COMUNIDADES CON JÓVENES EN LA PASTORAL DE JUVENTUD

1 abril 2011

José Luis Pérez Álvarez
Fundador de las Comunidades Adsis
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El tema de las Comunidades con jóvenes en la Pastoral de Juventud” es una de las claves en el pensamiento y en la vida de José Luis Pérez Álvarez, fundador de las comunidades Adsis. Nos vuelve a ofrecer en este artículo interesantes reflexiones teológico-pastorales sobre el mismo. Aborda también aspectos muy concretos sobre los dinamismos en la configuración de la comunidad juvenil y sobre la adultez personal y comunitaria.

Introducción
La revista Misión Joven ha cumplido 50 años de fecundo y permanente servicio a la Pastoral de Juventud en la Iglesia. La presente colaboración quiere ser un tributo de agradecimiento y admiración por esta historia tan meritoria.
Hace años pude dedicarme al estudio de la Pastoral con jóvenes en el libro “Dios me dio hermanos. Comunidad cristiana y Pastoral de Juventud”, CCS, Madrid 1993. En su extenso contenido se analizan los diversos aspectos en que las comunidades cristianas, desde sus diversos carismas y proyectos, han de comprometerse en la pastoral actualizada con los jóvenes.
Por la brevedad de este artículo y como memoria entrañable a Misión Joven me permito remitir en las notas a artículos y publicaciones anteriores de la Revista para poder ampliar nuestras reflexiones.
En los años sesenta influyen especialmente en la acción pastoral dos factores: la cultura de la modernidad, con sus fenómenos de personalización, socialización, secularización y liberación, y el Concilio Vaticano II, en los documentos conciliares Lumen Gentium, Gaudium et Spes y Apostolicam actuositatem.
Ya desde entonces sentimos la necesidad de abordar una nueva pastoral entre los jóvenes en la que el asociacionismo de corte devocional se abriese a la profundización en el seguimiento al Señor, a la configuración de la comunidad cristiana como en los tiempos apostólicos y a una presencia significativa y servicial en la sociedad.
Las claves dominantes de este cambio han sido: la vocación cristiana universal, la comunidad en la fe y en la vida compartida, la presencia cristiana como testimonio y compromiso en el mundo, la revitalización de los diversos carismas del Espíritu.
Hoy hemos de tener en cuenta la sociedad pluralista y secularizada en que vivimos y la notable indiferencia y lejanía de la fe en tantos sectores de la vida social, las dificultades derivadas del sustrato humano de los jóvenes, la falta de integración personal, la conciencia adormecida por el consumo, la influencia de los medios de comunicación social, la falta de referentes y la dificultad para conectar con sus focos de interés y expectativas.
En esta sociedad plural y secularizada, ante la cultura de la posmodernidad y el débil influjo de las tradicionales correas de transmisión de la fe en la juventud, nos sentimos apremiados a retomar el compromiso por consolidar entre los jóvenes la vivencia comunitaria del proyecto del Reino de Dios en vinculación con las comunidades cristianas eclesiales adultas.
El Forum pastoral con jóvenes proclama en su Manifiesto final: “Nos comprometemos a promover comunidades cristianas que susciten y acompañen el proceso de las personas jóvenes. Que les busquen, les acojan en su realidad concreta y les propongan explícitamente el Evangelio de Jesucristo que llama a la fraternidad”.
Desde una fuerte opción por la fraternidad y la solidaridad los jóvenes están abiertos a nuevas formas comunitarias de explicitar y vivir las creencias en orden a una fe más auténtica y purificada. La opción comunitaria ha configurado de raíz la configuración de muchos Movimientos eclesiales que desde comunidades adultas asumen el compromiso prioritario de la pastoral entre los jóvenes.
 

  1. La Comunidad sujeto y ámbito y objetivo de encuentro y de transmisión

Hoy volvemos a reflexionar sobre el tema desde la perspectiva de la formación y acción de las comunidades juveniles dentro de la pastoral que ofrecen las comunidades eclesiales en los diversos ámbitos de su presencia y de su oferta.
La vocación cristiana, en la fe, en la esperanza y en el amor, es una realidad personal inserta radicalmente en la comunidad eclesial. La fe es una opción y una vivencia compartida, celebrada y transmitida en y desde la comunidad.
La comunidad cristiana es el sujeto, el ámbito y el objetivo en el que la fe cristiana se vive como proyecto de vida personal y comunitaria y desde el que se propone como experiencia de nueva vida abierta a la fraternidad y a la solidaridad. Un proyecto que asume el seguimiento a Jesús como vivencia de libertad liberada, de amor solidario, de esperanza de Vida definitiva.
La educación de la fe entre los jóvenes no puede reducirse a una aceptación de verdades abstractas, de ritos religiosos, de normas morales y de pertenencia institucional aleatoria.
No vivimos en una sociedad de cristiandad en la que la religiosidad se asume por adherencias ambientales o por tradiciones eventuales. La fe implica un proceso personal y grupal de conversión a la persona y al proyecto de Jesús. Jesús se manifiesta y se asume en la experiencia vital de una comunidad de seguidores que, en su testimonio y en su compromiso, suscita el interés, la atracción y las preguntas vitales más profundas y, al mismo tiempo, propone un proyecto de vida que da sentido profundo a las aspiraciones del corazón y al compromiso por la justicia.
Para que una comunidad cristiana pueda suscitar entre los jóvenes comunidades juveniles vinculadas a ella y con procesos de vivencia de la vocación cristiana en fraternidad evangélica y en solidaridad con el mundo, es preciso que la Comunidad eclesial trabaje previamente una Convocatoria evangelizadora entre los adolescentes y jóvenes como portadora de sentido, abierta a la solidaridad, ámbito y sujeto de relaciones nuevas, inductora de trascendencia y de expectativa, oferta de la Buena Noticia.
Posteriormente un proceso adecuado de Iniciación Cristiana podrá abrir el grupo de jóvenes a configurarse como comunidad juvenil vinculada a la comunidad adulta eclesial.
No se trata de considerar la realidad comunitaria entre los jóvenes como una forma más de organización eclesial sino como una vivencia fundamental de la fe vivida, compartida, celebrada y comprometida en la comunión y en la misión cristianas.
Las comunidades juveniles necesitan un seno fecundo en el que nacer, constituirse, crecer y permanecer hasta llegar a la adultez de la vida y de la fe de cada persona y del grupo. El empeño por recrear, en los tiempos presentes, nuevas formas de vida comunitaria más secular y encarnada, y por renovar las existentes desde la pluralidad de formas y carismas, es fundamental y decisivo para la vivencia y la transmisión de la fe.
La instancia comunitaria surge progresivamente de las exigencias del seguimiento a Jesús: cómo seguirle, con quiénes seguirle y para quiénes, informando en este proceso todas las dimensiones personales y sociales de la vida concreta.
La fe no es simplemente un mensaje que se propaga. Es ante todo una experiencia de vida que surge del encuentro amoroso y salvador con el Padre, en Jesús por el Espíritu. Este encuentro se inicia y se acrecienta en el seno de la comunidad de los discípulos como hijos, hermanos y siervos cara al proyecto del Reino.
Las instituciones y las estructuras pastorales necesitan ser revitalizadas por comunidades que, en la pluralidad de los carismas y desde la comunión eclesial, sean fermento vivificador en el testimonio y en la transmisión de la fe, convocándoles a revivir y prolongar en sus grupos los dinamismos de la comunidad
La actividad pastoral de la comunidad necesita entre los jóvenes más profecía que doctrina, más celebración que ritos, más opciones de amor nuevo que prohibiciones, más comunidad participativa que iglesias de clientela.
La alegría es la mejor profecía. Los jóvenes admiran a los héroes pero no quieren imitarlos. Envidian a los que se muestran más felices por su calidad de vida y desean seguirlos y experimentar con ellos.
Los jóvenes han de crecer en su grupo siendo protagonistas en su vivencia vocacional y en sus compromisos. Así se irán configurando como verdaderas comunidades de vida cristiana.
La vinculación y la pertenencia de los grupos comunitarios juveniles a la Comunidad adulta se acrecientan si, desde un proyecto y procesos adecuados, los jóvenes logran personalizar las vivencias y las opciones cristianas en los diversos aspectos de su vida.
 

  1. El Evangelio de Jesús, liberación en el amor. Adhesión previa a la comunidad

La cultura dominante en la sociedad actual y las propuestas en las que enraízan muchos jóvenes sus vidas, se insertan en valores, y vivencias profundamente opuestas y alejadas de la propuesta evangélica.
El planteamiento básico en la pastoral con jóvenes es cada vez más evidente: ¿Cómo procurar que los jóvenes actuales puedan ser sujetos capaces de Evangelio? La evangelización como testimonio, anuncio y liberación supone que los jóvenes sean capaces de valorar, desear y abrirse a la oferta de Jesús.
Para ello es imprescindible un proceso educativo que les ayude a abrir su corazón a una propuesta de vida nueva. Todos estos jóvenes y grupos necesitan hacer un proceso de Convocatoria evangelizadora.
La identidad de una comunidad cristiana juvenil implica que cada uno de sus componentes esté abierto a crecer en el seguimiento a Jesús y se comprometa a compartir en grupo las vivencias y los progresivos compromisos de la fe.
Para poder configurar un grupo de jóvenes como comunidad cristiana es preciso que en todos ellos se asuma y se viva un denominador común imprescindible para poder comprometerse juntos en un proyecto de comunidad cristiana.
Este fundamento común no es otro que el conocimiento, el amor y el testimonio de Jesús como el Señor de sus vidas. Esta adhesión a Jesucristo, consolidada mediante experiencias y vivencias mayores y permanentes, es la característica común que une a los jóvenes en comunidad dentro de las peculiaridades personales.
Es necesario que la Comunidad pastoral ofrezca a los jóvenes experiencias mayores previas a la opción comunitaria. Nuestra experiencia avala este hecho fundamental a través de Ejercicios espirituales, Cursillos de formación vocacional, Jornadas de estudio, Campos de trabajo solidario y de oración comunitaria, celebraciones litúrgicas compartidas, Asambleas de grupos, Proyecto de formación por niveles, Convocatoria específicas de iniciación a la comunidad.
Estas experiencias mayores han de tener continuidad en las experiencias permanentes de las personas y de los grupos (formación, comunicación de vida, compromisos progresivos en los estudios o en el trabajo, en la familia y en los ambientes propios…).
En estas experiencias el Evangelio de Jesús irá dando respuesta en plenitud a un corazón abierto a la trascendencia, a la solidaridad, a las instancias interiores del amor y de la felicidad, a los reclamos que surgen del dolor, de la injusticia y de la desesperanza, a las incógnitas de la muerte. La Palabra, sembrada en tierra buena y abonada, dará fruto en abundancia.
Hemos de realizar una oferta ilusionada y abierta a la formación de la comunidad cristiana juvenil entre los jóvenes que, en este proceso de conversión a Jesús y su Reino, hayan madurado y manifestado constancia y fidelidad, apertura al compromiso entre sus compañeros, creatividad y entrega.
Así la primordial tarea de la comunidad ha de ser el crecimiento de sus miembros en la vivencia de la interioridad cristiana.
 

  1. Dinamismos pastorales en la configuración de la comunidad juvenil

Desde sus inicios, la comunidad juvenil exige unos procesos de formación en las personas y en el grupo que respondan a una profunda Iniciación Cristiana y unos niveles de pertenencia comunitaria que consoliden su propia identidad.
En la pluralidad de proyectos formativos de las comunidades juveniles optamos por unos dinamismos dialécticos y progresivos en los que nace y crece el grupo como comunidad cristiana. He aquí los dinamismos fundamentales:
 
Palabra e historia
La tarea prioritaria de la comunidad es vivir abierta a la propuesta del Reino de Dios en el Evangelio de Jesús. Al mismo tiempo la comunidad ha de vivir como fermento en el mundo y en su historia, intentando ser testimonio y fermento cristianos en los ambientes y situaciones de su propia existencia.
La apertura a la Palabra y a la historia supone estudio, meditación y discernimiento en orden a valorar las opciones concretas. La comunidad crece así como mediación y sacramento de la presencia del Señor y de su Reino. La referencia Palabra-historia está a la base de la conversión que es tarea fundamental y permanente de la comunidad.
Los jóvenes en su comunidad han de aprender a interiorizar, comunicar y testimoniar juntos la Palabra del Señor. La Palabra ayuda a los jóvenes a comprender el verdadero sentido de sus vidas y de su compromiso en la historia. Por otra parte el análisis objetivo de la realidad ofrece a la Palabra seno de encarnación y de profecía.
En la comunidad los jóvenes han de proyectar la Palabra sobre sus instancias vitales y sus implicaciones psicológicas, culturales y sociales. En su comunidad los jóvenes han de descubrir y vivir la Palabra evangélica como solicitud de instancias nuevas y definitivas en el seguimiento a Jesús.
Así la comunidad juvenil, que vive su proyecto de fraternidad desde la dialéctica Palabra-historia integrando fe y vida, puede ser fermento evangelizador en sus ambientes.
 
Formación y oración
Será necesario ofrecer a los jóvenes una adecuada formación para poder conocer la Palabra de Dios en profundidad. Una comunidad de jóvenes no se limita a ser un grupo de estudio, pero necesita de una u otra forma acceder a una formación teológica y bíblica en sus aspectos fundamentales. Mediante la participación en escuelas o centros adecuados y con lecturas y sesiones formativas planificadas en la comunidad, hemos de cuidar esta formación en los jóvenes.
Al mismo tiempo la comunidad se abre al Espíritu en la oración. La oración es tarea permanente de toda comunidad cristiana. La apertura al Espíritu en la oración es la raíz de toda comunión cristiana y la fuente de la solidaridad en el amor liberador. La verdadera oración es la que hace comunidad y la comunidad verdadera es la que orando se manifiesta receptiva al Espíritu y acogedora de todos los hermanos en Cristo.
Es preciso enseñar a .los jóvenes a orar tanto en su oración personal como en la oración comunitaria. Es necesario que la oración tenga lugar privilegiado tanto en los proyectos personales como en el proyecto comunitario. La comunidad juvenil ha de participar en momentos especiales en la oración con la comunidad adulta teniendo en ella su comunicación y participación propias.
 
Comunicación de vida y fraternidad
La comunidad cristiana, cualquiera que sea su momento de evolución y crecimiento, es ante todo “cuerpo de Cristo en el que sus miembros están unidos en la vida, fe y misión cristianas”.
La referencia al Señor es el fundamento de la comunión fraterna. Por ello la relación de todos sus miembros en la comunidad está centrada en esta referencia a Jesús aprendiendo en su seguimiento a vivir como hijos, hermanos y siervos.
De esta realidad de miembros del Cuerpo de Cristo y hermanos en el Señor surge la necesidad de lacomunicación interpersonal de la vida cristiana en el seno de la comunidad. La vivencia de la fe entre los hermanos no es una realidad a privatizar sino a compartir, a discernir y a consolidar juntos.
Así se constituye y se manifiesta la fe comunitaria en el seno de la Iglesia.
Educar a la comunicación es tarea importante para consolidar la comunidad juvenil. La comunicación ha de ser libre, progresiva en la medida del crecimiento de las relaciones fraternas y de la formación comunitaria de cada persona. Supone una maduración progresiva tanto de la fe personal como de la propia psicología.
La comunicación de vida en el Señor no se refiere solo a la comunicación oral. Todos los aspectos que constituyen la comunidad son responsabilidad común y se viven en apertura y comunicación con los demás. Sin comunicación personal de vida es imposible en la comunidad el discernimiento comunitario y la corresponsabilidad.
Es evidente la mutua relación entre comunicación de vida y fraternidad.
 
Celebración cristiana y compromiso solidario
La Palabra en la historia, la oración y la comunicación fraterna adquieren su máxima expresión y eficacia en la celebración del acontecimiento cristiano de la salvación en el Bautismo, en la Eucaristía y en la Reconciliación sacramental.
Es tarea de la comunidad adulta incorporar, educar y comprometer a las comunidades de jóvenes en las celebraciones litúrgico-sacramentales acentuando en ellas su carácter eclesial y comprometido. En función de la comunidad juvenil hemos de poner de relieve en las celebraciones comunitarias los aspectos siguientes:
 
– El Padre nos convoca a la celebración en Cristo por el Espíritu para hacer presente y activo el acontecimiento de la salvación con gozo festivo en comunión eclesial y en testimonio y compromiso universal.
– La centralidad de la Palabra como profecía para la transformación de la vida. La homilía como comunicación vivencial, en lenguaje evangélico y secular y en referencia a la vivencia de la fraternidad y de la solidaridad. El silencio orante para interiorizar la Palabra.
– La importancia de la participación en las ofrendas como signos de interrelación fraterna y de compromisos abiertos al acontecimiento pascual de la Eucaristía.
– La actualización de la Pascua de Jesús (muerte y resurrección) en nuestra historia como fuente de esperanza y de compromiso.
 
Los jóvenes necesitan descubrir y vivir que la liturgia es el alma de su comunidad. De ella emana la fuerza y la identidad de sus relaciones fraternas, de su pertenencia comunitaria y de su presencia testimonial en la sociedad.
La comunidad juvenil va encontrando así en la Palabra y en el Pan el verdadero camino que, como en Emaús, les descubre la presencia del Señor y les reintegra permanentemente en la comunidad.
La Eucaristía y la Reconciliación sacramental implican renovadamente a los jóvenes en el compromiso de la solidaridad ante las situaciones de injusticia y pecado. La Eucaristía debe ser percibida por los jóvenes comoreunión en el amor y para el amor mayor. El compromiso por el Reino es la prolongación permanente de la Eucaristía y la tarea fundamental entre una y otra celebración. También es importante descubrir y vivir la dimensión comunitaria de la Reconciliación sacramental.
En el proceso de consolidación de la comunidad juvenil, el Sacramento de la Confirmación adquiere especial significación de apertura al Espíritu, de compromiso en la vivencia de la fe y de profunda pertenencia comunitaria.
La comunidad así celebrante se va convirtiendo en palabra de la Palabra, cuerpo del Pan y ámbito de la misericordia del Reino.
La celebración en la Palabra y en el Pan lleva a la comunidad juvenil a asumir los compromisos de, amor solidario y significativo. El amor cristiano es la norma de la comunidad y el testimonio fundamental en el mundo. Las relaciones y el servicio en la fraternidad, la familia, el testimonio cristiano en los ambientes de estudio y trabajo, la solidaridad liberadora entre los pobres y marginados, la apertura misionera a la cooperación social, la presencia activa en grupos y asociaciones culturales, sociales y políticas…, son ámbitos en los que las comunidades, a través de sus distintos miembros, han de hacerse presente como fermento cristiano en la sociedad.

  1. Dinamismos personales y comunitarios de la adultez

La comunidad cristiana no es simplemente un grupo. La identidad de un grupo se define por un objetivo sectorial que interesa y compromete a sus miembros. Conseguido el objetivo, el grupo o cambia de objetivo o desaparece.
El objetivo de la comunidad es la vida cristiana compartida en su ser y en su devenir. La vida cristiana como seguimiento vocacional a Cristo en la búsqueda del Reino y su justicia.
Hemos de tener en cuenta que los jóvenes, a una cierta edad, se ven abocados a asumir los desafíos de la adultez y a vivirlos progresivamente personal y comunitariamente desde los reclamos de la fe, la esperanza y el amor cristianos.
Muchas comunidades juveniles no resisten este embate y, poco a poco, desaparecen como tales ante las exigencias de los compromisos adultos que despiertan un interés primordial en cada uno de sus miembros. Estas comunidades se mantienen un cierto tiempo bajo el influjo de las relaciones afectivas de grupo y posteriormente pierden su vínculo comunitario ante las exigencias de las opciones adultas particulares no asumidas en la vivencia compartida de la fe y del compromiso en comunidad.
Por ello es necesario que la comunidad asuma, en sus dinamismos fundamentales descritos, la apertura a los dinamismos de la vida adulta. En la pluralidad de las opciones personales ha de incorporarlos e informarlos desde la vivencia de la vocación cristiana fundamental.
Estas opciones se realizan desde la autonomía propia de las personas. La comunidad, sin embargo, ha de ayudar en el discernimiento y en la vivencia de la vocación cristiana en estas nuevas opciones.
La comunidad en su proyecto y en su proyección va evolucionando en la medida que lo exigen las opciones personales de sus miembros.
Indicamos tres dinamismos fundamentales de la adultez.
 
Afectividad y estados de vida
La realidad afectivo-sexual es uno de los elementos determinantes en la perseverancia de los jóvenes en las comunidades. Una relación afectiva mal planteada puede desorientar profundamente la globalidad del proyecto de vida cristiana. Distorsiona la vivencia de los valores y de la propia identidad ante uno mismo y ante los demás.
La realidad afectivo-sexual tiene sus propias dimensiones antropológicas que han de ser valoradas en su conjunto y en su función plena. Y la vivencia de la vida cristiana, como adhesión a Jesús y compromiso por el Reino, informa y especifica la vivencia de la afectividad humana.
El discernimiento de estos dinamismos no puede ser ajeno a la comunidad en la que se vive, se comparte, se celebra y se compromete la vocación cristiana. La comunidad es el ámbito donde los jóvenes aprenden a vivir la relación afectivo-sexual como signo de la alianza salvadora de Dios con su pueblo, como referencia sacramental del amor de Cristo a la comunidad eclesial, como profecía humana de la fraternidad en un solo Cuerpo.
La comunidad impulsa a encarnar el amor humano en el Amor cristiano. Esto implica asumir la gratuidad en el amor, el respeto a la libertad del otro, la fidelidad en la adversidad, la misericordia entrañable, la disponibilidad al compromiso compartido, la ternura sin dominación, la comunicación sincera, la entrega sin chantajes, el respeto a la vida…Estas realidades que no nacen de la ley humana sino de la gracia, son signo de que la relación afectivo-sexual es aprendida y vivida en comunidad de hijos, hermanos y siervos, buscando ante todo la justicia del Reino.
En estos empeños los jóvenes deben ser ayudados por el acompañamiento personal y por planes de formación específica. Desde estas perspectivas podrán surgir, a su debido tiempo, los estados de vida matrimonial o célibe que enriquecen sobre manera la vida de la comunidad adulta. El matrimonio como sacramento y el celibato como profecía del Reino definitivo adquieren en la comunidad referencia y estímulo mutuos en la vivencia del amor y del compromiso cristianos.
 
Profesión y trabajo
El trabajo profesional es otro elemento que configura la adultez de las personas tanto en la autonomía económica como en sus intereses personales y sociales, actividades, tiempos y relaciones.
La vivencia de la vocación cristiana ha de informar estas dimensiones. La comunidad se ve afectada progresivamente en su proyecto y proyección por los compromisos profesionales de sus miembros. De lo contrario, los jóvenes más comprometidos en las exigencias laborales se sentirán más desafectos a una comunidad ajena a sus vivencias vitales en el compromiso laboral.
 
Inserción social y eclesial
La comunidad juvenil que se abre a los dinamismos de la adultez de sus miembros necesita en sus discernimientos y opciones asumir su presencia y encarnación en los ámbitos y compromisos sociales y eclesiales correspondientes.
El ejercicio de la profesión en ámbitos educativos, sanitarios y asistenciales solicita la inserción de los jóvenes profesionales en colectivos comprometidos con estos objetivos. De esta inserción social profesional pueden surgir compromisos y militancias en asociaciones culturales, sindicales y políticas. Todas estas plataformas comportan relaciones y actividades en las que trabajar por el bien común y encarnar el compromiso de la fe cristiana.
De esta forma y a través de una evolución del proyecto y de la proyección de la comunidad juvenil, la comunidad ayuda a cada uno de sus miembros a orientar y madurar las opciones vocacionales más específicas. Mediante estas opciones personales, la misma comunidad puede entrar en la adultez de su identidad humana y creyente en el seno de la sociedad como fermento y testimonio.
En este sentido es imprescindible que la comunidad estimule a todos sus miembros a frecuentar el acompañamiento personal en orden a un diálogo y seguimiento más personalizado y a recibir ayuda en la elaboración y vivencia de su proyecto personal.
La comunidad, desde su condición y vivencia adulta, consolida en la Iglesia peculiares vínculos de carisma y de comunión con otras comunidades cristianas eclesiales.
Puede suceder que la comunidad juvenil, antes de consolidarse como comunidad autónoma y adulta, se convierta en plataforma de lanzamiento para que sus diversos componentes puedan optar personalmente por otras comunidades adultas donde realizar su vocación personal específica y sus compromisos adultos más adecuadamente. En este caso la comunidad juvenil ha cumplido fielmente con su objetivo cristiano.
 

  1. Tramas de comunión y de solidaridad


Trama de comunión
Las comunidades juveniles necesitan vivir y crecer en una trama de comunión desde la pluralidad de estilos y proyectos y así poder conocerse, estimularse y crecer en una experiencia más universal de fe eclesial.
El aislamiento de las comunidades o grupos produce empobrecimiento y ausencia de alternativas posibles en caso necesario para algunos de sus miembros. Es preciso significar la Iglesia como un mosaico en el que cada comunidad es una pieza ensamblada en la comunión de la fe, comunión que es don, tarea y destino en el espíritu del Señor Resucitado.
Vivir en comunión fortalece la pertenencia vocacional y comunitaria. La pertenencia eclesial ha de ser la raíz de todas las pertenencias cristianas específicas. Es necesario favorecer en las comunidades de jóvenes el sentido y la responsabilidad de la pertenencia. La pertenencia consolida y significa la propia identidad vocacional.
Esta trama de comunión ha de realizarse a diversos niveles:
 
– Comunión entre las comunidades de jóvenes que surgen en un mismo contexto pastoral.
– Comunión de las comunidades de jóvenes con las comunidades adultas que son sujeto y ámbito pastoral en el que surgen y desarrollan su proyecto y proceso de fe (Congregaciones religiosas, Movimientos, Diócesis…).
– Comunión en los ambientes específicos donde desarrollan su presencia cristiana (colegios, universidades, centros juveniles, parroquias…).
 
Esta trama de comunión ha de promoverse mediante encuentros, celebraciones, escuelas de formación, experiencias comunes, iniciativas solidarias comunes, etc. La Jornada Mundial de la Juventud 2011 ha de ser una experiencia culmen de la vivencia de la comunión en Cristo.
Para que esta trama de comunión entre las comunidades de jóvenes se constituya y crezca es preciso que las comunidades y sus agentes pastorales vivan esta comunión eclesial en las Congregaciones, Movimientos, Diócesis y Parroquias en la forma y modo que sea más conveniente a la significatividad de la Iglesia y a su misión pastoral.
 
Trama de solidaridad
La trama de comunión eclesial implica en su misma naturaleza el compromiso por la justicia mediante la solidaridad en las situaciones de increencia, marginación y pobreza.
Las comunidades juveniles necesitan insertarse en proyectos solidarios diversos según sus posibilidades y vinculaciones más inmediatas. Hemos de procurar ofrecerles oportunidades de inserción y colaboración en:
 
– Proyectos solidarios de las comunidades pastorales a las que estén vinculados.
– Cáritas parroquiales o diocesanas, Fundaciones o ONG’s de instituciones cercanas.
– Iniciativas de Cooperación internacional.
– Campañas eventuales de desarrollo.
 
La solidaridad activa es el rostro más profético de la comunión y el ámbito donde las relaciones solidarias ofrecen a la fraternidad su consolidación más evangélica.
 

José Luis Pérez Álvarez

 
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