interiorización se convierte en un objetivo previo para poder conectar con mi centro. Por eso, la iniciación a la oración y las celebraciones se verá coherente dentro de un plan más amplio de interiorización para los grupos de movimientos, comunidades parroquiales y centros educativos. La interiorización supone unas destrezas de autoconocimientoy de manejo de mis situaciones personales. Forman parte de ella: la escucha y cuidado de mi equilibrio corporal, el reconocimiento y manejo de mis sentimientos habituales, el control de mis pensamientos irracionales y el desarrollo de un pensamiento positivo
Entre otros aspectos, tenemos que prestar un especial cuidado a la elaboración del relativismo propio de una cultura individualista, donde más o menos todo vale y defender valores comunes es difícil y hablar de una verdad revelada es fundamentalismo. La fuerza de este individualismo nos obliga a no enfrentarnos directamente contra él, sino a plantear estrategias más apropiadas de educación. La oración puede ser un espacio muy útil para combatir dicho relativismo. Para eso hay que cuidar en la oración, no sólo la dimensión comunitaria, sino la vivencia de la misma comunión, como acuerdo libre de voluntades y quereres, como experiencia directa de los lazos que unen, a pesar de las diferencias. Podemos entonces comprobar que es Dios mismo el que no une y nos reúne, que la comunión es fruto de su Espíritu. Crear un espacio donde podemos abrazarnos y compartir con el que piensa y vive distinto, porque no es de mi grupo, de mi clase, de mi parroquia, de mi colegio, de mi raza o de mi religión… y llegar a sentirnos unidos, y concordar en valores y en ideas. Quizás sea más bien un sueño, o una fe en el Espíritu, pero de eso estamos hablando…
 

  1. Oportunidades

 
Cuando vemos todo negro o todo blanco lo más seguro es que necesitemos gafas. Las mismas sombras de las amenazas dejan entrever las luces de las oportunidades. Sin ellas no hay amor posible por este mundo y caeremos en la descalificación constante de lo que ocurra fuera de la comunidad cristiana. Lo más grave de este pesimismo crónico es que se debe a una falta de fe en la presencia y la acción del Espíritu Santo en la Historia.
Detrás de estas oportunidades (y de otras muchas que no hemos seleccionado) está la mano de Dios que va sembrando luz, amor, justicia… más allá de nuestros cálculos y expectativas.
 
3.1. La primacía de lo afectivo-relacional
 

La recuperación de la comunicación personal, donde lo afectivo define la relación, es uno de los gritos que se alzan contra la opresión que la cultura dominante ejerce ante lo íntimo. Los grandes discursos, los compromisos socio-políticos, los sistemas filosóficos que no han respetado a las personas tienen cerca su fin. Hoy pedimos: ante la frialdad, calor humano; ante el compromiso estable, la presencia diaria; ante el futuro, el presente.

 
Quizás sea el rasgo cultural más definitorio de la generación joven. Aunque la crítica posmoderna del olvido de la persona tenga un alcance más amplio, la sed de encuentro y de poder mostrar sus sentimientos es clara entre los jóvenes (lo cual no quiere decir que lo consigan, pero sí que lo buscan). Este rasgo ha modificado significativamente los procesos educativos, donde lo importante no son los contenidos, sino la relación educador-joven. No hay referentes adultos claros y el joven se mueve en un terreno sin suelo firme, por eso necesitan sentirse seguros y acogidos.
La oración tiene que ser un espacio cálido, donde ellos se encuentren a gusto. Dios quiere ser para ellos precisamente esa roca, esos cimientos que les permita sentirse seguros. La oración tiene que ser esa Tienda del Encuentro donde Moisés acudía para hablar con Dios como un amigo habla a otro. Hay que generar espacios y hábitos de amistad real con Jesús, donde contarle en intimidad y en silencio mis cosas, y sentirme querido, acogido, escuchado, comprendido… Seguramente no es la relación que ellos demandan, pero nosotros sabemos que es la fundamental.
Esta relación con Dios en confianza tiene que favorecer y expresarse en las relaciones entre ellos. La música, los cantos (sus cantos), los abrazos, pueden expresarse en la oración con una especial sensación de seguridad. Estamos en un espacio sagrado, que no serio, profundo, que no inexpresivo… Lo que ahí ocurre tiene que ser siempre especial. Es normal que esta conexión con Dios se pierda siempre que introducimos un rito, un gesto que fomente el contacto entre ellos y suponga movimiento o dispersión, sobre todo al principio (por nervios, falta de interiorización, cansancios…). Pero no podemos tener miedo. Hay que ser constantes y volver siempre al sentido de los gestos, no corrigiendo, sino evidenciando lo que Dios hace, dónde estaba en esos momentos… Con el tiempo aprenderemos a conciliar las dos dimensiones, vertical y horizontal, a la hora de expresarnos y compartirnos. Creemos que la vida cristiana no sólo se vive en grupos, sino que es esencialmente comunitaria. Y no olvidemos que la comunidad no es una entelequia, sino una realidadcelebrativa, una fraternidad con lazos afectivos y solidarios entre sus miembros, un amor que se vive y se celebra. Dios es su fuente y la alegría su máxima expresión. ¿Lo podemos recordar cuando celebremos nuestra fe?
 
3.2. La sed de espiritualidad
 

Proliferan entre los adultos muchísimos fenómenos que vienen a sustituir a las religiones tradicionales. La cultura dominante es espiritualmente dañina y cada vez nos encontramos más necesitados de terapias y caminos espirituales alternativos. La matriz de estos fenómenos son las religiones orientales, mucho más tolerantes que las religiones del libro (judaísmo, cristianismo e Islam) y han sido difundidas por la New Age. Las últimas llegadas son, sin duda, las espiritistas y chamánicas de América y África.

 
Cuando los jóvenes nos ven practicar Tai-Chi piensan que estamos ya mayores. Es cierto que hay una identificación de ciertas prácticas de espiritualidad con estar de vuelta de muchas cosas, cansados de la vida o en búsqueda existencial. Parece lógico que los jóvenes no las practiquen… pero no las rechazan. Nos gusten o no, las ofertas espirituales están en las revistas, en las estanterías de librerías y tiendas de discos o en los MCS e invade incluso hasta la publicidad. Dos detalles: ¿Os habéis dado cuenta que para cuidar “el interior” no hay nada mejor que un yogurt de soja o una mortadela de pavo? Hace unos días veo con estupefacción que una famosa actriz americana ha patrocinado la edición de la Biblia en formato revista de moda, con fotografías de lujo y mucho glamour, ¡y de la primera entrega se han vendido 80.000 ejemplares en un mes!
En todo este movimiento hay mucha confusión, algunos aprovechados y mucha, muchísima buena fe de gente que busca. Con sus prácticas los nuevos movimientos han aportado también un enriquecimiento a la espiritualidad cristiana. No olvidemos que los primeros espacios de diálogo con Oriente se abrieron en los países asiáticos por misioneros cristianos de cultura occidental que se pusieron a aprender Zen, Yoga o Vipassana. ¿Qué podemos aprovechar para la oración?
Una de las cosas que nos han recordado es la necesidad de cuidar el ambiente donde la practicamos. Frente a un excesivo racionalismo occidental que ha descuidado los símbolos, desde Oriente nos llegan las modas de velas, sándalos y músicas de relajación. Los antiguos hablaban de la preparación remota y próxima, pero se referían a actitudes mentales, como la tranquilidad, o a tareas muy conceptuales, como la elección del texto de meditación. Creo que podemos hablar también de una preparación ambiental, donde sería interesante ir educando a algunos jóvenes en la participación. Adornar la capilla o la sala puede ser una buena ocasión para prepararme mental y afectivamente a un acontecimiento importante.
La tradición oriental nos ha recordado también la necesidad de superar los discursos racionales donde nos implicamos poco y que nos afectan menos. Con la cabeza elaboramos la realidad, pero no la acogemos. La meditación oriental nos ha aportado la importancia del silencio de la mente; para ello nos invita a conectar con nuestro cuerpo y reconocer las emociones que se reflejan en él. No es nada nuevo: No el mucho saber harta y satisface al alma, sino el gustar de las cosas internamente, decía San Ignacio. Este tesoro común a toda tradición espiritual ha sido puesto de relieve con los nuevos movimientos. Sus posturas y técnicas de relajación bien pueden servir para asentarnos en la oración y poder escuchar a Dios con más disponibilidad y apertura. Mientras más difícil sea entrar dentro de nosotros mismos (por ejemplo, desde nuestras prisas o en la inmadurez), más importante es no entrar demasiado rápido en el tema de la oración y dedicar un tiempo para ir acallando la mente y despertando la conexión con el cuerpo y el corazón.
 

  1. Fortalezas

 
Sin una conciencia clara de las fortalezas no hay posibilidad de cambiar nada. No tendríamos recursos para afrontar la situación del momento presente, por eso son esenciales en cualquier búsqueda de salidas, en todo deseo de conversión y de reforma de algo.
Curiosamente nuestras fortalezas no tienen que ver con el ser poderosos, sino todo lo contrario: somos fuertes porque somos canales e instrumentos de una mano más grande. Y la calidad de la herramienta está en dejar entrever la mano que la trabaja. Por eso somos enanos a hombros de gigantes, que podemos revivir la vida que llenó a la Iglesia y la Historia en otras épocas; somos colaboradores con el mismo Dios en transformar nuestra vida y nuestra sociedad. Esas son nuestras fuerzas.
 
4.1. Una rica tradición sobre la oración
 

Frente a los nuevos movimientos de espiritualidad, la tradición cristiana es rica en maestros y enseñanzas sobre la oración: desde los padres del desierto, los místicos europeos medievales y el siglo de oro español a los más recientes maestros de oración poseemos un tesoro que nos permite asimilar e integrar en su justo término lo que es o no oración cristiana.

 
Ya San Pablo nos recordaba: Examinadlo todo y quedaos con lo bueno (1Tes 5, 21). Pero para saber qué es realmente lo bueno tenemos que acudir a los que nos han precedido en el camino de la oración. Y cuando acudimos a los maestros de la fe nos encontramos con certezas que mueven a la confianza. Por eso fueron siempre bastante dialogantes con las novedades. No olvidemos que muchos de ellos fueron acusados y perseguidos y es que los hombres y mujeres de Dios son inquietantes, porque la experiencia que de él tienen los transforma con fuerza y los vuelve singulares.
¿Qué podemos recordar de lo que nos dicen los maestros?
 

  • La oración es un encuentro con Jesús

Un encuentro entre un tú amoroso y mi yo, entre dos personas desde su libertad y en amor. La oración es un diálogo “desproporcionado”, porque estoy ante el Salvador, el Maestro. Por eso, tenemos que educar que, antes de ponernos a hablar, hay que escuchar. Nuestra palabra tiene que ser más que nada una respuesta. Me sorprende que no tengamos cuidado en usar el TU y el YO cuando compartimos en la oración. En muchas celebraciones hablamos en 3ª persona y opinamos sobre algo… ¡Eso no es un encuentro! Yo estoy con Jesús, él me habla, yo le escucho y luego respondo. El me habla a mí, me llama por mi nombre; yo le respondo como un tú, el tú más importante de mi vida.
 

  • Es un encuentro amoroso

Decía el hermano Roger de Taizé, que Dios solo puede amar. Por eso, si estamos con él a solas, es para sentirnos amados. Tenemos que comprender que el amor es el único espacio de la oración. Solemos tender a ser moralizantes o didácticos en la manera de animar nuestras celebraciones, pero no es el momento: ahora es el momento del encuentro. Cuando Jesús se dirige a nosotros y nos habla, lo hace por amor, incluso cuando nos interpela y nos remueve, porque es la manera de darnos vida. Los muchos encuentros de Jesús en los evangelios pueden ser unas guías perfectas para la oración.
 

  • Con Jesús y su palabra en el centro

Queda claro que nosotros privilegiamos a Jesús por encima de todo. ¿Eso quiere decir que tiene que estar siempre presente? Jesús está siempre presente, porque hagamos lo que hagamos, lo hacemos unidos a él. Pero no lo está como tema. Muchas veces está como fuente. Es importante que nuestra vida concreta sea cada vez más el punto de partida de la oración, porque él es Camino, Verdad y Vida (Juan 14, 6); podemos contemplar las noticias del periódico, celebrar un acontecimiento cercano o acercarnos incluso a palabras de otras tradiciones, pero siempre buscamos vivirlo todo como Jesús lo hubiera vivido. Quizás habría que llenar de contenido la señal de la cruz con la que comenzamos muchas celebraciones: todo yo soy del Señor.
 

  • Hay que entrar en la dimensión espiritual y superar lo meramente intelectual

La oración no es una reflexión sobre textos, porque la re-flexión es un bucle cerrado sobre uno mismo, un mirarse al ombligo, o a las resoluciones más o menos brillantes de mi cabeza. Los animadores de la oración tenemos que ser conscientes, además, de que es lo que tienden a hacer naturalmente los jóvenes (pero también nosotros si no hemos cambiado el chip): pensar y pensar. Hay que cuidar, como hace la meditación, el asentamiento y la consciencia de nuestro cuerpo, para aprender a estar sin pensar, sino escuchando. La música, las imágenes, los gestos o la danza pueden sernos muy útiles en este empeño. El mundo espiritual, además, se nutre especialmente de los símbolos, que bien pueden sustituir a más de un texto.
 

  • Sobran las palabras

Hay que educar en el silencio, quizás lo más contracultural de todo el aprendizaje de la oración. Vivimos inmersos en un miedo profundo al silencio y la soledad. No hemos comprendido que son los grandes aliados de nuestra vida y los seguimos viendo como amenazas; detrás hay una falta de aceptación de nosotros mismos. En la oración el encuentro te va a ir dirigiendo a través del silencio hacia la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora(San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual). Puede que los textos sean necesarios, pero hay que ser prudentes con su uso y saber ir dirigiendo hacia el silencio amoroso como espacio de encuentro.
 
4.2. El Espíritu de Jesús
 

Y detrás de todo este entramado cultural, de situaciones históricas y dificultades eclesiales, está la presencia del Espíritu que Jesús nos entregó. Ahora que nos sentimos más débiles, no podemos pensar que nuestra fortaleza es la institución, que es muy humana, sino el Espíritu, que es divino. Esta fe renovada y esperanzada tiene que ser el motor también de la renovación de la vida de oración.

 
Entre los muchos frutos y dones del Espíritu, la oración constituye uno de los más preciosos. Sin el Espíritu la oración no tiene sentido. ¿Cómo podríamos escuchar a Dios, nosotros que somos humanos? ¡Cada espacio de encuentro con el Absoluto es un verdadero milagro! Y esto no lo podemos olvidar, aunque hayamos rezado muchas veces. Identificamos la acción del Espíritu Santo con lo extraordinario, y creo que no es del todo correcto. Tenemos que familiarizarnos con la intervención cotidiana, pequeña, cercana de Dios en nuestras vidas y en nuestras comunidades. Lo repito: ¡cada oración es un milagro!
Si la oración es don de Dios, tenemos que recordar, como hizo S. Ignacio de Loyola, que hay que pedirla. Y esta petición no puede ser rutinaria ni ritual: para entrar en la casa hay que llamar a la puerta y, la puerta de la oración es pedir la gracia de estar en la presencia de Dios y de escuchar su palabra. Se pueden usar muchas formas para hacerlo: desde oraciones de la tradición (Señor, Tú que estás en lo profundo de mi corazón, enséñame a escucharte en lo profundo de mi corazón… Talmud) hasta canciones meditativas que piden el don de la oración.
Pero no basta solo con entrar por la puerta pidiendo la gracia; hay que salir por ella dando gracias, para que la oración no sea de mi propiedad. Cuidar la entrada y la salida de las celebraciones es muy importante para aportar sentido a lo que hacemos.
Si el Espíritu es el sujeto de toda oración hay que educar también a escuchar lo que él suscita en nosotros. Educar esta sensibilidad espiritual no es fácil porque contamos con un déficit cultural que ya analizamos en las amenazas, pero habría que plantearse al menos estos dos objetivos: adquirir la sensibilidad para descubrir lo que se mueve por dentro y desarrollar la capacidad para discernir las mociones que vienen realmente del Espíritu. La primera destreza hay que educarla en los mismos espacios de oración; la segunda, en el acompañamiento.
Por último, dejar que el Espíritu asuma el liderazgo que le pertenece supone aprender como animadores los ritmos y los principios de su acción. Si aceptamos que Dios mismo está actuando, no tendremos las mismas prisas y preferencias que habitualmente; eso es seguro. Cuando escuchamos al Espíritu nos volvemos más lentos con las personas y más diligentes con el Reino de Dios y su justicia; nos movemos para estar más cerca de los excluidos y sabemos que lo pequeño y lo pacífico saben a Dios. Abandonamos la búsqueda inmediata de resultados, los cambios acelerados, las excusas para intervenir o los deseos de hacer carrera.
 
Conclusiones
 
Pensar en las claves para orar y celebrar con jóvenes no es fácil.
En primer lugar porque trasciende la mera práctica de la oración y no podemos pretender abordar este empeño sólo en la capilla. Es un esfuerzo que empieza mucho más lejos, mucho antes. Como hemos visto en estas páginas, la oración es contracultural y eso implica que vivirla supone un esfuerzo por ir contra la corriente.
La iniciación a la oración, además, no es un adiestramiento para poder aprovechar mejor las celebraciones puntuales: es un aprendizaje de una forma de vida, basada en la escucha atenta de Dios, que pasa por la autoconciencia de uno mismo y el cultivo del silencio como condiciones necesarias. Más importante aún que aprender a orar es aprender a ser orantes.
Por último, la oración supone entrar en un espacio donde yo no dirijo la situación, es un soltarse y dejarse guiar por Dios y su Espíritu. El camino de la oración se sabe dónde empieza, pero no dónde acaba. Si la Iglesia fuera orante, sería distinta, seguramente. Intuimos que más evangélica y ese déficit de oración es el que nos impulsa a plantearnos la urgencia de iniciar en ella a los más jóvenes.
Espero que estas palabras hayan iluminado la tarea.
 

JOSÉ MARÍA ALVEAR

 
Para una mejor comprensión de las tareas que engloba la interiorización y de algunas propuestas educativas para conseguirlas se puede leer mi artículo Blancanieves y los siete enanitos, Misión Joven 369, octubre 2007, 25-32.49.
Para una iniciación a la oración más sistemática dirigida a jóvenes y adultos se puede trabajar con mi libro de próxima aparición, Ante ti. El camino de la oración, Interioridad y Personalización 4, Ediciones PPC, Madrid.