LECTURA DE LOS TESTIMONIOS DESDE UN HORIZONTE HUMANO

1 abril 2011

Luzio Uriarte González
Comunidades Adsis

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Luzio Uriarte lee los testimonios anteriores desde un horizonte humano. Ve en estas comunidades, contraculturales de alguna manera, unos brotes de esperanza. Descubre en los testimonios la importancia de la experiencia, del testimonio, de la espiritualidad y del compromiso con los más pobres.
 
No elegimos el tiempo que vivimos, aunque quienes seguimos a Jesús deseamos influir en el tiempo que nos toca vivir, albergando la utopía de configurar la historia humana como una realidad más cercana al “proyecto” que Dios “sueña” para la humanidad.
Siempre nos situamos en un determinado momento histórico; éste nos ubica en un mundo de posibilidades, desafíos, limitaciones, y todo ello junto con la presencia inquietante del dolor y el misterio del sufrimiento. En medio del devenir de las sociedades y de las culturas, las personas creyentes deseamos vivir el Evangelio de Jesús de forma significativa; ese deseo se concreta en el intento de ajustar su vida al Reino (busca el Reino y su justicia) y, en consecuencia, comprometerse en la construcción de unas relaciones sociales (personales y estructurales) que se alineen en la lógica de esos valores del Reino. Ahora bien, a quien sigue a Jesús, también le afecta –le contagia irremediablemente– la época sociocultural en la que vive, de tal manera que la sensibilidad ambiental marca preferencias e impulsa búsquedas desde las cuales interroga al Evangelio y trata de hallar pistas para orientarse en el camino personal y comunitario que recorre.
Hay, por tanto, una tensión entre el horizonte del Evangelio y el horizonte humano, marcado por los acentos de cada época y la sensibilidad propia de cada persona. El Evangelio siempre es acogido y vivido en un determinado contexto sociocultural y personal que, en las preguntas que suscita y en las sensibilidades que desarrolla, posibilita la realización de determinados proyectos de vida. Por otra parte, el Evangelio es irreducible a ningún de horizonte humano y siempre se presenta como desafío profético y crítico; por ello, el horizonte del Evangelio nos recuerda que, en cualquier contexto social y cultural, siempre estamos en la incómoda tensión del “ya sí pero todavía no”.
Teniendo en cuenta esta dialéctica leo los testimonios que ofrecen estas comunicaciones llenas de itinerarios creyentes, apuestas vitales de fe y búsquedas abiertas. Más allá de las circunstancias y claves personales, voy a tratar de identificar algunas claves socioculturales de la época en que vivimos. Leo estos testimonios, por tanto, desde el horizonte humano, desde los acentos que refleja una determinada época y desde el contexto social en la que se sitúan. Es decir, desde los testimonios ofrecidos busco identificar algunas pistas que pueden representar inquietudes y preguntas desde las que la juventud se acerca a Jesús y a su Evangelio.
Como ya he indicado, pero insisto en ello porque me parece clave para interpretar correctamente las reflexiones que ofrezco a continuación, el horizonte del Evangelio no se puede reducir a la sensibilidad de una época y respecto a ella siempre está en tensión profética. Ahora bien, el Buena Noticia de Jesús siempre se vive dentro de alguna sensibilidad “epocal”. Sin tener en cuenta las búsquedas genuinas que nacen de una determinada sensibilidad sociocultural, sin responder a ellas de alguna manera, el Evangelio de Jesús, aunque sea la mejor noticia de la humanidad, aunque defendamos que es su acontecimiento culminante, pasará desapercibido para la juventud a la que le ha tocado nacer en estos tiempos de postmodernidades.
 

  1. La importancia de la experiencia

En todos los testimonios ofrecidos, la fe es una experiencia viva que es expresada con diversidad y riqueza de matices personales. Esto nos pone en la pista de uno de los rasgos más característicos de la cultura contemporánea: la individualización[1]. La vivencia personal, la vivencias que la persona es capaz de adquirir -fundamentalmente las que le resultan significativas-, va orientando su actuar y su forma de vivir, así como las decisiones concretas que va tomando y, que a la postre, definen su existencia específica. En los testimonios leídos hay pocas definiciones relacionadas con la fe, pocos contenidos conceptuales; en el común de la experiencia existencial creyente, la referencia a la fe no es para contestar preguntas sesudas y profundas sobre el sentido de la vida y sus consecuencias. En los textos hay poco de razonamiento y de deducciones y mucho de vivencias personales en las cuales las personas se sienten atrapadas, al mismo tiempo que se perciben protagonistas y consienten en ese estar atrapados vitalmente.
La búsqueda de experiencias personales significativas es una clave cultural importante para comprender nuestra época; aquello que la persona joven no experimente como valioso vinculado con su subjetividad y con su libertad difícilmente se va a convertir en algo que incorpore a su vida significativamente. Por otra parte, lo vivencial tiene un centro dinamizador muy potente en el mundo de las relaciones. Esta dimensión relacional siempre ha sido muy importante en la constitución y en el desarrollo de toda persona, pero en el mundo juvenil actual adquiere un significado muy agudo, muy potente, que además es amplificado y condicionado por los nuevos medios de comunicación e interacción que tienen a su disposición. Las vivencias más significativas que se registran en esos testimonios están vinculadas a un intenso mundo afectivo relacional que, al mismo tiempo, está íntimamente unido en la experiencia[2] creyente. Se podría decir, a la vista de lo leído, que la fe se hace significativa en la vida de esa juventud en la medida que el mundo relacional en que se comparte la fe es intensamente significativo.
Las relaciones que se consignan tienen mucho de espontáneo y poco de organizado, mucho de imprevisible y poco de caminos trazados y muy estructurados. Son relaciones que se experimentan con libertad, relaciones por las cuales las personas optan y se sienten sujetos de esa opción. Con el paso del tiempo, esas relaciones se van convirtiendo en muy implicativas; en este sentido, la siguiente afirmación está muy presente: “Para nosotros, los demás miembros de la comunidad son, literalmente, “de la familia”, “pueden contar conmigo y yo con ellos en cualquier situación”, “me han abierto la puerta de su vida y yo a ellos”. La experiencia de fe se hace profundamente vital en el contexto de unas relaciones comunitarias donde las personas se sienten existencialmente implicadas; estamos en las antípodas de una fe individualista y que encierra a la persona en la preocupación de su propia salvación vinculada con la realización de algunas prácticas de piedad que le aseguren su futuro personal. Pero los testimonios, en general, transmiten una fe individualizada, personalizada; en estos contextos relacionales, una fe que no esté muy personalizada difícilmente va a poder sobrevivir e influir en el medio.
En consecuencia, los procesos e itinerarios muy marcados y estandarizados tal y como se han entendido clásicamente quedan relativizados[3]. Tal y como comenta uno de los escritos, en el itinerario de convertirse en comunidad apenas hubo proceso catecumenal (…), nadie nos acompañó, no asistimos a movidas eclesiales fuertes; incluso son conscientes que alguno de los medios utilizados tal vez no era el más adecuado (desde un punto de vista catequético), sin embargo se hizo un camino de maduración en la fe profundo de tal manera que ha marcado la vida de las personas en el inicio de su adultez.
 

  1. La clave del testimonio

La fe que se refleja en los escritos no es ya la consecuencia lógica de una sociedad culturalmente cristiana donde el ser creyente se da por supuesto. Los testimonios se refieren, de una u otra manera, a un proceso –diferente en cada caso– a través del cual la fe se ha convertido en algo muy significativo en su vida. Hoy uno de los interrogantes clave en el mundo de la pastoral se centra en el tema de la transmisión de la fe[4]. El diagnóstico general es que los medios clásicos que han servido en la sociedad cristiana para transmitir la fe de generación en generación hoy resultan ineficientes, cuando no bloqueados. En la lectura atenta de estos textos aparecen implícitamente dos claves muy importantes para plantear el tema de la transmisión de la fe y que, ciertamente, tienen un significado muy elocuente en el actual marco cultural: el testimonio y el ambiente. Ambas claves tienen matriz relacional, y en ese sentido sigo desarrollando la idea ya presentada en el párrafo anterior: la fe se juega en el mundo de las relaciones. En este apartado comento brevemente lo referente al testimonio; en el apartado siguiente me centro en la clave del ambiente.
Una de las personas expresa que ha redescubierto el valor de la fe con la ayuda del ejemplo de sacerdotes y personas de la comunidad a quienes siempre he podido ver en “acción” y comprometidas con la comunidad. En el trasfondo de casi todos los itinerarios se deja intuir la presencia de algunas personas que son significativas, que han llamado la atención por su manera de vivir y que han sido (son) importantes a la hora de vivir la fe. Estas personas no necesariamente están en los grupos o comunidades que han contestado a las preguntas, pero ciertamente ejercen un especial atractivo, son referentes cualificados. Entre estos testimonios significativos, varios señalan la familia en la que han nacido y que ha posibilitado el itinerario creyente que posteriormente han realizado.
A mi modo de ver, en este punto del testimonio tocamos uno de los aspectos fundamentales para la transmisión de la fe en el contexto de una cultura plural y ambiguamente secularizada. Los razonamientos tienen su importancia, la comprensión intelectual juega un papel sin lugar a dudas, la dimensión objetiva de la fe es esencial; sin embargo, todos esos elementos no convierten la fe en significativa cuando las personas viven en contextos socioculturales pluriformes y quebrados, al mismo tiempo que están sujetas a múltiples atracciones y estímulos contradictorios. El testimonio coherente de creyentes que son relacionalmente cercanos posibilita, más allá de los grandes discursos y argumentos, que la fe se convierta en significativa y atractiva dentro de los múltiples itinerarios que recorren las personas en sus búsquedas existenciales.
Este testimonio deberá tener algunas características para ser auténtico; no vale cualquier tipo de testimonio significativo para poder acceder a una experiencia cristiana verdadera. Aunque este aspecto requeriría de mayor desarrollo antropológico[5], con lo dicho basta para situar el desafío de la transmisión de la fe entre jóvenes en el contexto del testimonio auténtico y significativo.
 

  1. Minoría y contraculturalidad

Toco en este apartado otra de las condiciones necesarias para la transmisión de la fe en el contexto de sociedades secularizadas: la generación de microclimas donde la fe sea experimentada personalmente, compartida vitalmente, celebrada significativamente y comprometida proféticamente. Compartir es el verbo clave en el marco de estos microclimas que se dibujan en los testimonios ofrecidos.
Las comunidades juveniles son conscientes de que la cultura circundante está muy marcada por la búsqueda individual de mayores cotas de bienestar y consumo como horizontes de la búsqueda de la felicidad. Es evidente que en la difícil ecuación entre igualdad y libertad, en nuestros contextos sociales va avanzando el polo de la libertad entendida en términos muy individuales y los proyectos de igualdad y hermandad van quedando sin caminos claros[6]. La dimensión religiosa es poco significativa dentro de estas condicionantes sociales, aún y cuando vaya creciendo en tolerancia y capacidad de diálogo; tal vez el tema más difícil para plantear socialmente es el de la institución religiosa (específicamente nos referimos a la Iglesia católica). En cualquier caso, la fe cristiana dentro del mundo juvenil es una opción socialmente marginal tocada por una cierta contraculturalidad (en el sentido de rechazo o marginalidad ambiental); cuando además, esa fe pretende ser profecía de justicia social y sensibilidad por las situaciones de más sufrimiento, la percepción de contraculturalidad crece notablemente. En este contexto, es notable que el amparo social de la fe es decreciente y que toda fórmula que pretenda una salida individualista a la vivencia de la fe está condenada a un heroísmo difícil de mantener en el tiempo.
La vivencia que nos transmiten los testimonios es clara al respecto; uno de los grupos expresa con mucha fuerza y transparencia una realidad que está presente en todos: La comunidad es un auténtico microclima donde vivir la fe con intensidad. Ha sido absolutamente necesaria para no perder tensión cuando nos hemos ido introduciendo en el mundo de los adultos. Las vidas entregadas de las personas de la comunidad, cada una en su lugar, con sus circunstancias y tareas, nos animan a llevar una vida más austera y comprometida. Nos exigen no encerrarnos en nuestro bienestar y no dejar de estar abiertos a la realidad de sufrimiento del mundo. Nos hacen estar más disponibles, ser más arriesgados, más sacrificados y ser más generosos en nuestro ofrecimiento. La comunidad es consciente de sus limitaciones pero sueña que juntos, se pueden hacer cosas que merecen la pena en nuestra sociedad. La vivencia activa de una fe comprometida proféticamente solo es posible con la existencia de “microclimas” donde se pueda vivir y compartir una forma de vida que sea profética y capaz de resistir en la fidelidad de los valores del Evangelio. Y no se trata solamente de apoyar un determinado comportamiento ético que impulse hacia una sociedad más justa y solidaria; se trata sobre todo de posibilitar el dinamismo de una fe vital que ora, comparte, celebra y se compromete; una fe que sea convicción fundamental y fundamentada: una fe hecha experiencia personal significativa hasta el punto de convertirse en convicción capaz de fundamentar el itinerario personal.
Estos “microclimas creyentes” aparecen en los escritos con diferentes círculos de relaciones. Uno de esos círculos presente en todos los testimonios es la comunidad con la que habitualmente se comparte. Con la caída de los elementos y referencias que sostenían una sociedad de cristiandad, la experiencia creyente necesita del sustrato cercano de la comunidad. Al respecto todos los testimonios rezuman de expresiones que valoran muy positivamente el ámbito relacional inmediato –la comunidad o el grupo según el caso–. Este primer círculo se combina en muchos de los grupos con la relación que tienen en una determinada parroquia o la vinculación con una determinada familia religiosa, tradición espiritual, movimiento, etc. Un segundo círculo relacional hace referencia a diversos encuentros entre comunidades provenientes de diferentes lugares y la riqueza que se aporta desde el desarrollo de sensibilidades plurales e itinerarios comunitarios. Esta red que se forma en el encuentro de varias comunidades genera un ambiente más amplio donde se refuerzan los vínculos creyentes.
Se puede intuir un tercer círculo que no está muy explicitado pero subyace a varios testimonios: me refiero a la comunión eclesial, aunque esté atravesado de múltiples tensiones. Siempre se tendrá que prestar atención para que los microclimas sean abiertos, transparentes y en comunicación con toda persona creyente. En este contexto, hay una valoración positiva del encuentro, de la mezcla, del compartir diferentes tradiciones y experiencias. Todo ello supone un gran avance.
 

  1. La espiritualidad

Los testimonios nos transmiten una búsqueda y un anhelo de crecer en una vida espiritual, en la multiplicidad de diversas tradiciones, pero valorada como necesaria. Es interesante notar que la pregunta directa por la vivencia espiritual no estaba en el cuestionario que se pasó a los grupos y sin embargo está explicitada en casi todas las respuestas. Algunos grupos provienen de estilos espirituales muy marcados por la tradición en la que han nacido; otros los han ido elaborando sobre la marcha con una cierta práctica autodidacta. En cualquier caso, son conscientes que la aventura en la que están embarcados necesita de un cultivo espiritual, que va desde trabajarse en el autoconomiento y compartir experiencias profundas hasta el cultivo de una vida intensa de oración personal y grupal. Probablemente, esta dimensión espiritual es un anhelo muy compartido por aquellas personas que están en búsqueda vital y que, más allá de ser creyentes o no en sentido religioso, anhelan vivir con hondura sus existencias sin dejarse desecar y arrastrar fácilmente por una sociedad del consumo.
Esta demanda de vivencia espiritual y el redescubrimiento de la dimensión espiritual del ser humano como radicalmente constitutivo del auténtico desarrollo humano marca un horizonte de crecimiento y de compartir búsquedas, inquietudes y anhelos más allá de las adscripciones religiosas. Tal vez aquí se encuentre uno de los servicios importantes que pueden prestar las comunidades vivas de jóvenes creyentes en medio de la cultura juvenil: ser focos donde se experimenta una profunda espiritualidad que teniendo una identidad cristiana conecta con lo más profundo y auténtico de la vida y que invita a confiar y crecer.
Es evidente que sin el cultivo de esta dimensión, y específicamente de la oración personal y grupal, la vida de estas comunidades se irá reduciendo a la actividad y a los proyectos de trabajo y de servicio, pero perderán el núcleo central, el sentido esencial que da vida y fuerza al servicio, el motivo último que permite resistir en medio de una corriente cultural que no es favorable. Esta experiencia es fundamental para no reducir el itinerario a mera ideología o a un planteamiento funcionalista con vistas a tener vidas más éticas; la oración y el cultivo de una vida interior profunda en la que el encuentro con el Señor se convierte en núcleo vital que dinamiza todo ejercicio de solidaridad.
En todo ello se advierte una inquietud por no quedarse en formas ya establecidas, por no conformarse con la repetición mecánica de fórmulas. Hay una inquietud de renovación que, muy en sintonía con lo dicho anteriormente cuando me he referido a la importancia de la vivencia personal y de la espontaneidad, motiva a que se busquen y se ensayen formulas nuevas; en el marco del grupo, estos ensayos se convierten en profundamente expresivos y con un gran potencial comunicativo. Así uno de los testimonios nos expresa que el grupo otorga una gran importancia a la oración en todos sus ámbitos y variantes. Apostamos por una oración incluida en nuestra vida diaria, como forma de experiencia de Dios. No nos basamos en una forma de oración tradicional, sino una adaptada a nuestros sentimientos, sensaciones y vivencias, así como a nuestra condición de comunidad joven.
 

  1. Compromiso social y relación con situaciones de pobreza y marginación

En contraste con otras épocas más marcadas por la actividad y por el enorme atractivo que presentaban proyectos éticos de transformación de la realidad, la dimensión espiritual es reivindicada por la mayoría de los testimonios; pero hay que añadir que estamos lejos de un reduccionismo de tipo espiritualista, pietista, lejano a lo que acontece en la historia. Son bastantes las referencias que se hacen a una visión crítica de lo que acontece en el mundo y donde se pone de relieve la rebeldía ante un estado de valores lejano al reino de Dios.
Ya hemos subrayado anteriormente el deseo que anida en muchos de estos grupos por llevar una vida austera que no se deje arrastrar por los parámetros de bienestar y criterios de éxito y de felicidad que anidan en nuestra cultura (lo cual está muy relacionado con la mencionada contraculturalidad de estos grupos). Pero no se trata de una opción estratégica o de un mero planteamiento ético (lo cual en los tiempos que corren no está nada mal). En medio de los testimonios que subrayan el compromiso con las situaciones de pobreza y marginalidad hay una experiencia muy fundamental que se encuentra enraizada en la vida creyente.
Alguno de los grupos nace en el contexto de compromiso social en relación con personas que viven en situaciones de pobreza. Más allá de los momentos primeros y experiencias que lanzaron la vida de los grupos, en todos es importante esa referencia de compromiso social. El poder compartir con la gente humilde y con situaciones de pobreza es percibido como un privilegio: Hemos tenido la suerte de convivir con personas muy humildes pero llenas de valores y de conectar en directo con la pobreza, la injusticia, la violencia y el dolor, lo que nos ha proporcionado una forma de ver la vida muy alejada de la predominante en nuestra sociedad. La fe, lejos de ser un somnífero para vivir alejado de la realidad, es comprendida en estos testimonios como constante llamada a encarnarla en medio de las situaciones de dolor de la humanidad, sobre todo del dolor producido por las injusticias sociales; al mismo tiempo, el contacto directo con estas realidades ayuda a crecer en una fe crítica con la realidad y que no se deja arrastrar por las circunstancias.
Algún grupo es aún más explícito y afirma la importancia que tiene en el grupo la opción preferencial por las personas más pobres: entendemos esta opción como el eje que vertebra nuestra vida diaria. La resistencia cultural lejos de querer marcar una diferencia relacionada con modas, se enmarca en el contexto de una opción vital por vivir el Evangelio con coherencia. Más allá de principios ideológicos y poses sociales, es la misma vida la que se compromete y se va configurando y creciendo como vida creyente en medio de este empeño. En una época en que las injustas desigualdades sociales crecen y las solidaridades no son valores en alza, estos grupos se van configurando con un estilo que hace contraste a la corriente mayoritaria.
En todo ello, los grupos que ofrecen su testimonio son conscientes que el mundo no va a cambiar de la noche a la mañana, y que todos sus esfuerzos son pequeños en comparación con los grandes desafíos que enfrentamos en el momento presente de la humanidad; pero son grupos que no se van a desanimar fácilmente porque en el corazón de su acción y de su vida está instalada una espiritualidad creciente y habita por la presencia del Señor.
 
A modo de conclusión
Al inicio de esta breve reflexión indicaba que, al hacer una lectura de estos testimonios desde el horizonte humano, subyace la convicción de que la fe siempre es vivida en el contexto de una determinada cultura la cual pone las preguntas y las búsquedas relevantes en un determinado momento. Los temas desarrollados en estos testimonios nos remiten a esas búsquedas que tienen relación con la época que vivimos, incluso más allá de las preguntas formuladas por el Equipo Redactor de Misión Joven.
Haciendo ahora un breve recuento en forma de síntesis, podemos decir que en el inicio de este siglo XXI, dentro del contexto de sociedades marcadas por la secularización y por el poco significado social de la tradición cristiana, hay algunos grupos de jóvenes, en buena parte a medio camino entre la juventud y la adultez, que viven con singular intensidad sus opciones creyentes. Haciendo un breve perfil humano, diríamos que estas comunidades valoran lo espontáneo por sobre lo organizativo, lo vivencial sobre lo que viene impuesto con objetividad aplastante; buscan ser sujetos de sus vidas y entrelazarlas con relaciones profundamente significativas vinculadas a la experiencia creyente. En estos contextos, más que discursos bonitos, se escuchan testimonios vivos que van encarnando el Evangelio. En apertura a lo que acontece en la sociedad, optan generalmente por comprometerse en el servicio a las personas más desfavorecidas potenciando unas relaciones de más justicia. En este sentido, son grupos marcados por ir a contracorriente culturalmente, apostando por unos valores que no están de moda pero que tienen profunda raíz en el Evangelio de Jesús. En esta línea, la vivencia de la espiritualidad es un valor en alza, al mismo tiempo que se recrea desde las diferentes experiencias y tradiciones en las que han nacido los grupos que nos ofrecen su testimonio.
En medio de muchos signos que nos hablan de un invierno crudo, estos testimonios son como pequeñas florecillas que nos invitan a vivir con esperanza y a poner nuestra mirada en lo pequeño y en lo sencillo que pasa desapercibido a los ojos del mundo; pero, es ahí donde acontecen cosas grandes; se trata de una pedagogía que probablemente tiene mucha relación con la manera que Dios ha elegido para encarnarse en la debilidad vulnerable de su humanidad.
Luzio Uriarte
 
 
[1] La individualización no se identifica por el rasgo del individualismo; más bien está relacionado con el proceso de personalización. Este concepto como rasgo de la modernidad contemporánea lo ha trabajado, entre otros autores, Ulrich Beck; en uno de sus últimos escritos aplica el concepto a la experiencia religiosa de lo que surge una reflexión muy sugerente. Cfr. BECK, U., El Dios personal. La individualización de la religión y el “espíritu” del cosmopolitismo, Paidós, Barcelona 2009
[2] Somos conscientes de la ambigüedad que tiene la palabra “experiencia” y de la compleja exigencia que lleva su uso en el contexto catequístico.
[3] El concepto de proceso sigue siendo fundamental, pero no se puede reducir ni identificar con elementos fijados externamente, como un curriculum preconcebido que la persona recorre en el camino de la maduración creyente. Este aspecto queda vive recogido en el siguiente artículo: GASOL, R. – MENÉNDEZ, CR. – PAJUELO, D., “Procesos” en BAUTISTA, J. M. (coordinador), 10 palabras claves sobre pastoral con jóvenes, Verbo Divino, Estella 2008, págs. 101-149.
[4] Cfr. MARTIN VELASCO, J., La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea, Sal Terrae, Santander 2002
[5] Sobre este tema Juan Martín Velasco hace algunas reflexiones muy atinadas y sugerentes en sus trabajos publicados. Al respecto se puede leer MARTIN VELASCO, J., o. c., págs. 85-100
[6] Cfr. Iglesia Viva 244 (2010), donde el tema central, tratado desde diversas perspectivas por Izaskun Sáez de la Fuente, Rafael Díaz-Salazar, Demetrio Velasco y F. Javier Vitoria, versa precisamente sobre las desigualdades y la fraternidad cristiana, con los grandes vectores de igualdad, libertad y fraternidad como telones de fondo; en general, lo datos y las reflexiones tienen un tinte crítico y pesimista.