Vicios y virtudes del relativismo

1 junio 2007

Miguel Rubio (ISCM – Madrid)
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El artículo hace un análisis detenido del significado y sentido del relativismo (en su concepción linguística, filosófica y moral), centrándose especialmente en el panorama del actual relativismo moral para intentar responder, sobre todo, a dos grandes preocupaciones: la posible articulación de un diálogo ético coherente que no ignore el relativismo ni a la sociedad que lo sustenta y la activación de un ethos plausible, que pueda presentarse como alternativa tanto al relativismo como al fundamentalismo.
 
¿Qué significa que nuestra sociedad vive bajo «la dictadura del relativismo»? En la homilía de la misa previa al cónclave (18.04.05), en el que luego saldría elegido Papa Benedicto XVI, el todavía cardenal Ratzinger lo formulaba así: «Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus ganas». La frase tuvo fortuna mediática. Y creó controversia. ¿Refleja esta sentencia atinadamente el derrotero de la sociedad actual? Y, previamente, ¿a qué nos referimos propiamente cuando hablamos del relativismo? No deseo ni me puedo permitir, dadas las características de este artículo, presentar siquiera un esbozo del complejo mapa filosófico-ético-socio-cultural por el que se expanden sus significados. Mucho menos, abordar la multidimensional idiosincrasia de la sociedad actual. Con todo, limitándome al relativismo, sí creo necesario ordenar brevemente algunos conceptos para encauzar adecuadamente nuestro tema.

  1. El relativismo y sus rostros

¿Qué es el relativismo? Como sucede con otros conceptos actualmente en circulación para plasmar la idiosincrasia del momento presente, también éste se encuentra inmerso en una cierta nebulosa dialéctica y conceptual. El relativismo corre el peligro de convertirse, así, en un concepto-tapadera, en una especie de refugio brumoso para denostaciones o magnificaciones del signo más diverso. «Todo es relativo», decimos a veces, cuando nos vemos confrontados con franjas de verdad o vida que nos desbordan y no sabemos o no queremos afrontar en su verdadera realidad. Creo conveniente, por lo mismo, ajustar de comienzo su sentido.

  • Lingüísticamente

Desde el punto de vista etimológico, el término «relativismo» procede del latín relatīvus (relativo). Y «relativo», según el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), significa –retomo sólo las acepciones que hacen a nuestro caso–: «a) Que guarda relación con alguien o con algo; b) Que no es absoluto».
De la etimología se desprenden ya dos connotaciones importantes para fijar el significado primigenio de relativismo. 1) «Relativo» / «relativista» tiene que ver con «relación» (RAE: «conexión, correspondencia de algo con otra cosa»). 2) «Relativo» / «relativista» se contrapone a «absoluto».
Desde el punto de vista conceptual, la RAE propone una doble definición de relativismo, que asigna al campo de la filosofía y pone en juego las dos connotaciones apuntadas. «Relativismo: a) Fil. Doctrina según la cual el conocimiento humano sólo tiene por objeto relaciones, sin llegar nunca al de lo absoluto. b) Fil. Doctrina según la cual la realidad carece de sustrato permanente y consiste en la relación de los fenómenos». Y entre las acepciones que destaca de «relativo» frente a absoluto enumera la de «Valor relativo: a) Grado de utilidad o aptitud de las cosas, para satisfacer las necesidades o proporcionar bienestar o deleite. b) […]. c) Alcance de la significación o importancia de una cosa, acción, palabra o frase».
De lo cual se infiere otra connotación, también relevante para precisar el concepto de relativismo: 3) Éste se aplica primordialmente al campo de la «verdad» (a la posibilidad de su conocimiento) y al de la «ética» (al orden de los valores).

  • Filosóficamente

De ese modo, la lingüística cede el testigo a la filosofía. El relativismo entra pronto en la historia de la filosofía occidental. Entre los fundadores aparece la figura del sofista Protágoras (s. V a. C.). Y se cita al respecto su máxima: «El hombre es la medida de todas las cosas». La atribución de una principalidad tan omnímoda al ser humano deviene pronto y se afianza con el correr de los tiempos como una de las fuentes más ricas y sugestivas del pensamiento. De ella se hace derivar también la raíz primigenia del relativismo. Erigido el hombre en «medida» suprema, todas las demás realidades pasan a ser relativas: relativizadas desde él y por él, medidas y mediadas por el epicentro humano. A partir de aquí se despliega todo un abanico de interpretaciones y aplicaciones del relativismo filosófico. En este terreno, y no obstante las obvias disparidades ideológicas de cada corriente o escuela, el relativismo cristaliza fundamentalmente en el doble ámbito ya apuntado –la epistemología y la ética–, aunque en su última evolución emerge, como cuña entre esas dos manifestaciones, una intermedia: la cultura. Tresson, pues, las expresiones matriciales de relativismo:
– Relativismo como «teoría epistemológica»
– Relativismo como «perspectiva socio-cultural»
– Relativismo como «actitud moral».
Como matriciales, los elementos «epistemología», «cultura» y «ética» quedan implicados de una u otra manera en todo relativismo. Sin embargo, cuando se habla del relativismo filosófico propiamente dicho, prima poderosamente la faceta epistemológica. El relativismo filosófico consiste en una «teoría epistemológica», según la cual no existen verdades absolutas. Todas las proposiciones de verdad o juicio son relativas: dependen de las circunstancias diversas en que las formula el sujeto en cuestión. Tales circunstancias o condiciones pueden ser de signo muy diverso: situaciones subjetivas o sociales, de un determinado lugar, o momento, o cultura…
En el relativismo filosófico –y, a partir de él, en cualquiera de sus expresiones– se hace presente una serie de notas comunes, que cabe esquematizar así: El relativismo: a) Erige al sujeto en epicentro definitorio de una realidad siempre cambiante y, por lo mismo, siempre redefinible en su significado y valoración por el sujeto o los sujetos protagonistas. b) Acentúa el carácter relativo de cualquier «punto de vista» sobre la realidad, o de cualquier «actitud» ante la misma. c) Se declara «antidogmático» y «antiabsolutista» por definición. d) No es monolítico, sino que puede adoptar expresiones «radicales» o «moderadas».

  • Socio-culturalmente

Los postulados teóricos del relativismo filosófico se traducen y aplican pragmáticamente en el ámbito de la cultura. El relativismo cultural canaliza su comprensión y valoración de la realidad concreta desde la «perspectiva socio-cultural». Defiende la validez de todo sistema socio-cultural. Todos los sistemas son ricos en sí, pero relativos. Por consiguiente, no se les puede valorar desde parámetros externos a ellos mismos, ni siquiera en nombre de una perspectiva supuestamente universal, que en definitiva asume parámetros de «una perspectiva ajena», pretendidamente superior y absoluta (la cristiana, la occidental…).
El relativismo cultural desempeña diferentes cometidos. a) Opera en forma de metodología positivista, que analiza los fenómenos socio-culturales e intenta explicarlos en sí; al hacerlo rehúye cualquier pretensión de universalidad científica o legitimación moral de los fenómenos analizados, incluso en aquellos casos extremos o excepcionales, que difieren llamativamente de la normalidad; se limita a dar razón de la cohesión lógica de esos fenómenos al interior del ámbito en que aparecen y se desarrollan. b) En el horizonte epistemológico adopta ante el conocimiento de la verdad un posicionamiento, que supone el rechazo de las verdades absolutas y las trueca en interpretaciones relativas de la realidad. c) En el campo axiológico reconvierte los llamados valores absolutos en relativos y limita su vigencia al marco concreto de una sociedad particular. La reinterpretación alcanza asimismo a los valores morales, que concibe como creaciones propias de cada sociedad. Es más, la misma moralidad –despojada de principios universales y tan sólo regida por valores relativos– consiste en un conjunto de tradiciones asumidas del acerbo folklórico cultural de la sociedad particular en que emerge y, consiguientemente, sin validez universal, ya que las tradiciones de cada sociedad difieren de cultura a cultura.

  • Moralmente

Además de una corriente filosófica epistemológica y de una manera de contemplar la realidad desde la perspectiva socio-cultural, el relativismo implica una «actitud» ética ante ella. En concreto, según el relativismo moral no existen valores absolutos ni cabe afirmar que algo sea bueno o malo por sí mismo o de manera absoluta; la bondad o maldad de las cosas depende de la valoración del sujeto, también condicionado por diversas situaciones circunstanciales, que en cada lugar y momento dictan los criterios e intereses de valoración. Por lo mismo, el relativismo moral entiende la moral como conjunto de usos y costumbres, cuya validez depende de cada individuo, o incluso de sus propios intereses, en un espacio o tiempo concretos.
Se aprecia, pues, la consonancia y la continuidad existentes entre la teoría epistemológica relativista, el relativismo cultural y el relativismo moral. Con todo conviene puntualizar que, en la mayoría de los casos, el relativismo moral realmente vigente en el mundo actual no viene inspirado por la lógica de tales planteamientos, sino que se origina en el contexto de una experiencia ampliamente multiplicada en nuestro tiempo y se reviste predominantemente de componentes psicológicos y vitalistas. La intercomunicación entre las más variadas sociedades del mapa terráqueo y el encuentro con sus culturas nos obliga a reconocer las diferencias de praxis moral e incluso de normativas morales, por las que se orientan los distintos grupos humanos, con marcadas divergencias de pueblo a pueblo. De aquí a «relativizar» la importancia e incluso el sentido del universo moral, sólo media un paso. Las sociedades occidentales contemporáneas no han dudado en darlo.
Marciano Vidal resume así todo el arco significativo del relativismo: Es éste «un concepto que describe una realidad de amplio espectro, tan amplio como amplio es el significado de la condición humana. Hay un relativismo de significado preferentemente psicológico, que indica la configuración de una personalidad con porosidades. Hay un relativismo gnoseológico, que se refiere a la posibilidad y a la forma de alcanzar la verdad. Hay un relativismo ético, que se concreta en el mundo de los valores. Hay un relativismo socio-cultural, que da lugar a la constitución de una sociedad con usos y costumbres plurales. No hace falta advertir que esos cuatro núcleos que generan el relativismo dan lugar a otros sub-núcleos y que todos ellos conforman la entera ‘constelación’ del relativismo».
Éste sería, con el telón de fondo teórico precedente, el verdadero escenario en que se ubica el núcleo central de nuestro tema.
 

  1. Panorama del relativismo moral actual

Nos interesa particularmente el relativismo moral. Para adentrarnos por él, creo conveniente explanar algunas de las afirmaciones que vengo realizando. Como por ejemplo:
– Verdad y valores son los dos epicentros sobre los que gravita el relativismo. Éste, aplicado al universo ético, tampoco admite verdades o valores de rango superior (absolutos, eternos…), sino que postula para todos el mismo nivel de igualdad: todos son relativos y cambiantes, en sintonía con la diversidad y variación de situaciones del sujeto.
– El relativismo moral se verifica en dos dimensiones: a) Como «Argumento teórico»: como teoría o sistema de principios. b) Como «actitud de vida»: como respuesta práctica a situaciones de la vida real).
– La cristalización concreta del relativismo moral actual responde, a mi modo de ver, a estos tres vectores: a) No importa tanto la teoría relativista cuanto la actitud relativista, es decir: la dimensión más práctica, las repercusiones de esa actitud sobre la misma existencia. b) La actitud relativista actual se origina como secuela, no de los presupuestos de la teoría relativista, sino del subjetivismo antropológico y de los condicionamientos del contexto socio-cultural inmediato. c) El relativismo socio-cultural constituye, por ello, la materia prima y la fuente de retroalimentación del relativismo moral.
2.1. Relativismo imperante y relativismo sustentante
De acuerdo con la delimitación y las precisiones que anteceden, el relativismo moral actual –no obstante el drástico desglose a que lo hemos sometido– presenta todavía varias caras. Estudiosos de la moral como S.Privitera hablan del «carácter poliédrico del relativismo ético» y distinguen al interior de tal denominador comúndiferentes niveles:

  • Relativismo moral descriptivo

Sería una forma de relativismo práctico sustentante; el primero en orden a la explicación del origen y la retroalimentación del relativismo moral hoy imperante. Podríamos definirle como aquél que constata el pluralismo ético existente dentro de un mismo ámbito socio-cultural y, sobre todo, entre sociedades y culturas distintas. En efecto, comparados los comportamientos morales comúnmente aceptados («normalizados») e incluso los sistemas éticos por los que se rige cada una de ellas –muchas veces divergentes entre sí–, se evidencia la multiplicidad y diversidad fácticas de moralidades vigentes en la sociedad actual.

  • Relativismo moral-normativo

Sería la modalidad de relativismo teórico-práctico imperante; el que realmente daría explicación del ethosgeneralizado en muchos de nuestros coetáneos. «Por relativismo ético-normativo se entiende la posibilidad de fundar juicios morales diversificados sobre una misma acción, o el mismo juicio moral sobre acciones divergentes». Su definición parte de la negación de la existencia de normas morales con validez universal para regir el comportamiento humano. Argumenta en base al relativismo ético descriptivo: la constatación fáctica de respuestas morales distintas a hechos más o menos iguales le lleva a la justificación teórica de las múltiples morales existentes. Del pluralismo ético como fenómeno innegable se pasa a la fundamentación del relativismo normativo, a la justificación de la diversidad de normas morales relativas, de múltiples fundamentos del juicio moral, de diversos sistemas normativos divergentes entre sí.

  • Relativismo moral meta-ético

Sería la última expresión de relativismo teórico sustentante; el más teórico en su formulación y el más radical en su planteamiento. Se define como aquél relativismo extremo que rechaza incluso la posibilidad de fundamentar normas morales y de formular cualquier tipo de juicio moral sobre las acciones que se realizan. Se diferencia, pues, del relativismo ético normativo (que no excluye la posibilidad de pronunciar juicios morales relativos para acciones concretas y en situaciones determinadas), por su pretensión «meta-ética» (intenta fundamentar el relativismo en la imposibilidad de formular juicios morales) y por su radicalismo (imposibilita no sólo la universalización de juicios morales, sino su misma existencia).
2.2. Las falacias del relativismo
1) Desde el punto de vista teórico, el relativismo moral meta-ético no requiere demasiada consideración; el radicalismo de sus planteamientos le conduce a un extremismo contradictorio con sus mismos postulados (un relativismo «absoluto») e insostenible a la hora de cualquier hipotética aplicación a la vida real. 2) Desde el punto de vista práctico, el relativismo moral descriptivo –sobre todo si lo exoneramos de cualquier pretensión teorizante– viene a identificarse con el pluralismo ético reinante en el mundo de hoy; la existencia del fenómeno como tal resulta incontestable; pero la extrapolación del terreno fáctico al plano de los principios de justificación resulta cuestionable. 3) Desde el punto de vista teórico-practico –en su versión filosófica o teológica y en su dimensión de estilo de vida práctico–, el relativismo ético-normativo ya ofrece otras dificultades. Las fundamentales: a) El salto ilógico en que incurre al trasladar los datos de hecho a la afirmación de principio. b) La incongruencia de afirmar la posibilidad del juicio moral y negar su validez universal.

  • La «falacia naturalista»

Fue el filósofo británico G. E. Moore quien comenzó a denunciarla (Principia Ethica, 1903). Consiste en el error lógico de planteamientos que pretenden deducir principios éticos (justificaciones, conclusiones…) a partir de datos, que sólo contienen información sobre hechos meramente dados (lo natural, lo que sucede, lo agradable, lo deseado…). La argumentación podría simplificarse así: «bueno» es lo que ocurre «naturalmente»; o: lo natural es intrínsecamente bueno e, inversamente, lo artificial es malo. Y trasladado al relativismo moral-normativo: dado que existen muchas morales, hay que admitir que existen muchas fundamentaciones del juicio moral.
Es falaz considerar que una cosa es buena por el mero hecho de ser natural. Que las casas sean lo que son y como son no significa que sean buenas. En el relativismo moral actual anidan fuertes contingentes de falacia naturalista, con las que nos desayunamos día día casi sin darnos cuenta. Por ejemplo: 1) La falacia de «las mayorías democracias«: lo que aprueba la mayoría en el parlamento es bueno (Su falacidad: una cosa es que algo sea políticamente legal y otra distinta que sea moralmente bueno; la «mayoría» llevó a Hitler al poder y resulta muy difícil aceptar que eso fue «bueno»). 2) La falacia de la «bondad o neutralidad tecnoló-gica«: la tecnología es buena en sí; hay que ser neutrales ante ella; es más: sostenerla fomenta el progreso humano, interferirla lo contradice (Su falacidad: ese modo de pensar aboca al fatalismo y al determinismo tecnológicos; la tecnología será buena en la medida en que contribuye a la progresiva humanización de la sociedad y mala en la medida en que la deshumaniza o destruye; poca gente pensará que la bomba atómica fue buena, o neutral, a la vista de sus resultados en Hisoshima y Nagasak; algo similar puede desprendenrse de ciertas aplicaciones ternológicas en el campo de la bio-tecnología). 3) Falaces resultan igualmente posturas relativistas, como las que sostienen que «todas las opiniones –morales o no– son buenas» (haciendo caso omiso de que algunas sean radicalmente opuestas a otras); o que el aborto es bueno porque supone un progreso democrático y por lo tanto hay que aceptarlo.

  • Las contradicciones de un discurso pseudo-moral

Para ser verdaderamente moral, el juicio que lo justifica ha de tener validez universal. Por lo mismo, resulta contradictorio sostener que se den actos morales, válidos sólo para algunos sujetos y en aquellas circunstancias en que se llevan a cabo. Y eso es lo que postula el relativismo moral-normativo, para el que los actos de un individuo están sujetos a moralidad, pero ésta no puede aplicarse a otros sujetos en circunstancias similares de otra época cultural o de otra área geográfica.
En la misma onda del relativismo moral-normativo suele aducirse el complejo problema de la ética de situación. Aunque desde planteamientos y supuestos distintos, ésta terminaría por confluir y encontrar respaldo en él. Dentro del amplio abanico de posicionas que la constituyen, la ética de situación establece, en general, que los juicios morales surgen de la situación concreta en que cada sujeto realizará la acción; el propio sujeto y su situación determinan el sentido moral de esa acción. Por lo tanto, no es posible formular de modo apriorístico el juicio moral sobre una acción; para hacerlo hay que atenerse a la situación en que emerje; y, además, la validez moral de tal acción queda restringida al momento en que se lleva a cabo.
A pesar de sus conexiones e interferencias, sería abusivo identificar «relativismo moral-normativo» y «ética de la situación», por lo que las observaciones críticas apuntadas anteriormente no pueden ser aplicadas sin más a este problema, máxime teniendo en cuenta la presentación que precede, a todas luces esquemática e incompleta. Un juicio crítico exigiría una exposición más amplia y matizada. Ninguna de las dos cosas hace aquí al caso.

  1. El relativismo moral y la tarea ética cristiana de humanizar

Como ya he señalado, el principal debate sobre el relativismo moral actual se establece primordialmente en el terreno de la praxis y sólo restringidamente a nivel teórico. Por supuesto, la reflexión filosófico-teológica actual se ocupa prolijamente de su problemática. Y cabe, además, que otras personas ajenas a ese círculo restringido adopten sus postulados como enseña normativa de su comportamiento moral y hasta que eventualmente apelen a una fundamentación meta-ética del mismo. Por lo común, sin embargo, el relativismo impera más bien como actitud bastante generalizada que, en sintonía con el «pluralismo moral» envolvente, es relativista más por «emoción» que por convicción. Encaramos con ello el último referente del relativismo moral actual.
3.1. El relativismo emotivo
Vivimos tiempos marcados por el subjetivismo y el individualismo. Son muchos los estudios que atestiguan cómo estas corrientes, de la mano de la modernidad, se han instalado impetuosamente en la cultura occidental. Hay que saludar el hecho de que, por fin, el «sujeto» prime sobre los objetos y las ideas, de que el «individuo» se sobreponga a las estructuras y las normas, y no a la inversa. Lo que pasa es que, como tantas veces en el discurrir de la historia, el fenómeno no ha reportado la síntesis equilibradora (sujeto + objeto / idea; individuo + estructura / norma), sino que ha propiciado la polarización y, como contestación a épocas anteriores de dominio inverso, se decanta por el extremo «subjetivismo» e «individualismo». Esta hinchazón del sujeto como individuo ha tenido muchos desdoblamientos y muchas repercusiones. Entre ellas, el desplazamiento de la razón por las emociones y la enfatización de la realidad del yo frente a la realidad de lo demás y los demás.
MacIntyre bautiza como emotivismo esta marca distintiva de nuestra época y lo describe, desde la óptica ética, como un desmantelamiento de los significados de moralidad, cuyos conceptos (juicios, decisiones, actos… morales) quedan circunscritos a algún tipo de emoción. No cabe, pues, justificar la moral. Si sus contenidos carecen de «fundamento racional», resultan injustificables, arbitrarios, relativos… En este contexto introduce el término de relativismo emotivo, que explicita así: «Es la doctrina según la cual los juicios de valor, y más específicamente los juicios morales, no son nada más que expresiones de preferencias, expresiones de actitudes o sentimientos, en la medida en que éstos poseen un carácter moral o valorativo. Al ser los juicios morales expresiones de sentimientos o actitudes, no son verdaderos ni falsos. Y el acuerdo de un juicio moral no se asegura por ningún método racional, porque no lo hay. […]. Hoy la gente piensa, habla y actúa en gran medida como si elemotivismo fuera verdadero, independientemente de cuál pueda ser su punto de vista teorético públicamente confesado».
3.2. El imperativo ético del realismo
Al final, casi, de este recorrido me gustaría poder ofertar una solución solvente, pero sólo me atrevo a apuntar dos preocupaciones: 1) ¿Cómo articular hoy un diálogo ético coherente, que no ignore al relativismo ni a la sociedad que lo sustenta y a la que retroalimenta? 2) ¿Cómo activar un ethos plausible, que pueda presentarse como alternativa a dos polos, ambos deshumanizadores, que se disputan hoy la hegemonía ética en Occidente: relativismo y fundamentalismo?

  • ¿Relativismo no, relativismo sí? Dialogar desde la justipreciación

Ante panoramas como el que antecede, no es de extrañar que el relativismo moral tenga mala prensa y muchos detractores, particularmente en el ámbito eclesiástico y teológico. Comenta al respecto M. Vidal: «Se constata que, sin desentenderse de la amenaza del fundamentalismo, es el relativismo al que se considera como el gran peligro. Esta afirmación es tanto más objetiva cuanto más ‘oficialista’ y más ‘moralista’ tiende a ser el discurso. […]. En el momento actual la palabra-símbolo que expresa la mayor amenaza a la formulación y a la práctica de los valores morales cristianos es la del relativismo, concepto que viene ofrecido dentro de una expresión de significación categórica: la dictadura del relativismo«.
Tal repulsa tiene razón de ser, si entendemos el relativismo moral en su acepción radical. Ya he apuntado sus falacias y contradicciones, a las que cabría añadir un listado nada desdeñable de secuelas y epifenómenos afines: escepticismo, cinismo, reduccionismo, subjetivismo, individualismo, vaciamiento moral… Por contradictorio que parezca, este relativismo radical es «absolutista», como puede colegirse de su «a priori» más representativo: «Sólo hay una verdad absoluta: que todo es relativo».
Sin embargo, conviene recordar que, frente a este estereotipo radical y excluyente de relativismo –»que reduce todo (la psicología, la gnoseología, la ética, la cultura) a relatividad, sin dejar ninguna posibilidad de existencia a lo dado, a lo fijo, a lo inmutable»–, existen otras expresiones más dúctiles y convincentes. «Hay un relativismo moderado que, al subrayar la complejidad de la realidad, admite que toda aproximación a ésta es un acercamiento de perspectiva, el cual ha de respetar la validez de otras aproximaciones».
Se puede, pues, descubrir otro relativismo de rostro amable. O, cuando menos, hay que convenir en que algunos postulados relativistas han supuesto un saludable impulso liberalizador y humanizador. Por principio, el relativismo significa una carga de profundidad contra todo bastión absolutista de cualquier género, tiempo, lugar, cultura, ideología, moral o religión. Allí donde mandan las posturas absolutas, merodean cuando menos los amagos y las intentonas de totalitarismo, fundamentalismo… El relativismo vigila atentamente y contraataca –le va en ello la vida– cualquier engendro de absolutismo.

  • Un ethos cristiano fiel a sí mismo, pero de puertas abiertas

El relativismo no es un fenómeno aislado. Tampoco en su vertiente moral. Forma parte de una concatenación de fenómenos, que han ido configurando a la sociedad occidental hasta confluir en el momento actual: secularización / desacralización, pluralismo, democracia, reconocimiento de los Derechos Humanos, tolerancia, multiculturalismo… ¿Cómo encajar, sin capacidad para relativizar, piezas tan multiformes en un puzzle tan colosal?
Siempre resulta complicado conjuntar un puzzle complejo, porque se trata de colocar todas las piezas sin dejar ninguna fuera ni violentar o deformar la identidad de cada una. ¿Cómo encajar la ética (cristiana) en un puzzle tanrelativizado como la sociedad actual? Hasta hace algún tiempo, los conceptos fundamentales del discurso moral «estaban integrados en totalidades de teoría y práctica más amplias, donde tenían un papel y una función suministrados por contextos de los que ahora han sido privados». La situación ha cambiado radicalmente. Hoy no sólo cohabitan entrecruzadas concepciones morales diversas, sino que el subjetivismo depotencia la discusión ética (¿cómo dar cuenta de juicios morales, que sólo responden a emociones?) y restringe el campo del quehacer moral (en un clima relativista a penas si cabe más empeño que fomentar puentes intersubjetivos que polibiliten la convivencia en paz y tolerancia).
En cualquier caso, nos movemos sobre la plataforma de una ética civil, que tan sólo puede aspirar a mínimos morales –algo que nunca impedirá a la ética cristiana mantener su oferta de máximos– y que encuentra el gran reto en su liza contra la polarización entre fundamentalismo (con sus concomitancias: racionalismo, institucionalismo, radicalismo, intransigencia…) y relativismo (con sus concomitancias: subjetivismo, individualismo, permisivismo, tolerancia…).
Al respecto, la formulación acuñada por Ratzinger en su descripción de la situación actual resulta drástica e inmisericorde, pero radiografía perfectamente la columna vertebral del relativismo en su versión dura, a la vez que deja entrever posibles vías de recomposición en perspectiva cristiana. Dice: «La dictadura del relativismo»
– «No reconoce nada como definitivo«: En un mundo en el que todo cambia, nada queda inamovible. Nos guste o no, la saciedad de hoy se configura así. El relativismo representa sólo el trasvase de esa médula de movilidad / cambiabilidad a los ámbitos del conocimiento, de la cultura, de la religión y de la moral. Pero ese cambio de tan alto voltaje conlleva también un coste elevado: disuelve los pilares de sustentación (verdad), los referentes de orientación (normas y criterios), las constantes de aspiración (valores, religión).
– «Deja como última medida sólo el propio yo y sus ganas«: El sujeto toma el mando, pero se ladea al subjetivismo y al individualismo. Lo hace, además, en exclusiva narcisista (desconoce, pues, el sentido de conjunto y las exigencias de alteridad, corresponsabilidad…) y anclado en el hedonismo (esas «ganas» arbitrarias rebajan notablemente cualquier incentivo ético).
Sin duda, el ámbito antropológico constituye uno de los escenarios éticos, en el que la aportación cristiana –aún aceptando el minimalismo de la ética civil– puede hacer una aportación de mayor humanización. Ratzinger no cuestiona el proyecto antropológico moderno ni, en el caso, lo pospone a la norma (o al sistema institucional, o a códigos inamovibles de verdades o valores), sino que descubre fisuras y desviaciones en el modelo actual. Éste, probablemente por primar en demasía su raíz helenista (más egocéntrica e individualista) frente a su raíz cristiana (impensable sin el otro y la alteridad), puede derivar hacia un relativismo de corte nihilista y deshumanizador.
Así, la alternativa cristiana al relativismo radical no consiste en proponer códigos frente sujeto, sino proponer un sujeto abierto a la alteridad frente a un sujeto cerrado sobre sí mismo; no establece la norma absoluta frente a la libertad, sino la libertad responsabilizada frente a la libertad individualista. Podríamos decir: no opta por el fundamentalismo frente al relativismo, sino por un relativismo «relativo», respetuoso e integrador, frente a un relativismo «absoluto», apriorista y disgregador.
3.3. Ni vale todo ni todo vale por igual
A modo de conclusión quiero subrayar estas sentencias:
– La principalidad del hombre constituye una de las facetas más destacables del relativismo y, a la vez, aquel lugar de encuentro al que siempre puede acudir la moral cristiana. Inversamente, la tendencia a radicalizar su perspectiva a partir de un subjetivismo idolátrico constituye uno de los peligros más deletéreos del relativismo y, simultáneamente, la señal de alerta para que la moral cristiana no re-accione a la contra, encastillándose en posturas absolutistas.
– No todo es relativo; y cada cosa relativa lo es a su manera, o es relativamente relativa. Por otra parte, la vida humana también está hecha de constantes y las necesita. El ser humano se realiza en tensión entre su cambiabilidad y su historia o el recuerdo remanente de un yo inalterable; cambia constantemente, pero siempre permanece su núcleo personal o deja de ser sí mismo.
– Ni relativismo total ni absolutismo a ultranza. La evidencia cotidiana no da para tanto. El equilibrio entre ambas tendencias constituye el camino ideal para superar los extremos, que por lo común generan deshumanización. Con todo, en caso de forzosa elección, la opción preferencial en sintonía con el Evangelio ha de caer del lado del sujeto (con riesgo de relativismo subjetivo) antes que de la norma (con riesgo de absolutismo). Lo que hay que salvar es a la persona, no a la norma (Mc 2, 27).
– El relativista ha de superar su radical aversión a jerarquizar ideas y valores. «El error fundamental del relativismo está en juzgar como criterio de valor la coherencia consigo mismo y prescindir de la coherencia con la realidad externa, en considerar valioso lo vigente dentro de una cultura, cuando el verdadero criterio de validez reside en la comparación entre los distintos valores que se den en las distintas sociedades. De la comparación, de la confrontación –por cierto, rechazada por los relativistas– puede surgir la superioridad de unos códigos morales respecto a otros, establecerse una jerarquía de valores válida para todos, admitir que ciertos valores son más deseables que otros; la libertad más que la esclavitud, el placer más que el dolor, el conocimiento más que la ignorancia, la belleza más que la fealdad, la salud más que la enfermedad, la verdad más que la mentira. La paz entre los pueblos, la abolición de la opresión del hombre, la igualdad de los sexos, no pueden reducirse a particularidades de determinadas culturas y, por tanto, relativas; son juicios de valores universales y absolutos». La experiencia impone a todos reconocer que ni vale todo ni todo vale igual.

MIGUEL RUBIO

 
J. RATZINGER, Homilía: Ecclesia n. 3.255 (2005), 22.
M. VIDAL, Entre la Escila del fundamentalismo y la Caribdis del relativismo. La verdad moral en la dialéctica del «ser» y del «tiempo»: Moralia 29 (2006) 424.
Cf. S. PRIVITERA, art., Relativismo, en AA. VV., Nuevo diccionario de teología moral, Paulinas, Madrid 1992, 1594-1600; ID. (ed.), Sul relativismo nella cultura contemporanea, Instituto di Bioetica, Palermo 2003.
S. PRIVITERA, art., Relativismo, 1594.
A. MACINTYRE, Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, 26, 39.
M. VIDAL, a. c., 426-427.
ID., a. c., 424.
A. MACINTYRE, Tras la virtud, Crítica, Barcelona 1987, 24-25.
SABRELI, En contra del relativismo 1987, 131 (cita tomada de art. Relativismo moral, en F. BLÁZQUEZ CARMONA – A.DEVESA DEL PRADO – M. CANO GALINDO, Diccionario de términos éticos, Verbo Divino, Estella 1999, 481.