{"id":2047,"date":"2011-09-01T17:32:03","date_gmt":"2011-09-01T17:32:03","guid":{"rendered":"https:\/\/pastoraljuvenil.es\/index2.php\/?p=2047"},"modified":"2011-09-01T17:32:03","modified_gmt":"2011-09-01T17:32:03","slug":"las-malas-practicas-del-profe-enrollado","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/pastoraljuvenil.es\/blog\/las-malas-practicas-del-profe-enrollado\/","title":{"rendered":"Las malas pr\u00e1cticas del profe enrollado"},"content":{"rendered":"

Recordamos con gratitud a aquellos profesores que nos facilitaron la complicada tarea de aprender, que nos despertaron el gusto por el conocimiento o que con su ejemplo nos encaminaron en una determinada direcci\u00f3n. Frente a los d\u00f3mines autoritarios y severos que hac\u00edan de la escuela una especie de centro de tortura, ellos se mostraron afectuosos y sensibles. Representaban un estilo de docencia basado en la confianza, la comprensi\u00f3n y el respeto, merced al cual la transmisi\u00f3n del conocimiento dejaba de ser un doloroso v\u00eda crucis para convertirse en un festejo. M\u00e1s que a las sucesivas y a menudo desconcertantes reformas, es a ellos a quienes se debe lo fundamental de progreso educativo experimentado en las \u00faltimas d\u00e9cadas.<\/p>\n

Pero a la sombra de estas figuras inolvidables est\u00e1n otros tipos de profesor que han introducido en la escuela uno de los peores vicios de la sociedad contempor\u00e1nea: la inmadurez. Son los ‘profes enrollados’, por decirlo en la jerga estudiantil al uso. Es cierto que dentro de esa alegre denominaci\u00f3n se encierran por igual profesionales ejemplares e impostores advenedizos.<\/p>\n

No se puede meter en el mismo saco a unos maestros entregados en cuerpo y alma a su trabajo, que tienen el don o la cualidad adquirida de saber aproximarse a los alumnos y que gestionan conscientemente esa cercan\u00eda en provecho del aprendizaje, y a otros desnortados incapaces de llevar las riendas en el aula, que disimulan sus carencias de conocimiento o de pedagog\u00eda envolvi\u00e9ndolos de actitudes de tolerancia hacia el alumno. Pero tampoco hay que subestimar el efecto pernicioso de ese mal entendido \u00abcoleguismo\u00bb que tantos estragos hace en la escuela.<\/p>\n

En el fondo del asunto late la vieja cuesti\u00f3n de la autoridad. Cuando el maestro recibe el encargo social de educar a los ni\u00f1os y j\u00f3venes puestos en sus manos, asume una responsabilidad de la que no puede declinar. Para que pueda cumplir adecuadamente su funci\u00f3n es provisto de autoridad, una herramienta tan delicada como indispensable. El principio de autoridad lo coloca en una posici\u00f3n superior, de excelencia, que afecta tanto al reconocimiento de su mayor sabidur\u00eda como a la obligaci\u00f3n -no siempre c\u00f3moda- de mostrar al alumno un modelo de referencia\u2026<\/p>\n

Un mundo feliz, ingenuo y limitado donde desaparecen las jerarqu\u00edas y con ellas los compromisos: ese el sue\u00f1o supuestamente pedag\u00f3gico del profe enrollado, dispuesto a perder una clase para que en ese rato los chicos organicen el pr\u00f3ximo botell\u00f3n. El anhelo adolescente de ser admitido por el grupo contagia al propio docente de tal modo que, en vez de ocuparse de ense\u00f1ar, educar y fortalecer a sus alumnos en el trayecto hacia la vida adulta, se instala en el retorno a la ni\u00f1ez. Es la misma inseguridad de tantos padres y madres que han acabado por desconocer cualquier forma de relaci\u00f3n con los hijos que no sea el halago y la complacencia. Se visten con sus ropas, juegan sus juegos y hablan en su jerga porque es preferible molar que ordenar. Los padres desatentos tranquilizan su conciencia con regalos; los profesores, con aprobados f\u00e1ciles de obtener. Unos, con negociaciones claudicantes donde el ni\u00f1o siempre acaba consiguiendo su capricho; otros, con concesiones en la rebaja de exigencia o de nivel de conocimientos. Al final, quien pelea denodadamente por sacar el aprobado no es el peque\u00f1o, sino el adulto que busca la sentencia afirmativa de \u00e9ste.<\/p>\n

Bien mirado, puede ser una estrategia como cualquier otra para poder conservar su inestable posici\u00f3n. A falta de argumentos extra\u00eddos de la sabidur\u00eda, la competencia profesional, la capacidad de comunicar con firmeza y a la vez con afecto y, en fin, el convencimiento de la importancia de la propia funci\u00f3n, la forma m\u00e1s f\u00e1cil de ser admitido (de ser ‘popular’ antes que ‘maestro’) es consentirlo todo.<\/p>\n

Siempre hay pretextos ret\u00f3ricos en los que ampararse, empezando por los derechos de los alumnos y continuando por una supuesta rebeld\u00eda contra los c\u00e1nones y los sistemas establecidos, subterfugio que siempre deja en buen lugar si se sabe manejar con astucia.<\/p>\n

Al final, los m\u00e1s perjudicados son los otros profesores que aplican f\u00f3rmulas educativas innovadoras, desarrollan metodolog\u00edas activas y rompen moldes en busca de sistemas de trabajo novedosos con plena conciencia de su labor, al tiempo que mantienen relaciones de respetuosa cordialidad entre ellos y los estudiantes: las malas pr\u00e1cticas de los profesores enrollados habr\u00e1n creado prejuicios en su contra. Y, en vez de llevar aires nuevos a la escuela, habr\u00e1n provocado la reacci\u00f3n de quienes retornan a la vieja disciplina porque no est\u00e1n dispuestos a perder su autoridad.<\/p>\n

Jos\u00e9 Mar\u00eda Romera<\/p>\n

El Correo, 3\/04\/2011<\/p>\n

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