Hace muchos años, vivía en el nordeste de Brasil un matrimonio muy pobre, cuya única posesión era una gallina. Con mucho esfuerzo, vivían de los huevos que ésta ponía. Sucede que, el día de Nochebuena, el animal murió. El marido, que sólo tenía unos pocos centavos, lo que no bastaba para comprar alimentos para la cena de aquella noche, fue a pedir ayuda al párroco de la aldea.
En lugar de ayudar, el párroco se limitó a comentar:
—Si Dios cierra una puerta, abre una ventana. Ya que tu dinero no llega para casi nada, ve al mercado y compra lo primero que te ofrezcan. Yo bendigo esa compra y, como en Nochebuena suceden milagros, algo en tu vida cambiará para siempre.
Aun sin estar convencido de que aquélla era la mejor solución, el hombre fue al mercado; un comerciante lo vio caminando sin rumbo y le preguntó qué buscaba.
—No lo sé. Tengo poquísimo dinero, y me ha dicho el padre que compre lo primero que me ofrezcan.
El comerciante era riquísimo, pero aun así nunca dejaba pasar una oportunidad de lucrarse. Inmediatamente cogió las monedas, garabateó algo en un papel, y se lo entregó al hombre:
—¡El padre tiene razón! Como siempre he sido un hombre bueno, te estoy vendiendo mi sitio en el Paraíso, en este día de fiesta. ¡Aquí está la escritura!
El hombre cogió el papel y se alejó, mientras el comerciante se henchía de orgullo por haber cerrado otro excelente negocio. Aquella noche, mientras se preparaba para la cena en su casa llena de sirvientes, le contó la historia a su mujer, creyendo que gracias a su capacidad de pensar rápido, había conseguido hacerse tan rico.
—¡Qué vergüenza! —dijo la mujer. ¡Actuar de esa forma el día del nacimiento de Jesús! ¡Ve a casa de ese hombre y trae de nuevo el papel, o no vuelves a poner los pies en esta casa!
Asustado con la furia de su esposa, el comerciante decidió obedecer. Después de mucho indagar, al fin encontró la casa del hombre. Al entrar, vio al matrimonio sentado a una mesa que no tenía más que aquel papel encima.
—He venido hasta aquí porque he actuado de forma equivocada —dijo. Aquí tiene su dinero; devuélvame lo que le vendí.
—Usted no ha actuado de forma equivocada —replicó el pobre. Yo he seguido el consejo del padre y sé que tengo algo bendito.
—No es más que un papel: ¡nadie puede vender su sitio en el Paraíso! Si lo desea, le pago el doble de lo que usted me dio por él.
Pero el pobre no quería venderlo, pues creía en los milagros. Poco a poco, el hombre fue subiendo su oferta, hasta llegar a las diez monedas de oro.
—No me servirá de nada —dijo el pobre. Tengo que darle una vida más digna a mi mujer, y para eso hacen falta cien monedas de oro. Ése es el milagro que espero en esta Nochebuena.
Desesperado, sabiendo que si se retrasaba un poco más, nadie comería en su casa ni asistiría a la Misa del Gallo, el hombre acabó pagando las cien monedas y consiguió recuperar el papel. Para el matrimonio que era tan pobre, el milagro se había hecho. Para el comerciante, lo que su esposa le había pedido se había cumplido. Pero ésta estaba llena de dudas: ¿había sido demasiado dura con su marido?
Cuando hubo terminado la Misa del Gallo, fue a hablar con el párroco y le contó la historia.
—Padre, mi marido encontró a un hombre a quien usted le había sugerido que comprara lo primero que le ofrecieran. Intentando ganar un dinero fácil, escribió en un papel que le vendía su sitio en el Paraíso. Yo le dije que no cenaría en casa si no volvía con el papel, y al final tuvo que pagar cien monedas de oro para recuperarlo. ¿Fui demasiado lejos? ¿Cuesta tanto un sitio en un paraíso?
—En primer lugar, tu marido ha demostrado generosidad en el día más importante de la vida cristiana. En segundo lugar, él ha sido el instrumento de Dios para que se realizase un milagro. Pero para responder a tu pregunta: cuando vendió su sitio en el cielo por unos pocos centavos, no pedía el precio que vale. Pero cuando decidió volver a comprárselo por cien monedas, sólo para alegrar a la mujer que ama, te puedo garantizar que vale mucho más que eso.
Paulo Coelho
Magazine del Mundo, 11 de diciembre de 2005