Voz y fiesta

1 octubre 2006

Uno de los españoles agnósticos más serios y honestos que he conocido, socialista retirado voluntariamente de la vida política por razones de conciencia, me preguntaba en cierta ocasión, perplejo, qué explicación podía dar la Sociología al éxito arrollador de los viajes de Juan Pablo II, especialmente con los jóvenes. El Papa acababa de celebrar entonces su último encuentro con la juventud española en Cuatro Vientos, Madrid. El hombre estaba todavía sinceramente estremecido por el entusiasmo del medio millón largo de jóvenes de toda España, con las canciones de Niña Pastori, con la voz cascada y gigante del Papa.
Las millonarias multitudes no han cesado de arropar los encuentros del Papa, de Juan Pablo II, de sus predecesores, y de Benedicto XVI, tan diferentes en sus perfiles personales, tan idénticosen su misión, en su rol, diríamos los sociólogos: representar ante el mundo a Jesucristo y su Mensaje, y así unificar y vivificar a los más de mil millones de católicos de todo pueblo, raza, lengua y condición.
Por esta razón acuden en masa fieles de todo el mundo a encontrarse con el Papa. El Pontífice de turno podrá ser un héroe, un mártir –atentado, enfermedades, agotamiento, agonía– y un genio de la comunicación, como lo fue Juan Pablo II, o un asceta serio e intelectual profundo como Pablo VI, o un viejito vital, risueño y audaz, como Juan XXIII. Es igual.
El Papa, ya sin nombres propios, es el único líder mundial capaz de enfrentarse con los poderes de este mundo, con la lógica del mercado, con el pensamiento único o dominante. Y seguir proclamando la utopía y la belleza del Evangelio. La gente lo sabe y lo valora. Aunque se le rebelen los conservadores o los progres de turno, le ataquen sin piedad los antipapistas de siempre, le compliquen las cosas del dinero obispos o cardenales anónimos, y le ensucien la Iglesia curas pederastas o peseteros.
El Papa, decía lord Macaulay, “trabajaba ya oscuramente en la mínima iglesia del siglo I cuando las hogueras de los sacrificios ennegrecían todavía el Panteón romano”. Y ha persistido cuando las cenizas de dinastías, imperios y poderes se desvanecían en torno suyo. Hoy, en el mundo de la enloquecida globalización mediática, es más escuchado que nunca. Para los cristianos de entonces y de ahora, el Papa es la única garantía de la inquebrantable unidad de la Iglesia, confirma en la fe a fieles y menos fieles, y devuelve a los católicos su identidad, tan vapuleada porpseudoprofetas y polémicas.
Entretanto, se vacían las iglesias. Sí y no. El último estudio completo, de 2002, cifra en 39 el porcentaje de los españoles que van a misa al menos una vez al mes. Sólo una cuarta parte confiesa que no va nunca. Pregunto: si el Papa desapareciera del escenario mundial en el que los medios, los viajes y encuentros lo han colocado ante centenares de millones de creyentes y no creyentes, si esa Voz se apagara, ¿no serían los porcentajes de asistentes a la Misa de los domingos más mediocres todavía?
Millones de personas, sobre todo en los países o regiones en los que el catolicismo popular sigue vivo y vivificante, se vuelcan en procesiones, romerías, visitas a santuarios, fiestas patronales y semejantes. ¿Puro paganismo, folklore, reclamo turístico, mezcla de devoción y superstición? No. El catolicismo popular es mucho más que todo eso. Es una religiosidad cuyo sujeto es el pueblo, no la institución ni el clero, participada al 100% por todos como protagonistas, dotada de gran riqueza imaginativa, emocional y simbólica, con un papel preponderante de lo corporal –rasgo que tanto atrae en el catolicismo a Günter Grass, frente a la sequedad del protestantismo clásico–, con formas no doctrinales, sino un conjunto de leyendas y relatos maravillosos que acercan al pueblo los Grandes Relatos cristianos.
La misa dominical carece, en general, de calidez, belleza y participación. Las dos terceras partes de los jóvenes españoles piensan hoy que la misa no dice nada y es muy aburrida. Los adultos del Informe FOESSA 1994 explicaban su ausencia por las posturas retrogradas de la Iglesia en materia social, moral y política.
Quizás es esto lo que el pueblo hambrea: una Voz potente y una Fiesta cristiana.

 Juan González Anleo, Catedrático emérito de Sociología
de la Universidad Pontificia de Salamanca

RS21, julio 2006

Para hacer

  1. Estos análisis desde la Sociología pueden servir para establecer un debate que ayude a profundizar en el tema. ¿Cuál es a nuestro juicio la idea fundamental? ¿Estamos de acuerdo con ella?
  2. ¿Qué otras ideas se aportan? ¿Con cuáles estamos de acuerdo y con cuáles no?
  3. ¿Qué aplicaciones sacamos como jóvenes o para nuestro trabajo con los jóvenes? ¿Cómo llevarlas a cabo?

 

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