“ESTAD SIEMPRE DISPUESTOS A DAR RAZÓN DE VUESTRA ESPERANZA” (1 PE 3, 15)

1 mayo 2012

EL DIÁLOGO FE-CULTURA: CRITERIOS PARA LA PASTORAL JUVENIL EN TIEMPOS COMPLEJOS

José Miguel Núñez, sdb
Consejero General para Europa Oeste

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor propone tres criterios que posibiliten un diálogo fe-cultura desde la perspectiva de la pastoral juvenil: el criterio de la encarnación, el criterio dialógico, el criterio de la vida y de la esperanza.
 
El Atrio de los Gentiles, inaugurado el 24 de marzo de 2011 en París, es un espacio novedoso para el diálogo fe – cultura, una iniciativa impulsada por Benedicto XVI y coordinada por el Cardenal Ravasi que nace con vocación de perdurar en el tiempo. La experiencia ha sido especialmente relevante para la Iglesia del siglo veintiuno que busca caminos de encuentro con el hombre contemporáneo. Nuestro mundo se ha convertido en un gran atrio de los gentiles. Como en París, la metáfora del diálogo con los no creyentes, nuestras calles y plazas son hoy una gran encrucijada en la que los cristianos estamos llamados a dar razón de nuestra esperanza. Sin parapetos. Sin fundamentalismos. Sólo con la audacia de la fe que busca nuevos espacios para re-proponerse con humildad y en libertad. En la pastoral con jóvenes sentimos también esta urgencia.
 

  1. Ya te escucharemos otro día

En efecto, a los que trabajamos con jóvenes nos parece estar en un inmenso areópago en el que el anuncio del Dios que se ha revelado en Jesucristo solo toca la vida de unos pocos. Muchos de los que deambulan por este atrio de la gentilidadque es el mundo juvenil nos dicen como a Pablo en Atenas, “Ya te escucharemos otro día” (Hch 17, 32). Y no podemos evitar que, como al Apóstol, también a nosotros nos “duela en el alma esta ciudad poblada de ídolos” (Hch 17, 16).
Por poner solo un ejemplo, únicamente el tres por ciento de los jóvenes españoles piensa que la Iglesia tiene algo importante que decir en nuestra sociedad compleja[1]. Es un dato que los sociólogos llaman “tozudo” porque se repite una y otra vez en estos estudios periódicos y que parece que ha dejado de sorprendernos. Es una tendencia bien marcada en estos últimos años en los que machaconamente las encuestas sobre los jóvenes españoles nos dejan con una sensación de malestar por lo que a la relación de éstos con la Iglesia se refiere. La tentación de pensar que son solo encuestas y relativizarlas pensando que no reflejan la verdad de lo que pasa ahí fuera es muy grande. El calor de nuestros grupos juveniles o la respuesta a determinadas convocatorias terminan de convencernos de la poca bondad de estos sociólogos, observadores desde el burladero, que no leen adecuadamente la realidad desde dentro. Y sin embargo, como Pablo en el Areópago, tenemos la sensación de que algo no va bien y “nos alejamos de ellos” (Hch 17, 33).
Puede que tengamos un problema de comunicación. Probablemente de forma y de fondo. Es verdad que hay demasiado ruido que dificulta que el mensaje llegue al receptor. Pero tampoco nos viene mal un poco de autocrítica porque no es suficiente la respuesta autocomplaciente de que la realidad que percibimos en nuestros encuentros juveniles es bien diferente. Nos queda el otro noventaysiete por ciento que nos repite “¿Qué tendrá que decir ese charlatán? (…) ¿Se puede saber qué es esa nueva doctrina que enseñas? Porque estás metiendo conceptos que nos suenan extraños…” (Hch 17, 18.20).
Quizás nos pidan que sintonicemos mejor con ellos o que hasta nos reclamen una palabra de novedad. Lo cierto es que los jóvenes siguen buscando signos creíbles de vida y esperanza. La Iglesia tiene el deber de hacer resonar la buena noticia liberadora de Jesús, el Cristo, sin que se desparrame el vino nuevo del Reino por los odres cuarteados de la incoherencia, la irrelevancia o la inconsciencia. Por eso es tan necesario re-abrir el diálogo de una fe que se propone a los jóvenes de un mundo diferente, paganos en un atrio globalizado, no creyentes en el nuevo continente digital, adoradores de otros ídoloshumanos, demasiado humanos. La cultura juvenil es también una parábola: la de un moderno y globalizado atrio de los gentiles. La urgencia de la evangelización, en nuestro mundo secularizado y plural, pasa por avivar nuevas formas de diálogo entre la fe y la cultura para provocar el encuentro y disponer a la escucha. Propongo a continuación algunos criterios que, en el ámbito de la pastoral juvenil, pueden ayudarnos a recorrer este camino.
 

  1. Asumir la cultura para transformarla: el criterio de la encarnación

El primer criterio podríamos enunciarlo así: el criterio de la Encarnación. El verbo de Dios, en la encarnación, asume con todas las consecuencias la naturaleza humana. Solo asumiendo la historia, desde dentro de ella, Jesucristo con su muerte y resurrección vence definitivamente al pecado y hace surgir una realidad nueva. El hombre y la creación entera son liberados del mal, del pecado, de la oscuridad y de la muerte transformando definitivamente la historia y haciendo de ella historia de salvación.
El acontecimiento de Cristo, Hijo de Dios, Salvador nos ofrece un criterio teológico para nuestra praxis pastoral. Ya lo enunció de manera magistral uno de los mejores teólogos del siglo II, Ireneo de Lyon (130-202) al afirmar en su refutación de la gnosis que el Verbo encarnado redime al hombre asumiendo realmente la naturaleza humana[2]. El principio teológico que se desprende puede ser enunciado afirmando que lo que no se asume, no puede ser redimido.
Este criterio teológico-pastoral nos lleva a considerar que una correcta praxis evangelizadora deberá ser inculturada,esto es, deberá asumir la cultura para poder anunciar a Jesucristo desde dentro de ella, con el universo de comprensión, las categorías y el lenguaje comprensibles al destinatario del anuncio. En este sentido, la Iglesia de los orígenes se convierte en un modelo misionero para nosotros. El anuncio del Evangelio se ha buscado siempre insertarse en la cultura de los destinatarios del mensaje y hacer comprensible el mensaje de la Revelación a judíos, griegos o romanos. Así lo ha tratado de hacer la Iglesia en todo tiempo. Por eso, el Concilio Vaticano II, al referirse a la misión evangelizadora de la Iglesia en el mundo contemporáneo, afirma: “La predicación adaptada de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda evangelización. Pues así en todo pueblo se estimula el poder de expresar el mensaje de Cristo a su modo y, al mismo tiempo, se promueve un vivo intercambio entre la Iglesia y las diferentes culturas de los pueblos”[3].
Ahora bien, la asunción de la cultura no puede ser acrítica, dando por buenos todos los elementos que la configuran y determinan. Inculturar el mensaje no significa una acomodación cultural. En efecto, en toda cultura hay también elementos de muerte, de oscuridad, de pecado. A la luz del principio teológico de la encarnación del Verbo, es necesario hacer frente a todo lo que va en contra del hombre, de su libertad, de su capacidad de amar, de su ser imagen de Dios. Por eso el Evangelio ha sido siempre contra-cultural. La propuesta de Jesús, desde dentro de la realidad humana, va a contracorriente de muchos valores (o antivalores) imperantes, derrumba visiones equívocas o ambiguas de la persona y del mundo, pone en entredicho maneras de vivir que no salvaguardan los derechos y la dignidad de las personas por encima de estructuras o leyes injustas por más asumidas sociológicamente que puedan aparecer.
Creo que el principio de la encarnación tiene un enorme valor para nuestra pastoral juvenil si ésta quiere de veras estimular el diálogo de la fe y de la cultura. Nos pone por delante los desafíos de conocer el mundo juvenil, de penetrar en su universo, de situarnos desde dentro como adultos que comparten y asumen todo lo bueno que la misma cultura juvenil tiene sin juicios y condenas. Pero también nos pide audacia para proponer alternativas críticas ante modos de vivir que no liberan el corazón, que ponen freno al desarrollo de las potencialidades de las personas, que exhiben criterios egoístas o promueven una cultura de la banalidad existencial orillando las grandes cuestiones que todo ser humano debe afrontar para vivir con sentido.
Tengo la impresión de que nuestra pastoral juvenil ha sido, en ocasiones, demasiado acomodaticia y poco alternativa. Hacemos un gran esfuerzo por ganar la causa de los jóvenes, amamos lo que ellos aman, inculturamos el mensaje con los lenguajes adecuados (también en el nuevo espacio digital), pero nos cuesta proponer cuanto de contracultural tiene el Evangelio y sus consecuencias en la forma de vivir de quien quiera de veras seguir a Jesús. La invitación y el compromiso son contundentes: “El Reino ya está aquí, convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1, 15). O lo que es lo mismo, transformar la vida, darle la vuelta a las ideas y criterios con los que he conducido mi vida hasta ahora para entrar en la lógica evangélica tantas veces a contrapelo de lo establecido. La conversión implica una auténtica deconstrucción cultural para poder hacer emerger una personalidad creyente madura y equilibrada con capacidad también de transformar la realidad. Mi experiencia de trabajo pastoral en estos años me dice que no estamos consiguiendo fácilmente que los jóvenes que participan de nuestra propuesta lleguen a asumir vitalmente lo que de radical y alternativo tiene el Evangelio. Sigue predominando un cierto andamiaje mental que en no pocas ocasiones va disociado de las opciones más vitales.
Por otro lado, este “asumir” la cultura y morir a sus elementos de muerte lleva consigo una consecuencia importante: hacer surgir la novedad de Cristo que transforma la vida de las personas y renueva el mundo según el corazón de Dios. La Buena Noticia de Dios es novedosa, toca el corazón de las personas, compromete en un nuevo modo de vivir la existencia y en ella las relaciones con los demás. El criterio de la encarnación ilumina la praxis pastoral con jóvenes de modo que ésta abra cauces para una transformación real y solidaria de la realidad haciendo palanca no solo sobre la persona sino también sobre los elementos estructurales, sociales y políticos. A este respecto, la lucha contra las estructuras injustas, el compromiso sociopolítico o el voluntariado solidario serán algunas de las “estrategias – clave” en el acompañamiento de los jóvenes hacia la adultez de una fe en constante diálogo con la realidad cultural, testimonial y creíble.
 

  1. Dar razones de la esperanza: el criterio dialógico

La segunda clave que propongo es el criterio dialógico. En el ámbito del pensamiento posmoderno, marcado por el politeísmo y el agnosticismo, por la muerte filosófica y social de Dios, los cristianos nos sentimos urgidos a dar razones de nuestra esperanza en tiempos de sin razón y pensamiento débil. Pero es justo ahí, en nuestro mundo secularizado y complejo, donde hemos de encontrar espacios para el diálogo y la búsqueda, sin renunciar a la propuesta de experiencias que iluminen, a veces de forma tenue, la opaca existencia de muchos.
Los cristianos, las religiones en general, no pueden ser relegadas del ámbito público con la banal excusa de que se trata de una cuestión privada que afecta solo al interior de cada persona. Una laicidad positiva y abierta, propia de sociedades auténticamente democráticas y libres, debe dejar espacio en la cultura a la religión y garantizar el que los creyentes podamos vivir lo que creemos sin necesidad de estar disociados entre lo que somos en la vida pública y el foro de nuestra privacidad. De aquí la necesidad de bajar a la plaza pública y, con humildad, propiciar el diálogo.
En estos tiempos en los que la razón se ha hecho más humilde y los argumentos fuertes se han debilitado, los creyentes no podemos renunciar, sin embargo a fundamentar la fe en la sólida roca que es Cristo. Nuestra pastoral juvenil no puede dejarse llevar por el socaire de una propuesta de la fe en rebajas porque más accesible al perfil de los jóvenes que se sienten cómodos con un ambiente cálido, con actividades de mucha animación o con compromisos puntuales pero sin profundidad y sin experiencias sólidas con las que hacer madurar una fe recia y anclada en la verdad que es Cristo.
Es cierto que escucharemos decir que en nuestro mundo no hay una sola verdad [4]. La deliberada ambigüedad de la expresión nos habla del relativismo como una apuesta existencial instalada en la vida de las personas, especialmente de los jóvenes, que contemplan la realidad convencidos de que la única medida de la verdad es cada uno, su pequeño mundo y sus circunstancias. Como dice Benedicto XVI, “muy a menudo la razón se doblega a la presión de los intereses y a la atracción de lo útil, obligada a reconocer esto como criterio último. La búsqueda de la verdad no es fácil. Y si cada uno está llamado a decidirse con valentía por la verdad es porque no hay atajos hacia la felicidad y la belleza de una vida plena, Jesús lo dice en el Evangelio: : ‘La verdad os hará libres´”[5].
Pero no solo podemos referirnos explícitamente a los no creyentes. También los jóvenes cristianos que caminan en nuestros itinerarios y participan de nuestra propuesta viven dramáticamente la disociación entre la fe y la razón. Muchos de ellos encuentran dificultad para adherir a la fe de la Iglesia sobre todo cuando nos referimos a los contenidos de la Tradición. Casi sin darnos cuenta hemos impulsado una fe emotiva, sostenida en ambientes de amistad y vivencias gratificantes que sin embargo adolecen de experiencias más personalizadas y acompañadas de encuentro con el Señor Jesucristo en la Iglesia. Hemos de reconocer que nos cuesta, en la praxis pastoral, ayudar a los jóvenes a la adhesión personal y decidida a Dios que se nos ha revelado en Jesucristo (fides qua) y a asumir, en la Iglesia, el contenido de la fe (fides quae) [6].
Dialogar con la cultura de la que formamos parte no significa, una vez más, mimetizarnos en ella. La pastoral juvenil no puede hacer del anuncio de Jesucristo una propuesta acomodaticia que desvirtúe su fuerza contracultural y la radicalidad de su mensaje. Es cierto que habremos de buscar los caminos pedagógicos más adecuados para que en los destinatarios del anuncio pueda surgir la pregunta y el anhelo de hacer camino. Pero será necesario un acompañamiento lúcido y profético que con sabiduría proponga experiencias significativas capaces de provocar la adhesión vital a Dios en la Iglesia y de fundamentar una fe que sabe dar razones de su esperanza.
Precisamente la expresión de la primera Carta de Pedro se nos propone como un paradigma de evangelización en tiempos adversos: la comunidad cristiana es minoritaria y vive con dificultad en un contexto pagano en el que los seguidores de Jesús son fuertemente cuestionados. El Apóstol insta a la comunidad a no tener miedo y a dar razones de la esperanza a todo el que les pida una explicación. Pero es necesario hacerlo, dice el autor de la carta, “con buenos modos y respeto, teniendo la conciencia limpia” (1 Pe 3, 16).
Es un criterio válido para los cristianos del siglo XXI: se trata de dialogar con los hombres y mujeres de nuestro tiempo para anunciar a Cristo con convicción, sin violencia ni estridencias, con capacidad de empatía y desde el respeto al interlocutor. Siendo verdad que a veces no encontramos con quien dialogar, lo es también el que en muchas ocasiones hay espacio para la conversación y para la escucha. Percibimos más silencios que preguntas; más desconcierto que deseo de respuestas; pero en cualquier caso, puede haber siempre una oportunidad para el encuentro y el anuncio.
En la Iglesia hemos de recuperar este espíritu. Las trincheras nunca fueron lugar evangélico. Tampoco lo son las barricadas o las murallas. Mucho menos la imposición o la fuerza. Sólo la apertura y el diálogo respetando a quien no piensa o vive como nosotros nos hace verdaderamente creíbles. El anuncio de Jesucristo, en un contexto secularizado y plural como el nuestro, ha de ser una propuesta en libertad, sin imposiciones y desde el respeto a la diferencia, pero sin miedo y con coherencia, anunciando íntegro el mensaje. Dar razón de la propia esperanza, con coherencia, equivale a fundamentar una fe madura que cree, vive y se celebra en la Iglesia como una propuesta alternativa y contracultural que no se impone sino que se ofrece como camino de plenitud para la vida y la esperanza de las personas.
 

  1. Sanar y liberar: el criterio de la vida y la esperanza

El tercer criterio que propongo en el esfuerzo por dialogar con la cultura desde la fe, es el criterio del anuncio de una buena noticia: Jesucristo que sana y libera. Nuestro anuncio no es el de una moral o un dogma, sino el de Dios que se nos ha revelado en Jesucristo para la vida y la esperanza de las personas. En una sociedad como la occidental, tan necesitada de mensajes y experiencias creíbles que ayuden a horadar la dura corteza de la superficialidad, la propuesta cristiana es una luz que quiere alumbrar una realidad nueva para la vida y la esperanza del mundo.
Estamos convencidos de que la experiencia de la fe, libera. El que pasó por la vida haciendo el bien, sanando y liberando a las personas, nos mostró el rostro de Dios. Porque quien ha visto al Hijo ha visto al Padre. Y su mensaje, la fuerza (dynamis) de su palabra, su gesto misericordioso, su vida y su muerte nos hablan de Dios, de su encarnación, de sukénosis, de su debilidad, de su amor.
Y Dios ha preferido llamarnos amigos y no siervos. Porque un siervo no sabe lo que hace su Señor. Nosotros somos sus amigos. Y al amigo se le habla al corazón, con la palabra que regenera y recrea y hace nuevas todas las cosas. Y se le sienta a la mesa para compartir el banquete de fiesta con el vino nuevo y el pan de la vida. ¿No ha comparado Jesús el Reino a un banquete? ¿No es esta la experiencia cristiana? ¿No es Jesucristo el vino nuevo y definitivo ante las viejas y vacías tinajas de piedra como de piedra era la ley? Para el amigo no hay preceptos, sólo el abrazo misericordioso de la verdad en el amor. Con el amigo se comparte la esperanza, aún en la dificultad, de que mañana las cosas estarán mejor. “Porque yo estoy con vosotros” (Mt, 28, 20), nos recuerda el Maestro.
La pastoral juvenil ha de recuperar su capacidad de ser anuncio y propuesta de una gran noticia que transforma realmente la vida. En una sociedad como la española, según los últimos datos de la encuesta “Jóvenes 2010” de la Fundación Santa María, el 53% de los jóvenes entre 14 y 24 años se definen católicos aunque algo más de la mitad de ellos reconozcan que tal creencia no afecta demasiado a su vida cotidiana. Puede que éstos, y el otro 47 % restante nunca hayan experimentado el anuncio de Jesús en sus vidas como una auténtica “buena noticia” que transforma la existencia y hace vivir en plenitud.
Probablemente tengamos que reconsiderar nuestra metodología catequética. O puede que sea necesario un cambio de registro en nuestra manera de comunicar la fe. Quizás podamos hacer algo de autocrítica a la hora de valorar la presencia de la comunidad eclesial en la sociedad y su capacidad de interaccionar con ella. Lo cierto es que nuestra pastoral juvenil debe ser una propuesta para la vida y la esperanza de las personas. No una carga fatigosa ni una realidad alejada de sus intereses vitales, sino una alternativa en libertad con capacidad de interrogar, cuyo mensaje pueda incidir en la experiencia de los jóvenes y sea capaz de abrir caminos nuevos en sus vidas.
Algunos estarán disponibles. Otros descubrirán horizontes ante los que, en otras circunstancias, permanecerían ajenos. Puede que a muchos, el anuncio no los alcance porque sigue habiendo mucho ruido a su alrededor o simplemente no les interese. No todos adherirán al mensaje. Tampoco lo hicieron en tiempos de Jesús. Lo cierto es que, como agentes de pastoral, como evangelizadores, creo que hemos de hacer más explícito el anuncio, más creíble la propuesta, más coherente nuestra vida.
 

  1. A modo de conclusión: frente al nihilismo sonriente

Estos tres criterios quieren ofrecer algunas claves para seguir caminando en el diálogo fe – cultura dentro de la propuesta de una pastoral juvenil evangelizadora y de calidad. El contexto en el que explicitar el anuncio evangélico hoy reclama, de la comunidad cristiana en general y de los agentes de pastoral en particular, una actitud de gran apertura y de disponibilidad al encuentro. Como nos ha repetido el Papa, es urgente construir puentes entre la fe y la cultura “para descubrir en lo más profundo de nuestras conciencias, a través de una reflexión sólida y razonada, los caminos de un diálogo precursor y profundo. Tenéis mucho que deciros unos a otros”[7]. Tomemos, pues la palabra, para que la Palabra que ha revelado al mundo la verdad pueda resonar en los atrios de la cultura contemporánea, especialmente allí donde los hombres y mujeres de nuestro tiempo siguen buscando al Dios desconocido.
Mauro Magatti, profesor de la Universidad Católica de Milán, se refirió al nihilismo sonriente en una lúcida reflexión sobre el papel de la fe cristiana y de la vida religiosa en Europa ante la Unión de Superiores Mayores en Roma hace unos meses. Es una expresión sugerente que describe la herencia del pensamiento de Occidente en la segunda mitad del siglo XX.
Coincido con Magatti en considerar que la caída de las ideologías en el ocaso de la modernidad deja vía libre para un nuevo papel de la experiencia religiosa en nuestras sociedades complejas. La superación del nihilismo, en germen en el propio pensamiento de Nietzsche y re-interpretado éste desde Heidegger, conduce la búsqueda hacia la experiencia religiosa entendida como un retorno, como un eco ya escuchado, como una herida abierta que la modernidad pensaba de haber suturado con el ideal iluminista de la razón desmedida.
La propuesta cristiana, en este nuevo contexto, no puede ser simplemente complaciente con este nihilismo sonrientemarcado por el individualismo y la camaleónica adaptación que termina por asimilarnos a todos en una globalización mucho más que económica. La fe ha de entrar en diálogo con la cultura como el contrapunto en una realidad que engulle todo anhelo de trascendencia en las arenas movedizas de la cotidianidad complaciente y adormecedora.
No todo da igual. No vale todo. No podemos camuflarnos en la realidad y mimetizarnos en ella. La nueva sensibilidad que emerge en la cultura tardo-moderna apunta hacia lo religioso entendido como experiencia del don y de la gracia que vienen de Otro, irrumpe en nuestra vida sin imponerse y abre cauces nuevos en las personas. La experiencia de la fe es, precisamente, expresión del don y de la gracia, de la Iniciativa iniciada, pura gratuidad. Nada más lejos del nihilismo sonriente. Nada más cerca del corazón humano.
 

José Miguel Núñez

[1] J. M. GONZALEZ-ANLEO (Coord.), Jóvenes españoles 2010, Madrid 2010 .
[2] Cfr. IRENEO DE LYON, Adversus Haereses III, 18, 1, en C. GONZÁLEZ (ed.), Contra los herejes. Exposición y refutación de la falsa gnosis, en Revista Teológica Limense XXXIV (2000) 269.
[3] GS 44.
[4] Cfr. F. NIETZSCH, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Obras Completas, vol. I (Buenos Aires 1970) 543-556.
[5] BENEDICTO XVI, Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI a la velada conclusiva del “Atrio de los Gentiles” organizada en París por el Consejo Pontificio de la Cultura (25 de marzo de 2011), en http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/pontmessages/2011/documents/hf_benxvi_mes_20110325_parvis-gentils_sp.html.
[6] Es la situación de muchos medio creyentes, tal como lo ha definido G. Vattimo, uno de los pensadores más influyentes del pensamiento post-moderno que se experimenta cristiano alejado, sin embargo, de la doctrinas, las tradiciones o la institución histórica de la Iglesia: “ (…) ‘mi’ cristianismo no es en absoluto originalmente mío; tanto la Iglesia católica de hoy, como nuestra cultura común, incluso laica, incluyen un gran número de ‘creyentes’ o medio creyentes de este tipo (…) Y me profeso cristiano porque reconozco que pertenezco a un mundo, que provendo de una tradición, que no me identifico tout court con la humanidad auténtica (…) ¿Y si de veras lo que cuenta en las Escrituras cristianas – por lo demás también ellas ya producidas por la Iglesia primitiva y no emanadas directamente de Jesús – fuera sólo el mandamiento de la caridad, sin todas las incrustaciones dogmáticas y doctrinales?”: G. VATTIMO – M. ONFRAYS – P. FLORES D’ARCAIS, ¿Ateos o creyentes? (Barcelona 2009) 142-151.
[7] BENEDICTO XVI, Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI a la velada conclusiva del “Atrio de los Gentiles”…