Un mundo mejor para todos

1 septiembre 2000

La globalización que nos invade pide a los educadores de jóvenes y a los mismos jóvenes que tomemos conciencia de lo que pasa a nuestro lado y descubramos los hilos que tejen la mara­ña mundial. En ese sentido puede servirnos la opinión de Joaquín Estefanía que desde la sec­ción de Economía de «El País» (9.7.2000) hablaba de Los organismos contra la pobreza. Decía así:
«En los últimos meses, varias de las principales organizaciones internacionales han dado un cierto giro, al menos teórico, en sus preocupaciones y comienzan a hablar de la pobreza. No es para menos: el incremento de la pobreza y de las desigualdades en el mundo, sobre todo en los últimos veinte años (los de hegemonía de la revolución conservadora), es tan espectacular que amenaza con deslegitimar todo el proceso de globalización y hasta el paradigma de la nueva economía.
Los datos recién conocidos del último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) son suficientemente explícitos: unos 1.200 millones de personas sobreviven cada día con menos de un dólar; la riqueza combinada de las 200 personas más ricas del mun­do ascendió a un billón de dólares en 1999, diez veces más que la suma de los ingresos de 582 millones de habitantes de los 43 países menos desarrollados; los 48 países menos desarrollados atrajeron un nivel de inversión extranjera directa inferior al 0,4% del total. Según otro informe, esta vez del Banco Mundial, el África subsahariana, excluyendo Suráfrica, tienen menos carre­teras que Polonia, menos de un quinto de la población tiene electricidad, uno de cada cinco africanos vive en un país en guerra y la mayoría vive a dos horas del teléfono más próximo; el ni  el de vida del subcontinente era en ese momento más bajo que a finales de los años sesenta.
Hace unos días, cuatro organismos multilaterales, la ONU, OCDE, Banco Mundial y FMI presentaban en Ginebra un documento conjunto, titulado Un mundo mejor para todos, en el que afirmaban que «la pobreza, en todas sus formas, es el mejor desafío para la comunidad inter­nacional», y urgían a los países ricos a reducir la pobreza a la mitad de aquí al año 2015, no só­lo porque el mundo será así mejor, sino porque «será más seguro». Es decir, se trataba de una respuesta egoísta, pero menos da una piedra. Para reducir la miseria «no basta con el creci­miento económico»; hay que invertir en educación y sanidad.
La pobreza y las desigualdades no son un fenómeno natural, sino el fruto de políticas eco­nómicas equivocadas, o corruptas, o defensoras de los intereses de los más poderosos. Esas po­líticas son instrumentadas por los gobiernos nacionales, pero en muchos casos han sido reco­mendadas por las instituciones que ahora denuncian esos abusos del sistema (…).
Según el economista Stiglitz, en teoría el FMI apoya a las instituciones democráticas de los países a los que ayuda; en la práctica, socava el proceso democrático al imponer su política. Habrá que seguir de cerca si la buena nueva de la autocrítica de los organismos multilatera­les, cuyo primer financiador es EEUU, es auténtica o la lucha contra la pobreza es sólo un ins­trumento de propaganda más».
Esto es lo que opina el comentarista económico. ¿Cómo lo vemos nosotros? ¿Qué hacemos para seguir descubriendo estos entresijos que al final tanto nos afectan? Como educadores y como jóvenes tenemos la obligación de enterarnos y de dar una respuesta.

CUADERNO JOVEN

 

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