UNA TENDENCIA ACTUAL: LA ESPIRITUALIDAD SIN DIOS

1 noviembre 2009

Jesús Rojano Martínez es director del Centro Juvenil Paseo y profesor en el Instituto Superior de Pastoral y en el CES Don Bosco de Madrid.

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor comienza el artículo afirmando que hay una gran inquietud por la espiritualidad. Buscando la palabra espiritualidad en google recibimos mucha información; la mayor parte de ella puede ser calificada como espiritualidad sin Dios. Hay una gran necesidad espiritual y muchas personas buscan fuera de las Iglesias. ¿Qué está pasando? ¿Qué preguntas nos plantean esta búsqueda? El autor afirma que quizás lo que muchas personas rechacen es un rostro deformado de Dios. Por eso propone un camino pastoral para limpiar este rostro, para que resplandezca el rostro misericordioso del Dios de Jesucristo dibujado en la parábola del Hijo pródigo.
 
El tema que vamos a tratar en este artículo es sólo un pequeño episodio o un caso particular de una historia mucho más larga y compleja. Podríamos titular esa historia “Vicisitudes de la religión en la modernidad tardía o posmodernidad”. En otro artículo publicado en Misión Joven ofrecí un encuadre general. A él me remito para abordar aquí directamente el tema que se me ha propuesto. Confío en que el lector tenga presente que la búsqueda de espiritualidad sin Dios es sólo uno más de los rasgos de la religiosidad silvestre o salvaje (F. Champion) y fragmentada de la actualidad occidental. Las iglesias oficiales han perdido el monopolio de lo sagrado y se dan hoy múltiples posibilidades de vivencia religiosa. Por ejemplo, ese deseo de espiritualidad sin Dios o de religión sin Dios. A nosotros nos puede sonar muy extraño, pero, al menos en parte, es tan antiguo como ciertas ramas del budismo (unos 2500 años).
 

  1. ¿Qué es eso de “Espiritualidad sin Dios”?

 
El lector nos va a permitir ser un poco posmodernos en el punto de partida y que, en vez de comenzar citando a los grandes filósofos, sociólogos y teólogos europeos, preguntemos al nuevo Gran Hermano: por supuesto, el Sr. Google. En efecto, seleccionemos tres de las diez primeras entradas que resultan de buscar la expresión “Espiritualidad sin Dios”. Nos van a proporcionar un retrato muy revelador. Para empezar, ninguna de ellas está escrito por un autor católico. Hace años hubiera sido casi imposible reunir en una página web redactada en castellano las palabras “Dios” y “espiritualidad” y que dicha página no perteneciera al ámbito cristiano y, casi siempre, católico. Hemos preferido citar extensamente los textos encontrados, para que el lector capte por sí mismo la mentalidad de fondo que late en ellos. Luego sacaremos algunas conclusiones.
 

a) En primer lugar, nos encontramos un texto extenso y bien escrito de Sarah Oelberg, titulado precisamenteEspiritualidad sin Dios. La autora pertenece a la denominada Fraternidad Unitaria Universalista de Mankato, de Minnesota. Así pues, parece que en la casa de la espiritualidad actual hay muchas y variadas estancias. Todo el texto que sigue hasta el epígrafe b está escrito por Sarah Oelberg:

 
“Solía detestar la palabra espiritualidad. Era, para mí, una palabra que trataba de evitar a toda costa. Tal vez la evitaba porque no la entendía —probablemente debido a que parece significar muchas cosas Si les preguntas a 10 personas qué significa la ‘espiritualidad’ para ellas, obtendrás 50 ó más respuestas. Así que es difícil decir qué es esta espiritualidad que tantos buscan. Se ha llegado a convertir en una especie de palabra basura, que puede significar cualquier cosa, desde la astrología, al budismo Zen. Supongo que parte de mi resistencia a usar la palabra espiritualidad se debía a algunos de los significados que tiene para la gente —significados que no me decían nada desde mi experiencia. Por ejemplo, para algunos, la espiritualidad equivale a aceptar al Cristo como Señor y salvador. Las nociones tradicionales de espiritualidad se refieren a un ámbito no-físico del mundo, separado de la tierra y de sus habitantes, un ámbito lleno de dioses, espíritus, fantasmas y cosas así. Se trata de la creencia descarada en dioses, diosas y espíritus. En ese sentido, me parece que no es sino una nueva manera de hablar de las mismas viejas cosas.

Pero la espiritualidad también se ha convertido en un mantra para los neopaganos, wiccas y todo un surtido de religiones New Age o Nueva Era, que lo usan para referirse a algún espíritu trascendente, personaje que sería entendible para ellos, pero que no estaría disponible para el resto de nosotros que no compartimos sus visiones particulares. Si les pides que intenten explicar lo que espiritualidad significa para ellos, una cierta mirada ausente celestial se manifiesta en sus ojos y te hablan de alguna experiencia espiritual y esperan que la compartas y la creas sin mayor explicación. La palabra espiritualidad se usa frecuentemente para describir todo lo que se clasifica dentro de la categoría de New Age: por ejemplo, los cristales, los ángeles guardianes, el canalizar, diferentes entidades, varias formas de adivinación, magia blanca, experiencias extracorpóreas, y otras semejantes. Como humanista racional, supongo que tengo dificultades con esta representación de la espiritualidad, y si es así como la gente interpretará la dichosa palabra, no quiero ser acusada de usarla en ese sentido. La gente ‘muy espiritual’ que discurre largo y tendido en estos ámbitos no es la clase de gente que se junta con otros para construir servicios para la gente sin hogar, o que lleva a cabo obras de amor; ellos desprecian la religión organizada, y prefieren la evanescencia personal, en vez de desempeñarse bien en colectividad.

Tengo también la impresión de que, para algunos, la ‘espiritualidad’ les sirve como una forma de escapismo. Parece que carece de fundamento: no se basa en el mundo real; no se basa en lo que conocemos en nuestra época sobre la naturaleza del mundo y del universo. Parece, frecuentemente, ser un regreso hacia un mundo prístino anterior, el mundo anterior de los nativos americanos, o de alguna otra religión mundial, o de lo que sea. Y me parece que una auténtica espiritualidad requiere de nosotros que enfrentemos decidida y valientemente nuestro mundo, el mundo de nuestro tiempo, el mundo como lo conocemos hoy —que le hagamos frente incorporándonos a él.

También encuentro que algunos que usan la dichosa palabra, lo hacen para expresar su mala disposición hacia la religión organizada. Dirán, «Bien, ¿sabes?, no soy una persona religiosa. No voy a la iglesia (o templo, o sinagoga) ¡Pero soy muy espiritual!». Pienso que esto podría significar: «He tenido una mala experiencia con la religión organizada, o pienso que todas me parecen sospechosas, o incluso malvadas, pero disfruto de una sensación de asombro al estar solo bajo las estrellas». O tal vez significa: «La religión institucional me aburre, no me llama la atención, me resultó fría y tuve que encontrar un grupo de 12 pasos, o un curso de milagros, o un grupo de afinidad, o una clase de estudio sobre los ángeles, o alguna otra variedad de grupo extraeclesial para llenar mis necesidades espirituales».

Así que decidí repensar —o reconsiderar— la dichosa palabra, para ver si podía descubrir algunos significados que me dijeran algo; algunas experiencias en mi vida que no son realmente religiosas (al menos no en el sentido tradicional), pero podrían ser… bueno, espirituales. He aquí algo de lo que descubrí. Podrías llamarlo mi «Espiritualidad más allá de Dios» —o sin Dios. Podría ser la mejor palabra para describir un acontecimiento indescriptible como una puesta de sol, la fragancia de una rosa, caminar a solas en un bosque tranquilo, estar enamorada, o la sensación de admiración al ver o experimentar algo maravilloso, o bello. Pienso que así habrá sentido Laurel Clark cuando miró hacia fuera de la ventana del Columbia, y se embebió de la gloria de lo que aparecía ante sus ojos.

Tal vez es así como nos conectamos con lo divino, con lo que sea que haya hecho este universo y todo lo que hay en él. Pienso que tal vez la espiritualidad es el sentimiento de conexión que tenemos los unos hacia los otros y hacia el todo. Se trata de la idea de que nunca estamos solos en realidad, de que no importa lo aislados y atomizados que podamos sentirnos, somos parte de una vasta e interdependiente trama del ser; somos un pequeño pero importante engranaje del mecanismo del mundo. Nunca estamos realmente separados del campo mismo de la existencia, y lo que mueve a una parte nos afecta a todos. Pienso que la espiritualidad consiste en estar en contacto con el núcleo mismo de nuestro ser. También es esforzarse para conseguir aquello que nos da sentido e integridad. Es una postura hacia la vida; una actitud que se origina dentro de uno mismo. No se deriva de ningunas creencias o prácticas, en particular, ni de hábitos heredados, ni de presiones sociales. Para lograr la espiritualidad, una persona debe estar alerta hacia su voz interior. Hablamos de espiritualidad en el arte, la música y la literatura, con lo que queremos decir que el artista, escritor, o compositor tiene una conciencia interior de lo que sobrepasa la vida ordinaria; ellos fueron capaces de ver más allá de lo mundano y dentro del espíritu de una cosa.

Hay otro sentido en el que se puede entender que la espiritualidad tiene que ver con la manera en que vivimos nuestras vidas. Se trata de la manera que sugiere Sharon Welch para llevarnos a un compromiso con el mundo que nos rodea, y que abre vías para el activismo y el servicio. Se trata de usar nuestras experiencias para ofrecer las conexiones con otras personas y con la naturaleza que nos motiven a trabajar por la justicia, a honrar a esa naturaleza, y a servir a los otros: «No creo en Dios. Nada sé de conceptos, símbolos o imágenes de Dios… que me resulten creíbles intelectualmente, así como satisfactorios emocionalmente, o desafiantes éticamente, con vistas hacia la maldad y la complejidad de la vida. Pero sí sé, en cualquier caso, de prácticas espirituales que cambian nuestras vidas, que nos ayudan a ver en dónde nos equivocamos, que nos impulsan a trabajar por la justicia, que nos proporcionan una noción de sentido y gozo… No tienes que creer en Dios para servir a Dios».

La noción de espiritualidad como independiente y opuesta al mundo natural me parece completamente retrógrada. Mi experiencia de la dimensión espiritual de la vida surge de mi compromiso con el mundo natural y con mi —ciertamente limitado— conocimiento de cómo opera este mundo. Me recuerda que justo fuera del alcance normal de mi visión existe un mundo de verdad que escasamente contemplo, pero que influye sobre mi vida, de manera diaria y plena. La dimensión espiritual es aquella que sirve para profundizar y ampliar el alcance de mi entendimiento de mí misma, de los otros, y de el mundo que constituye nuestra realidad material. Ayuda a reconciliar los diferentes aspectos de la vida que resultaría demasiado tentador mantener separados. Me recuerda que hay otras formas de conocer y de ver otras realidades que contienen la posibilidad de transformarnos en tanto que no podemos transformarnos deliberadamente a nosotros mismos. Añadiría que la espiritualidad nos proporciona sentido y valores sin un dios que nos diga qué está bien y qué está mal. Podría ser una especie de substituto para ser piadosos. La «espiritualidad», dice Kierkegaard, «es el poder del entendimiento de una persona sobre su vida». Matthew Fox nos recuerda la tensión que existe entre misticismo (admiración) y la tradición profética, la lucha por la justicia. Siempre debemos lograr un balance en esa tensión, de manera que la espiritualidad no se convierta en un escape que nos evite trabajar por la justicia, o que nos sirva para evadirnos de los procesos de vivir en el mundo.

La espiritualidad comienza donde la vida comienza. No es algo de lo que podamos escapar, si consideramos su significado literal. Proviene de la raíz latina, «spiritus», que significa «aliento», «soplo», relacionada con el verbo «spirare» que significa «soplar», «respirar», «vivir». En otras palabras, es como respirar —no podemos vivir sin ello. La espiritualidad puede pensarse como una especie de respiración sagrada, sin la cual, desde luego, no podemos vivir. La espiritualidad, según me parece, no se relaciona con la iglesia ni con la religión organizada. Para mí, la espiritualidad existe en tanto que representa la mejor parte de la vida de una buena persona. No creo que pueda ser empacada dentro de la piedad y la devoción, o de la meditación, ni en «ismos», dogmas o definiciones. La espiritualidad no tiene una conexión necesaria con las fes religiosas; tiene todo que ver con la humanidad. La espiritualidad es ese algo indefinible que todos sentimos pero que no podemos fabricar. Es verdad y amor, ética y moralidad, paz y justicia, la fuente de la luz y el amor. Es, finalmente, la vida —la vida en su integridad; la vida tal como es experimentada de todas las formas”.

b) En segundo lugar, Google nos remite a una recensión del libro que ha planteado el tema de la espiritualidad sin Dios de modo más claro en el mundo del pensamiento académico. Nos referimos al libro del filósofo francés André Comte-Sponville El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios. Llama la atención la adhesión entusiasta del autor de la recensión, Gustavo Estrada. Estas son sus reflexiones:

“El sentido de las expresiones cambia con el tiempo. La palabra «espiritualidad», aceptada generalmente como la cualidad de los seres inmateriales (Dios, alma, ángeles…) y la conexión de naturaleza sagrada con tales seres, es otro ejemplo de la evolución semántica. La definición moderna de espiritualidad (o la definición de moderna espiritualidad), con la cual yo concuerdo, es la de Jaron Lanier, el científico norteamericano de la computación y uno de los pioneros de la «realidad virtual»: «Espiritualidad es nuestra relación emocional con las preguntas que no tienen respuesta». Dentro de este contexto bien cabe la «espiritualidad atea».

El alma del ateísmo: Introducción a una espiritualidad sin Dios nos da luces sobre estas paradojas. ¿Qué es esto del alma del ateísmo? ¿Cómo puede haber espiritualidad sin Dios? ¿Tienen tan contradictorios títulos algún sentido? La respuesta del autor es afirmativa y reconfortante, además de razonada y espiritual. Podemos vivir sin religión pero no podemos vivir (o no debemos hacerlo) sin sentido comunitario ni sin fidelidad a un conjunto de principios ni sin amor. Comunidad, fidelidad y amor son tres características implícitas en la mayoría de las religiones.

El pensador afirma: se puede ser espiritual sin creer en una Divinidad; lo importante, según el escritor, no es ni Dios ni la religión ni el ateísmo sino la vida espiritual. Dice el filósofo francés: «El espíritu no es una substancia sino más bien una función, una capacidad, un acto —la capacidad y el acto de pensar, desear, imaginar, de hacer cosas inteligentes—. Esta capacidad y este acto —este espíritu— son irrefutables porque para refutarlos se necesita utilizarlos». El espíritu como substancia, a más de intangible, es fácilmente controvertible. ¿Qué es espiritualidad entonces? Escribe el autor: «Somos seres limitados que nos abrimos a lo infinito, seres efímeros que nos abrimos a lo eterno, seres relativos que nos abrimos a lo absoluto. Esta apertura es el espíritu mismo». Y cierra hacia final en el epílogo del libro, con frases muy semejantes: «Espiritualidad es nuestra conexión finita con lo infinito, nuestra experiencia temporal de lo eterno y nuestra aproximación relativa a lo absoluto».

El alma del ateísmo es una obra excelente. El tema es cubierto con una amplia erudición y con un profundo respeto hacia los creyentes (cosa que no hacen otros ateos famosos como Charles Dawkins y Sam Harris). En su escrito el autor muestra que lo religioso y lo sagrado no necesariamente tienen que involucrar creencias metafísicas. El Buda, Confucio y Lao-Tzu no solo no se consideraron ellos mismos dioses o enviados, sino que no se identificaron con ninguna deidad ni con ninguna forma de trascendencia. En consecuencia, el budismo, el confucianismo y el taoísmo, en sus formas puras y originales, tuvieron más que ver con prácticas de vida que con rituales, más con meditación que con declaraciones de fe. Percibo una notable influencia budista (o, como mínimo, una similitud de doctrina) en el pensamiento de André Comte-Sponville. Dentro de estas filosofías antiguas es pues posible ser «religioso» sin ser necesariamente deísta; la espiritualidad atea, que ya se manifestaba en los sabios de hace veinticinco siglos, está lejos entonces de ser contemporánea. En conclusión: Cinco estrellas para El alma del ateísmo; es una explicación meridiana de la espiritualidad de Jaron Lanier, moderna como definición actualizada pero milenaria como característica humana.
 

c) Por fin, encontramos un tercer texto bastante revelador. Está escrito por Alejandro Sentis, un psicólogo chileno de la corriente transpersonalista. Este autor, si nuestros hallazgos en Google no mienten, ha adoptado un nuevo nombre: Sw. Anand Vikrant, y es fundador de un Centro Experiencial para el Desarrollo Humano(centroexperiencial.cl):

 
“Mi experiencia es que no existe otro Dios que la vida misma. Y tampoco necesitamos nada más. Estamos vivos en un misterioso universo que parece ser una unidad orgánica. ¿Para qué queremos a Dios? Qué necesidad real tenemos de un padre o madre en el cielo si somos adultos que podemos hacernos cargo de nuestra vida y sus elecciones. Para qué queremos a alguien que nos diga qué hacer si podemos aprender del hecho mismo del estar vivo con la capacidad de aprender, experimentar y crecer. Me considero una persona espiritual y he practicado meditación por los últimos 20 años, pero ciertamente no soy un creyente. De hecho la espiritualidad para mí tiene que ver con sentirme profundamente conmovido con el misterio de la existencia y la posibilidad de sentirme uno y parte con todo lo que me rodea. Alguna gente dirá “pero eso es Dios”. Quizás poéticamente pudiese llamarlo así en algún contexto, pero prefiero no personalizar, no darle características del ego humano a fenómenos que trascienden mi comprensión. Así que prefiero reconocer que no sé si existe alguien en algún lugar con estas características. No digo que quizás en algún rincón del universo no esté Dios escondido. Pero a lo que mi experiencia se refiere, no hay ningún ser superior revisando y controlando lo que ocurre en este verde y azul planeta de este lado del universo. Y creo que es bueno que así sea. Pues mientras exista un Dios el ser humano no puede ser libre. Este será sólo un títere sin posibilidades de crecimiento y aprendizaje. Si hay un dios omnisciente, él sabe todo lo que vamos a hacer, por lo tanto no hay posibilidades de cambio y evolución. Y entonces el fenómeno de la vida humana es sólo una obra de marionetas celestial donde sólo necesitamos hacer nuestra parte de acuerdo con los designios del titiritero”.
 

  1. Reflexión sobre estos datos

 
Ante todo, hay dos constataciones que surgen de estos tres textos y de muchos otros testimonios que podríamos aducir:
 
Existe una fuerte sed de espiritualidad en el sentido que explica Comte-Sponville.
Muchos en Occidente dan por seguro que esa espiritualidad no la van a encontrar en el cristianismo y en las iglesias oficiales. Más bien éstas se le presentan como un obstáculo en ese camino de búsqueda.
 
Podemos despreciar o reírnos de esa búsqueda espiritual que elige prescindir de Dios. Sin embargo, el fenómeno va en aumento y se adhieren a él personas intelectualmente formadas y que saben explicar razonadamente su posición, como es el caso de Comte-Sponville. Así que mejor haríamos en comprender por qué se da esa situación. Por ejemplo: ¿Qué lagunas o carencias no llenan ya nuestra propuestas pastorales hasta el punto de que muchos prefieran una espiritualidad sin Dios?
 
Tengo la sensación de que los análisis, documentos y declaraciones de las diversas iglesias occidentales no aciertan con el punto decisivo. Con frecuencia se limitan a decir que estas nuevas espiritualidades no son católicas. Pero eso ya lo sabemos. Si vemos delante de nuestra casa una columna de humo, no basta con decir que debe haber un fuego allí y que nos parece mal. Ya, si a casi todos nos parece mal… Pero, ¿por qué surgió el fuego? ¿Cómo lo apagamos…?
 
En el ámbito juvenil también se está dando esa búsqueda de una cierta espiritualidad que prescinde de Dios. Quizá no empleen la palabra espiritualidad, pero tienen muchos puntos de convergencia con los textos citados. Se trata de una mentalidad que está en el ambiente y se está difundiendo poco a poco. Ciertas películas y novelas juveniles de éxito (Harry Potter y tantas otras) nos lo muestran. Recuerdo que hace un tiempo una joven animadora-catequista, que se había confirmado y llevaba (o lo intentaba) grupos de fe, expresaba así su peculiar fe en la resurrección en el entierro de un familiar: “Sé que mi abuelo está en las piedras, en la arena, en las flores…”. No era capaz de concebir un Dios personal con el que esperamos encontrarnos. Es un modo de ver en el fondo muy cercano a las ideas antes mencionadas. En la práctica, pues, las fronteras no están tan claras.
 
Por citar un ejemplo reciente, en una entrevista la cantante Mónica Naranjo confesaba lo siguiente: “Mi hijo me preguntó qué es Dios. Estábamos junto a un lago y le dije: Dios es todo lo que es bonito: los árboles, los lagos…”. En este caso no se trata exactamente de una espiritualidad sin Dios, incluso unos párrafos más adelante la artista se confiesa cristiana a su modo. Sin embargo, tengo la impresión de que la consideración de Dios como una fuerza impersonal, una especie de vaga energía difusa, es el paso inmediatamente anterior a prescindir de Dios en la propia espiritualidad. Es un dato constatado en las últimas encuestas sobre valores juveniles, por ejemplo, los de la Fundación Santa María de 1999 y 2005.
 
En el fondo, la espiritualidad sin Dios es el punto final de un proceso que ya describía en su tiempo San Francisco de Sales, cuando denunciaba el peligro de “preferir buscar los consuelos de Dios, antes que al Dios de los consuelos”. La falta de experiencia de encuentro personal con Dios lleva a muchos cristianos a estar de acuerdo con la afirmación antes citada de A. Sentis: en el fondo un día descubren de pronto (o poco a poco) que no necesitan a Dios para nada… O, al menos, eso creen.
 

  1. Pistas pastorales o caminos de futuro a partir de aquí

 
Las nuevas formas de religiosidad, incluida esta espiritualidad sin Dios que venimos describiendo, están hoy muy extendidas entre los jóvenes. Ellos no lo formulan filosófica o teológicamente, sino más bien vital y experiencialmente. Pero ha llegado un momento en que la pastoral juvenil debe ser capaz de plantearse cómo abordar con sensatez esta situación y tener voluntad de dar soluciones de futuro. Volver a Trento o a la Edad Media es la peor opción. Adaptarse acríticamente a las corrientes actuales y plantear una “pastoral con menos Dios” o “con poco Dios” por comodidad es un error aún más grave. Pienso que ambas posiciones se están dando en la práctica pastoral.
 
Jon Sobrino suele repetir que nuestra práctica pastoral y nuestro modo de hablar de Dios debería hacer que la gente (también los jóvenes) saquen dos conclusiones: que Dios es bueno y que es bueno que haya Dios. ¿Por qué ese deseo de espiritualidad sin Dios? ¿Por qué muchos contemporáneos nuestros no logran descubrir la bondad de Dios? ¿Por qué creen que Dios estorba? Para mí, la respuesta pastoral a esta situación debe ser purificar y limpiar la imagen de Dios. Tengo la sensación de que los que rechazan poner a Dios en el centro de su búsqueda espiritual, no reniegan del Dios de Jesús, del Dios del evangelio, sino de otra imagen de Dios. Una imagen de Dios más basada en la reflexión onto-teológica medieval que en la Biblia.
 
Por ejemplo, el filósofo turinés Gianni Vattimo viene reflexionando desde hace años sobre las contradicciones o paradojas a las que lleva la pretensión onto-teológica a la reflexión cristiana, sobre todo cuando se toma en sentido literal: “Estoy convencido de que el mérito del Cristianismo es haber vaciado un poco toda la fuerza de «lo verdadero». Dietrich Bonhoeffer decía «Einen Gott, den «es gibt», gibt es nicht», «un Dios que existe, no existe». O sea, Dios no es un objeto, ni su existencia puede ser un artículo de fe. ¿Qué quiere decir que Dios existe? ¿No está aquí?, ¿está en el cielo?, ¿está escondido debajo de la mesa?, ¿está sólo en la Iglesia? Jesús dice que cuando dos o más personas están reunidas en su nombre, él está con ellos. Pero, ¿se debe entender que se encuentra también allí o sólo allí? No sé en qué otro sitio podría estar. Podemos reunirnos en ciertos sitios, pero esto no quiere decir que Dios esté en ciertos lugares privilegiados, como los santuarios, las iglesias, los templos. Todo esto para decir que la misión ecuménica del Cristianismo me parece estrictamente dependiente de que sepa desprenderse de declaraciones metafísicas, de definir la naturaleza humana, o cómo está hecho Dios, o cómo están hechas las sociedades humanas, y así sucesivamente”. En otro texto vuelve sobre esa idea: “Cuando decimos que Dios es, o existe, no sabemos después qué significa de verdad eso: no que Dios se da, es gibt, como un ente encontrable en el espacio-tiempo, como un objeto del que se puede una experiencia común”. Por tanto, Vattimo concluye que “demostrar que no existe el Dios de los filósofos no toca para nada la verdad del Evangelio”. Por eso, afirma Vattimo en un coloquio con los filósofos ateos Onfray y Flores D’Arcais, enredarse en el debate metafísico de la existencia de Dios en un pseudodebate trampa en el que no es necesario entrar para vivir la experiencia religiosa. Unas palabras suyas en una entrevista aclaran algo más lo anterior: “Es importante tener en cuenta que creer en Dios no significa que Dios sea más real que este vaso de agua. Quizá es menos real, pero es más profundo. Si pensamos que el lenguaje sólo tiene sentido cuando denota objetos visibles, la mayor parte de nuestra vida no tiene sentido”.
 
No pretendemos presentar a este filósofo turinés como un teólogo consumado. Muchas de sus posiciones son cristianamente muy discutibles; pero sus preguntas no son nada simples, y la intuición de fondo que le guía hace (o debería hacer) pensar a la reflexión pastoral actual. ¿Cómo nos imaginamos a Dios? ¿Todavía como un ente o ser más entre otros, aunque mucho mayor? ¿Todavía como situado en algún sitio, “por ahí fuera” o “por ahí arriba”? ¿Aún decimos que Él maneja todas las causas segundas, que nos manda sequías o lluvias torrenciales, que nos envía accidentes o tragedias para probarnos…? ¿Estamos sirviendo a Dios cuando le damos aún tan mala prensa? ¿No deberíamos cuidar nuestra imagen y nuestro lenguaje sobre él, por amor y fidelidad a él y a los/as jóvenes que nos escuchan hablar así? Hay quien ha hecho notar que no debemos imaginar a Dios sólo como un ser mayor que el cual nada hay (San Anselmo), sino como un Dios mejor que el cual nada hay (San Buenaventura). El Dios cristiano es el descrito por Jesús en la parábola del hijo pródigo (cf. Lc 15). Es el Dios mejor que podemos concebir, y aún así nos quedaremos cortos. Una imagen de Dios menos misericordioso o menos bondadoso, o más indiferente a nuestra vida (¿recuerdan la imagen del Motor Inmóvil?) es injusta con Dios y alejará a los hombres y mujeres de hoy, especialmente jóvenes.
 
Por alergia a una mala imagen de Dios muchos han elegido una espiritualidad sin Dios. Debemos mostrar que hay una solución mejor: purificar la imagen de Dios, o sea, transmitir al dios Padre-Abba que transmitió Jesús con palabras y obras. Volviendo a Vattimo, cuando el periodista Giovanni Ruggeri le preguntó en este contexto si no sería mejor prescindir de Dios para entender sólo humanísticamente a Jesús, el pensador italiano respondió: “El hecho es que Jesús habla de Dios: sería difícil eliminar esta pieza de la construcción del Antiguo y Nuevo Testamento”. La expresión pieza es poco afortunada, pero no la intuición de fondo. Pongamos a Dios en el centro de nuestra vida espiritual, pero no a cualquier Dios, sino al que Jesús transmite en el Evangelio, es decir, a Él mismo, al Padre, al Espíritu. Así cumpliremos la recomendación de San Pablo: que no sea por nuestra culpa que se blasfeme del nombre de Dios entre las gentes (cf. Rom 2,24).
 
El lector nos permitirá acabar con una poesía. En junio de 2009 se publicaba un poema inédito del poeta Juan Ramón Jiménez. El poeta distingue entre el dios con minúscula, el de nuestras imágenes falsas que le desfiguran, y el Dios verdadero, con mayúscula. Ojalá la pastoral juvenil busque y transmita el segundo. Nos jugamos mucho.
 
DIOS DESEADO Y DESEANTE
 
Partimos de Dios
en busca de Dios,
sin saber qué buscamos.
 
El dios con minúscula,
el dios bajo cielo,
el cielo que es mar,
sobre aire que es cielo,
¡entre aire y marcielo,
y que es pleamar, y que es pleacielo!
 
El dios deseante,
el dios deseado,
-¡el dios deseado y deseante!-
me trae este Dios,
un dios Dios tan DIOS,
¡un dios: DIOS DIOS DIOS!
… que al cabo de todos los cabos,
que al borde de todos los bordes
un día encontramos.
 
Cada vez más suelto, y más desasido;
cada vez más libre, más ¡y más! ¡y más!
a una libertad de puertas de Dios.
Y entonces la puerta se abre… y ¡más libertad!
 
Estoy pasando la cuerda,
cuerda que Tú me has tendido,
Dios mío, mi dios, ¡Dios mío!
¡Dios mío, no soples, Dios!
 
Siento la inminencia del dios Dios,
del Dios con mayúscula,
-el que nos enseñaron cuando niños
y no aprendimos-.
¡Dios se me cierne en apretura de aire!
 
¡Se me está viniendo Dios
en inminencia de alma!
¡Se me está acercando Dios
en inminencia de amor!
¡Se me está llegando Dios
en inminencia de Dios!
 
 

JESÚS ROJANO MARTÍNEZ

 
 
Cf. JESÚS ROJANO MARTÍNEZ, Nuevas creencias de hoy: una pequeña guía para no perderse, en Misión Joven363 (abril 2007), pp. 15.23. Cf. una visión más completa en JOSÉ Mª MARDONES, La transformación de la religión. Cambio en lo sagrado y cristianismo, Madrid, PPC, 2005, y en JUAN MARTÍN VELASCO, Metamorfosis de lo sagrado y futuro del cristianismo, Santander, Sal Terrae, Cuadernos Aquí y Ahora, nº 37, 1998.
Cf. http://buscaunitaria.blogspot.com/2008/05/espiritualidad-sin-dios.html, <9 de mayo de 2008>.
La Dra. Laurel Blair Salton Clark fue médico especialista de misión en el último y malogrado vuelo del transbordador espacial Columbia (Misión STS-107, 1° de febrero de 2003). Fue Unitaria Universalista practicante (N. del A.- La nota es de la autora que estamos citando).
SHARON WELCH, Spirituality Without God, Meadville Lombard Newsletter, 21:1, Spring, 2002 (Esta nota es también de la autora).
Cf. ANDRÉ COMTE-SPONVILLE, El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios, Barcelona, Paidós, 2006. Cf. un resumen del libro en el artículo antes citado de Misión Joven: Nuevas creencias de hoy: una pequeña guía para no perderse.
Cf. http://lacomunidad.elpais.com/gustrada/2008/7/5/la-espiritualidad-sin-dios, <05.08.2008>.
http://www.centroexperiencial.com/blog/?p=8, <09.03.2006>.
Entrevista en El Mundo del 17.08.2009.
GIANNI VATTIMO – RENÉ GIRARD, Verità o fede debole? Dialogo su cristianesimo e relativismo, Massa, Transeuropa, 2006, p. 36.
G. VATTIMO, La vita dell’altro. Bioetica senza metafisica, Lungro di Cosenza, Marco Editore, 2006, p. 171.
G. VATTIMO, La vita dell’altro. Bioetica senza metafisica, p. 172.
Cf. G. VATTIMO – P. FLORES D’ARCAIS – M. ONFRAY, Atei o credenti. Filosofia, politica, etica, scienzia, Roma, Fazi Editore, 2007, p. 15.
G. VATTIMO – N. NAVARRO, El comunismo real ha muerto, ya podemos ser comunistas. Entrevista, en El Periódico, 17 de enero de 2004.
Tomo la referencia a San Buenaventura de una obra póstuma de José Mª Mardones, que recomendamos para ese proceso de purificación de la imagen de Dios: Matar nuestros dioses. Un Dios para un creyente adulto, Madrid, PPC, 2006.
G. VATTIMO – P. SEQUERI – G. RUGGERI, Interrogazioni sul cristianesimo. Cosa possiamo ancora attenderci dal Vangelo?, Roma-Fossano, Edizioni Lavoro-Editrice Esperienze, 2000, p. 51.
Poema publicado en ABC, 28 de junio de 2009.