Koldo Gutiérrez, sdb
Álvaro Chordi, Adsis
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Para un nuevo impulso en Pastoral Juvenil es necesario unos agentes de pastoral fortalecidos. De ahí la necesidad de una nueva formación. En su reflexión, los auotres, hablan de ejes y de focos de la formación. De los ejes se destacan a Jesucristo. Y en los focos hablan de distintas perspectivas para plantear la formación (ser, saber, saber hacer… Competencias… formación contextual).
Todos los datos parecen indicar que la formación es una realidad desvalorizada. En los ambientes de pastoral juvenil donde nos movemos es fácil escuchar expresiones de este tono: “no tenemos tiempo para la formación”, “los contenidos son muy abstractos”, “la formación no conecta con nuestras inquietudes y experiencias”, “el lenguaje está pasado de moda”… Conscientes de estas dificultades, queremos ofrecer en este artículo algunas claves para una formación en pastoral juvenil.
Los autores de este artículo estamos vocacionalmente dedicados al trabajo pastoral con jóvenes, cada uno desde un carisma peculiar y con distintas responsabilidades pastorales. Durante años hemos colaborado en distintas iniciativas, teniendo a los jóvenes como motivo principal de estas colaboraciones. Hemos compartido reflexiones sobre el presente y el futuro de la pastoral juvenil en diferentes grupos de trabajo, y en muchas de nuestras conversaciones. Muchos de nuestros diálogos acababan de esta manera: “Mira… el futuro de la pastoral va a depender de la fortaleza de los agentes de pastoral y de la fortaleza de las comunidades”.
Hay que reconocer que en ocasiones los evangelizadores y las comunidades evangelizadoras mostramos signos de debilidad. Ponemos aquí el eje de nuestra reflexión: “Sólo discípulos auténticos pueden ser apóstoles creíbles. Sólo comunidades coherentes y vivas pueden suscitar el deseo de la fe”. Este es el corazón del artículo.
¿Cómo cualificar el sujeto de pastoral?
La pregunta es interesante. Nos vamos a centrar en el agente de pastoral. En esta ocasión no va a ser la comunidad, como sujeto de pastoral, motivo de estas reflexiones.
Dice el diccionario que cualificar es “ayudar a ser lo que se es”. Por ello, podemos decir que cualificar a un pastor es ayudar a que sea un pastor con el corazón del Buen Pastor; cualificar una comunidad es ayudar a que tenga la belleza de la comunidad cristiana.
El cristiano, o la comunidad cristiana, están en continuo crecimiento y transformación. ¿Qué herramientas tenemos para cualificar el sujeto pastoral? Por una parte propiciar un camino de conversión y de crecimiento. Por otra, asentar un camino de formación. El tema se presenta estimulante.
El recorrido que hemos seguido en la argumentación es sencillo. Nuestro punto de partida es la pastoral juvenil del comienzo del siglo XXI. Una pastoral que precisa un sujeto de pastoral fortalecido, sea una persona o una comunidad. Después intentamos recoger algunas claves para una nueva formación en pastoral juvenil.
- Un nuevo impulso de la pastoral juvenil exige un agente de pastoral fortalecido
Monseñor Elías Yanes hace pocos meses escribía[1] que la pastoral juvenil es uno de los retos actuales para la Iglesia Española. Muchos de los que nos dedicamos al trabajo pastoral con jóvenes compartimos esta misma apreciación. Un nuevo impulso en pastoral juvenil es uno de los frutos deseados de la reciente Jornada Mundial de la Juventud.
Hemos acabado la primera década del siglo XXI. Estos años no han pasado en balde. Las dificultades en pastoral juvenil no han sido pocas y son visibles en muchos aspectos: disminución de jóvenes en procesos formativos, debilidad de estos procesos, cansancio y desorientación en algunos agentes de pastoral, dificultad para hacer visible la eclesialidad de la fe en no pocos jóvenes…
Algunos dicen que estamos viviendo una gran mutación cultural acelerada por el individualismo y por la posmodernidad. Esta nos muestra cada día con más nitidez características de su rostro: individuación, consumo, pluralismo, relativismo, globalización, crisis, revolución tecnológica.
Todo esto está afectando a la pastoral juvenil y también a la peculiar formación que despliega cada modelo de pastoral. Por ejemplo refiriéndonos a la formación, no sería difícil hablar de las dificultades que han traído el individualismo, el consumo, el relativismo, la crisis… Pero también podríamos destacar las mil posibilidades formativas que abren la individuación, el pluralismo, la globalización, la revolución tecnológica… En el ámbito formativo también navegamos entre peligros y oportunidades, entre escollos y rutas fructíferas.
Una pastoral juvenil más espiritual, más misionera y más evangelizadora
Todo tiempo es apropiado para el evangelio. Si la Iglesia se interesa por los jóvenes es por ellos mismos, en nombre de la Buena Nueva que la Iglesia lleva en sus entrañas. Estamos convencidos, y esta convicción pone en movimiento toda nuestra persona, que el evangelio puede ayudar a niños, adolescentes y jóvenes a ser, a llegar a ser. Los agentes de pastoral, con nuestra labor pastoral, acompañamos a estos jóvenes en ese camino que les ayuda a crecer humana y espiritualmente.
El objetivo de este número de Misión Joven no es ofrecer rasgos para una pastoral juvenil actualizada. Aún así, apuntamos tres líneas de un posible esquema.
Siguiendo la ruta conciliar la Iglesia propone para hoy una pastoral juvenil más espiritual, más misionera y más evangelizadora. Somos conscientes de que cada uno de estos rasgos pediría muchas otras palabras, pero detenernos en esta demanda nos sacaría de la ruta que hemos trazado para el artículo.
Valga, como botón de muestra, destacar la novedad que los próximos años promete en el discurso sobre evangelización.
Recordamos dos acciones eclesiales significativas. La primera es la creación del nuevo “Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización”. Al crear este nuevo organismo vaticano se piensa especialmente en aquellos lugares donde el evangelio va perdiendo vigor, en concreto, se piensa en Europa. El segundo dato que queremos comentar lo ofrece el próximo Sínodo, cuyo tema es la evangelización: “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”.
El discurso sobre la evangelización está muy presente en el magisterio de los últimos Papas.
Pablo VI decía: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa”[2].
A los quince años de estas palabras, Juan Pablo II invitaba a una ‘Nueva Evangelización’. El Papa decía que estábamos en unos “nuevos tiempos”, que necesitan un “nuevo ardor” y requieren “nuevos métodos”.
El Papa Benedicto ha enriquecido esta apuesta con la claridad de su magisterio: “Nos encontramos realmente en una era en la que se hace necesaria una nueva evangelización, en la que el único evangelio debe ser anunciado en su inmensa, permanente racionalidad y, al mismo tiempo, en su poder, que sobrepasa la racionalidad, para llegar nuevamente a nuestro pensamiento y nuestra comprensión” (Benedicto XVI).
Como podemos ver, el magisterio de la Iglesia habla desde hace varias décadas de la necesidad de una Nueva Evangelización. Algunos se preguntan si será también necesaria una nueva educación. Las palabras del Papa Benedicto sobre la “emergencia educativa” parece que piden una reflexión y unas propuestas para una nueva educación. Como bien sabemos la relación entre educación y evangelización es importante en pastoral juvenil, ya que esta disciplina entrelaza fe y educación. “Sin educación, en efecto, no hay evangelización duradera y profunda, no hay crecimiento y maduración, no se da cambio de mentalidad y de cultura”[3].
Un agente de pastoral fortalecido
La evangelización es un proceso complejo, es un proyecto de conversión del corazón y de renovación espiritual de la vida. La primera finalidad de la pastoral evangelizadora es la conversión de las personas al evangelio de Jesucristo.
Ante el anuncio valiente de los apóstoles el día de Pentecostés algunos judíos preguntaron “hermanos, ¿qué tenemos que hacer? Pedro les contestó: convertíos…”[4]. Una mirada a la historia del cristianismo nos hace ver la importancia de ‘la conversión’ en el proceso de la evangelización.
Una sociedad de cristiandad podría hacer innecesario que subrayásemos este punto de arranque porque, en esas circunstancias, ser cristiano no era distinto de participar en una comunidad social. Hoy esto no es así. Cada día es más evidente que el cristiano “no nace sino que se hace” (Tertuliano). Haber nacido en una familia cristiana, haber sido educado en un colegio cristiano, haber participado de grupos de formación cristiana… no asegura que uno se identifique como cristiano.
Las acciones de la Iglesia tienen como finalidad posibilitar el encuentro con Jesucristo que lleva a una crisis de conversión y a un cambio de vida. ¿Están nuestros procesos de formación cristiana pensados con este objetivo?
Para llevar a cabo esta pastoral más espiritual, más misionera y más evangelizadora necesitamos mediaciones convenientes, entre ellas unos evangelizadores convertidos y unas comunidades convertidas. Quizás nuestra debilidad en la pastoral evangelizadora esté manifestando que todavía no estamos evangelizados y convertidos. Antes que anunciadores somos receptores del evangelio.
- Un nuevo impulso en la formación
La persona del agente de pastoral es el punto que engancha pastoral juvenil con formación, la vocación recibida y la misión a la que es enviado. Visto de esta manera la persona del agente de pastoral (catequista, educador, monitor, sacerdote…) es de gran dignidad; es el punto neurálgico de la pastoral juvenil y de la formación.
Hemos afirmado que necesitamos un agente de pastoral fortalecido y convertido al Señor y a los jóvenes. Esto permite que el agente de pastoral tenga un concepto elevado de la misión que ha recibido. La escritura nos ofrece el ejemplo de San Pablo, con un concepto elevado del don recibido y de la responsabilidad correspondiente: “En nombre de Cristo somos embajadores: por nuestro medio es Dios mismo el que exhorta”[5].
Somos conscientes de las tentaciones pastorales que nos acechan: superficialidad, improvisación, activismo, etc. También somos conscientes del peligro siempre presente de hacer discípulos de nuestras ideas, de nuestros proyectos, de nuestra mentalidad… más que discípulos del Señor y de su Evangelio. Todo esto pide humildad, lucidez, autenticidad…, pide un nuevo impulso en la formación.
Nuestra reflexión entra en estos momentos en un estadio importante. Algunos de los artículos de este mismo número deMisión Joven desarrollarán más extensamente lo que nosotros solo anunciamos.
El esquema de la reflexión es sencillo. Nuestro punto de arranque es Jesucristo, eje integrador de la formación pastoral. A continuación, vemos la necesidad de una formación contextual que dé importancia a la identidad del agente de pastoral y a la adquisición de competencias.
2.1. Jesucristo y su evangelio: eje integrador de la formación pastoral
Desde nuestro punto de vista la formación en pastoral tiene como eje integrador el amor a Jesucristo y su evangelio.
Modelar
La palabra ‘modelar’ hace referencia a un modelo. El modelo, el ideal, del educador y evangelizador cristiano es Jesús mismo, buen pastor y buen samaritano. Recordemos cómo el evangelio de San Juan nos presenta a Jesús como Buen Pastor y modelo de todo pastor. “Todos los buenos pastores son en realidad miembros del único pastor y forman una sola cosa con él. Cuando ellos apacientan es Cristo quien apacienta” (San Agustín).
Los discípulos del Señor aún teniendo cerca el modelo, Jesús mismo, tuvieron que seguir un proceso formativo lento, con diversas etapas: ilusión, crisis, soledad, momentos densos de interiorización, conversión, misión. Posiblemente, estas etapas recuerden algunos de los momentos personales y formativos que hemos vivido. Es posible que hayamos visto a algunos agentes de pastoral transitar por estos caminos.
Estas etapas nos hacen conscientes que podemos vivir vigorizados o debilitados, pacificados o confundidos, libres o bloqueados, ilusionados o carentes de ilusión, frescos o quemados… ¡Debemos tener en cuenta todo esto! La formación, en este sentido, debe atender aspectos personales, afectivos y espirituales. Es decir, debe preocuparse por la identidad personal, el mundo del sentido, de las motivaciones, la sed de espiritualidad, la búsqueda de una mejor calidad de vida.
Esto no siempre se ha hecho así. Los programas formativos han podido centrarse en conocimientos y habilidades. Ya no es suficiente: hay que tener en cuenta el momento vital de la persona.
Formar
La palabra ‘formar’ hace referencia a dar forma. Al hablar de esta manera queremos destacar aspectos como la pedagogía, el método, la razón, el programa, los objetivos…
La Escritura puede ser leída desde una clave pedagógica: Dios enseña a su pueblo, Jesús es un maestro bueno[6], el Espíritu Santo enseñará todo a los discípulos de Jesús[7]. La Iglesia, signo de la presencia de Cristo en la historia, se reconoce a sí misma como discípula[8], madre y maestra[9].
Esta manera de hablar nos anima a destacar las mediaciones, los instrumentos, que ponemos en funcionamiento para que el proceso de maduración de una persona pueda llevarse a cabo. Todo es importante, todo repercute en todo. Todo potencialmente puede ayudar o entorpecer en la labor formativa.
Las mediaciones de las que hablamos son la cultura, las instituciones, el ambiente educativo, la comunidad, los formadores (padres, educadores, agentes de pastoral, testigos,…), las actividades…
Al diseñar los procesos formativos, en algunas ocasiones, podemos dedicar muchos esfuerzos en actividades (programas, acciones, experiencias…), y olvidemos otras mediaciones imprescindibles como son: la cultura, sentir eclesial, ambiente, comunidad, testimonio…
2.2. Algunos enfoques formativos
Enfocar es dirigir un haz de luz a una escena, un objeto, una situación o un problema… con el objetivo de que pueda verse mejor. Poner un foco de luz en la formación es privilegiar un punto de vista que ilumine esa realidad formativa y resalta algunos rasgos sobre otros.
Queremos ahora ver algunos enfoques que nos ayudan a hablar de la formación de los agentes de pastoral. No pretendemos describir los fundamentos teóricos de cada uno de estos enfoques. Ofrecemos una breve aproximación.
En los últimos años se han destacados dos enfoques distintos para hablar de formación. Un primer enfoque da mucha importancia a la identidad de la persona y un segundo enfoque se centra en las competencias. El primer enfoque lo suele priorizar las instituciones formativas y el segundo enfoque está más centrado en los intereses del individuo.
Ambos enfoque son válidos y se relacionan mutuamente. Por eso nosotros hablamos de una formación contextual.
Ser, saber, saber hacer
El informe Delors[10], sobre la educación en el siglo XXI, parte de esta hermosa afirmación: ‘la educación es un tesoro’. Propone una educación para toda la vida: formación continua o permanente. La razón de esta propuesta es fácil de explicar: vivimos un mundo en continuo cambio, nosotros también evolucionamos. Además la formación es siempre un acto de libertad. Somos libres de elegir crecer o estancarnos. Pero cuando uno decide no seguir creciendo, no formarse, empobrece su persona y también los proyectos a los que está dedicado.
Del informe del que hablamos son famosos sus cuatro pilares: aprender a conocer, aprender a ser y convivir, aprender a hacer.
El Directorio General de la Catequesis (1997) hablaba de ser, saber y saber hacer. El Directorio decía que “(de estas)… la más profunda hace referencia al ser del catequista, a su dimensión humana y cristiana. La formación, en efecto, le ha de ayudar a madurar, ante todo, como persona, como creyente y como apóstol. Después está lo que el catequista debe saberpara desempeñar bien su tarea. Esta dimensión, penetrada de la doble fidelidad al mensaje y a la persona humana, requiere que el catequista conozca bien el mensaje que transmite y, al mismo tiempo, al destinatario que lo recibe y al contexto social en que vive. Finalmente, está la dimensión del saber hacer, ya que la catequesis es un acto de comunicación. La formación tiende a hacer del catequista un educador del hombre y de la vida del hombre”[11].
De los tres núcleos (identidad, capacidad, habilidades) se destaca la preeminencia de la identidad. Podemos ver la pastoral juvenil como el arte de pasar del saber decir, o del saber hacer, a un saber ser que acerque a los Jóvenes hasta Jesucristo. De aquí la importancia, como venimos afirmando, de la formación de la persona del agente de pastoral (identidad personal) desde la clave dinámica del crecimiento.
El crecimiento personal es proceso lento de unificación personal, que pone en relación experiencias vividas, necesidades vitales o sociales, conocimientos, opciones, relaciones, vocación, proyecto de vida… Este proceso de unificación personal parte de la situación concreta donde se encuentra la persona; se dinamiza cuando la persona conecta la vida de fuera con la vida de dentro: personalización; implica conocimiento y gestión de sí mismo.
Formación en competencias
En educación es habitual hablar de “la educación en competencias”. Competente es quien domina una capacidad específica. Las competencias van unidas a la construcción de conocimientos y habilidades significativas, al progreso de disposiciones interiores valiosas y fecundas. Para conseguir estos objetivos es necesario poner en relación sensibilidad, visión, retos… que posibiliten una vida auténtica, desde un humanismo integral y trascendente[12].
Este enfoque también ha llegado a la formación de los agentes de pastoral. Todo educador está interesado por el crecimiento de su destinatario, con quien establece una relación educativa, y para lo que precisa innovación, flexibilidad, profesionalidad, responsabilidad, creatividad, capacidad de trabajo en equipo, capacidad de mediación, sentido crítico y dinamismo.
La pastoral juvenil necesita agentes de pastoral bien formados. Nos preguntamos qué competencias serán necesarias. Algunos dicen que hoy en un mundo complejo, el agente de pastoral necesita ser hábil en competencias culturales, teológicas, pedagógicas, organizativas y espirituales.
Las competencias deben concretarse[13]. Lo que nos interesa es formar educadores, o catequistas, o sacerdotes dedicados a las pastoral juvenil, o acompañantes espirituales, o animadores de programas diversos, u orientadores… competentes.
Formación contextual
El primer enfoque prioriza el punto de vista institucional (comunidad eclesial, comunidad parroquial, comunidad educativa pastoral con un carisma determinado). Este enfoque subraya la importancia de una consistente antropología. El problema antropológico está siempre presente en todo planteamiento formativo.
El segundo enfoque prioriza la situación del individuo en el concreto tiempo histórico en que vive y para una determinada misión educativa. Esta manera de plantear el tema de la formación es más práctico y conecta con la mentalidad de nuestro tiempo.
El punto de vista de la institución es necesario, como también es necesario el punto de vista del individuo.
Nuestra apuesta es una formación que tenga en cuenta todo el contexto formativo: la situación cultural, la situación eclesial, las relaciones entre las instancias del diálogo formativo (institución, destinatarios y formadores).
Algunas de las características de esta formación contextual:
- Una formación que prevea: la atención a la persona y sus necesidades formativas, las instancias culturales del mundo juvenil, la exigencia evangélica del anuncio del evangelio.
- Una formación que se desarrolle desde una perspectiva educativa y comunicativa. La perspectiva primera plantea el crecimiento progresivo de las personas. La segunda abre a la relación e interacción entre personas.
- Una formación que se desarrolle en niveles, porque cualquier tipo de formación pide niveles siempre más elevados de cualificación.
- Algunas propuestas para un impulso en la formación
En una sociedad compleja la formación es un instrumento privilegiado para el desarrollo humano y espiritual de los educadores, para el sostenimiento de unos proyectos pastorales consistentes y para el mantenimiento de una organización pastoral.
En este último punto de nuestro artículo queremos recoger algunas propuestas para impulsar la formación en los agentes de pastoral con jóvenes. Algunas de estas iniciativas ya se están desarrollando.
Disponibilidad y confianza
Hemos dejado dicho en este artículo que la voluntad por la formación parte de la libertad de la persona. Dicho de otra manera: uno no se forma si no quiere formarse. Nos encontramos en el lugar de la vocación, en el momento de la llamada que solicita una respuesta libre. Este es un terreno sagrado e intransferible. El agente de pastoral recibe una llamada que se transforma en una misión.
Muchas de las reflexiones propuestas en este artículo nos sitúan en ese momento misterioso. ¿Qué actitudes favorecen esta situación? Destacamos la disponibilidad y la confianza. Estas actitudes hacen posible la escucha, permiten que lo percibido sea significativo en nuestro corazón, y dan la energía suficiente para responder al don recibido.
Si queremos dar un impulso a la pastoral juvenil y a la formación debemos cuidar la cultura vocacional de nuestros ambientes pastorales. Hay unas condiciones que hacen posible que se escuche la llamada. A esto llamamos cultura vocacional (ambiente familiar, escolar o parroquial…, es decir, el lugar donde la pregunta por el sentido de la vida no se ve como algo extraño). La cultura vocacional es un sustrato, un suelo, rico en valores que hace posible y atrayente el camino vocacional.
Esta no es una propuesta sencilla en una sociedad que privilegia valores como la competitividad, el éxito y el placer, más que la abnegación.
Formación pastoral en comunión
En los ambientes de pastoral hoy se habla mucho del trabajo en red que se basa en la comunión eclesial. Poco a poco va siendo menos habitual la autosuficiencia en pastoral juvenil. Quizás las dificultades nos han hecho más realistas y más humildes. Aún así todavía tenemos que recorrer mucho camino en esta dirección.
Estamos llamados en la Iglesia local, en torno a nuestros obispos, a aportar nuestra originalidad carismática con humildad. La Iglesia local tiene una importancia insustituible en esta dirección. Es en la diócesis donde somos cristianos, donde bajo el ministerio pastoral de un obispo construimos la Iglesia, el pueblo de Dios.
Van fortaleciéndose distintas iniciativas de trabajo en red en clave eclesial, iluminadas por el criterio de la comunión. Se intentan planes concretos de actuación en el pensamiento pastoral y en algunos proyectos compartidos (misión, actividades, eventos eclesiales, formación, etc.).
Hay algunas experiencias de ofertas formativas para agentes de pastoral juvenil que unen a distintos grupos, comunidades y carismas.
Un ejemplo de ello es el Curso Especializado de Pastoral con Jóvenes (CEPAJ), organizado por el Movimiento Adsis, la Familia Marianista y los Padres Escolapios de Emaús y la Tercera Demarcación bajo el amparo del “Fórum de Pastoral con Jóvenes”. Esta iniciativa formativa todavía en curso se inició en diciembre de 2009, congrega a cuarenta acompañantes de jóvenes de toda la geografía española y ofrece 240 horas de formación pastoral con el objetivo de formar personas con visión amplia de la pastoral con jóvenes capaces de liderar procesos educativos en la fe en sus propias comunidades cristianas.
Este Curso persigue una serie de objetivos cognitivos, procedimentales, actitudes y valores que se despliegan en tres grandes bloques teórico-prácticos: fundamentos antropológicos, psicológicos, sociológicos, pedagógicos y teológico-pastorales; el Proyecto “Jóvenes y Dios” de Convocatoria Evangelizadora e Iniciación Cristiana y un rosario de técnicas y herramientas para la formación, el acompañamiento personal, el trabajo en equipo, la presencia comunitaria y pastoral con jóvenes, la planificación y evaluación del proceso.
Este Curso finaliza con la obtención del título de Especialista Universitario en Pastoral con Jóvenes impartido por el Centro Superior de Estudios Universitarios La Salle (Madrid).
Las nuevas tecnologías de la comunicación
La dificultad real de poder articular la formación pastoral en cada localidad y en los niveles formativos requeridos, conlleva impulsar las nuevas tecnologías de la comunicación para conseguir impartir formación pastoral combinándolo con las sesiones presenciales al uso.
Las diversas plataformas digitales permiten acceder a todo el material empleado en las sesiones así como generar grupos de trabajo on line y un seguimiento personalizado por el tutor que acompaña formativamente al educador.
La formación on line posibilita itinerarios personalizados –en función de los conocimientos, tiempo disponible y necesidades formativas– y con elementos multimedia (música, sonido y videos interactivos) que motivan al agente de pastoral y facilitan la asimilación del programa formativo.
En los diferentes módulos que se estructura el curso, el animador tiene una serie de actividades de autoevaluación para comprobar la asimilación de los contenidos y la consecución de los objetivos del curso. Así podrá tener una visión global de su progreso tanto durante el curso como a la finalización del mismo.
Comunidad educativa en crecimiento
Como apuntábamos al inicio, nuestra responsabilidad eclesial consiste en permitir a los jóvenes encontrar a Cristo y vivir una experiencia pastoral que les lleve a la felicidad.
Esta experiencia creyente la vive la comunidad que acompaña al joven en su crecimiento de fe hasta el punto de que dicha fraternidad constituye un lugar indispensable para una vida cristiana. Esta realidad eclesial consolidada durante siglos casa con la experiencia de los jóvenes, a quienes les gusta vivir en grupo.
La comunidad cristiana toma como modelo el grupo de los apóstoles, alejándose claramente de aquellos grupos cálidos donde uno se siente bien, porque quien convoca y llama a vivir así es Jesucristo, y no las simpatías, sensibilidades o ideologías que sabemos tienen fecha de caducidad.
No se puede ser servidor de los jóvenes si antes no se es hermano en Jesús. No podemos lanzarnos a la misión si previamente no llevamos a Dios dentro y no lo buscamos ni compartimos ni celebramos con los demás miembros de la comunidad cristiana a la que pertenecemos. La vida apostólica exige la comunitariedad y ofrece la comunidad a los jóvenes para que progresivamente se responsabilicen de ella, la sientan suya y asuman compromisos que les posibiliten ser actores de la propia comunidad eclesial.
Jesús reclutó al grupo de los Doce y les acompañó, compartió la vida de ellos gracias a una fuerte proximidad y cercanía, comiendo con ellos, peregrinando de aquí para allá, orando juntos, etc. Jesús supo abrirles el apetito sobre su persona, suscitar en ellos el acto de fe, otorgarles responsabilidades en función de sus posibilidades personales, hasta el punto que se sintieron tan vinculados a Él que reorientaron sus vidas para invertirlas al servicio del Reino de Dios.
Unido a ese estilo de vida original que surge de la conversión al Evangelio vivido en comunidad, es necesario que los animadores de jóvenes valoren los contenidos de la fe, la celebración sacramental y la ética personal y social, posean una formulación actualizada de la misma, reciban la herencia de sus predecesores y más que repetirla, la actualicen, la ilustren y la reformulen siguiendo el magisterio de la Iglesia.
Un programa formativo atractivo y consistente
Aunque toda la comunidad cristiana ha de evangelizar, solo algunos realizan esa misión en medio de los jóvenes. Y entre los miembros de la comunidad cristiana concreta, se necesitan cristianos jóvenes y adultos que sean líderes y ejerzan un liderazgo de corte comunitario desde una clara identificación comunitaria y eclesial. Para ello se requiere de la reconstrucción de un maduro sentido de pertenencia eclesial en el clima de la cultura actual.
La formación de un cristiano evangelizador de jóvenes ha de tener en cuenta su doble condición: cristiano y evangelizador de jóvenes. Como cristiano ha de cuidar su experiencia personal de fe que ayude a iniciar en la experiencia religiosa cristiana a las nuevas generaciones. Como animador requiere de una serie de capacidades para encontrarse con los jóvenes en sus diversos contextos, conectar con ellos desde ellos, ofrecer itinerarios personalizados, emplear con soltura dinámicas de animación pastoral, compartir con humildad su propia experiencia creyente y proponer una fuerza para vivir que ilusione, adhiera y active a un deseo de seguir profundizando, compartiendo y celebrando la fe con otros.
Esta formación pastoral exige partir de los jóvenes concretos, centrándose en su persona y la realidad que les rodea, desarrollando una pastoral de la encarnación en el mundo de los jóvenes.
Esta propuesta formativa persigue, ante todo, que los educadores amen, confíen y esperen en los jóvenes. Si esta experiencia de amar, confiar y esperar no se proporciona en dichos espacios formativos, el esfuerzo invertido será insuficiente. La formación debe tocar el corazón, evangelizar y recolocar al animador cristiano hasta el punto de convertirse a los jóvenes, creer en ellos, acogerles incondicionalmente, orar con y por ellos, celebrar juntos la fe, acompañarles en sus búsquedas…, en definitiva, nacer de nuevo volviendo a creer con los jóvenes.
Como expresan acertadamente los obispos de Quebec, no se trata de reunir recursos sino, más bien, de descubrir la fuente de la fe en el ras de la vida, extrayendo la experiencia espiritual que brota de la vida, que hace presentir lo esencial, que despierta, que pone en marcha, que hace vivir.
Un programa formativo atractivo y consistente exige acoger la invitación de re-articular lo esencial del mensaje evangélico para nuestros días, proponer modalidades de itinerarios adaptados a una pastoral juvenil diferente que permita acompañar a los jóvenes a vivir en plenitud a partir de un lugar singular y original. Este programa formativo debe ayudar a la persona a entrar en contacto con lo que ella misma es y aspira a ser, teniendo fe en ese proceso de crecimiento y de experimentarlo en lo cotidiano.
Ahora bien, no podemos quedarnos ahí. Necesitamos cristianos jóvenes y adultos con una fe ilustrada que den razón de su esperanza en estos tiempos que ofrecen una nueva oportunidad para el Evangelio. Por ello, el programa de la formación pastoral requiere abordar cuestiones esenciales relativas a la teología, la espiritualidad, la pedagogía y la comunicación con una metodología experiencial, flexible, interactiva, de síntesis de contenidos que varíe según la temática y siempre con una aplicación pastoral que sea contrastada y evaluada por un tutor asignado por la organización que promueve la formación pastoral.
Finalmente esta experiencia formativa debe ilusionar a los educadores a vivir su fe, enriquecerla con otros carismas y ministerios, expresarla con sus propias palabras, actualizando lenguajes y símbolos que conecten con los jóvenes que acompaña. Los espacios formativos han de contagiar esas ganas inmensas por proponer la fe a los jóvenes de hoy.
Álvaro Chordi
Koldo Gutiérrez
[1] Elías Yanes Álvarez, Sal Terrae y la formación del clero, Sal Terrae 1153 (2011) 169.
[2] EN 14.
[3] Benedicto XVI, Carta a don Pascual Chávez Villanueva, Rector Mayor de los Salesianos, con ocasión del Capítulo general XXVI, 1 de marzo de 2008, n. 4.
[4] Hechos 2,37.
[5] 2 Corintios 5,20.
[6] Mac 10,17.
[7] Juan 14, 26.
[8] DV 8.
[9] ‘Mater e magistra’, es el título de una hermosa encíclica de Juan XXIII.
[10] Cfr. http://www.unesco.org/education/pdf/DELORS_S.PDF
[11] DGC, 127.
[12] Caritas in Veritate, 18.
[13] Cfr. AA.VV, Pastorale Giovanille: sfide, prospettive ed esperienze, Elledici, Leumann (Torino), 2003.