Una enfermedad cultural

1 septiembre 1999

No perdamos el tiempo…
Debemos inquietarnos por curar las simientes,
por vendar corazones y escribir el poema
que a todos contagie.
Y crear esa frase que abrace todo el mundo;
los poetas debiéramos arrancar las espadas,
inventar más colores y escribir padrenuestros.

Poetas, no perdamos el tiempo, trabajemos,
que al corazón le llega poca sangre.
 
GLORIA FUERTES
 
 

       Competencia y fracaso

 
Esta nuestra sociedad competitiva y consumista, que manipula descaradamente los deseos de las personas y provoca continuas expectativas artificiales, se mueve con frecuencia al ritmo de aldabonazos a los que, por desgracia, suele seguir el pánico y la huida.
Algo parecido sucede con el fenómeno de la violencia juvenil. No hace mucho, Francia temblaba —así rezaban unánimemente los titulares de la prensa— ante los miles de adolescentes y jóvenes dedicados a quemar coches, lanzar piedras contra las fuerzas del orden o provocar todo tipo de disturbios callejeros.
Aún están en la retina de muchos de nosotros las imágenes de la masacre de estudiantes en Denver: tres jóvenes mataron a 25 personas, a la par que colocaban 30 bombas de fabricación casera en el instituto donde habían estudiado.
Por estos pagos, a Dios gracias, ni tan siquiera hemos tenido jaleos semejantes a los provocados en Francia. Pero, ya se sabe, contemplando las barbas del vecino… Y asociaciones de padres y profesores, jueces y fiscales, policías, psicólogos y pedagogos, sociólogos… alzan la voz solicitando que se tomen medidas.
 
 

            Fascinación por la violencia

 
No es fácil encontrar medidas… Antes de nada, porque no es mirando a los adolescentes y jóvenes violentos como se ve el auténtico rostro del problema. Hay que poner la vista en esta nuestra sociedad agresiva para darnos cuenta que la fascinación por la violencia se ha convertido en una enfermedad cultural.
Hemos instaurado y bendecido actitudes depredadoras y pautas de comportamiento agresivas, donde el éxito individual prevalece por encima de todo.
Los niños y adolescentes crecen alimentados por la violencia del cine, de la televisión y del resto de los medios de comunicación social. Por más que sea difícil establecer científicamente una perfecta correlación, no hay que ser muy sagaces para imaginar los efectos de tantas muertes en pantalla o de los triunfos sembrados de trampas y traiciones, cuando no con asesinatos y crímenes violentos.
 
 
            ¿Violentos o violentados?
 
Quizás sea la pregunta primera y más elemental que debamos hacernos ante la violencia con rostros de adolescentes y jóvenes.
El «eclipse de la familia» o su desestructuración y las consiguientes deficiencias en la socialización primaria, la carencia de modelos y maestros o unas escuelas incapaces de enseñar a vivir, con porcentajes de fracaso que aumentan de año en año, el horizonte del paro… son terreno más que abonado para que broten las más raras y malignas hierbas.
Aún podríamos considerar la perspectiva más dramática de los niños, adolescentes y jóvenes maltratados, sobre los que se ejerce una violencia directa que, en muchos casos, les transforma rápidamente de sujetos pacientes en amargos agentes de la misma.
 
 
            El curso de un nuevo siglo…
 
Así que, con la voz de la poetisa, «no perdamos el tiempo, ocupémonos de curar simientes, vendar corazones, inventar más colores y escribir padrenuestros como poemas capaces de contagiar a todos».
Nos espera «el curso de un nuevo siglo» para plantar cara, en primer lugar, al esclavizante sistema liberal-capitalista que asfixia el sentido, embota la sensibilidad y mata la utopía. Nos espera también una educación que sea capaz de encarar el problema de la vida, de enseñar a las nuevas generaciones en qué consiste ser personas humanas. Nos espera, en fin, convivir, esto es, compartir con los adolescentes y jóvenes espacios, tiempos y valores para recrear la vida.
A todos nos espera y contempla, siempre, un rostro de Amor, con los brazos abiertos y el perdón incondicional en los labios. ¡Ojalá que nuestra vida lo haga más visible!
¡Feliz curso del nuevo siglo!

José Luis Moral