Voluntarios en el umbral del siglo XXI

1 enero 2001

PIE AUTOR
Joaquín García Roca es profesor de la Universidad de Valencia.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor propone «una guía de ruta para la acción y equipajes» para los voluntarios que transiten el nuevo siglo, todo compendiado en diez elementos fundamentales: revertir la historia, derribar el muro entre Norte y Sur, recrear la ciudadanía mundial, afrontar la sociedad patógena, desactivar el poder del dinero, erradicar la exclusión, reducir la vulnerabilidad, reconciliarse con la tierra, golpear la ideología de la conquista y, por último, experimentar el carácter maternal de la realidad.
 
 
 
 
Al atravesar el umbral del siglo XXI, los voluntariados llevan en sus alforjas muchos requerimientos, que no podrán soslayar; su fuerza proviene de la cercanía a lo real y su legitimidad de la proximidad a los que sufren. El Año Internacional del Voluntariado resultará una trampa para todos aquellos que busquen la complacencia de los voluntarios y un motivo para exhibir sus excelencias. Es presumible, incluso, que asistamos a una lluvia de discursos mortíferos, que conviertan a los voluntariados en una pieza esencial de la administración o en un gestor de servicios en el gran mercado de lo social. Nadie saldrá indemne ni quedará ileso
 
El voluntariado es una ventana que permite ver lo que con otros lentes no se ve, desvelar lo que anda oculto y descifrar lo que está encubierto; no está ahí para ser mirado, sino para ver y orientar las miradas hacia la realidad. Cuando muchos se empeñan en convertirlo en objeto de atención, de promoción o de reconocimiento, las buenas prácticas solidarias se contagian de la pasión por lo real; su existencia es relacional y descentrada. Es más un adjetivo calificativo, que un sustantivo autosuficiente; permanentemente, rompe sus fronteras y se alía con otros en torno a causas y problemas comunes.
 
En el umbral del siglo XXI, surgen algunos magnetismos para la acción y el pensamiento, que están ya activos entre los voluntarios; un magnetismo que adquiere la forma del bramido en las calles de Niza o de Praga, en el «Forum Mundial de Alternativas» o en el movimiento de los sintierra, en la selva de Lacandona o en los movimientos que pretende liberar a la mujer de todo patriarcalismo; un magnetismo que, como brotes de invierno, también se sustancia en fulgores tan tenues, que gustan del silencio y de la discreción, y a veces nos hacen descreídos en el interior del heroísmo de lo cotidiano, reconstruyendo un saber vinculado a las situaciones concretas, experimentando las formas de una economía social, construyendo las bases de una política diversa o acompañando calladamente a un enfermo en un rincón del hospital.
Como una sinfonía plural, se oyen algunos registros que constituyen una guía de ruta para la acción y equipajes para transitar al nuevo siglo.
 
 

  1. La hora de revertir la historia

 
El voluntariado no nació con voluntad de transformación; para afiliarse a la cultura del cambio, necesitó de una lenta maduración. En la actualidad, sin embargo, posee una querencia esencial por revertir la historia, a causa de su proximidad al sufrimiento: las cosas pueden ser de otra manera y los voluntarios no pueden consentir las causas y condiciones del sufrimiento innecesario. Su pasión política, les lleva a no conformarse con cambiar la sociedad ya que una vez cambiada necesitará cambiarse de nuevo; de donde sus esfuerzos esenciales se orientan a un cambio radical, que afecta a la propia residencia mental y cordial.
 
Cuando está en juego la suerte de la humanidad y el capitalismo globalizado golpea, orilla y expulsa a personas, grupos y pueblos, se necesitan voluntarios, que activen los frenos de emergencia ante el sistema mundial, que es hoy como aquella locomotora del metro de Madrid, que arrancó sin conductor y fue a la deriva hasta que algún pasajero encontró los frenos de emergencia.
 
La pasión política por construir la historia se encarna en dos manifestaciones esenciales: en la forma combativa del militante o en la forma resistente del voluntario. Mientras el militante opta por una opción partidista, que da sentido a su vida y pretende alcanzar el poder como resultado, el voluntariado, por el contrario, deriva en compromiso cívico más puntual y sale en defensa de la dignidad humana, que se modula conforme a las circunstancias y pretende disolver el poder. Si la transformación del militante aspira a una especie de compromiso de por vida, sin tregua ni descanso, a través de la sumisión a la organización, la transformación del voluntariado es un compromiso con la libertad, que lucha cada vez que tropieza con la humillación de manera incluso fragmentaria.
 
En el umbral del siglo, los voluntariados necesitarán recuperar su dimensión militante en tanto que la realidad sea conflictiva; en este contexto, ejercer la acción voluntaria, será un asunto difícil en un mundo donde priva más la injusticia, la mentira, la opresión y la muerte, que la justicia, la verdad, la libertad y la vida. Será un asunto peligroso porque tratará de mostrar lo que el poder no quiere oír: que hay un sufrimiento producido histórica y estructuralmente y hay excluidos porque hay integrados. Lo propio y característico de la acción voluntaria es asumir la «asimetría» de las relaciones humanas y privilegiar como imperativo ético y político a los que están peor situados
 
 

  1. La hora de derribar el muro entre el Norte y el Sur

La lógica del capitalismo globalizado produce y acentúa las desigualdades entre los países y consagra un mundo único pero desigual y antagónico. A fuerza de confiarlo todo a las presuntas virtudes del mercado, se ha reforzado el poder económico de los ricos y aumentado el número de los pobres. El monopolio del saber y de la información, de la investigación científica y de la producción punta, de los créditos financieros y del comercio internacional crean una brecha cada vez más profunda entre países y en el interior de cada país.
 
Los voluntarios cooperantes testifican cómo los pobres de los países periféricos deben quemar estiércol, leña y residuos de las cosechas dentro de sus hogares para cocinar y de este modo aumentan las infecciones respiratorias. Testifican cómo las montañas de basura se convierten en el domicilio de los excluidos y viven en tugurios de cartón y material de desecho. Testifican cómo la degradación de los suelos reduce la tierra cultivada y convierte a la gente en refugiados en busca de tierra más fértil. Testifican cómo las multinacionales queman la tierra para expulsar a los pequeños campesinos y destruyen tanto la diversidad biológica como su medio de vida.
 
Ante el sistema mundial configurado por la globalización económica, nadie por sí mismo está en condiciones de eliminar sus efectos ni siquiera de reducir sus riesgos; sin embargo, está naciendo la globalización de las resistencias y la coordinación de las luchas. La acción transnacional de los ciudadanos es el factor decisivo para afrontar los problemas en tiempos de globalización; ante el poder mundial emergente, hay que construir redes internacionales de solidaridad, formado por todas las iniciativas que persiguen los mismos objetivos.
 
En la fábula satírica «Los viajes de Gulliver», de Jonathan Swift, los pequeños liliputienses, que median apenas algunos centímetros, capturaban al gigante Gulliver mediante miles de hilos. Quien podía ganarle a cualquiera de los enanitos, era vencido por ellos mediante una red, que le inmovilizaba y le hacía impotente. La estrategia reticular consiste en unir y vincular los hilos de la acción, desde abajo hasta el nivel planetario. Para controlar el saqueo global, es necesario que los múltiples hilos de la acción sean capaces de unirse a nivel planetario, diversifiquen las acciones y establezcan entre ellas relaciones sinérgicas. Conectar muchas acciones particulares, activar las alianzas y movilizar las asociaciones, será el estilo del voluntariado en el siglo XXI. Ha llegado el momento de activar estrategias comunes entre las organizaciones de voluntariado y los partidos políticos, entre aquellos y la clase obrera, entre los intelectuales y los inmigrantes, entre los voluntarios y los movimientos de ecologistas, mujeres, derechos de los niños.
 
 

  1. La hora de recrear la ciudadanía mundial

 
La dignidad de las personas se ha hermanado con los derechos humanos, y éstos con la ciudadanía activa. Ni los ilustrados ni las políticas actuales han sabido afirmar los derechos más allá de la pertenencia a un estado, con lo cual han mutilado profundamente el concepto mismo de ciudadanía. En la actualidad vivimos la exaltación de las condicionalidades, por la cual el reconocimiento de los derechos se somete al mérito, a la bondad, a la pertenencia étnica, a la cotización.
 
El fenómeno migratorio está desvelando las consecuencias dramáticas que crea someter los derechos al hecho nacional. Bastaría que las políticas de inmigración, en lugar de construirse sobre el concepto de legales e ilegales, se pensaran sobre la dignidad del inmigrante, para desmontar todos los simulacros, que tanto hacen sufrir a los que un día abandonaron sus tierras tras un sueño de dignidad. El conflicto migratorio está provocado por la doble desigualdad: la desigualdad que existe entre Norte-Sur y la que existe dentro del Sur entre capas dirigentes y población.
 
En el umbral del siglo XXI, el voluntariado pretende desmaquillar la ciudadanía mutilada; la dignidad que defiende no viene del posicionamiento social ni de ninguna circunstancia específica, sino que se afirma absolutamente; su dignidad no procede de tal o cual etiqueta institucional, sino de la desnudez de su rostro: un rostro que recibe el sentido de sí mismo, que habla y llama a responder.
 
Ser abogado de los ciudadanos mutilados constituirá un magnetismo del voluntariado en el siglo XXI. El voluntariado es un ejercicio de lucidez. una escuela de los ojos abiertos, del mirar detrás y más lejos; ha convertido así el ver a los otros en la raíz de una cultura de la sensibilidad como nueva forma de presión social. La autenticidad de la mirada al ciudadano mutilado consiste en dejarse mirar y percibir un cierto estremecimiento porque el que nos mira nos juzga; es la mirada de la víctima que cuestiona nuestras leyes, nuestro estilo de vida y nuestra sociedad patógena. El voluntariado nace de un estremecimiento ante la historia del sufrimiento, allí donde deja de funcionar toda retórica y toda radicalización exclusivamente estética.
 
 

  1. La hora de afrontar la sociedad patógena

 
       En la raíz misma de una sociedad patógena están los estilos de vida que fomentan comportamientos y hábitos que hacen difícil vivir de manera sana. Hay unos estilos de vida, que socavan y amenazan una vida saludable. En los países occidentales sólo cuatro tipos de dolencias causan alrededor del 70% de las muertes y todas ellas tienen su origen en el estilo de vida: las enfermedades cardiovasculares, el cáncer, las enfermedades pulmonares y los accidentes de tráfico.
 
El individualismo, el universo autista del consumo, la invasión del productivismo, la búsqueda obsesiva de la ganancia producen las patologías de la abundancia; se pierde la sobriedad, el espíritu de sacrificio y la austeridad, se reduce la sensibilidad y se cree que la salud puede ser fabricada o adquirida como uno de tantos bienes de consumo.
 
Ante una sociedad cada vez más amenazada por el estrés y el ritmo agitado de vida, por la drogadicción como sucedáneo de la felicidad, es necesario fomentar otros estilos de vida que fomenten los grandes objetivos de la humanidad, como la promoción del derecho a la vida, la liberación de la opresión y de la explotación, la creación de oportunidades, la lucha por la justicia social y el fomento de la espiritualidad y la fraternidad.
 
Ante el poder envolvente de la sociedad patógena, el voluntariado construirá cortafuegos, que expresen la línea de fuego, donde se defiende el futuro de sus vidas, el lugar de donde no es permitido volver atrás, el refugio donde podemos librarnos de la destrucción, las alternativas donde se pueda experimentar otros estilos de vida. Los voluntarios, en el umbral del siglo XXI, propugnan la revolución de las expectativas sociales, de las preferencias y de los deseos colectivos, que ya no consistirán en el acopio de objetos superfluos y en su exhibición, sino en disfrutar de bienes aparentemente muy básicos, pero escasos, como el tiempo compartido, la comunicación humana, la fraternidad cordial. Frente al despilfarro, la austeridad; frente a la abundancia, la sencillez.
 
 

  1. La hora de desactivar el poder del dinero

 
       Cuando el mundo se convierte en un mercadillo de aldea y la lógica del banquero convierte a las flores en mercado de las flores, el trabajo en mercado de trabajo, el amor en mercado del amor, el mundo habrá perdido su habitabilidad. La concentración del poder económico en las manos de las empresas transnacionales amenaza no sólo a los estados sino también a la capacidad de los ciudadanos para determinar su propio destino. Hay una amenaza de la democracia y un caldo de cultivo para el crecimiento de las mafias y el ocultamiento de las fuentes de acumulación del capital: narcotráfico, comercio de armas, prostitución, emigración. La modernidad construida por el capitalismo e ideologizada por el neoliberalismo ha destruido las estructuras colectivas y fragilizado los valores comunes. Son muchos los que se empeñan en convencer que sólo existen intereses particulares.
 
El voluntariado, en el umbral del siglo XXI, será como una pequeña chispa, que explosiona en contacto con la civilización del dinero. El gran filósofo de la esperanza del siglo XX, Ernst Bloch llegó a estimar todo aquello que actuara de chispas mesiánicas por su capacidad de explosionar en contacto con la inhumanidad. El voluntariado será como las chispas que explosionarán en contacto con todos los procesos de marginalización y ante todos los supernumerarios que deambulan hacia ninguna parte. Es tiempo de poner la economía al servicio de los pueblos y los voluntariados encarnan hoy muchos impulsos que rompen a pequeña escala las leyes del mercado capitalista. En el haber del voluntariado está la lógica del don, que desactiva la lógica del beneficio y de la ganancia y trabaja por intereses generales; cree firmemente en la existencia de valores colectivos y de bienes comunes, que pueden suscitar un camino de encuentros y convergencias.
 
 

  1. Es hora de erradicar la exclusión

 
La experiencia contemporánea de la exclusión se ha puesto en relación con tres rupturas, que originan circuitos excluyentes y ondas expansivas. La fractura de una organización mundial que orilla y expulsa a dos tercios de la humanidad, la fractura de los mundos vitales y de las relaciones, que se encarna en desafiliación y ruptura de los vínculos sociales; y los desgarros personales que debilitan la capacidad de amar y de esperar, de desear y de soñar.
 
Como consecuencia, hay personas que han quedado atrapadas en situación de postración hasta afectar a la confianza en si mismo, a la seguridad y capacidad de lucha, a la identidad personal y a las motivaciones para vivir. Se inicia así el largo camino que lleva a la apatía cuando no a la autodestrucción. La existencia de las exclusiones, con todos sus satélites de pobrezas, marginalidades y exclusiones, marca la altura moral de nuestro tiempo y plantea, en toda su radicalidad, la mayor cuestión ética, que abre el milenio: ¿dónde dormirán los excluidos en el próximo milenio?, ¿Qué será de ellos? Plantea, asimismo, la gran cuestión política, ya que vivir humanamente es ampliar el nosotros humano y hacer recular los espacios de la marginalidad; e incluso, plantea la gran cuestión religiosa ya que el problema teológico más radical hoy es cómo anunciar a los excluidos que Dios les ama: ¿quién y dónde podrá alimentar su esperanza?, ¿qué mesa les podrá acoger como comensales?
 
Erradicar la exclusión es el sueño ético, político y religioso de todo voluntariado maduro; la cercanía es un dique contra los mecanismo de exclusión, que está generando una espléndida geografía de organizaciones solidarias en el campo de la droga, de las minusvalías, de la ancianidad, de menores en riesgo…; se han anticipado a las leyes y a las respuestas institucionales y, de este modo, son un buscador continuo de nuevas fronteras.
 
 

  1. La hora de reducir la vulnerabilidad

 
En el umbral del siglo XXI, ha crecido la vulnerabilidad de los sujetos frágiles, han aumentado los riesgos y disminuido las resistencias. Los sujetos débiles son los seres más amenazados de la creación. Una intensa geografía social lo testifica: desde ciertos subgrupos, que habitan en las fronteras de un mundo de privilegio, hasta países orillados de los circuitos económicos mundiales; desde los alumnos de escolaridad fracasada con deficiencias múltiples hasta los parados de larga duración; desde los jóvenes sin empleo hasta las personas golpeadas por la drogodependencia o la violencia doméstica.
 
La vulnerabilidad se despliega unas veces en muerte física; 15 millones de niños morirán antes de cumplir cinco días a causa del hambre; el deseo más intenso de la humanidad que consiste en ganarle la batalla a la muerte y alargar la vida vive hoy una profunda herida: Si la muerte es igualmente larga para todos, la vida es desigualmente corta. Nacer en España es tener una expectativa de vida entre 76 años para los varones y 82 años para las mujeres, nacer en Zambia, por el contrario es tener una expectativa entre 37 y 38 años. Otras veces, la vulnerabilidad se despliega en muerte social, que equivale a insignificancia. Hay personas que se han visto descolgados de sus redes naturales como mecanismos de protección general y se convierten cada vez más en individuos sin apoyos, en personas insignificantes , que no cuentan para la sociedad ni, con demasiada frecuencia, tampoco para las Iglesias. Vulnerables son los que tienen que esperar dos horas a que llegue la ambulancia, son los que tienen que trasladarse a tres kilómetros a comprar porque los mercados los han declarado insolventes, los que no son reconocidos para conseguir un minicrédito para iniciar una empresilla, los que no tienen capacidad para presionar
 
Hace unos días nos sorprendió una historia, que bien puede representar la necesidad actual de los vigías. Un Ferry repleto de personas se hundía en las aguas del mar Egeo. La tripulación había programado el piloto automático para tomarse una cerveza mientras asistían a un partido de fútbol; es una operación que resulta ventajosa para los armadores que pueden reducir de ese modo las tripulaciones y ahorrar dinero; resulta ventajosa para la tripulación que puede de este modo sentarse bajo cubierta bebiendo cerveza y viendo la televisión. Sin embargo, resulta peligroso para los pasajeros, ya que no se perciben las amenazas y los riesgos que escapan al piloto automático. Y sobre todo, es alarmante ya que no se ven los náufragos que están a la deriva en el mar, aquellos navegantes perdidos en una balsa o en un bota de goma, esos náufragos que sólo se perciben si eres capaz de ver cómo agitan los brazos, oyes los gritos y ponen su camisa en lo alto del mástil. El radar no te detecta porque eres demasiado pequeño.
 
Ser vigía de la vulnerabilidad es tarea ineludible de los voluntarios en el umbral del siglo XXI. Advertir sus heridas y vivirlas en proximidad y cercanía a los últimos, los débiles, los oprimidos, los fracasados y los pobres. Tomar partido por ellos, defender su dignidad en todos los foros locales y mundiales, es hoy una misión central de los voluntariados. Cuando se amenaza la vida de los sujetos frágiles, se oscurece el cielo y la alianza de Dios.
 
 

8. La hora de reconciliarse con la tierra

 
El actual modelo de crecimiento, con las pautas de consumo que lo sostienen, es radicalmente patógeno y afecta gravemente a los medios de vida y a la seguridad humana. Al deteriorar los recursos renovables, contaminar el ambiente y degradar los suelos, con la consiguiente desertificación y pérdida de diversidad biológica, la tierra se siente profundamente amenazada.
 
La tierra necesita de habitantes que cicatricen sus heridas y ayuden a crear mejores condiciones de vida, para que la mayoría abrumadora de los que mueren todos los años como consecuencia de la contaminación del aire y el agua, por la desertificación, por las inundaciones y las tormentas provocadas por el recalentamiento mundial de la atmósfera puedan vivir. Si todos tuvieran acceso a agua limpia y saneamiento básico, se salvarían todos los años dos millones de vidas jóvenes.
 
Los voluntariados promueven una nueva cortesía con lo creado y una alianza con toda la comunidad cósmica. Después de muchos siglos de confrontación con la naturaleza, el ser humano necesita encontrar su camino de regreso a su casa común: la Tierra como Hogar. La vecindad con la naturaleza invita a actitudes de respeto y de acogida. Cuando la tierra se reduce a ser un simple instrumento o un mero recurso natural, se legitima su degradación. Los voluntariados ecológicos recuperan la tierra como un superorganismo vivo: las piedras, las aguas, la atmósfera, la vida y la conciencia están entrelazadas entre sí, en una total inclusión y reciprocidad.
 
 

  1. La hora de golpear la ideología de la conquista

 
La ideología de la dominación está en el origen de la conquista de los pueblos y de las políticas de sumisión, pero también en el ritmo agitado de la vida, en la falta de descanso suficiente y en la insensibilidad ante el dolor ajeno, que impide asumir de manera responsable la vertiente dolorosa de la vida: el deterioro del organismo, la vejez, la enfermedad crónica, las desgracias, el fracaso, la soledad. Esta ideología llega a valorar al sano frente al enfermo, al joven frente al anciano, al fuerte frente al débil.
 
Nuestro concepto de bienestar está moldeado por la ideología del conquistador. Bueno es lo que produce bienestar y malo, lo que causa malestar y se olvida, así, que una vida auténticamente humana exige muchas veces lucha, renuncia, sacrificio, entrega abnegada, experiencias que no dan bienestar. Y al contrario hay un bienestar que no es sano: es el bienestar que produce la alimentación excesiva, el uso indebido de drogas o el bienestar que se produce olvidando el sufrimiento de los débiles y escamoteando el problema de la enfermedad, el sufrimiento, la injusticia destructora o la muerte. De este modo, convierte el bienestar en mercancía y artefacto, que puede ser fabricado, adquirido y comprado como un bien de consumo, en los gimnasios, deportes, chequeos y masajes.
 
Ante la ideología de la dominación, que alimenta el neoliberalismo actual, el voluntariado deberá construir diques culturales, que experimenten otros modos de ser feliz. Los habitantes de Centroamérica hablan de la construcción de diques para resistir tanto al huracán Mitch como a la globalización económica, entienden que el secreto de la vulnerabilidad está en las resistencias; a los huracanes sólo se le reduce a través de las resistencias. La pregunta clave hoy del voluntariado en el umbral del siglo XXI es cómo construir diques ante la situación mundial, cómo reducir la vulnerabilidad a través de las resistencias.
 
 

  1. La hora de experimentar el carácter maternal de la realidad

 
En el umbral del siglo XXI, ser voluntario es activar los potenciales de una sociedad inclusiva. Los voluntariados activan el amor incondicional, que es la única relación incluyente ya que no pone ninguna condición para ser vivido: ni condición de raza, de religión, de ideología o de mérito; ama sin condiciones ni presupuestos lo que no tiene valor, lo que puede repugnar y ni siquiera tiene rostro humano. El don resulta así absolutamente gratuito, asimétrico y, en consecuencia, universalizable; posee características maternas, en la medida que siente compasión por el que fracasa y recoge lo que se perdió, le envuelven en su caída, e impide que ésta sea completa e irremisible. Y al hacerlo, activa un proceso de liberación que es profundamente terapéutico.
 
Este es el último secreto de la experiencia de la gratuidad, que se cultiva en contacto con las fuentes de la vida y se despliega en el gozo de estar juntos y en la pequeña bondad de cada ser humano, esa bondad que la tradición ilustrada identificó con las virtudes cívicas. Un gozo y una alegría, que no necesita cerrar los ojos ante el peso de la realidad, donde anida la violencia extrema y la muerte acampa sin sentido. n
 

Joaquín García Roca

estudios@misionjoven.org