CLAVES CRISTOLÓGICAS PARA LA PASTORAL JUVENIL.
Gabino Uríbarri, sj.
Universidad Pontificia Comillas (Madrid)
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor nos presenta, en este artículo, interesantes claves cristológicas para la pastoral juvenil. Nos hace ver que acertar en pastoral juvenil es importante para el futuro de la Iglesia y de la fe en el Señor Jesús. Gabino Uríbarri nos hace ver algunos peligros en una presentación insuficiente de la figura de Jesús en pastoral, antes de presentarnos las claves cristológicas que pueden dar fecundidad a la pastoral juvenil.
“La figura de Cristo debe presentarse
en toda su altura y profundidad.
No podemos conformarnos con un Jesús a la moda”[1].
Antes de adentrarnos más directamente en el tema pedido: qué tipo de presentación de la persona de Jesús habría que ofrecer hoy a los jóvenes, teniendo presente los riesgos de algunas presentaciones insuficientes, me parece oportuno ofrecer un marco bíblico, que nos ayude a ambientar estas reflexiones. Seguidamente, ofreceré unas pinceladas someras que tratan de diagnosticar algunas de las carencias que se puedan dar en la presentación de Jesús. Desde ahí, en tercer lugar, ofreceré algunas pistas a tener en cuenta a la hora de presentar la figura de Jesús a los jóvenes para generar una sana pastoral juvenil[2]. Termino con una brevísima reflexión final.
- Ambientación bíblica
1.1. El paralítico y los apóstoles (Hch. 3,1-10)
El paralítico que se encontraba en la puerta Hermosa del Templo les pidió limosna a Pedro y a Juan. Su respuesta es muy significativa: “«No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda»” (Hch 3,6). La escena nos puede servir, parcialmente, para situar la labor que realizamos en el difícil frente de la pastoral. El paralítico pide dinero, pero le ofrecen una nueva vida. Que se levante (usando el mismo verbo que se emplea para la resurrección). Los apóstoles le entregan aquello que poseen, que no es oro ni plata; le hablan en nombre de “Jesucristo Nazareno”. Los apóstoles, Pedro y Juan, no responden a su expectativa, le entregan algo más valioso: la fuerza regeneradora y sanadora de Jesucristo, que va mucho más allá de lo sospechado. Por eso, atendiendo en su verdad a la demanda última del paralítico, desoyen el contenido concreto de su petición, para ofrecerle algo mucho mayor y más grande.
En la medida en que valga, aquí tenemos una primera pista. Los jóvenes piden algo a la Iglesia, a los pastoralistas. Lo mejor que podemos darles es la vida nueva que surge de Jesucristo, aunque no sea lo que demanden de una manera explícita. Jesucristo será la respuesta más completa a sus anhelos, a sus deseos de caminar por una vida verdadera.
1.2. Leche vs. alimento sólido
“Tampoco yo, hermanos, pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Por eso, en vez de alimento sólido, os di a beber leche, pues todavía no estabais para más” (1Cor 3,1-2). Pablo reconoce en esta somera indicación, que además es un reproche, la necesidad de la gradualidad en la instrucción de los cristianos. Se comienza por un alimento más fácil de digerir, por la “leche espiritual” (cf. 1Pe 2,2). Cuando se avanza en el crecimiento en la fe, cuando se pasa de “carnales” a “espirituales”, categorías tan queridas para Orígenes y la escuela alejandrina, se puede entonces pasar a materias de mayor profundidad en la fe, que también llevan consigo una mayor exigencia.
Este mismo modo de ver se recoge en la carta a los hebreos, también incluyendo un reproche: “Pues, debiendo vosotros ser ya maestros, por razón del tiempo, seguís necesitando que alguien os vuelva a enseñar los primeros rudimentos de los oráculos divinos; y estáis necesitados de leche y no de alimento sólido” (Heb 5,12). Con lo cual se confirma de nuevo la gradualidad. También que ambos apóstoles aspiran a que sus comunidades cristianas alcancen la madurez en el conocimiento y la asimilación de la doctrina. Ambos apostaron por una catequesis y una instrucción que llevara a los cristianos hasta el conocimiento más profundo de la fe cristiana.
Así, pues, hemos de conjugar también la gradualidad, sabiendo que no siempre es posible dar de comer alimento sólido; que en algunas circunstancias habrá que recurrir de nuevo a la “leche espiritual”; que los comienzos deben ser ordinariamente más suaves; pero también que el ideal no es dejar en la niñez a los cristianos. En particular, opino que los jóvenes universitarios están capacitados para el alimento sólido y que se les debe ofrecer, pues en los otros ámbitos de su vida, en particular el intelectual, están recibiendo alimento sólido. Solamente el alimento sólido ofrecerá garantías a los jóvenes para perseverar con convicción y alegría en el camino de la fe en medio de un mundo que la erosiona continuamente.
- Algunos flancos débiles de la cristología
Para proponer la fe con acierto, conviene realizar el ejercicio que en su día, años cincuenta, hizo Rahner:
“Habría que preguntarse con más rigor y sistemáticamente qué idea se forman propiamente de Cristo el cristiano y el no cristiano medios, sea para «creer» en ella, sea para rechazarla como no digna de fe.
(…) Habría que preguntarse después cuáles son las formulaciones dogmáticas, sea en las declaraciones oficiales, sea en la catequesis y predicación ordinarias… que, al ser mal comprendidas, han dado y siguen dando motivo a tales cripto-herejías pre-intelectuales de la cristología”[3].
Se trata de indagar los peligros principales que acechan a la presentación de la figura de Jesucristo, para desfigurarla en algún sentido. En mi opinión, los principales hoy en día son tres.
El primero consiste en seguir de cerca la investigación histórica sobre Jesús, que por su propia metodología prescinde de la fe. La figura de Jesús que surge de aquí es la de un personaje religioso fascinante. Sin embargo, se trata de un Jesús meramente humano[4]. En la medida en que la pastoral juvenil se alimente preponderantemente de estas lecturas, no pondrá en contacto a los jóvenes con Jesucristo, el Hijo de Dios. Además, de alguna manera se encontrará con que rechina lo que se propone catequéticamente y lo que se celebra litúrgicamente[5].
El segundo consiste en respirar el humus que ha cuajado en la teología pluralista de las religiones, según la cual Jesús es un Salvador entre otros. La figura de Jesús se equipara a la de otros grandes personajes religiosos de la humanidad, como por ejemplo Buda, Mahoma o Krishna. Al hacerlo así, de manera explícita o implícita, se está negando de hecho todo lo implicado en la encarnación y en la comprensión trinitaria de Dios. Si Jesús es el Hijo eterno del Padre, el Verbo de Dios que se ha encarnado por nosotros y nuestra salvación, siendo hombre es también Dios. Por eso, no se le puede situar en el mismo rango que otros grandes hombres, porque al hacerlo le sustraemos un elemento fundamental para la fe cristiana: la divinidad[6].
Por último, tampoco ayuda al crecimiento de la fe de los jóvenes un tic según el cual se presente una imagen de Jesucristo, una cristología, que no genere adhesión eclesial o, peor aún, que fomente la desafección eclesial. Una fe madura, como se presupone en los pastoralistas, no se puede dejar lleva por la moda “Jesús sí, Iglesia no”. Se trata de una visión muy superficial que además no alimenta verdaderamente la fe de los jóvenes. Evidentemente Jesucristo es más importante que la Iglesia y siempre se da una distancia entre la segunda, que es discípula, y el primero, que es maestro. Pero también es cierto que la Iglesia es quien transmite la fe en Jesucristo y el ámbito privilegiado para su conocimiento[7].
- Seis claves y una apostilla para la cristología de la pastoral con jóvenes
Desde lo que es el conjunto de la fe de la Iglesia en Jesucristo, considerando también los flancos o peligros antes esbozados, propongo seis claves a tener presentes de modo simultáneo en la presentación que se haga de Jesucristo a los jóvenes. En la medida de mis posibilidades ofrezco alguna pista para poner en práctica estas claves sugeridas. Añado una apostilla final sobre los libros del Papa, dado su impacto, su relevancia y su posible uso inadecuado.
3.1. Jesús es el Cristo
Según la expresión autorizada y certera de W. Kasper: “La profesión «Jesús es el Cristo» representa el resumen de la fe cristiana, no siendo la cristología otra cosa que la concienzuda exposición de esta profesión”[8]. En esta expresión, Cristo ocupa el lugar de todos los predicados de majestad que la Iglesia propone sobre Jesús. Es decir, la cristología se ocupa de exponer y justificar el conjunto de la fe de la Iglesia en Jesús de Nazaret. Tal exposición, por lo tanto, ha de incluir la historia concreta de Jesús de Nazaret: su predicación sobre la irrupción del reino de Dios, su oración, su enseñanza, sus milagros, sus comidas con los pecadores, su relación con los discípulos, sus conflictos, su muerte, etc.; pero también su resurrección, exaltación y sesión a la diestra de Dios Padre. Todos los elementos de la historia de Jesús son relevantes, sustanciales e inexcusables para la cristología. Como también lo es la confesión de fe de la Iglesia, que proclama que este personaje concreto, del primer tercio del siglo primero, que vivió en Palestina, es el Cristo de Dios, el Mesías definitivo, el Enviado de Dios, el resucitado de entre los muertos, el Señor del universo.
Sugiero tres aplicaciones prácticas o cautelas pastorales a tener presentes. Primero, propongo evitar el jesusismo.Entiendo por jesusismo un modo habitual de hablar de nuestro Señor en el que no se explicita de modo expreso e inequívoco la confesión de fe. El nombre de Jesús ya contiene un denso contenido teológico, del que no solemos ser conscientes. Significa “Dios salva”. En su mismo nombre, si la etimología nos fuera diáfana, se está proclamando que en Jesús se da la salvación de Dios y que Él es el Salvador. Sin embargo, el término Jesús, muy empleado en los evangelios, es el único que maneja la investigación histórica, que se centra en Jesús de Nazaret y prescinde de la fe. En esta situación, y dado uno de los flancos débiles de la cristología hoy en día, en la que la humanidad de Jesucristo está asegurada, pero no así de modo claro su divinidad, me parece que hemos de estar atentos con nuestro lenguaje a mostrar su divinidad, a expresar la confesión de fe. El lenguaje explícitamente confesante, son expresiones como el Señor Jesús, Nuestro Señor, el Hijo de Dios, “Señor mío y Dios mío” por parte de los pastoralistas y catequistas, sobre todo si denota un cierto componente emocional y de relación personal con Jesucristo será un magnífico testimonio para los jóvenes de la devoción personal y la relación creyente con Jesucristo.
Segundo, hemos de ser cuidadosos en el manejo en la predicación y la catequesis del modo de presentar los resultados de la investigación histórica sobre Jesús. Si al exponer la figura de Jesús y el contenido de algunas escenas significativas de su vida, como por ejemplo el Abbà en labios de Jesús en su oración, defendemos su historicidad como algo científicamente comprobable, ¿no estamos lanzando la sospecha de que tal historicidad no es segura para todas las escenas y todo el contenido de los evangelios? No conviene generar dudas a quienes no las tienen, sobre todo si simultáneamente no se les proporciona la formación adecuada para superar esas dudas. Cuando se introduce este tipo de distingos, de una manera clara, aunque inicialmente no sea perceptible, se va introduciendo una distancia, un foso, entre el Jesús histórico de los investigadores y el Cristo de la fe de los evangelios. Esta separación daña la imagen verdadera y la figura real de Jesucristo.
Lo que los evangelios nos presentan es una historia, la de Jesús, totalmente penetrada por la lectura creyente. No nos transmiten una historia aséptica ni neutral, sino la historia de Jesús, que simultáneamente es de modo indiviso la de “Jesucristo, Hijo de Dios” (cf. Mc 1,1). En el entramado de los evangelios, las confesiones de fe, como la de Pedro en Cesarea de Filipo, las narraciones de la infancia o las escenas de carácter teofánico (bautismo, transfiguración) resultan fundamentales para que no se desvirtúe la identidad del personaje central que nos van presentando y con quien nos pretenden poner en contacto. Resulta muy significativo que aunque el manejo de los títulos cristológicos no sea uniforme en los evangelios, ninguno de ellos se haya redactado prescindiendo de estas formulaciones creyentes en la identidad de su persona y la magnitud teológica de su obra. Por otra parte, las cartas paulinas, en sentido amplio, están escritas desde la fe y la relación en Jesucristo como el Señor, el Kyrios. La perspectiva de fe penetra continuamente sus elaboraciones. Pablo pretende desgranar para las comunidades cristianas por él fundadas el significado de Cristo Jesús en todas sus dimensiones. Desde ahí ilumina las peculiares circunstancias que en ellas acontecen.
Tercero, profundizando en esta línea, las narraciones evangélicas, lo mismo que las cartas y el Apocalipsis, cuentan continuamente con la resurrección de Jesús. Para la comprensión de la persona de Jesús se trata de un acontecimiento capital, que da la medida de su identidad y de su obra: es aquel a quien la muerte no puede vencer; es aquel a quien Dios legitima por completo, su persona y su pretensión, resucitándole de entre los muertos; es aquel por quien se nos otorga el perdón de los pecados, la vida eterna. Por lo tanto, la presentación de Jesús en la pastoral juvenil debe incorporar de modo expreso la resurrección de Jesús, su contenido y sus efectos sobre la vida del cristiano.
3.2. Jesucristo es Dios encarnado
Para que la cristología realmente funcione bien, sin perder su propia idiosincrasia, necesita estar bien conectada con la teología trinitaria y con la antropología. La fe cristiana nos dice que en Jesucristo se revela el rostro de Dios y el misterio del hombre. Si atendemos a la formulación más clásica del dogma, definida en el Concilio de Calcedonia (año 451), Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Parafraseando, podemos decir que en Cristo se revela la verdad de Dios y la verdad del hombre. Este doble aspecto se ha de traslucir de la presentación de la fe en Jesucristo.
La presentación del primer elemento de modo explícito encaja con facilidad en la explicación del credo. Allí se nos habla de su relación con el Padre: “y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, engendrado antes de todos los siglos” (DH 150). Al hacerlo, se pueden explicar los textos bíblicos que hablan sobre la preexistencia y la mediación en la creación (ej. Jn 1,1ss; Heb 1,3-4; Filp 2,6-11; 1Cor 8,6; Col 1,15-20; Ef 1,3-14). En todo caso, lo que formula la idea y el concepto de la encarnación pertenece al núcleo esencial de la fe cristológica de la Iglesia, que no se podrá dejar de lado. La Navidad, como tiempo litúrgico, también es un momento adecuado para incidir en este tipo de contenido. Nosotros creemos, lejos de toda forma de adopcionismo, que Jesucristo es Dios que proviene de Dios. El credo nos dice: “Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma sustancia del Padre, por quien todo fue hecho” (DH 150). Es bueno, junto con una explicación más teológica, mostrar siempre el fundamento bíblico de estas afirmaciones de gran peso y con enorme contenido.
3.3. En Jesucristo se descifra el misterio del ser humano
En una formulación muy bien aquilatada, Gaudium et spes dice en su texto cristológico más relevante: “En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22). A lo largo de toda la constitución pastoral, pero especialmente en este número, se desgrana la relevancia de Cristo para el hombre, se exponen los puntos fundamentales que vertebran la relación entre cristología y antropología[9]. En concreto, se manejan dos motivos teológicos de gran profundidad y largo alcance. En primer lugar la teología de los dos Adanes, en la que se pone de manifiesto que fuimos creados pensando en Jesucristo. El modelo según el cual se modelaba a Adán del barro (Gn 2,7) era Cristo, según una conocida interpretación de los Padres de la Iglesia (Ireneo, Tertuliano). El segundo Adán, Cristo, es en realidad el primero en el designio original de Dios, aunque su aparición en la historia haya sido cronológicamente posterior a Adán y por eso hablemos del “segundo” Adán. Esto pone de relieve que nuestra realización consiste en nuestra cristificación, en la filiación, en ser hijos en el Hijo. La realización de la vocación cristiana y la vocación humana coinciden: “la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina” (GS 22).
Lo mismo se afirma desde el motivo de la creación a imagen y semejanza. Cristo es imagen de Dios (Col 1,15; 2Cor 4,4). Al haber sido creados a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26-27) fuimos creados entonces a imagen del Hijo. Nuestra vida cristiana consiste en conformarnos con la imagen del Hijo (Rm 8,29). Este desarrollo coincide con la realización más verdadera, auténtica y profunda de nuestro ser humano. Este aspecto resulta de gran importancia para poder calibrar luego el alcance de algunas afirmaciones del magisterio de la Iglesia en temas de moral, para entender la posibilidad de la universalidad de la salvación cristiana, para captar la comprensión cristiana de lo que es la persona humana y su vocación. El tema es abstracto y, por lo tanto, parte del alimento sólido. La relevancia que ostenta se deriva de su importancia.
3.4. El evangelio de Juan y la filiación divina
La transmisión de fe más relevante de la Iglesia primitiva nos ha llegado a través del conjunto de los documentos que, después de un discernimiento eclesial, constituyen lo que hoy llamamos Nuevo Testamento. Todos estos documentos son significativos, si bien no todos se pueden emplear igualmente para todo. En la liturgia se privilegian los evangelios: siempre que se celebra la eucaristía se lee de modo solemne algún fragmento de los evangelios. En las cartas paulinas, en el resto del epistolario que ha entrado en el NT y en el Apocalipsis se nos propone una reflexión teológica sobre Jesucristo, nada despreciable y bien valiosa. En los evangelios, sin embargo, la figura de Jesús se va presentando de un modo narrativo, que suele ser más accesible, más catequético y queda mejor grabado en la imaginación y en la memoria.
La figura de Jesús que se ofrezca y presente en la pastoral dependerá sobremanera del empleo que se haga de los evangelios. La investigación histórica ha privilegiado los evangelios sinópticos, frente a Juan, hasta el punto de que algunos han hablado de la “tiranía del Jesús sinóptico”. Esta misma investigación trabaja en ocasiones también con los llamados evangelios apócrifos, que no pertenecen al NT, son más tardíos y cuya fiabilidad histórica, discutida entre los especialistas, en conjunto es bastante dudosa[10]. En todo caso, la imagen de Jesús que nos formamos los creyentes o no creyentes depende básicamente de los evangelios.
Todos los evangelios son importantes. Sin embargo, en el proceso de la decantación de la fe eclesial y la comprensión de la figura de Jesús el evangelio de Juan ocupa un puesto especial. Es el evangelio de composición más tardía, en el que los temas de fondo con respecto a la identidad de Jesús se han madurado y profundizado de modo más notable[11]. Por eso, en la pastoral deberían estar presentes todos los evangelios, se debería mostrar la congruencia de fondo de unos con otros siempre que sea posible, que es en la mayoría de las ocasiones[12]; también donde Juan ha desarrollado con más claridad núcleos temáticos presentes en los sinópticos, como por ejemplo en el caso de la presentación expresa de la filiación divina de Jesús. Desde luego, no se debería orillar el evangelio de Juan o excluirlo de la presentación de Jesús. Ni una tiranía de un Jesús sinóptico ni una tiranía de un Jesús joánico son buenas. Ahora bien, el evangelio de Juan ostenta un puesto especial porque cierra en la cumbre la reflexión sobre la identidad de Jesús, con la imagen del mismo que ofrece en el conjunto del evangelio y en el prólogo.
Además, en el evangelio de Juan Jesús se manifiesta de modo patente como el Hijo de Dios, como aquel que hace todo en consonancia con la voluntad de Dios. La realidad de Jesús como Hijo de Dios permea todo el evangelio de Juan. Esto resulta muy significativo, pues quien maneje con frecuencia dicho evangelio entenderá de modo natural que Jesús es el Hijo de Dios. Ahora bien, el título “Hijo” es el más importante de toda la cristología[13], donde se aclara mejor la relación de Jesús con el Padre. Una cristología en la que Jesús no aparezca nítidamente como el Hijo de Dios no refleja la fe de la Iglesia ni alimenta con verdad la fe en Jesús, el Hijo de Dios[14].
3.5. Jesucristo es el Salvador del mundo
Los primeros cristianos estaban convencidos de que en la vida, en la muerte y en la resurrección de Jesús había sucedido el acontecimiento salvador, el perdón de los pecados, la justificación. La historia se dividía en la época anterior y la época posterior a Jesús. Desde Jesucristo se abre para los cristianos una vida nueva, en paz y en amistad con Dios, en el Espíritu Santo, viviendo la filiación divina. El aspecto salvador, la obra de Cristo, resulta fundamental para calibrar su importancia y su significado en la fe cristiana. Por eso, una buena cristología incorpora algunos elementos de soteriología (tratamiento de la salvación).
Pablo vive su vida cristiana con esta convicción: “vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). Aquí Pablo refleja una relación personal muy intensa con Cristo. Entiende que Cristo se ha entregado por él. Ha personalizado las palabras que se encuentran en la última Cena, donde el Señor Jesús manifiesta el sentido de su vida y su muerte: pan (cuerpo) que se entrega; sangre (vida) que se derrama por nosotros, por los muchos, por todos. Pablo vive en agradecimiento a Cristo, reconociéndolo como su Salvador. Esto tiñe de una ternura especial la relación con el Señor Jesús.
La elaboración más teórica de la concepción cristiana de la salvación puede resultar un poco compleja y quizá especulativa[15]. Sin embargo, como este aspecto es absolutamente central, para la transmisión puede resultar más adecuada la oración guiada o las orientaciones para la oración, al estilo de como se ofrecen en los ejercicios espirituales de San Ignacio. Ahí puede brotar la relación espontánea y agradecida con el Salvador. Desde luego, desde una perspectiva teórica resulta completamente diferente descubrir en Jesús a un magnífico modelo ejemplar que hemos de imitar y seguir, cosa que es cierta; que a un Salvador, que cuenta con nuestros fallos, nos perdona y nos ama. Lo primero nos puede poner en una pista preponderantemente ética, de gran exigencia, que nos conduzca a desgastarnos y quemarnos[16]. Mientras que en segundo caso, sabemos que Jesús ya ha vencido. Nosotros nos asociamos a su triunfo y al modo de vida que resulta congruente con el mismo. En esta tesitura, el protagonismo principal lo ostenta Jesús. Nosotros no pasamos de la categoría de siervos inútiles.
3.6. La liturgia como pedagogía de la fe
Una buena cristología entra en resonancia con la liturgia y se deja alimentar por ella. Toda la liturgia de la Iglesia se puede entender como una gran pedagogía que nos introduce en la fe, en su contenido más profundo, en su celebración gozosa, en su interiorización y apropiación. El Cristo de la pastoral juvenil ha de ayudar a los jóvenes a vivir con mayor conciencia, alegría y profundidad la liturgia. Por otra parte, la liturgia proporciona excelentes ocasiones para ir proponiendo a los jóvenes la figura de Jesucristo con todas sus facetas, incorporando además: la lectura continua de la Palabra de Dios y su explicación; los símbolos, tiempos y colores litúrgicos; la música y los silencios; la pedagogía de los gestos, las costumbres y las tradiciones. Si se llega a gustar la liturgia, se pone a los jóvenes en un camino en el que más allá de la comunidad juvenil, podrán seguir cultivando su relación con el Señor Jesús, su pertenencia a la Iglesia y creciendo en ella. La liturgia nos propone además el Cristo eclesial, el Cristo de la fe, que es el único Jesús verdadero, Salvador del mundo, recapitulador de la historia, el Cordero degollado desde antes de la creación del mundo, gracias al cual nosotros obtenemos la redención, el perdón de los pecados, la vida verdadera.
3.7. Apostilla: los libros sobre Jesús del Papa
No es corriente que un Papa decida ejercer de teólogo, como ha hecho Benedicto XVI. Sus dos volúmenes sobre Jesús no son un libro de carácter magisterial, sino una contribución al debate y una propuesta personal. Me parece descabellado convertir estos libros en la base de toda cristología, de toda visión católica de la persona de Jesús y en una vara para medir la bondad de toda propuesta cristológica. No hay que ser más papistas que el Papa. Sin embargo, dada la relevancia de su autor y de su ministerio en la Iglesia, también me parece una actitud algo sectaria prescindir sistemáticamente de estos libros y sus aportaciones. A pesar del esfuerzo de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI para dirigirse a un público amplio no especializado su lectura no resultará fácil. Lo más instructivo me parece que consiste en lo siguiente. Hacerse cargo de su sentido y contenido de fondo, que todo catequista y pastoralista bien formado debería conocer. Con este conocimiento, se pueden hacer alusiones diversas. En algún caso, y con orientación previa, se puede leer alguno de sus capítulos, según los temas que se estén estudiando en la catequesis. En todo caso, distinguiendo sus opiniones teológicas más particulares y, por lo tanto, discutibles, en conjunto ofrece una imagen de Jesús bien construida, profunda, que se puede manejar con mucho provecho en la pastoral general y en la pastoral juvenil. Así pues, ni dejarlo de lado ni concederle la exclusiva.
- Conclusión: una tarea apasionante
En el acierto de la pastoral con jóvenes se juega una parte importante del futuro de la Iglesia y la fe en el Señor Jesús. Parecería que se han de manejar muchas cautelas y que la labor es muy complicada. Tal mirada me parece superficial, pues todas las claves que he señalado pertenecen al acervo común de la fe de la Iglesia.
Podemos pensar que en la pastoral difícilmente se transmite lo que no se vive. Por eso, somos en definitiva los pastoralistas y catequetas los que nos hemos de interrogar sobre nuestra cristología y nuestra imagen de Jesús: la que de verdad vivimos y con la que resonamos. Pero también podemos pensar que nuestra labor, por importante que sea, es limitada. Somos simplemente mensajeros, apóstoles, instrumentos en manos de Dios para dar a conocer a su Hijo. El Espíritu será quien ponga a los jóvenes a los pies del maestro. Y Él es capaz de ganarles el corazón y revelárseles en toda su majestad y verdad.
Gabino Uríbarri, SJ
[1] J. Ratzinger, Un canto nuevo para el Señor. La fe en Jesucristo y la liturgia hoy, Sígueme, Salamanca 22005, 47-48.
[2] Me permito remitir, como complemento, a G. Uríbarri, Evangelizar a los jóvenes educándoles en una sana cristología: Revista de Pastoral Juvenil 438 (octubre 2007) 3-12; La devoción a Jesús y la singularidad de su humanidad: Razón y Fe 257 (febrero 2008) 127-138; La singular humanidad de Jesucristo. El tema mayor de la cristología contemporánea, U.P. Comillas – San Pablo, Madrid 2008.
[3] K. Rahner, «Problemas actuales de cristología», en Escritos de teología I, Madrid, Taurus, 1961, p. 167-221, aquí 221. Cf. también A. Tornos, Voces de la cultura entre los ejercitantes de hoy: Manresa 275 (abril-junio 1998) 129-147.
[4] El tema es amplio. Puede verse J. Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Primera parte. Desde el Bautismo a la Transfiguración, La esfera de los libros, Madrid 2007, 7-21; G. Uríbarri, La singular humanidad, 67-102.
[5] Cf. C. del Valle, Cristo en la liturgia: Sal Terrae 96 (enero 2008) 17-28.
[6] Más detalles en G. Uríbarri, La singular humanidad, 203-378.
[7] Cf. G. Uríbarri, La imagen de Cristo y la comunión en la Iglesia: Sal Terrae 96 (enero 2008) 5-16.
[8] Jesús, el Cristo, Sígueme, Salamanca 51984 (or. 1974), 14.
[9] Una explicación somera y completa en L. Ladaria, “El hombre a la luz de Cristo en el Concilio Vaticano II”, en R. Latourelle (ed.), Vaticano II: balance y perspectivas. Veinticinco años después (1962-1987), Sígueme, Salamanca 1989, 705-714. Para profundizar más: L. Ladaria, Jesucristo, salvación de todos,U.P. Comillas – San Pablo, Madrid 2007; A. Cordovilla, “«Gracia sobre gracia». El hombre a la luz del misterio del Verbo encarnado”, en G. Uríbarri (ed.),Teología y nueva evangelización, U.P. Comillas – Desclée, Madrid – Bilbao 2005, 97-143.
[10] Informa cumplidamente y de modo accesible: H.-J. Klauck, Los evangelios apócrifos. Una introducción, Sal Terrae, Santander 2006.
[11] Sobre esta compleja problemática, cf. G. Uríbarri, La recepción en la cristología de los estratos de redacción de los evangelios: Estudios Eclesiásticos 85 (2010) 411-428.
[12] Con respecto a la fecha de la última Cena, por ejemplo, se da una divergencia irreconciliable entre los sinópticos y Juan. También respecto al número de estancias de Jesús en Jerusalén. No son los únicos casos.
[13] J. Ratzinger, Teoría de los principios teológicos. Materiales para una teología fundamental, Herder, Barcelona 19852, 12, 114; W. Kasper, Jesús, el Cristo, 199; O. González de Cardedal, Cristología, BAC, Madrid 2001, 373.
[14] Para ampliar, cf. G. Uríbarri, “Jesucristo, el Hijo. La clave del «yo» de Jesús”, en G. Richi Alberti (ed.), Jesucristo en el pensamiento de Joseph Ratzinger, Publicaciones San Dámaso, Madrid 2011, 115-156.
[15] Podrá leerse con provecho B. Sesboüé, Jesucristo, el único mediador. Ensayo sobre la redención y la salvación 2 vols, Secretariado Trinitario, Salamanca 1990; A. Vanhoye, Tanto amó Dios al mundo. Lectio sobre el sacrificio de Cristo, San Pablo, Madrid 2005.
[16] Más detalles en G. Uríbarri, El mensajero. Perfil del evangelizador, Desclée – U.P. Comillas, Bilbao – Madrid 2006, 101-111.