Si Jesucristo levantara la cabeza y viera el belén que montamos todos los años para celebrar su cumpleaños, probablemente volvería a morirse, pero de vergüenza. Porque cualquier parecido entre festejar el advenimiento del Hijo de Dios en la tierra y este cristo de regalos, fiestas, comilonas y borracheras es pura coincidencia.
A muchas personas sensatas -creyentes o no- les resulta patético ver cómo la Iglesia católica, que se ha opuesto a tantas cosas como el divorcio, los anticonceptivos, el casamiento de los curas, etc., haya permitido que el Nacimiento de Cristo se manipule descaradamente con fines comerciales, desvirtuándose el sentido de tan insigne fecha. El ser humano en Nochebuena ya no tiene corazón, solo tiene monedero y estómago.
Gracias al monstruoso tinglado montado alrededor de las fiestas navideñas, el mensaje de paz se ha convertido en histeria colectiva. Convulsivamente se hacen regalos ostentosos o de pacotilla para quedar bien, para salir del paso, para adular y muchas veces para sobornar sinuosamente. Difícilmente puede uno relacionar los modestos presentes que los pastores se supone que llevaron aquella noche famosa a un matrimonio joven y pobre que tuvo un hijo ‘en pleno campo, con el bochornoso tráfico de objetos diversos que se intercambian febrilmente los ciudadanos por esta época.
Las familias se reúnen no para cenar con recogimiento, sino para devorar pantagruélicas cantidades de alimentos y litros y litros de alcohol. La obligación de reunirse en fecha fija, unida a las digestiones difíciles, suelen provocar peleas terribles en las que afloran los resentimientos, las envidias y la competitividad. Menos mal -terminan pensando todos- que sólo hay una Navidad en el año.
Pero lo peor es que todo está organizado para que en estas fechas los seres solitarios, marginados o desfavorecidos se sientan todavía más cruelmente solos, tristes y desesperados. La Navidad, que debería unir a los seres humanos, solo sirve, tal y como la hemos planteado, para exacerbar los sufrimientos, los dolores y las carencias.
Llega un momento en que parece como si precisamente todo el tinglado de luces, ostentación, despilfarro y comilonas en falsas familias de nuestra Navidad moderna respondiera precisamente a la necesidad de los favorecidos de atrincherarse para defenderse de toda la mierda que les rodea. Un pretexto para olvidar por una noche a los olvidados. Los marginados, por su parte, los que no pueden disfrutar de estas Navidades aberrantes y publicitarias, se preguntan si aquella noche en Belén no nació un niño, sino dos, y a uno le fue como Dios y al otro como a ellos.
CARMEN RICO-GODOY
«Cambio l6», 30.12.79
PARA HACER
- Recuperamos este texto ¡de hace 20 años! ¿Qué nos parece? ¿En qué estamos de acuerdo y en qué no?
- Ante esta realidad, ¿qué podemos hacer nosotros?
- La autora del texto acaba de morir este año. ¿Qué nos gustaría escribir a nosotros de modo que fuese como nuestro testamento y se pudiese leer con sentido dentro de 20 o más años? Lo escribimos.