«Tocado por el nuevo poder de Midas, que todo
lo convierte en útil en vez de transformarlo en oro, henos
en un mundo humano claramente relacional, más que
amistoso, porque lo que importa en él es tener, más que
buenos amigos, buenas relaciones [ … ], alérgicas a los
problemas de conciencia y éste es uno de los tornasoles
para distinguirlas de la amistad. […] Por eso el cultivo
de la amistad es costoso, mientras que el de la relación
es fácil, con un poco de perspicacia: no exige afecto
profundo, compromiso vital, fidelidad a fondo».
(ADELA CORTINA, La moral del camaleón)
«Van los ecos…» y el viento cambia de aires
«Van los ecos en busca de la voz» (E. Galeano), pero el vierto de hoy cambia permanente los aires. Esta nuestra «era de la información», así, nos torna enfermizos, dificultando sobremanera la comunicación que pretendía favorecer.
La tarea de «dar forma» (in-formación) a nuestra vida y sociedad se realiza, ante todo, por medio de la comunicación. Sin embargo, muchas veces, tanta información como la que tenemos, cuando no directamente manipuladora, se queda en simple descripción de perfiles superficiales, en espectáculo plagado de relaciones contractuales epidérmicas y vacío de comunicación y amistad. Parafraseando a McLuhan, en estos momentos, «la envoltura es el mensaje».
¡Hay que cambiar de aires! Estos de ahora, incluso, están introduciendo la oportuna tempestad en pos de justificar los desmanes que esconden: una concepción determinista de la conducta humana, empapando ya nuestros modos cotidianos de comportamiento. Se consigue de este modo alejarnos de la responsabilidad, crear un buen mecanismo de defensa que nos abrigue y cerrar el círculo del disparate (aprendemos, primero, artes incendiarias para, después, convencernos de la necesidad de ser bomberos).
Palabras al viento
Está claro: corremos el peligro de «ahogarnos en información». Y estamos con el agua al cuello porque no damos «tierra» a las palabras. Las hemos convertido, por un lado, en simple juego de ocultamiento de las referencias objetivas que comportan y, por otro, nos negamos a la fidelidad que exigen. ¡Palabras y más palabras que lleva al viento…!
En oso sentido, más particular y específico, las palabras con las que queremos anunciar las «buenas noticias» de Dios se están quedando rancias y suelen ser portadoras de respuestas a problemas que ya no existen; por lo que, además de reunirse en un lenguaje abstracto y aburrido, carcomen la «noticia de Dios» y velan su bondad salvadora.
El viento caza palabras…
Caracterizar nuestro tiempo como la era de la información es, a la par, un punto de vista y una opción, es decir, una explicación adecuada de cuanto (nos) sucede y una apuesta que determina la dirección de la evangelización.
En primer lugar y antes de nada, resulta evidente que la información no es el fin; el fin es comunicación. Y «comunicar es ser» (P.M. Lamet). Está en juego, pues, el sentido del hombre -como «ser, viajar y arriesgar», en definición de la «miniantropología de la comunicación» que nos propone N. Alcover en el primero de los estudios de este número-.
No hace falta demasiada astucia para descubrir –lo cazamos al vuelo– que por ahí discurren los vericuetos de la actual crisis de relaciones interpersonales: hay mucha información y hasta intercambios permanentes, pero existe poca comunicación y amistad.
«Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote…»
Necesitamos encontrarnos cara a cara y sin disimulos; conducir información y comunicación al terreno de la relación. Y ahí, especialmente por lo que se refiere a los jóvenes, toda comunicación tendrá que vérselas con la «aceptación incondicional de los demás», conforme a la definición que M. Melendo analiza en otro de los estudios de la revista.
Por lo demás, la praxis cristiana no entiende la comunicación como un simple movimiento psicológico inherente a la naturaleza humana. La comunicación no se inventa, se recibe: es un don y quien lo acoge ya no puede comunicarse «como todo el mundo», aunque sigan de por medio todos los fenómenos psicológicos y sociales.
El difícil arte de comunicar la Buena Noticia -del que se ocupa el tercer artículo de la presente Mj-, por todo eso, llama en causa el testimonio provocador de la acogida incondicional del otro, restituyéndole la dignidad tantas veces conculcada o confundida con envoltorios que, al fin y al cabo, deshumanizan. De esta forma, como en el verso Neruda, lloverán palabras que acaricien a las personas…
José Luis Moral