Monseñor José Ignacio Munilla
Obispo de San Sebastián
Obispo responsable del Departamento de Pastoral de Juventud, CEAS
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Monseñor Munilla, en este artículo, se propone releer lo acontecido en la JMJ a la luz de la fe y hacer algunas propuestas. Sobre el primer punto destaca la labor incansable del Espíritu en la obra de la evangelización, la centralidad de Jesucristo en la propuesta pastoral y la alegría que brota de la fe. En el capítulo de las propuestas, el obispo de San Sebastián, apuesta por una formación profunda en los fundamentos de la fe y por el acompañamiento espiritual.
Comienzo pidiendo perdón por la premura y la brevedad con las que escribo estas líneas, a la vez que agradezco la ocasión que me brindáis de compartir con todos vosotros algunas impresiones, reflexiones e intuiciones, maduradas tras la JMJ.
He de adelantar que no pretendo que mis palabras tengan un tenor de evaluación de esa semana inolvidable que vivimos en Madrid; entre otras cosas, porque me extralimitaría en mis competencias. En efecto, como todos sabéis, la responsabilidad de la organización de la JMJ ha corrido a cargo de la Archidiócesis de Madrid; mientras que el cometido del Departamento de Juventud ha sido la coordinación de la peregrinación de la Cruz, otras iniciativas de cara a la animación de las diócesis hacia la JMJ, y sobre todo, lo referente a la acogida a los peregrinos que llegaban en los días previos a nuestras diócesis. La pretensión de este artículo es mucho más sencilla, y está por encima de las competencias pastorales. Se trata de compartir el gozo vivido, de “releer” lo acontecido a los ojos de la fe, y de hacer alguna propuesta.
Un regalo del Cielo
En las semanas posteriores a la JMJ, cuantos estamos implicados en la Pastoral Juvenil española, hemos escuchado y realizado muchos comentarios y valoraciones sobre diversos aspectos logísticos del encuentro: el alojamiento, los voluntarios, la comida, las inscripciones, el transporte, la seguridad, el recinto de Cuatro Vientos, el agua, la megafonía, las pantallas, etc. Sin duda alguna, todo esto tiene su importancia, y como decía al comienzo, necesitará ser evaluado con la finalidad de aprender, tanto de los fallos como de los aciertos… Sin embargo, creo que ahora es el momento de realizar una lectura teológica-pastoral: ¡La JMJ ha sido un regalo del Cielo! Lo más impresionante es comprobar cómo el Espíritu Santo sigue llevando adelante la obra de Evangelización de la Iglesia, “sirviéndose” de nuestros aciertos pastorales, e incluso “reaprovechando” nuestros errores y equivocaciones…
Entre los muchos testimonios que podría comentar, rescato un ejemplo concreto: Desde nuestra Diócesis de San Sebastián peregrinaron a la JMJ diez reclusos de la prisión de Martutene, acompañados por voluntarios de la pastoral penitenciaria y por algunos funcionarios del centro. Me contaban quienes acompañaron a los reclusos en esta experiencia, que las circunstancias en medio de las cuales se había desarrollado su peregrinación habían sido realmente duras: calor intenso, descanso precario, grandes distancias de desplazamiento… Cinco de los diez reclusos llegaron a estar tumbados en el suelo de Cuatro Vientos, por motivo de severas lipotimias… Quienes les acompañaban llegaron a pensar que tantas limitaciones y condicionamientos negativos llegarían a hacer imposible una experiencia de gracia y una conclusión gozosa del encuentro.
Pues bien, para contraste de nuestros temores, transcribo la carta publicada el 23 de agosto por estos diez presos tras su regreso a la prisión. Al leerla, es obvio concluir que la acción del Espíritu Santo no sólo se sirve de los medios humanos, sino que también los trasciende:
“El 26 de septiembre de 2010, acompañados por nuestro Obispo, acogimos en el Centro Penitenciario de Martutene, la Cruz y el Icono de la JMJ. En la homilía D. José Ignacio, invitó a la Pastoral Penitenciaria a organizar una peregrinación a la JMJ con aquellos internos que quisieran y pudieran asistir. En ese momento, nos pareció un sueño inalcanzable y lejano. Pero Dios hace posible lo imposible y con la ayuda del Obispo y las facilidades de la Dirección del Centro Penitenciario, el 20 de agosto salió para Madrid un autobús con 20 peregrinos, 10 de ellos internos/as.
En el autobús, expectantes e ilusionados, después de rezar las laudes y de encomendarnos a María, recibimos las credenciales para asistir al encuentro: sentimos que por unos días no íbamos a ser considerados comos presos sino como unos peregrinos más, llenos de fe en Cristo y ansiosos por ver y escuchar al Papa Benedicto XVI.
La tarde/noche de ese mismo día, nuestro deseo se hizo realidad en el aeródromo de Cuatro Vientos. Fue especialmente emocionante contemplar cómo eran portadas por jóvenes de distintas naciones la Cruz y el Icono, que meses antes habían visitado la Prisión de Martutene y que habíamos tocado y besado con verdadera fe y que en esa noche iban a presidir la vigilia de oración. Expresar todo lo que sentimos es casi imposible: casi dos millones de jóvenes llenos de fe en Cristo, alegres, ilusionados, fervorosos… ¡cómo acogimos al Papa, cuando se hizo presente! A pesar de las inclemencias del tiempo no podemos olvidar las tiernas palabras del Papa: «no temáis», «el Señor nos protege», «este sacrificio no es en vano»… Un silencio, respeto y oración se adueñó de todos nosotros cuando la custodia, con Jesús sacramentado, fue adorada y venerada por el Santo Padre. Después, con ilusión renovada, muchos de nosotros acudimos a la tienda del Encuentro para seguir acompañando con nuestra presencia y oración, a Jesús presente en la custodia. Algunos aprovechamos la gracia de recibir el Sacramento de la Confesión. Después a descansar para celebrar el domingo con el Papa la misa de envío del encuentro. Muchos de nosotros no pudimos conciliar el sueño por la emoción que nos embargaba… ¡nos sentíamos libres! Pasamos la noche contemplado las estrellas y «levantando los ojos y el corazón al cielo para rezar», como nos dijo más tarde el Papa, tratando de poner orden a tanta novedad y emoción. La suerte estuvo de nuestra parte y antes de comenzar la celebración eucarística pudimos ver al Papa a pocos metros en la parcela que nos encontrábamos. Llenos de entusiasmo y firmes en la fe nos recogimos en oración con los demás jóvenes y celebramos la eucaristía. Resumir todo lo que nos dijo el Papa es imposible, pero en nuestro corazón resuena el eco de algunas de sus palabras: «Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone».
La noche del domingo pernoctamos en la Casa de Espiritualidad de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana en Collado Villalba. Más relajados y tranquilos compartimos lo que hasta ese momento habíamos vivido en la JMJ. Al día siguiente celebramos la eucaristía presidida por nuestro Capellán, P. Luís Miguel Medina, en una de las capillas de la Casa dando gracias a Dios por tanto bien recibido y preparándonos para vivir por la tarde el encuentro vocacional neocatecumenal en la plaza de la Cibeles. En las horas previas al encuentro, fue impresionante ver a miles de jóvenes de todo el mundo diseminados por el centro de Madrid, orando en la catedral de la Almudena, cantando y danzando por las calles al son de cantos bíblicos, contagiando alegría evangélica. Ya por la tarde junto a más de doscientos mil jóvenes, Cardenales y Obispos de todo el mundo, participamos en el encuentro vocacional. Enseguida nos contagiamos de su fe, fervor, alegría y decisión para entregar lo mejor de nuestras vidas a Jesús y a la Iglesia. ¡Cuántas familias cristianas!, ¡Cuántos jóvenes comprometidos!… ¡no teníamos ni idea de que esto era así! repetíamos unos y otros.
Todo lo bueno acaba. Sabíamos que teníamos que retornar a Martutene pero ya no éramos los mismos, algo había cambiado en nuestras vidas para siempre: la fe en Cristo. Pero las palabras de nuestro Obispo en el encuentro vocacional; «La fuerza es del Señor. Nosotros seamos instrumentos suyos, que Él lo puede todo» nos ayudaron a no decaer en nuestro ánimo al volver a la prisión y para transmitir en la cárcel lo vivido en Madrid durante esos días.
Gracias a todos los que habéis hecho realidad este sueño de vivir la JMJ y a todos los que nos habéis acompañado de cerca o de lejos, a través de vuestra oración, para que todo saliera bien. «Dios saca bienes de todo» (Benedicto XVI), así lo hemos sentido y vivido”.
Es decir, no hay proporción entre la “calidad” de los medios humanos y el “resultado” final, fruto de la acción del Espíritu Santo. Con esto no quiero insinuar que no haya que cuidar y discernir los medios de cara a la eficacia pastoral -de hecho, la propia JMJ se ha manifestado como un medio pastoral de primer orden para nuestro tiempo-, sino que pretendo destacar aquello que el Señor nos quiere mostrar una y otra vez, en la vida de la Iglesia, y que leemos en el Salmo 126: “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas”…
Recuerdo que al concluir la Vigilia de Cuatro Vientos, en la que vivimos aquel momento de “desconcierto” provocado por la tempestad, seguido de una especie de “cenit de gloria” de la JMJ, en la adoración eucarística; no pude por menos de comentar con los obispos que me acompañaban: “A Dios le cuesta lo mismo meter un gol sirviéndose del talento de Messi, que mediante un jugador con estrabismo y el tobillo roto”.
Centralidad de Jesucristo
Una segunda constatación de la experiencia vivida en esta JMJ, es la autenticidad del cristocentrismo sobre el que Juan Pablo II quiso fundamentar desde sus inicios esta genuina herramienta de la pastoral juvenil. Las reticencias de algunos sectores sobre la JMJ, a la que tildaban de “papalatría”, “pastoral triunfalista”, “fuegos de artificio”, etc., se han demostrado nuevamente como inconsistentes. Lo cierto es que la imagen transmitida al mundo, y grabada de forma indeleble en el corazón de quienes allí estuvimos presentes, es la centralidad de Jesucristo, significada especialmente en la adoración eucarística. El silencio conmovedor de aquellos dos millones de jóvenes adoradores, fue un silencio elocuente que sugirió la presencia de Alguien en medio de aquella asamblea. Aquel recogimiento tenía que tener una causa, una presencia que lo explicase. Los ojos de aquella inmensa asamblea fijos en la Eucaristía, eran el SIGNO que el mundo necesitaba ver, para reconocer que Cristo vive y habita en su Iglesia.
En una lectura demasiado ligera, incluso en el seno de la Iglesia, algunos habían juzgado que iniciativas como la JMJ sólo sirven para entusiasmar a los convencidos, y para encrespar más todavía a los contrarios… Sin embargo, pienso que una mirada más profunda nos ayuda a ver las cosas mucho más matizadas. Y como dicen que “para muestra un botón”, ahí tenemos el caso tan divulgado y significativo de Mario Vargas Llosa (cuya trayectoria laicista y anticlerical es sobradamente conocida), quien en un brillante artículo publicado en el diario El País (28-8-11), con el título de “La fiesta y la cruzada”, dejaba patente que el “signo” de la JMJ había tenido más efecto de lo que muchos hubiesen podido suponer. Transcribo algunos de los párrafos:
“Hay dos lecturas posibles de este acontecimiento, que EL PAÍS ha llamado «la mayor concentración de católicos en la historia de España». La primera ve en él un festival más de superficie que de entraña religiosa, en el que jóvenes de medio mundo han aprovechado la ocasión para viajar, hacer turismo, divertirse, conocer gente, vivir alguna aventura, la experiencia intensa pero pasajera de unas vacaciones de verano. La segunda la interpreta como un rotundo mentís a las predicciones de una retracción del catolicismo en el mundo de hoy, la prueba de que la Iglesia de Cristo mantiene su pujanza y su vitalidad, de que la nave de San Pedro sortea sin peligro las tempestades que quisieran hundirla.(…)
Durante mucho tiempo se creyó que con el avance de los conocimientos y de la cultura democrática, la religión, esa forma elevada de superstición, se iría deshaciendo, y que la ciencia y la cultura la sustituirían con creces. Ahora sabemos que esa era otra superstición que la realidad ha ido haciendo trizas. Y sabemos, también, que aquella función que los librepensadores decimonónicos, con tanta generosidad como ingenuidad, atribuían a la cultura, esta es incapaz de cumplirla, sobre todo ahora. Porque, en nuestro tiempo, la cultura ha dejado de ser esa respuesta seria y profunda a las grandes preguntas del ser humano sobre la vida, la muerte, el destino, la historia, que intentó ser en el pasado, y se ha transformado, de un lado, en un divertimento ligero y sin consecuencias, y, en otro, en una cábala de especialistas incomprensibles y arrogantes, confinados en fortines de jerga y jerigonza y a años luz del común de los mortales.
La cultura no ha podido reemplazar a la religión ni podrá hacerlo, salvo para pequeñas minorías, marginales al gran público. La mayoría de seres humanos solo encuentra aquellas respuestas, o, por lo menos, la sensación de que existe un orden superior del que forma parte y que da sentido y sosiego a su existencia, a través de una trascendencia que ni la filosofía, ni la literatura, ni la ciencia, han conseguido justificar racionalmente. Y, por más que tantos brillantísimos intelectuales traten de convencernos de que el ateísmo es la única consecuencia lógica y racional del conocimiento y la experiencia acumuladas por la historia de la civilización, la idea de la extinción definitiva seguirá siendo intolerable para el ser humano común y corriente, que seguirá encontrando en la fe aquella esperanza de una supervivencia más allá de la muerte a la que nunca ha podido renunciar. Mientras no tome el poder político y este sepa preservar su independencia y neutralidad frente a ella, la religión no sólo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática”.
La alegría de la fe
Otra gran certeza que hemos redescubierto los participantes de la JMJ de Madrid, es la potencialidad que se encierra en la alegría que brota de la fe. En una cultura gravemente herida por la desesperanza, la vivencia de la alegría como virtud (y no como mero estado de ánimo pasajero), llega a ser auténticamente interpelante.
Los ecos de la experiencia vivida junto a los peregrinos, tanto en los días previos en las diócesis, como durante el encuentro de Madrid, dan referencia de la importancia del testimonio de la alegría de la fe, como signo de esperanza. Recuerdo que en la anterior JMJ en Australia, paseando con un grupo de jóvenes españoles por las calles de Sydney, nos paró un matrimonio para preguntarnos con cierta curiosidad: “¿Ustedes, los católicos, son siempre tan alegres?”…
Es patente que nuestra sociedad española se ha entristecido en la medida en que se ha secularizado… Nuestros mayores suelen darnos fe de ello, cuando nos cuentan la felicidad con la que vivieron situaciones muchísimo más precarias que las nuestras. Por ello, la Nueva Evangelización tiene que ir necesariamente de la mano de la recuperación de la alegría.
Decía el escritor y filósofo francés Henri Bergson que la alegría es signo de que la vida ha triunfado. Desde la perspectiva luminosa de la Cruz de Cristo resucitado, podemos añadir que lo contrario de la alegría no es el sufrimiento, sino la desesperanza. Existen razones para la alegría en medio de los sufrimientos de la vida, como lo han testimoniado los jóvenes de la JMJ.
Una formación profunda en los fundamentos de la fe
Otra gran intuición nacida de esta JMJ es la necesidad de apostar en la pastoral juvenil por una formación profunda en los fundamentos de nuestra fe. La numerosa asistencia y la participación activa de los jóvenes en las catequesis impartidas por los obispos, además de la invitación del Papa a estudiar en profundidad el YouCat que se nos introdujo en la mochila de peregrino, es un buen testimonio de esta llamada a la formación.
Estamos ante una de las intuiciones principales de este pontificado del Papa Benedicto XVI, que se ha caracterizado por su denuncia profética frente a la dictadura del relativismo, y por su continua invitación a que seamos buscadores de la Verdad, adoradores de la Verdad, y servidores de la Verdad.
El mensaje que el Papa dirigió en El Escorial a los jóvenes profesores universitarios (19-8-11), fue, tal vez, el discurso en el que más incidió en la importancia de procurar una buena formación. Transcribo algunas de sus reflexiones, de las que cabe subrayar especialmente la convicción agustiniana (“conocer para amar, y amar para conocer”):
“Por tanto, os animo encarecidamente a no perder nunca dicha sensibilidad e ilusión por la verdad; a no olvidar que la enseñanza no es una escueta comunicación de contenidos, sino una formación de jóvenes a quienes habéis de comprender y querer, en quienes debéis suscitar esa sed de verdad que poseen en lo profundo y ese afán de superación. Sed para ellos estímulo y fortaleza.
Para esto, es preciso tener en cuenta, en primer lugar, que el camino hacia la verdad completa compromete también al ser humano por entero: es un camino de la inteligencia y del amor, de la razón y de la fe. No podemos avanzar en el conocimiento de algo si no nos mueve el amor; ni tampoco amar algo en lo que no vemos racionalidad: pues “no existe la inteligencia y después el amor: existe el amor rico en inteligencia y la inteligencia llena de amor” (Caritas in veritate, n. 30). Si verdad y bien están unidos, también lo están conocimiento y amor. De esta unidad deriva la coherencia de vida y pensamiento, la ejemplaridad que se exige a todo buen educador.
En segundo lugar, hay que considerar que la verdad misma siempre va a estar más allá de nuestro alcance. Podemos buscarla y acercarnos a ella, pero no podemos poseerla del todo: más bien, es ella la que nos posee a nosotros y la que nos motiva. En el ejercicio intelectual y docente, la humildad es asimismo una virtud indispensable, que protege de la vanidad que cierra el acceso a la verdad. No debemos atraer a los estudiantes a nosotros mismos, sino encaminarlos hacia esa verdad que todos buscamos. A esto os ayudará el Señor, que os propone ser sencillos y eficaces como la sal, o como la lámpara, que da luz sin hacer ruido (cf. Mt 5,13-15).
Todo esto nos invita a volver siempre la mirada a Cristo, en cuyo rostro resplandece la Verdad que nos ilumina, pero que también es el Camino que lleva a la plenitud perdurable, siendo Caminante junto a nosotros y sosteniéndonos con su amor. Arraigados en Él, seréis buenos guías de nuestros jóvenes”.
Acompañamiento espiritual
Finalmente, me atrevo a proponer una invitación práctica para la post JMJ: ¡acompañamiento espiritual personal a cada joven! De forma semejante a como en el corazón humano se acompasan los dos movimientos de sístole y diástole, así también en la pedagogía de la pastoral juvenil han de compaginarse el movimiento de apertura a la universalidad (representado en los grandes encuentros que abren nuevos horizontes en nuestra vida), con el camino de interiorización personal de cada uno de los seguidores de Jesucristo.
El acompañamiento espiritual, también llamado “dirección espiritual” –que, obviamente, puede ser llevado a cabo de diversas formas-, preserva la pastoral juvenil de muchos peligros. Existe un riesgo real de que en la vida espiritual de los jóvenes no se terminen de consolidar los avances conseguidos en determinados momentos de gracia (caso de la JMJ). Puede ocurrir, incluso, que la vida espiritual de un joven se reduzca a un continuo devenir fluctuante: calentones y enfriamientos, subidones y bajones espirituales… Por el contrario, el acompañamiento espiritual en la vida de los jóvenes supone un paso de gigante, por el hecho de que se muestra como un instrumento de estabilidad, consolidación y discernimiento en la vida espiritual.
La oportunidad que tras la JMJ se abre en las delegaciones diocesanas de pastoral juvenil, en los movimientos y en la pastoral de la escuela católica, es muy importante. ¡Sería imperdonable si nos quedásemos de brazos cruzados, en vez de subirnos a la tabla de surf, aprovechando la fuerza de la ola!
En medio de nuestro contexto fuertemente laicista y anticlerical, tenemos una ocasión de oro para descubrir a nuestros jóvenes el corazón maternal de la Iglesia, visualizado en la JMJ. La Iglesia ama a los jóvenes y se preocupa por llegar a ellos, sirviéndose de los parámetros culturales que ellos entienden.
El Papa Benedicto XVI ha dado un testimonio encomiable ante el mundo y muy especialmente ante los jóvenes, y no sólo por el esfuerzo que ha realizado a su avanzada edad, sino porque le hemos percibido desde el primer momento, disfrutando personalmente de la JMJ. A imagen del corazón del ardiente Pablo de Tarso, quien dijo: “Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos”. (1 Cor 9, 22); así también el anciano sucesor de San Pedro, bien podría haber afirmado: “Me he hecho joven con los jóvenes, para ganar a los jóvenes. Me he hecho todo a todos, para intentar salvarlos a todos”.
+ Monseñor José Ignacio Munilla