ENTRE EL 15M Y LA JMJ. UNA SOCIEDAD EN CAMBIO

1 septiembre 2011

Antonio Ávila, Director del Instituto Superior de Pastoral, Madrid.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Para hablar de una nueva formación, el autor ve necesario describir el contexto cultural donde nos encontramos. Estamos en una sociedad sometida a cambios rápidos y profundos. En su reflexión, el autor destaca algunas causas para explicar estos cambio, subrayando el factor de la crisis económica. En la última parte de su artículo propopne algunas claves para la formación de jóvenes.
 
Cuando escribo estas líneas me viene a la memoria lo personalmente vivido recientemente. Era el viernes 20 mayo. En la mitad de la mañana, después de dar clase, como un viernes más, debía cruzar la Puerta del Sol. Era mi primer contacto directo con el 15M. Me llamó la atención la actividad que reinaba en la plaza. Los andamios de varias fachadas en restauración estaban plagadas de pequeños carteles con frases ingeniosas, propuestas, reivindicaciones… En la plaza y en las calles adyacentes, por lo menos en la calle del Carmen por la que yo salí de Sol, había grupos de jóvenes sentados en pequeños grupos hablando y compartiendo opiniones y propuestas.
Después de dar una vuelta, y de sacar una idea de lo que allí se estaba cociendo, tome el metro en dirección al otro centro académico en el que tengo la mayor parte de mi dedicación docente. Al entrar en el vagón levanté la cabeza para posar la mirada de forma distraída sobre la pantalla de televisión, que tienen actualmente muchos de los vagones del metro de Madrid. En ese momento estaban pasando un spot publicitario sobre la JMJ. En él, un grupo de jóvenes que formaban una fila sonriente y feliz, y que lucían sus camisetas de la JMJ, nos invitaban a participar en la Jornada.
El contraste entre lo que había visto en la Puerta del Sol, y lo que luego vería la noche de la jornada de reflexión, y el spot publicitario de la JMJ me dejaron y me dejan aún pensativo. Probablemente todo lo que diga en estas líneas estará muy influido por aquella experiencia y su reflexión posterior.
 

  1. ¿Qué jóvenes?

Ya he escrito en otro en otro lugar que la categoría «juventud» es muy imprecisa, como ya señaló hace tiempo el estudio de la fundación Santa María «Jóvenes 98». Esto nos lleva a preguntarnos de qué jóvenes estamos hablando. Es más, nos lleva a preguntarnos sobre qué jóvenes ocupan los espacios de nuestra Iglesia. El hecho es que los jóvenes que había en la Puerta del Sol y los que aparecían en el spot publicitario de la JMJ, todos ellos jóvenes de la misma generación, o al menos de generaciones contiguas, me parecieron ¡tan diferentes!
 
Diferentes en edad
Los primeros, los del 15M, mayoritariamente jóvenes de “ventimuchos”. Mientras que los que aparecían en el spot de la JMJ parecían estar en torno a los 18 -20 años. Y es que la juventud se ha alargado hasta edades que hace muy pocos años nos parecían inimaginables. Hoy llamamos jóvenes a muchos que en otros tiempos habríamos llamado adultos.
 
Diferentes en expectativas
Jóvenes que ya han terminado su proceso de formación, o están a punto de terminarlo. Jóvenes que ya se han encontrado o están a punto de encontrarse con la dificultad de la entrada en un mercado laboral, que parece cerrarles sus puertas; que se ven imposibilitados para la adquisición de una vivienda; y que se enfrenta a lo complejo de las relaciones de pareja (con todo lo bueno y lo hermoso que estas relaciones tiene)… Los unos indignados, los otros felices. Los unos frente a una crisis que nos azota a todos, pero especialmente a las clases sociales menos protegidas, a los jóvenes que buscan empleo, y a las clases medias y profesionales que se quedan sin él. Los otros, probablemente, preocupados por sus estudios, la selectividad, los primeros flirteos, el ipod… ¿De qué jóvenes estamos hablando?¿Qué jóvenes ocupan nuestras Iglesias, si es que realmente las ocupan algunos?
 
¿Qué influencia tiene el contexto social?
Pero en cualquier caso, a pesar de la pluralidad de sus años y de sus situaciones vitales, todos jóvenes. Todos ellos, a pesar de sus diferencias, desarrollan esa etapa de su vida que es la adolescencia y la juventud en un contexto social común.
Personalmente cada vez estoy más convencido que ese contexto social común nos marca a todos indefectiblemente.Porque cada uno de nosotros somos hijos de una época, la que nos ha tocado vivir¸ y en ella hemos aprendido a tomar conciencia de quiénes somos, de quiénes y cómo queremos ser, y a desarrollar nuestro proyecto vital. Por eso reconocer las claves en las que se está desarrollando la adolescencia y la juventud de estos jóvenes, y nuestra madurez (en el caso de que ya seamos adultos), nos permitirá comprenderlos, y nos capacitará mejor para acompañarlos en su caminar.
Y no hay que olvidar algo que se nos olvida con mucha facilidad, que en el fondo lo que descubrimos en lo jóvenes es lo que vivimos toda la sociedad. Porque el mundo juvenil no es tanto la expresión de una sociedad que está por llegar, y que empieza a emerger; o un fenómeno pasajero, que los años y la madurez “curarán; cuanto, en la mayoría de los aspectos, la expresión de lo que somos y vivimos la totalidad de la sociedad, también los adultos, que en el caso de los jóvenes se nos manifiesta pintado con trazos tan gruesos que en ellos podemos ver con claridad lo que nos gusta y lo que no nos gusta de nosotros mismos.
 

  1. Una sociedad sometida a cambios rápidos y profundos

Desde hace ya varias décadas los analistas sociales, y la percepción de la población general, vienen señalando que en distintos aspectos los cambios sociales se han acelerado no sólo en España, pero desde luego en España, suponiendo no solamente cambios de forma sino, lo que es más importante, cambios profundos en la población. Cambios en las evidencias compartidas y en las creencias socialmente admitidas, cambios de valores, cambios de actitudes, cambios en las costumbres y en la organización social… En definitiva, un cambio cultural profundo[1]. Parangonando a un político de todos conocidos “a España no la reconoce ni la madre que la parió». Con esto no quiero decir que en sí mismo el cambio sea bueno o malo. Probablemente hay de todo. Pero lo que sí parece evidente es la importancia de ese cambio.
 
Cambios en las evidencias y en las creencias
En torno a la década de los 70 gran parte de la población española se sentía entre temerosa e ilusionada con el cambio político que se avecinaba. Se soñó con la democracia, se celebraron las primeras elecciones en libertad, la legalización de los partidos políticos, la Constitución. Se presentó la transición política española como modélica. Se defendió en una masiva manifestación aquella Constitución y la democracia cuando ésta se vio amenazada por el 23F. Lo que entonces se creía y se consideraban «verdades» mayoritariamente aceptadas, el valor de una democracia parlamentaria, hoy se ven contestadas en los datos del CIS, que señalan que uno de los principales problemas que tiene la sociedad española son los políticos; y son rechazadas en las plazas de nuestro país al grito de: «¡Que no nos representan, que no!». Si este cambio está siendo rápido en las evidencias y en las creencias políticas, qué cabría decir en el ámbito de las creencias religiosas. No me detengo en ello, porque es conocido de todos, pero no hay más que remitirse a los datos de los estudios sociales para hacerse idea de la situación viendo algunos indicadores referidos a los índices de la creencia en Dios o a la ruptura de la aceptación de cuerpo doctrinal.
 
Cambio en los valores y en las actitudes
Podría hacer referencia a muchas actitudes, o poner en relación unas y otras escalas de valores de las muchas que circulan en una sociedad plural como la nuestra, pero lo haré de una forma mucho más sencilla y más juvenil, con una simple invitación a comparar dos canciones que han tenido gran éxito cada una en su época, y que en su estructura son prácticamente similares, pero que en su contenido y en los intereses y valores que expresan nos permiten ver la distancia que se da en muy pocos años en la juventud española. Me refiero a la canción de Ana Belén «Sólo le pido a Dios» de su disco: “Géminis” (1983)[2], y la canción de Juanes «A Dios le pido» de su disco: “Un día normal” (2002)[3]. Una comparación de los textos de las dos canciones nos permite comprender los cambios que se han dado en la sociedad española, y en la cultura latina en el espacio muy breve de tiempo, y nos permiten descubrir los conceptos de “sociedad líquida” y de “amor líquido”, propuestos por Z. Bauman[4] para describir algunos aspectos de la situación actual, de forma más clara e intuitiva que en un tratado de sociología o sobre la posmodernidad.
 
Cambio en las costumbres y en las estructuras sociales
¡Qué lejos y qué imposible queda aquello de «a las 10 en casa»! Una máxima repetida por todos nuestros padres cuando el que escribe empezaba a tener vida propia y algo de autonomía. Hoy nos resulta imposible de imaginar algo parecido. Han cambiado las formas de divertirse, de comunicarse, y de relacionarse, no sólo de los jóvenes. Las estructuras sociales más básicas sobre las que se sustenta la sociedad han cambiado tan profundamente, que solamente con mirar la pluralidad de formas familiares que hoy tenemos y lo lejos que estamos de una estructura familiar de los años 70, nos permiten caer en la cuenta de lo rápido que se desarrolla los cambios sociales en el ámbito de las costumbres y de las estructuras sociales en las que se desarrolla nuestra existencia.
No son cambios externos ni pasajeros, ni son modas, sino cambios muy profundos, que inciden en los distintos aspectos que los antropólogos culturales consideraron que son los distintos aspectos que configuran una cultura. Nos encontramos ante un cambio cultural muy rápido y muy profundo, del cual aún no sabemos sus consecuencias. No estoy intentando valorar, simplemente describir. En una valoración, de la cual ahora no es momento, estoy seguro que encontraríamos muchos aspectos muy positivos, probablemente tanto o más que los negativos, pero también negativos, porque las realidades humanas son ambiguas y contradictorias. Por el hecho de ser nuevo no necesariamente es ni bueno ni malo. Los criterios de valoración son de otro orden. Ahora bien, la rapidez del cambio genera desconcierto, también y de forma especial, a los que estamos preocupados por la educación y por la trasmisión de la fe. ¿Cómo ha de ser el futuro en el que desarrollarán su vida las generaciones que nos continúan? ¿Cómo les deberemos preparar para que puedan afrontar adecuadamente los retos que les tocará vivir? ¿Cómo habrán de desarrollar su vida cristiana de manera que sea significativa del Evangelio, y cómo lo podrán hacer creíble para sus coetáneos?
 

  1. ¿Existe alguna causa que por sí sola justifique el cambio y su rapidez?

¿Podemos señalar alguna variable social que sólo ella sea capaz de explicar toda la complejidad del contexto social en el que nuestros jóvenes viven su juventud, o más bien debemos recurrir a una multiplicidad de variables, que todas ellas en un entretejido complejo configuran el contexto social actual? En un primer momento parecería que esta pregunta es una pregunta inútil. La complejidad de toda realidad social, y más la de la sociedad actual, tan plural y tan interconectada, nos debería inclinar por una multiplicidad de factores, que nos permitan explicar la realidad social y la realidad juvenil actual. Pero, siendo esto verdad, no siempre y en todos los momentos los distintos factores tienen el mismo peso. Por eso, dada la rapidez de los cambios que se están dando en estos últimos años, yo me atrevería a decir que en la actualidad sí creo que existen algunos factores, o más exactamente un factor, que está incidiendo de una forma muy directa en lo que está ocurriendo y en lo que creo que va a ocurrir en los próximos años, que es la crisis económica. Este factor, a mi modo de ver, influye de tal manera, no sólo en los «indignados» sino en todos los jóvenes y en la población general española acelerando procesos y modificando actitudes de fondo, que probablemente va a cambiar el panorama juvenil. ¡Vayamos por partes!
 
La crisis económica
Detengámonos, pues, en primer lugar en la crisis económica y las consecuencias, no sólo sociales sino también culturales, que parece que va a ocasionar. Vivimos una crisis económica, que poco a poco se nos ha ido imponiendo, y que aún no sabemos con certeza el volumen que va a alcanzar, ni los caminos que hemos de andar antes de verla superada. De lo que hoy sí tenemos certeza es que no es una crisis parcial como fue aquella de la energía de los años 70, sino que es una crisis general y del sistema económico. Y que, por lo tanto, no parece que se pueda solucionar a base de parches. Probablemente hunde sus raíces en el fenómeno de la globalización económica, en la injusticia de unos países endeudados a los que hemos obligado a pagar unos intereses imposibles. Es casi seguro que es la expresión de una economía virtual en la que los números contables no respondían a bienes reales. En cualquier caso, el sueño de una sociedad de bienestar en la que estábamos viviendo parece que se ha roto, y que el despertar en el que estamos tiene más que ver con el mal sabor de boca de después de una resaca que con el descanso que después de un sueño plácido.
¿Cómo podrá afrontar la actual generación juvenil el futuro inmediato no sólo peor que el de sus padres sino peor que aquel para el que les hemos educado? ¿Podrán seguir diciendo como jóvenes posmodernos que lo importante es la felicidad, sus deseos y sus apetencias? ¿Podrán seguir viviendo en la ley del deseo, que diría Pedro Almodóvar? ¿O se van a ver confrontados con una cura de realismo tan brutal como la que en este momento están viviendo los griegos, pero en la que llevan viviendo durante años muchos jóvenes del tercer mundo? ¿Seremos capaces de generar, ellos y nosotros, una cultura del trabajo, del esfuerzo, del compartir, de la solidaridad… capaz de superar una sociedad tan injustamente constituida y unos bienes tan mal repartidos? ¿Es posible además de indignarnos esperanzarnos? ¿Podremos y sabremos construir un nuevo orden social y generar las actitudes necesarias para llevarlo a cabo, o entraremos en una espiral de irracionalidad y de sálvese el que pueda?
 
Otros agentes del cambio social y cultural
Pero a pesar de la importancia de la crisis económica y social, y de su actualidad y urgencia, no seríamos justos ni veraces si todas las razones del cambio se lo achacásemos solamente a la crisis. Los cambios sociales y su aceleración vienen de más lejos, incluso desde antes que la crisis se pudiera intuir, por eso me gustaría detenerme ahora a señalar aquellos otros agentes que a primer golpe de vista le parecen más importantes. Probablemente podríamos señalar otros muchos, pero no estamos en un texto cerrado, sino que lo que pretendo es simplemente apuntar algunos de ellos y abrir al lector a que él mismo piense aquellos otros que él considera que han influido e influyen de manera decisiva en lo que estamos viendo.
 
Cambios tecnológicos
Una segunda variable que influye muy directamente en los cambios sociales y culturales, y en su aceleración, son los cambios tecnológicos, y especialmente los referidos a la robótica, a los medios de comunicación, a la gestión de imágenes… Ni los autores más futuristas, a lo Julio Verne, podían soñar que se daría una revolución tecnológica y de la información tan rápida, tan profunda y tan creativa como la que estamos viviendo.
No es simplemente un cambio tecnológico, es una forma nueva de procesar información, de comunicación, de creación de pensamiento, de articulación social… Pensemos por un momento en una sociedad, como en la que hemos nacido y hemos vivido la mayoría de los que hoy somos adultos, sin ordenadores, sin teléfonos móviles… ¡Qué lejos quedan ya los casetes! No tenemos nada más que pensar en la revolución que se ha venido dando en el mundo islámico y la influencia que en ella han tenido las redes sociales y los chats. O pensar en la forma de convocatoria del 15M… ¿Estamos inaugurando una nueva forma de participación ciudadana, que pone en tela de juicio las formas de representatividad conocidas y practicadas por las democracias parlamentarias hasta el día de hoy?
Junto a sus posibilidades deberíamos señalar también sus ambigüedades. Como toda realidad tiene sus puntos débiles y sus peligros. ¿No tendremos mucha más información pero estaremos peor informados? ¿No estaremos mejor ubicados en la realidad virtual, la que nos quieren hacer creer que existe, que en la realidad real, la que verdaderamente existe? ¿La posesión de los medios de información en manos de unos pocos no se presta a la manipulación social? ¿La utilización de nuevas formas de comunicación aumenta realmente la relación intersubjetiva o la frivoliza? ¿Está realmente a salvo nuestra intimidad, o nos encontramos ante un gran hermano que nos vigila y que guarda nuestros datos más personales con el fin de vendernos lo que nos gusta, e incluso chantajearnos? Estas y otras preguntas similares nos hacemos cuando desarrollamos una mirada crítica sobre los medios de comunicación y las nuevas tecnologías, que corremos el riesgo de beatificar.
 
Cambios en el papel de la mujer, y como consecuencia cambio en la comprensión del género
Otro cambio social muy importante, centrado éste no sólo en aspectos sociales sino también y de forma especial en aspectos personales, de identidad y relacionales, es el que podríamos englobar bajo el concepto de “revolución feminista”. Hoy nadie se atreve a pensar que esta revolución no haya existido. Podremos tener posturas más radicales o más templadas, más «progresistas» o más «conservadoras», pero a lo que nadie le cabe duda es que el papel de la mujer y su auto-comprensión ha cambiado radicalmente en nuestra sociedad, y con ello ha cambiado la sociedad misma.
La incorporación de la mujer al trabajo y al mundo profesional ha supuesto en primer lugar una mejor formación de las mujeres. Nunca hemos tenido una generación de mujeres también preparadas y tan activas socialmente como en la actualidad. Basta trabajar en el mundo de la educación para descubrir que muchas veces son ellas las que ocupan los primeros puestos en el aprendizaje y tienen los mejores currículos académicos. Esto está llevando a una segunda consecuencia que es la forma de compaginar la vida profesional y la vida familiar y la maternidad. ¡Cómo ser mujer y no morir en el intento!, que diría Carmen Rico-Godoy. Y como rebote, o mucho más que rebote, nos está llevando a los varones a tener que replantearnos nuestra forma de ser tales, de relacionarnos con la mujer, de sumir roles y tareas en el hogar y fuera de él, que antes estaban exclusivamente a la mujer, y de asumir que nuestra pareja o nuestra compañera de trabajo tenga más éxito o sea más brillante. Algunos para describir esta situación se refieren al “macho herido”. El hecho es que el cambio, no sólo de roles sino de algo mucho más profundo, de la forma de entendernos a nosotros mismos, está suponiendo una comprensión nueva de nuestra forma de vivir lo que hoy denominamos «género». Un cambio en la forma de comprendernos y relacionarnos, y de constituir los núcleos familiares, que supone una revolución respecto a lo que veníamos viviendo probablemente desde el neolítico. ¿No sería ya el momento de preguntarnos seriamente y sin miedos sobre el papel de la mujer en la Iglesia?
 
Mentalidad científico técnica, pragmática y con dificultades para trascendencia
No deberíamos olvidar tampoco en este análisis la mentalidad científico-técnica heredada de generaciones anteriores, pero que sigue teniendo, si cabe, mayor vigencia en el momento presente, incluso que en la modernidad cuando todo se centraba en el logro de las ciencias, en el avance de la técnica, y en una concepción un tanto ingenua del progreso.
Hoy miramos el futuro con más inquietud y menos optimismo que en otros tiempos. Sospechamos que algunos avances tecnológicos pongan en peligro la vida del planeta. Sentimos que algunos avances de la ciencia se vuelven contra nosotros mismos y nacen movimientos de rechazo como son los movimientos ecológicos, antimilitaristas, antinucleares… Y sin embargo, y a pesar de todo, seguimos no sólo siendo dependientes de los avances de la ciencia y la técnica sino participando, y probablemente de una forma radical que en tiempos pasados, de una mentalidad pragmática y materialista. Valemos más por lo que hacemos y por lo que tenemos que por lo que somos. Las cosas, e incluso los otros, nos sirven más por su utilidad que por ellas mismas. Vivimos en la sociedad del usar y tirar. Estamos acostumbrados a la eficacia, y una eficacia inmediata. Estamos acostumbrados a apretar un botón y que de este acto surja el efecto deseado, y el efecto deseado inmediatamente. ¡Qué nerviosos nos ponen los tiempos de espera en el ordenador! Vivimos y participamos de un utilitarismo, de un pragmatismo y de un inmediatismo que nos condicionan desde nuestra misma infancia. Nuestros niños lo quieren todo y ya. Y todo esto nos está dificultando muy seriamente la apertura a aquellos presupuestos tan necesarios para el encuentro con Dios y el cultivo de la experiencia de Él en nuestras vidas. La apertura a lo bueno y a lo bello, el aprecio del silencio, de la escucha y de la comunicación profunda son presupuestos necesarios no sólo para el ejercicio de la vida religiosa, sino de una vida que podamos considerar propiamente humana. Probablemente nos encontramos aquí con una de las sugerencias importantes para la formación de los jóvenes formulada de forma muy interesante por los obispos canadienses de habla francesa.
 
Posmodernidad, relativismo, y sospecha de todo ideal y toda ideología
Probablemente ya esté casi todo dicho, pero, aunque no sea más que unas líneas, debemos hacer referencia a un tema que está en el fondo de muchas de las cosas descritas, y que la sustenta ideológicamente. Es lo que hemos venido a definir como posmodernidad, y que es esa filosofía de fondo, una veces formulada explícitamente y otras vivida implícitamente, que viene a sustentar toda nuestra cosmovisión y a articularla como un todo coherente. Una forma de pensar que va más allá de lo que hemos conocido como modernidad, y de ahí su prefijo “pos”, que nos ha llevado a sospechar de algunos, sino de gran parte, de sus presupuestos. Nos llevó a sospechar de la razón como el valor absoluto desde el que articular el pensamiento, la sociedad y su organización. Empezamos a descubrir que la razón no generaba tanta razonabilidad como creíamos. Descubrimos que en el ser humano no todo es razón, sino que hay mucho de irracionalidad. Que no toda la irracionalidad es mala. Que el ser humano además de razones tiene emociones, sentimientos, pasiones… y que muchas de estas cosas las reprimimos, las negamos, o simplemente les damos un aspecto de racionalidad. Descubrimos que las ideas y los de ideales compartidos se convertían en ideologías, que muchas de las veces habían justificado y justifican lo injustificable. Y aprendimos a sospechar de las ideologías, y con ello muchas de las veces de los ideales. Y así, como consecuencia corremos el peligro de caer en un relativismo que todo lo justifique.
Pero también aprendimos aceptar una sociedad más plural, a aprender el valor de la tolerancia y el respeto a lo que es distinto. Aprendimos a integrar en nuestras vidas valores y dimensiones muchas veces ocultos y temidos. Empezamos a valorar el cuerpo, los sentimientos… Aprendimos a no sacrificar toda nuestra vida en el altar del futuro, sino a dar también su valor al presente, pues como dice el mismo Evangelio «basta a cada día el problema de su día» (Mt. 6,34). Porque una vez más hay que recordar que en la modernidad y en la postmodernidad no todo es bueno ni todo es malo.
 

  1. ¿Qué formación, para qué jóvenes?

 
¿Qué queda de Narciso?
Muchos autores, que han vuelto su mirada sobre el hombre y la sociedad actual, se han servido del mito de Narciso para describirnos.
 
«A cada generación le gusta reconocerse en una gran figura mitológica o legendaria que reinterpretan en función de los problemas del momento… Hoy Narciso es, a los ojos de un importante número de investigadores,… el símbolo de nuestro tiempo.»[5]
 
Me gustaría para concluir este apartado abrir una pregunta que probablemente aún sea pronto para contestarla adecuadamente, pero que de su contestación se seguirán modelos distintos de formación: ¿Que queda de Narciso? ¿Fue un sueño efímero que se ahogó en las hermosas aguas de una sociedad de consumo y bienestar, o sigue presente entre nosotros, y por lo tanto deberemos contar con él en nuestros proyectos educativos?
 
Algunas pinceladas como conclusión
No es objeto de este artículo marcar las líneas de trabajo ni formular proyectos de formación de nuestros jóvenes, pero sí me parece oportuno señalar algunas pinceladas a modo de resumen y conclusión:

  • En primer lugar, creo que es necesario tener en cuenta que estamos sometidos a cambios muy profundos y muy rápidos, de manera que deberemos dotar a nuestros jóvenes de instrumentos que les permitan analizar críticamente la realidad que hoy les toca vivir y aquella a la que se van a ir enfrentando a lo largo de su vida, conscientes de que la formación no debe ser recetas para hoy, sino instrumentos para cada situación.
  • Esto no será posible si no ayudamos a que cada uno de nuestros jóvenes sea un sujeto consciente de sí mismo, con hondura personal, capaz de descubrir el sentido de su vida y de llevarlo a cabo de forma consecuente, incluso en muchos casos nadando contracorriente de su contexto social. Necesitamos líderes más que fieles, necesitamos ciudadanos más que vasallos.
  • Eso supone en el ámbito de la fe hombres y mujeres que viven su vida cristiana como opción personal y no por tradición, costumbre o rutina. Por eso serán necesarios procesos de personalización de la fe, de adhesión a la persona de Cristo, que creen comunidades cristianas fraternas y serviciales, y que hagan una opción decidida por la manifestación de los signos del Reino de Dios.
  • Todo ello con respeto a las edades, a los procesos, a las características de cada una de las personas, pero que a la vez sean exigentes sacando lo mejor de cada una de las personas, y no conformándonos simplemente con animar o divertir jóvenes para que no se vayan de nuestra Iglesia.
  • Para todo ello probablemente no nos vendría mal preguntarnos a qué jóvenes se está dirigiendo prioritariamente nuestro trabajo pastoral. ¿No nos estará ocurriendo que gran parte de nuestros esfuerzos están dirigidos a preadolescentes, pero que más allá de la secundaria no tenemos casi presencia, de tal manera que muchas de nuestras catequesis de confirmación más que incorporar a cristianos activos a la comunidad sirven para despedirlos de la Iglesia?

 
En cualquier caso la tarea que tenemos por delante es hermosa y apasionante, y estoy seguro que el resto de mis compañeros en este número de la revista tienen muchas sugerencias que hacernos, por eso les invito a leer sus artículos y a reilusionarnos con una tarea apasionante.
 

Antonio Ávila

 
[1] E.B. Tylor, uno de los padres de la Antropología Cultural definía la cultura como: “Cultura o civilización es un todo complejo que incluye conocimientos, creencias, arte, moral, ley, costumbre y otras aptitudes y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad”.
[2] Esta canción fue compuesta por el autor argentino León Greco en 1978. Ha sido cantada por distintos autores, pero en España sobre todo se relaciona con el éxito obtenido por Ana Belén, que la vuelve a grabar en 1994 incluyéndola en su disco “Mucho más que dos”.
[3] Esta canción está incluida en el segundo disco de Juanes y fue premio Grammy Latino 2002.
[4] Z. Bauman, Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, Fondo de Cultura Económica, Madrid 2005
[5] G. Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama, Barcelona 2004, p. 49