Yo consumo, tú consumes… ellos son excluidos

1 diciembre 2005

Víctor Renes Ayala
Víctor Renes es sociólogo, miembro del Equipo técnico de Caritas Española.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Desde un enfoque antropológico y centrando la atención en la relación entre consumo y desarrollo humano, el artículo plantea un conjunto de cuestiones sobre la satisfacción de necesidades y deseos, sobre el modelo de persona y sociedad que genera el consumismo actual y, especialmente, sobre el cambio antropológico y social. Cuando puramente el crecimiento económico deviene el paradigma social, el pobre es el perdedor y la gran trasmutación social es la alineación.
 
Del consumo se puede hablar desde una óptica económica como demanda, analizando el efecto del consumo en la activación o desactivación de la economía; también del consumo en tanto utilización de los bienes y servicios necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas. Pero nuestro enfoque no será de tipo económico sino antropológico, o sea, de la relación consumo – desarrollo humano y cómo el consumo configura el propio modelo de persona y de sociedad
Esta tendencia a convertirse el consumo en el patrón de referencia de las sociedades de masas claramente aparece como un denominador común en las sociedades occidentales de la segunda mitad del siglo XX. La sociedad opta no sólo por la disposición de bienes imprescindibles para la satisfacción de las necesidades personales y sociales, sino que convierte esta posesión en el polo de referencia de opciones, decisiones y valores. Los valores materiales toman la prevalencia sobre los valores espirituales como signo de valor social y esto legitima al consumo en tanto validador de tales valores.
Hemos pasado del consumo al consumismo, y esto es una trampa y una espiral. Por qué? Pues porque las necesidades en sentido estricto son pocas, pero una vez generada la espiral de necesidades ilimitadas, y hoy por hoy no se quiere delimitar esta espiral de ‘necesidades’, el consumidor se hace muy apetecible para la economía de producción. La producción crece y, por ello, hace crecer las rentas, lo que genera un nuevo crecimiento de las necesidades.
Esta espiral puede hacer quebrar la sociedad; o sea, esta espiral no tiene límites mas que por el ahogamiento del sistema. Ante la creciente ansia de consumo el propio sistema de producción se acaba gigantizando pues el consumismo devora todo. Pasamos de lo pequeño es hermoso a lo gigante es fantástico, y este principio se convierte en axioma siempre verdadero. Gigantismo que, además, muchas veces es ocultamiento de in-capacidades.
Desde el punto de vista antropológico el consumismo plantea una serie de cuestiones que vamos a pasar a examinar: los bienes, los deseos y la satisfacción de las necesidades; consumo y modelo de persona y de sociedad; consumismo y cambio antropológico y social.
 

  1. La reducción de la necesidad al deseo

 
El modelo de crecimiento económico imperante hoy en el mundo, es tributario de un sistema de creencias. Y, en primer lugar, de la noción dominante respecto al concepto de necesidad. La necesidad es entendida como análoga al deseo, por lo que tiene un carácter de infinitud que se retroalimenta a sí misma, ya que por cada necesidad-deseo satisfecha surgirán muchos otros deseos-necesidades que será necesario satisfacer. Esto orienta al sistema económico a la satisfacción de los deseos humanos identificados como necesidades, y lo determina como un sistema en permanente crecimiento.
La propia estructuración y valoración social queda organizada en torno al crecimiento pues se entiende que estando en juego la satisfacción de los deseos-necesidades humanas, nada puede ser más relevante que el crecimiento, en tanto se identifica crecimiento con satisfacción. En esa visión se pasa directamente desde la necesidad (algo reconocible universalmente y, en cuanto tal, objetivable) al deseo (algo esencialmente subjetivo y eventual según cada contexto).
De ahí que sea necesario repensar y revisar la noción de necesidad[1]. Si se piensa la necesidad humana como algo asociado a nuestra naturaleza como entes vivos, estamos hablando del ámbito donde se encuentra radicado aquello que llamamos “vida humana”. Y ahí nos encontramos con la existencia de una naturaleza humana constante (en lo substantivo) a lo largo de la historia y a lo ancho de las culturas y una serie de necesidades humanas que son las mismas para el conjunto de aquellos que reconocemos como seres humanos. Según esta propuesta las necesidades son pocas, finitas y clasificables, existiendo nueve necesidades humanas fundamentales: subsistencia, protección, afecto, entendimiento, creación, participación, ocio, identidad y libertad.
Surge, como consecuencia, la necesidad de un nuevo concepto que dé cuenta de la dimensión aparentemente cambiante de la necesidad, y que denominaremos “satisfactor”. Son los satisfactores los que cambian de cultura en cultura, de sociedad en sociedad, de pueblo en pueblo. Cada comunidad humana comparte un conjunto de satisfactores propios y específicos, que incluso la diferencian de otra comunidad. El elemento cambiante son los satisfactores, existiendo varios tipos de satisfactores, siendo algunos de ellos beneficiosos y otros dañinos en relación a la satisfacción de las necesidades humanas.
Una primera consecuencia importante es la no identificación inmediata entre deseo, o mejor dicho, entre necesidad y el bien con el que satisfacerla: otra consecuencia es que pueden ser muy diversas las distintas formas de satisfacer una necesidad con los diversos bienes, pues pueden ser muy diversas las mediaciones, o sea los satisfactores; igualmente la presencia de la cultura y los valores en el campo de la satisfacción de las necesidades. Esta nueva visión de las necesidades nos plantea varias cuestiones, entre las que señalaremos solamente dos.
Al ser las necesidades humanas fundamentales iguales para todos e iguales en importancia, cambia el concepto de pobreza y también el de riqueza, porque en la visión del ‘crecimiento’ económico, la pobreza está asociada exclusivamente a déficit o ausencia de subsistencia, vale decir de pan, techo y abrigo. Pero en una concepción de las necesidades que las considera como la propia naturaleza humana, para todas las necesidades existe un umbral presistémico. La deprivación en cualquiera de ellas más allá de un cierto nivel, conduce al desmoronamiento del sistema de necesidades y consecuentemente de la vida. La gente se muere no solamente de hambre sino que se muere también por carencia de afecto o por carencia de identidad, etc.
Por otra parte, la hegemonía de esta visión cultural tradicional ha terminado imponiéndonos concepciones de la realidad donde tendemos a desvalorizar nuestros propios recursos, nuestras riquezas, empobreciéndonos de esa manera al imponernos escalas de valores, de deseos y de consumo ajenos a nuestra historia e identidad como pueblos. ¿Qué decir, por ejemplo, de la enorme riqueza contenida en los satisfactores para actualizar la necesidad de afecto en nuestras sociedades latinas? ¿O la enorme abundancia contenida en la relación que establecen con la naturaleza los pueblos indígenas para dar cuenta de sus necesidades de entendimiento y subsistencia?
 

  1. El inmediatismo del consumo como modelo de sociedad

 
Vamos a considerar esos tres elementos (necesidades-satisfactores-bienes) para analizar el modelo de sociedad en que nos encontramos[2]. Podemos decir que la sociedad occidental ha tenido éxito en implantar su modelo en todo el mundo dando origen a la actual sociedad consumista, en la cual se produce un sobredimensionamiento del subsistema de los bienes y obviamente un subdimensionamientode lo que son las necesidades y los satisfactores. Se trata de una sociedad en la cual el exceso de bienes nos va embotando tanto desde el punto de vista valorativo como desde el punto de vista emocional. Entiende la riqueza como acumulación y posesión de bienes. Por el contrario pobreza es equivalente a ausencia o privación de bienes.
Pero este modelo social ha generado una nueva enfermedad, el consumismo que informa toda nuestra cultura pues va acelerando cada vez más los procesos mediante los cuales se introducen nuevos productos, al precio de generar permanente obsolescencia y desechabilidad. Si bien la permanente innovación y creación es necesaria en toda sociedad humana,  ella no puede ser al costo de una tan profunda destrucción ambiental, cultural y moral como acontece actualmente.
Hay una especie de norma moral referida al consumismo que exige dar cuenta lo antes posible del deseo. Parte importante del mensaje publicitario se orienta a generar deseos en forma casi compulsiva, de modo tal que éste se hace presente ante la conciencia generando una sensación de vacío e incluso casi de dolor mientras no sea satisfecho. Pero ello va contra el propio proceso de humanización. Es decir, nuestra humanidad requiere imprescindiblemente para su constitución de la postergación en la satisfacción del deseo.
Así, el niño recién nacido siente hambre y llora, y exige su inmediata satisfacción. El proceso de humanizar a ese animal humano, «desanimalizándolo», consiste en socializarlo, en educarlo, de modo que aprenda a distinguir su deseo de su satisfacción, que no puede ser inmediata. La articulación de la identidad de ese ser es un proceso en el cual aquel va reconociendo la necesidad de diseñar estrategiasadaptativas que le permitan dar cuenta de su deseo. En todo ese proceso se ha ido progresivamente infiltrando la dimensión temporal. La estrategia de satisfacción del deseo demanda un primer y previo aprendizaje: «no es posible obtener nada inmediatamente, todo requiere de un tiempo».
Nuestra cultura, por el contrario, nos impulsa a consumir más y más compulsivamente, a dar cuenta en forma inmediata e instantánea de cualquier deseo surgido. La sociedad consumista actual ancla su existencia en la producción industrial de bienes de consumo masivo: bienes que requieren ser permanentemente desvalorados y desechados, para así continuar creando nuevos bienes que los sustituyan.
Este tipo de sociedad posee en su naturaleza un carácter excluyente que hace que sólo pueda ofrecer beneficios que se sustentan en  el juego suma cero: si alguien gana es porque otro lo pierde. Muchos bienes durables e incluso bienes de capital, por la propia lógica interna de este sistema social, son transformados de bienes que proveen calidad de vida o riqueza mediante la creación de nuevos bienes, en males, ya que son transformados en chatarra o basura (valor social negativo), constituyéndose en  una carga para el ambiente.
La sociedad de consumo masivo ha ido transformando de una manera radical los valores propios de otras sociedades. Ha destruido los valores de la cooperación y de la convivialidad, ha destruido los valores de la solidaridad y de la fraternidad. Ha fomentado el individualismo extremo y una suerte de consumismo patológico, lo cual ha comenzado a comprometer incluso el futuro. Se ha producido en los años recientes una profunda mutación cultural desde una «sociedad frugal» a una «sociedad consumidora». Se ha aprendido a malgastar, a usar y tirar las cosas, a sentirse insatisfecho incluso con el último modelo de automóvil y a anhelar el nuevo modelo.
En sociedades que operan con esta lógica, se van transformado en obsoletos y/o desechables, todos aquellos seres humanos que por diversas razones no pueden constituirse en sujetos de crédito: personas con bajos o escasos niveles de ingreso (pobres), personas con esperanzas de vida limitada (ancianos y enfermos terminales), personas con capacidad de pago decreciente (enfermos crónicos y discapacitados), y así muchos otros grupos sociales. De forma tal que la exclusión se torna necesaria para mantener los niveles de competitividad alcanzada.
La sociedad del crecimiento ilimitado supone un principio que se ha demostrado irreal: que el crecimiento “se filtrará” hacia las clases más pobres que, así, podrán acceder al consumo que satisfará sus necesidades. Pero hace tiempo que se ha comprobado que los altos índices de crecimiento económico por sí mismos no resuelven los problemas sociales y humanos más importantes, incluso los más urgentes, además de haber ido acompañado en muchos países de paro y de deterioro de las condiciones de vida.
Cuál es la cuestión que está detrás de ésta situación? Pues que el crecimiento continuo y su anverso el consumo ilimitado como satisfactor de los deseos, que no de las necesidades, no se refiere a la calidad de vida sino al llamado “nivel de vida” que se equipara al consumo material, que es el que requiere el crecimiento continuo para una progresión del nivel de vida. Pero esto lleva a disponer y consumir bienes que no son necesarios, salvo por la identificación de necesidad con deseo, y a derrochar recursos. Lo que acaba induciendo una degradación de la “calidad de vida” (del aire que respiramos, de la comida que comemos, de las relaciones sociales que forman el tejido de nuestras vidas, de la participación de todos en el ejercicio de sus derechos …). Lo que, además, implica una utilización de recursos naturales sin atenerse a sus límites, lo que contribuye al agotamiento de los recursos naturales del planeta.
Así pues, los valores que aparecen en los modelos económicos actuales, en nuestra propia sociedad consumista son aquellos que pueden ser cuantificados asignándolos un valor monetario. Pero, sobre todo, y como expresión más rotunda de su inadecuación como modelo social, niega la riqueza de la que los seres humanos somos portadores, los bienes abundantes. Es decir, en su identificación de necesidad con deseo, y en la relación del deseo con los bienes con que dar cuenta inmediata del mismo, reduce todo a los bienes materiales con los que colmar los deseos. Para ello invisibiliza lo abundante, y reduce todo a lo escaso para así justificar el continuo e ilimitado crecimiento de bienes materiales. Lo abundante, incluso, como puede (o podía) ser el aire, pasa a ser ‘económico’ en cuanto se le reduce a escaso. Por ello, los bienes inmateriales, relacionales y espirituales de los que los seres humanos somos abundantes, como el afecto, el amor, la fraternidad, la solidaridad, la socialidad, la societalidad, la gratuidad, la capacidad de encuentro, de entendimiento y de organización, la confianza, la participación, la creatividad, etc, no son considerados recursos por no ser considerados ‘económicos’ al no ser escasos. Hasta que escasea en una sociedad la propia capacidad de ‘cuidarnos’, y entones se ‘paga el cuidado’ pasando a ser así un bien económico en tanto tiene precio.
 

  1. La afirmación de la mercancía frente a los bienes sociales

 
Por tanto, sólo existen las ‘mercancías’, o sea, los bienes son considerados en tanto pueden ser ‘adquiridos en el mercado’, comprados, para su aplicación a los deseos. Por lo que acaban siendo considerados bajo su aspecto ‘económico’ que reduce al bien a su dimensión de coste para poder ser adquirido; o sea, a su precio, no a su valor. En una sociedad estructurada en torno al consumo ilimitado sólo existen mercancías que se intercambian con su estricto valor mercantil. Ya no hay que estar de acuerdo con los valores simbólicos trascendentes (reciprocidad – amor; redistribución – justicia; intercambio – equidad); simplemente hay que someterse al juego de la circulación infinita y extendida de la mercancía para un consumo como fin en sí mismo.
Eeste modelo está llamado a extenderse mucho más allá del campo del intercambio mercantil. Y por ello habrá que pagar un precio, a saber la alteración de la función simbólica, donde ni la solidaridad, ni la cooperación, ni la socialidad, ni la societalidad, ni el conjunto de los bienes inmateriales, relacionales, espirituales, podrán ser parámetros de sociedad. Y es que la estética del mercenario lleva las de ganar respecto a la ética del futuro. O sea, todo se sacrifica a la tiranía de lo urgente, de lo inmediato, que es el ritmo y el tiempo del consumo de la mercancía, y no se aceptan esquemas de trabajo de gratificación diferida.
Se han trasmutado los valores societales que estructuran una sociedad, pues se acaban trasmutando los valores del ‘bienestar’, de la ‘asociación’, de la ‘solidaridad’, que son conceptos que han perdido su referencia en tanto su sentido venía de asegurar colectivamente los riesgos de la existencia social a través de la solidaridad del conjunto social. Ahora se busca el bienestar particular, la solidaridad y el asociacionismo corporativo en tanto forma de asegurar individualmente los deseos (igualados a necesidades) que han quedado fragmentados por grupos y estratos de poder social, a través de los cuales los individuos que pueden adquirirlos los consiguen, y así pueden disfrutar de su poder de compra.
Hay un problema de fondo en el modelo de estructuración social que deviene de las opciones del consumismo y de la mercantilización de la sociedad, y es que se construye sobre fuerzas que se repelen. Es decir, dado que la fuerza estructuradora prevalente es la mercancía y el consumo de la misma, y que por ello su instrumento es el mercado, el tejido social es un tejido sin sujeto, pues el mercado intercambia objetos, y los objetos están desimbolizados, sólo son mercancías para su uso inmediato que en el acto mismo de ser usadas se consumen y necesitan su reposición para ser usadas y por ello consumidas nuevamente, lo que les pone en un círculo de retroalimentación ‘consumista’ sin fin.
Con ello los individuos quedan convertidos en «mónadas» sociales cuyo signo de identidad es su pretensión de diferenciarse de los que no se han salvado de la crisis de la sociedad del consumo de la mercancía. Y va introduciendo una nueva comprensión del bienestar desde la apropiación individual del mismo, y la «salvación» corporativista, como sentido de lo asociativo. El asociacionismo ha pasado a ser yuxtaposición de individuos afectos al mismo poder social (corporativismo).
El «bienestar» social ha pasado a ser entendido como algo que el individuo se apropia, de forma particular, y no como la garantía de los derechos sociales desde el acceso a bienes y servicios generales. Por lo que la garantía de su disfrute está en la capacidad de su apropiación, de la apropiación de los objetos de consumo con los que el bienestar se identifica. De ahí el lógico reverdecimiento de lo privado-individual enfrentado a lo común-societal.
 

  1. Cambio antropológico

 
La prevalencia de la mercancía está produciendo una verdadera mutación antropológica, pues nuestra condición humana está siendo obligada a quedar religada a la capacidad de adecuarse a los flujos siempre cambiantes de la circulación de la mercancía, o sea, de los objetos de consumo. En definitiva, lo que la sociedad consumista da de sí es la configuración de un hombre nuevo. Pero para ello no se ha planteado una gran batalla contra los antiguos símbolos por unos nuevos. Simplemente se ha limitado a introducir un nuevo estatuto del objeto, definido como simple ‘mercancía’, esperando que los hombre se trasformarán durante su adaptación a la mercancía.
Lo que se acaba fabricando es un nuevo sujeto, un sujeto a-crítico, precario, psicotizado ante los ídolos o símbolos nuevos del mercado y del consumo de objetos mercancías que le dan el ser, abierto a todas las conexiones mercantiles y a todas las fluctuaciones identitarias. Todo debe entrar en la esfera de la mercancía incluidos los mecanismos de la subjetivación. Lo que desde un nivel de antropología filosófica se puede entender como una religación del ser humano al objeto en tanto representa lo que se desea y a lo que aspira, así como simboliza lo que le salva; una religación ¿religiosa? (idolatría). ¿Qué valor posee este sujeto?
 
4.1. Más es igual a mejor.
 
En nuestra sociedad del crecimiento y del consumo ilimitados, la suma se ha convertido en el parámetro fundamental, según el axioma de que más es igual a mejor. De modo que la cantidad es la que valida la calidad. Y a ello se debe sacrificar lo demás. Crecimiento del consumo que, sin otra lógica, se identifica con Bienestar. Por tanto se confronta con la satisfacción de los deseos-necesidades como criterio, y relega, olvida, incluso desprecia abordar la des-integración y la exclusión como cuestión que debería estructurar las decisiones.
Según esto, ¿qué valor posee el sujeto? Un modelo de sociedad identificada con el crecimiento económico como paradigma social, y con la apropiación individual del crecimiento (cuya manifestacióntipológica es el «consumismo»), identifica necesidad con deseo, y éste con la posesión que ahoga todo proyecto de satisfacción que no se resuelva en lo inmediato.
 

  • Como propuesta social toma forma de propuesta en la objetivación de las decisiones en los propios deseos.
  • Como categoría cultural identifica el fragmento con lo real.
  • Lógicamente la ética individualista y neodarwinista encaja bien, así como la ética calvinista del éxito. Lo que se ha introducido en forma más o menos disimulada y secular en los comportamientos de los propios creyentes.

 
Por lo que el pobre-el que no llega-el excluido, es el autorresponsable. Y de ahí, ya, el culpable.
 
4.2. El precio como la medida del valor.
 
Todo lo que no es validado por el mercado, por su rentabilidad y competitividad, debe ser rechazado. De ahí deviene la concurrencia como el valor fundamental. Y eso sin límite; o sea, si la competitividad necesaria para ser validada por el mercado se basa en expolios de la naturaleza o en la explotación de las personas, no se considera cuestión relevante. La cuestión es la prevalencia ante el resto de ‘oponentes’ o competidores en el mercado. Y, lo que es más sangrante, esto queda legitimado por su contribución al P.I.B., es decir, al crecimiento y, desde ahí, pretendidamente al bienestar. Por lo que el bienestar queda significativamente reducido a los elementos mensurables, a los objetos y, finalmente, a su precio. Sin que se considere necesario que habría que contabilizar todos los destrozos, en personas y naturaleza,  realizados para ello.
Según esto, ¿qué valor posee el sujeto? En la sociedad de la mercancía (propuesta social, categoría cultural, y ética), todos quedamos igualados en el consumo, quedando velada toda otra situación, pues el consumo está desligado de toda la base y condiciones sociales en que se asienta la persona, los grupos sociales, la sociedad, quedando todos reconvertidos en un atomismo individual.
 

  • Como propuesta social hace desaparecer toda dialéctica entre ser y tener: tener para ser/no ser por no tener/no ser por sobretener; unos no son/por tener otros lo suyo. Es decir, la dialéctica tener-ser como dialéctica antropológica; y la dialéctica tener-ser como dialéctica estructural.
  • Como categoría cultural identifica el futuro como el terror, pues al identificar consumo y ser, todo lo que se resuelve en el proceso de ser, no es; por lo que sólo considera anclado en firme lo que ahora se puede tener.
  • Lógicamente esto encaja bien con la ética de la “celebración” de la acumulación y de la «celebración» (goce-disfrute) de lo inmediato, pues se produce una identificación de la posesión y del consumo con el ser, por lo que «tener» es el sustantivo que atomiza y anula el «ser», que queda como el adjetivo intrascendente.

 
Por lo que el pobre es el perdedor, el que se debe construir bajo negaciones.
 
4.3. Sin sujeto social
 
Identificado crecimiento material y disponibilidad de objetos de consumo con bienestar, la cuestión es quién es el sujeto social. Y la respuesta es el individuo. El individuo, sin ninguna connotación a ‘los otros’, es lo único que se considera real; el resto se considera fabulaciones. Por sí mismo, el individualismo sospecha de los demás como de potenciales enemigos de ‘su’ bienestar. Lo que no es sino la traducción social y cultural de la concurrencia como ley básica de la economía, trasladada a ley de la sociedad.
Por tanto se confronta con la sociedad a la que despoja de otros referentes antropológicos y sociales. Lo que constituye un fundamento enfermizo para una sociedad, pues desde el individualismo metodológico se sospecha y recela; o sea, se construye una sociedad infeliz y ansiosa, e injusta, pues acapara lo que no necesita despojando de ello a otros en su afán de cubrir su angustia con las cosas.
Según esto, ¿qué valor posee el sujeto? En el consumo no aparece la dimensión social, y por ello solidaria, puesto que absolutiza el fin con lo inmediato en el que no hay lugar ni cabida el «otro», el diferente, que aparece como el potencial disputador del beneficio, del bienestar que el individuo ha alcanzado.

  • Como propuesta social legitima la fuerza de los «grandes» que quedan consagrados como los imprescindibles dinamizadores de la sociedad, pues su capacidad de consumo queda ‘bendecida’ como motor generador de riqueza.
  • Como categoría cultural al no haber proceso, no hay esperanza. La incapacitación para la dimensión social y la no contemplación de la esperanza en su horizonte cultural, impide la relación con el tú como parte del propio yo, y «cierra» la trascendencia al «Otro» como fundante del «nosotros».
  • Lógicamente esto encaja bien con la ética del poder, o la identificación de consumo y poder, pues es lo que me garantiza lo inmediato, desde lo que poder ser.

 
Por lo que el pobre es el que crea la inseguridad ante el que defenderse.
 

  1. Consumismo y alienación

 
Se ha producido una grave trasmutación antropológica y social que se puede denominar como ‘alienación’. “La alineación se verifica en el consumo cuando el hombre se ve implicado en una red de satisfacciones falsas y superficiales, en vez de ser ayudado a experimentar su personalidad auténtica y concreta” (CA 41). En la inversión de relaciones que se produce en la antropología del consumismo, el tener empobrece al ser humano (SRS 28). Por qué?
Si nos atenemos al concepto antropológico de pobreza / riqueza, tendremos que el ser humano se enriquece cuando los bienes se asocian al ser. Pero para ello el bien debe potenciar el ser, o sea, debe utilizar satisfactores que promuevan la potencialidad de las necesidades humanas. Y el ser humano se empobrece cuando en la posesión y aplicación de bienes a la satisfacción de las necesidades, los bienes no se asocian al ser, sino que “se tienen”. Por lo que el ser es poseído por los bienes, por los objetos, pues el resultado es que es el tener el que “se apropia” del ser. “En la sociedad occidental se ha superado la explotación, al menos en las formas analizadas y descritas por Marx. No se ha superado, en cambio, la alienación en las diversas formas de explotación, cuando los hombres se instrumentalizan mutuamente y, para satisfacer cada vez más refinadamente sus necesidades particulares y secundarias, se hacen sordos a las principales y auténticas, que deben regular incluso el modo de satisfacer otras necesidades. El hombre que se preocupa sólo o prevalentemente de tener y gozar incapaz de dominar sus instintos y sus pasiones y de subordinarlas mediante la obediencia a la verdad, no puede ser libre. La obediencia a la verdad sobre Dios y sobre el hombre es la primera condición de la libertad, que le permite ordenar las propias necesidades, los propios deseos y el modo de satisfacerlas según una justa jerarquía de valores, de modo que la posesión de las cosas sea para él un medio de crecimiento” (CA 41).
Esta forma de alineación adopta dimensión social como modelo acorde al cambio antropológico generado. “Se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo y a vivir la experiencia de laautodonación y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios. Está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y consumo hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana” (CA 41).
De modo que la clausura antropológica que produce la apropiación del ser por el tener, es una clausura societal. Lo que impedirá comprender la solidaridad interhumana no sólo como sentimiento de los males ajenos, sino como firme determinación y compromiso por el bien común, por la justicia y por la equidad (SRS, 38). Lo que definitivamente le clausura a las dimensiones de la caridad, del Amor.

VICTOR RENES

estudios@misionjoven.org

 
[1] Esta reflexión sobre el concepto de necesidad es deudora y está tomada de la imprescindible aportación de: CEPAUR (Max-Neef, M., Elizalde, A., y Hopenhayn, M) (1986) “DESARROLLO A ESCALA HUMANA: Una opción para el futuro”. Numero especial de la Revista Development Dialogue, Cepaur – Fundación Dag Hammarskjöld, Uppsala.
[2] Este análisis se realiza siguiendo la pauta marcada por A. Elizalde en: “Desarrollo humano y ética para la sustentabilidad”; Edición del PNUMA. México 2003.