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«Aquí está la sierva del Señor, que se cumpla lo que me pide».
A. SITÚATE:
María es una jovencita de una aldea perdida de Galilea, una región alejada del Templo de Jerusalén y despreciada por los judíos más estrictos. María no es nadie importante, su nombre no hubiese salido nunca en los libros de historia. Y, precisamente, Dios la llama para una vocación impresionante: ser la madre de Jesús.
Ella no entiende cómo Dios puede hacerlo realidad, y el ángel le responde que el Espíritu de Dios actúa de verdad en su vida, porque para Dios no hay nada imposible.
La respuesta final de María es única en la Biblia. Es una entrega total, confiada, decidida, que ni siquiera los grandes profetas expresan con tanta radicalidad: «Aquí está la sierva del Señor, que se cumpla lo que me pide».
B. UNA LUZ QUE ILUMINA: Lucas 1,26-38
En el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamada José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. El ángel, entrando en su presencia, dijo:
—Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo:
—No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
Y María dijo al ángel:
—¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
El ángel le contestó:
—El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.
María contestó:
—He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Y el ángel se retiró.
C. PONTE EN ORACIÓN:
Virgen María,
enséñame a confiar como tú,
dame oídos para escuchar la llamada de Dios,
dame fortaleza para aceptar tu llamada,
dame tu humildad para reconocer
que es Dios quien hace maravillas en mí.
Que pueda decir, como tú:
«Estoy a tu disposición, Señor».
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