[vc_row][vc_column][vc_column_text]MEDELLÍN es una típica ciudad latinoamericana. Situada sobre el andino Valle del Aburrá, con una población en su área metropolitana de más de tres millones de habitantes, es uno de los centros urbanos más desarrollados e importantes de Colombia. Fábricas, industrias, comercio, arte y grandes universidades estatales y privadas hacen que sea una ciudad a la vanguardia, no sólo de su país, sino de toda Sudamérica.
Pero su historia no ha sido muy distinta de las grandes metrópolis latinoamericanas, pues ha crecido a causa de la migración campesina.
Hoy día aún llegan campesinos de zonas tan violentas como Urabá, un lugar del Caribe en donde individuos armados luchan por la hegemonía de la región ante la riqueza de la misma y la perspectiva de que por esa zona puede pasar el futuro canal interoceánico; pero eso se hace a costa de desplazar a sus habitantes: negros, indígenas y campesinos. Pueblos enteros se desplazan al abrigo de ciudades como Medellín, se aferran a sus altas montañas y ensanchan así el perímetro urbano. Pero, ¿quién las recibe?
Villatina:
otro Armero en Medellín
ARMERO, un pueblo colombiano, estremeció al mundo, cuando en los años ochenta fue borrado literalmente del mapa por la erupción del volcán Nevado del Ruiz. Esta Pompeya latinoamericana ha quedado en la historia como una de las más grandes tragedias del siglo XX.
Algunos de los supervivientes fueron a Medellín y, mezclados con otros inmigrados campesinos, construyeron sus casas en la ladera de un monte y lo llamaron barrio Villatina. Este barrio nació condenado por el peligro inminente de desplome de la montaña. Se avisó preventivamente del peligro, pero no se tomó ninguna decisión. Y así, en 1991, se repitió, a escala menor y en un contexto urbano, la tragedia de Armero. La montaña se desplomo y sepultó a medio barrio. Nuevos damnificados, nuevos lutos, más noticias sensacionalistas para la prensa.
El barrio de Villacafé
EN aquel momento, algunas instituciones estatales y ONGS, en especial An tioquía Presente y la Federación Nacional de Cafeteros, se unieron y destinaron fondos para construir un barrio para los damnificados. Eligieron terrenos baldíos de la ciudad, pero apropiados para construir viviendas, y con la colaboración de la gente empezaron a levantar un barrio nuevo y distinto.
Niños, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, durante un año construyeron su barrio con escuela y servicios.
Quien llega a Villacafé se encuentra con un barrio acogedor, pero no sospecha cuántos dolores y lágrimas ha costado. A la entrada del barrio están asentadas las familias negras originarias del Pacífico y que le dan su ambiente alegre y colorista. Después, las familias de origen antioqueño. Todos acogedores, deportistas, llenos de niños y jóvenes. Viven la alegría del pobre que, aún en la pobreza más extrema, sabe sonreír y espera que el mañana será mejor.
La Escuela es el centro del barrio. La vida gira en torno a ella y a su directora, Gloria Gómez. Es como una madre del barrio, aunque no vive en él. Ella da consejos, planifica, educa, adapta, hace proyectos de microempresas.
Otra institución que trabaja allí es una ONG, la Presencia Colombo-Suiza, dirigida por Jorge García. Su función es la formación de los jóvenes en liderazgo y autogestión. Esto mantiene a los muchachos en el esfuerzo constante de seguir construyendo su barrio; aunque esté terminado materialmente, aún queda mucho por hacer. Ahora es necesario construir la convivencia, la comunidad, entre sus habitantes; así lo entienden los muchachos.
Existe también el «restaurante comunitario», que da comida a los niños con problemas de desnutrición, pues existe mucho desempleo y subempleo en el barrio; y, al final, los más afectados son los niños y adolescentes.
La parroquia
VILLACAFÉ quedó integrado en la parroquia del Santo Cura de Ars, que pertenece a un sector de mejores recursos económicos, llamado Belén-Los Alpes. Esto ha supuesto para la parroquia un gran reto: asumir el compromiso por los pobres que han ido llegado a la vecindad, a aquellos campos que antes estaban abandonados.
La parroquia apoyó a la comunidad con la organización de actividades juveniles, como los campeonatos deportivos y el grupo scout. Todo está dirigido por los mismos jóvenes comprometidos con la Iglesia, especialmente los que pertenecen a los sectores más privilegiados. Ellos dedican el sábado o el domingo para acompañar a la comunidad de Villacafé, especialmente a los jóvenes.
Los catequistas han descubierto que las personas del barrio necesitan ser escuchadas en sus necesidades. Pocas veces, en una sociedad consumista como la nuestra, el pobre es escuchado. La parroquia entiende, pues, que la evangelización es un diálogo y que ese diálogo lo empieza el pobre.
Los jóvenes, evangelizadores de los jóvenes
EL papa Juan Pablo II invita a los jóvenes a ser evangelizadores de los jóvenes. Son ellos los que con su dinamismo natural se hacen amigos de Jesús o sus parceros -por usar un término juvenil popular colombiano y que designa al amigo leal, con el que se puede contar siempre-, para atraer a otros a la comunidad de la Iglesia.
Y en la parroquia, los principales colaboradores laicos son muchachos y muchachas con un gran sentido misionero, aunque su misión esté muy cerca de su casa.
Les resulta fácil hacerse amigos de otros jóvenes, porque hablan su mismo lenguaje y comparten muchas inquietudes. Pero descubren realidades concretas que los hacen más sensibles, como el hecho de que esos muchachos del barrio popular no tienen las mismas oportunidades que ellos.
El compromiso, entonces, crece en el marco evangélico. La opción por los pobres trasciende la sensiblería y se hace con seriedad.
Los jóvenes catequistas descubren, por ejemplo, que el estado de la familia es lamentable: madres solteras o madres viudas a causa de la violencia urbana, han de educar a unos hijos que, por lo general, no conocen la figura paterna.
¿Cómo presentar ante ellos la figura de un Dios-Padre, cuando la imagen del padre en un barrio como éste es distante, confusa, violenta y sin sentido?
Son varios los retos para el joven laico: mostrarse a través de un compromiso eclesial como un padre que acoge a imitación de Cristo y mostrar a un Dios que no sólo es Padre, sino que también es Madre. La figura materna en el barrio es la preponderante: es la mujer la que lucha con tesón para proteger y educar a sus hijos, es la mujer la que toma las decisiones ante la ausencia del hombre.
Hay que evangelizar a la familia para que no traiga al mundo huérfanos con padres vivos, como dijo el Papa en Sao Paulo. Este asunto de la familia es importantísimo y hay que darle una nueva vitalidad en la evangelización, porque como dice el documento de Puebla (n. 571), «la Iglesia es consciente de que en la familia repercuten los resultados negativos del subdesarrollo».
Pero también es necesario generar mejores condiciones de vida, porque un joven que no tenga la oportunidad de alimentarse, de estudiar, de trabajar, es un joven en peligro.
Por eso, ahora se promueven ideas como la microempresa, para posibilitar a los muchachos una ocasión de empleo, que les posibilite abrirse a nuevas perspectivas. Se piensa, por ejemplo, en fundar una panadería; sólo faltan los recursos económicos y un horno. Pero los muchachos de Villacafé, con los muchachos catequistas de la parroquia, confían firmemente en que, cuando se unen, allí está Dios y donde está Dios no falta nada.
De esta manera Jesús de Nazaret camina por Villacafé, un barrio popular con muchas esperanzas y con toda la juventud que trabaja en la Iglesia para construir desde ahora el Reino de Dios, el parcero mayor.
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