Emilio Alberich Sotomayor, sdb.
Presidente de AECA
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
La familia es un tema de gran actualidad tanto en la sociedad como en la acción pastoral de la Iglesia. El autor ofrece unas sabrosas reflexiones sobre la familia como sujeto y objeto de la acción pastoral. Sus planteamientos están anclados en la misión de la Iglesia (anunciar y realizar el Reino de Dios) y en las etapas del proceso evangelizador. En estas reflexiones los cuatro signos evangelizadores de la pastoral de la Iglesia (diaconía, koinonía, martyría, liturgia) adquieren especial significación.
El tema de la familia, en el contexto de la acción pastoral de la Iglesia, goza hoy de una gran actualidad y relevancia. Sea por la importancia y posibilidades de la institución familiar, sea también por la situación de profunda crisis de la familia en nuestra sociedad, se impone una reflexión atenta sobre el papel que la familia puede y debe jugar en el conjunto de la pastoral.
- La misión pastoral de la Iglesia: anunciar y realizar el «reino de Dios»
Para el desarrollo de nuestro tema, parece conveniente precisar ante todo lo que es y significa la acción pastoral de la Iglesia. Sobre esta base será posible situar después el lugar y función que compete a la familia.
La Iglesia, al servicio del proyecto del «Reino de Dios»
Un primer rasgo esencial caracteriza la tarea de la Iglesia: el hecho de no existir para sí misma, sino al servicio de un plan divino que supera con mucho los límites del ámbito eclesial: el llamado proyecto del «Reino de Dios». Este proyecto – que recibe también los nombres de «plan universal de salvación», «construcción del Cuerpo de Cristo», «unidad del género humano», «paz mesiánica», «vida en plenitud», etc. – es el plan grandioso de Dios sobre la humanidad, que en Cristo y por medio del Espíritu, se realiza en la historia. Es la realización del mundo como Dios lo quiere, el ideal de fraternidad universal compartida.
El Reino de Dios es el proyecto de liberación integral de una humanidad reconciliada y fraternal, realización de los valores que los hombres de siempre anhelan y sueñan: «reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz»[1]. La venida del Reino, de esta «utopía del corazón humano» (Leonardo Boff), constituye el anhelo y meta final de toda la actividad de la Iglesia. Su realización trae consigo un cambio radical de las relaciones humanas y de los valores imperantes, con la superación de las injusticias y discriminaciones presentes en el mundo.
Cuatro formas principales de anunciar y realizar el ideal del «Reino de Dios»
Ahora bien: concretamente, la construcción del Reino se hace visible en el mundo por medio de cuatro formas fundamentales de presencia eclesial:
– como Reino realizado en el amor y en el servicio fraterno (signo de la «diaconía»);
– como Reino vivido en la fraternidad y en la comunión (signo de la «koinonía»);
– como Reino proclamado en el anuncio liberador del Evangelio (signo de la «martyría»);
– como Reino celebrado y vivido en ritos y gestos simbólicos (signo de la «liturgia»).
El significado y eficacia pastoral de estos «signos evangelizadores» no deben pasar desapercibidos:
Diaconía
El signo de la diaconía, con su rica carga evangelizadora y la variedad de sus expresiones (amor, servicio, promoción, liberación, solidaridad, ayuda), responde a la exigencia de hallar una alternativa convincente a la lógica de dominio y egoísmo que envenena la convivencia humana. La Iglesia, la comunidad cristiana – y en ella la familia – está llamada a manifestar un modo nuevo de amar y de servir, una tal capacidad de entrega a los demás que haga creíble el anuncio evangélico del Dios del amor y del reino del amor. Debe ser la demostración de que es posible imitar el ejemplo de Jesús, que afirmó no haber venido para ser servido, sino para servir.
Koinonía
El signo de la koinonía (comunión, fraternidad, reconciliación, perdón, comunidad, unidad) quiere responder al anhelo de hermandad y de paz de los hombres de todos los tiempos. Debe manifestar un modo nuevo de convivir y de compartir, anuncio de la posibilidad de vivir como hermanos reconciliados y unidos, como un verdadera «familia», con plena aceptación de todas las personas y máximo respeto de su libertad y originalidad. En un mundo desgarrado por divisiones, discriminaciones y egoísmos, los cristianos están llamados a anunciar la utopía del reino de la fraternidad y de la unión, brindando espacios de libertad, de comprensión, de amor.
Martyría
El signo de la martyría o función profética (primer anuncio, catequesis, predicación, reflexión teológica) debe brillar en la sociedad como anuncio liberador de una Palabra y un mensaje que son clave de interpretación de la vida y de la historia. Ante la demanda de sentido y experiencia del mal, que induce a tantos hombres al fatalismo y a la desesperación, los cristianos deben ser portadores de esperanza, «enemigos de lo absurdo, profetas del significado» (Paul Ricoeur), a través del anuncio de Jesús de Nazaret, que revela el amor del Padre e inaugura la venida del Reino.
Liturgia
El signo de la liturgia, en su sentido más amplio (eucaristía, sacramentos, año litúrgico, devociones, oración), abarca el conjunto de ritos, gestos simbólicos y celebraciones de la vida cristiana como anuncio y don de la acción salvadora de Dios. Responde a la exigencia de celebrar la vida y de acoger y expresar en el rito la alabanza y gratitud por los dones divinos de la salvación. Ante los límites mortificantes de la racionalidad y de la falta de sentido, la comunidad cristiana – y en ella la familia – está llamada a crear espacios en donde la vida y la historia, liberadas de su opacidad, sean celebradas y exaltadas como proyecto y lugar de realización del Reino. Por medio de la Eucaristía, de los sacramentos, fiestas y devociones que jalonan la experiencia de la fe, los cristianos deben anunciar y celebrar, con alegría y agradecimiento, la plenitud liberadora de la vida nueva manifestada en Cristo.
Importancia de los «signos evangelizadores» de la Iglesia
Debemos concluir que, de este modo, a través de la riqueza y autenticidad de estos signos evangelizadores, a la Iglesia corresponde la misión de ser en el mundo el lugar por excelencia del servicio, de la fraternidad, del anuncio y de la fiesta. Son cuatro modos o modelos de acción que corresponden, de alguna manera, a cuatro aspectos antropológicos básicos de la condición humana: la acción, la relación, el pensamiento y la celebración. Son las cuatro formas principales de ser en el mundo «anuncio» y «signo» («sacramento») del proyecto del Reino, cuatro «signos evangelizadores».
Es por lo tanto a través de estos «signos evangelizadores» come se debe manifestar y realizar la misión de la Iglesia en el mundo: ofreciendo a todos, como signo y primicia del proyecto de Dios sobre la humanidad, los cuatro grandes dones de que es portadora: un nuevo testimonio de amor universal, una nueva forma de convivencia fraterna, un mensaje y un testimonio henchidos de vida y de esperanza, y un conjunto de ritos transparentes y expresivos de una vida en plenitud. Por medio de estos signos la Iglesia cumple su misión evangelizadora y da su aportación específica e insustituible a la realización del Reino de Dios.
Y es fácil comprender que la familia, en su condición de «iglesia doméstica», puede y debe ser una pieza clave para la actuación de este grandioso proyecto.
Las etapas de la acción pastoral como «proceso evangelizador»
La tarea evangelizadora de la Iglesia se despliega normalmente por medio de una serie de etapas o ámbitos dinámicamente relacionados entre sí. Son los distintos momentos del «proceso evangelizador»:
«El proceso evangelizador […] está estructurado en etapas o “momentos esenciales”: la acción misionera para los no creyentes y para los que viven en la indiferencia religiosa; la acción catequético-iniciatoria para los que optan por el Evangelio y para los que necesitan completar o reestructurar su iniciación; y la acción pastoral para los fieles cristianos ya maduros, en el seno de la comunidad cristiana»[2].
A la luz de estas indicaciones, podemos detallar así la sucesión que normalmente sigue el dinamismo ideal del quehacer pastoral evangelizador en su concreta realización:
Acción misionera
y de «primer anuncio»
Es el primer paso del proceso evangelizador y se dirige tanto a los nuevos cristianos como a los no creyentes o a cuantos viven religiosamente alejados. Asume formas variadas: testimonio, presencia, servicio, diálogo, anuncio explícito del Evangelio.:
Acción «catecumenal»,
para la iniciación cristiana
Es el acompañamiento de cuantos se preparan o se interesan para ser (o volver a ser) cristianos, siguiendo el tradicional itinerario de la iniciación: acogida, padrinazgo, catequesis, ritos y sacramentos de iniciación, profundización mistagógica. La acción catecumenal – en todas sus formas – es una de las funciones esenciales de la Iglesia, expresión de su maternidad (cf DGC 48).
Acción propiamente «pastoral»
Es el amplio ámbito de la actividad tradicional de la comunidad eclesial, en sus distintas instancias y formas, con el desarrollo de las clásicas funciones y manifestaciones: culto, celebraciones, sacramentos, predicación, catequesis, piedad popular, vida de comunidad, servicio de caridad, etc.
Presencia y acción en el mundo
Es la proyección de la acción eclesial hacia las distintas formas de testimonio evangélico, como «sal» y «fermento» de la sociedad: promoción humana, acción educativa y cultural, acción social y política, fomento de la paz y de la justicia, compromiso ecológico, etc. Es una dimensión que merece hoy atención especial, pues con demasiada frecuencia resulta descuidada. Es aquí donde los cristianos deben salir de su coto interno para ponerse al servicio del Reino de Dios en el mundo.
- la familia cristiana, sujeto privilegiado de acción pastoral
Teniendo presente el contexto general de la tarea pastoral de la Iglesia, veamos ahora la función que puede y debe desempeñar la familia como sujeto privilegiado de acción pastoral.
La familia cristiana es «iglesia» y participa de su misión
En la raíz de la misión pastoral de la familia cristiana está, como es natural, su naturaleza y dignidad de «iglesia doméstica», de «célula de Iglesia», condición que la inserta vital y plenamente en el quehacer y misión de la comunidad eclesial. El Concilio Vaticano II lo ha reafirmado claramente, como nos recuerda el Papa Pablo VI:
«Ella ha merecido muy bien, en los diferentes momentos de la historia y en el concilio Vaticano II, el hermoso nombre de Iglesia doméstica. Esto significa que, en cada familia cristiana, deberían reflejarse los diversos aspectos de la Iglesia entera. Por otra parte, la familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde se irradia» (EN 71).
La identidad eclesial de la familia es el fundamento de su vital participación en la vida de la Iglesia y en su tarea pastoral:
«El Vaticano II, además de plantear la vida matrimonial de los bautizados como una verdadera «vocación» (GS 49, 52; LG 35), llamó en repetidas ocasiones a la familia cristiana «Iglesia doméstica» o también «Iglesia en pequeño» (LG 11; PO 11; AA 11). Según esta concepción, la familia cristiana está llamada a reproducir aquellos elementos que constituyen a la Iglesia como tal: la comunión entre las personas, la acogida sincera de la Palabra de Dios que convoca e ilumina, la celebración de unos sacramentos que fortalecen la fe, la oración sincera que pone en contacto con Dios, la vivencia de una permanente actitud de servicio y la inquietud misionera para llevar a todos el tesoro y la alegría de la salvación encontrada en Cristo (LG 68)»[3].
Por su condición de Iglesia doméstica, la familia tiene también en su horizonte operativo e ideal el servicio al gran proyecto divino que llamamos «Reino de Dios»:
«La familia está al servicio de la edificación del Reino de Dios en la historia, mediante la participación en la vida y misión de la Iglesia. La primera misión que reciben los esposos es la de vivir en comunidad y transformar su amor y comunión en una verdadera “Iglesia”. Cumpliendo esta misión confiada, construyen la gran Iglesia»[4].
En esta línea podremos especificar los distintos ámbitos de implicación y de protagonismo de la familia en la pastoral, sobre todo en la importante tarea de la educación de los hijos, como participación en la pastoral de los colegios, en la catequesis familiar, en la vida de la comunidad parroquial, en la preparación al matrimonio de los novios, en los grupos de espiritualidad conyugal y familiar, etc. etc.
Más concretamente, podemos especificar las posibilidades de acción pastoral de la familia distinguiendo tres niveles de la presencia y acción familiar dentro de la Iglesia: el nivel interno a la familia, o intra-familiar; el nivel de la comunidad cristiana; y el más amplio nivel del mundo, del ámbito cultural y social.
La acción «pastoral» de la familia en el ambiente y contexto familiar
En el seno de la familia cristiana encuentran formas significativas de realización los cuatro signos evangelizadores de que hemos hablado. Concretamente:
El signo de la comunión («koinonía») debe encontrar una realización privilegiada dentro de la realidad familiar, que puede y debe constituir un ambiente privilegiado de amor, de fraternidad, de aceptación de todos, de comprensión. Es fácil comprender cómo la familia puede ser, en este sentido, un ambiente ideal de actuación efectiva del signo de la comunión, por su capacidad de ejercicio de relaciones personales profundas, de amor sincero entre los esposos, entre padres e hijos, entre jóvenes y ancianos, etc. La familia cristiana bien asentada y estructurada puede constituir, a no dudar, una encarnación ejemplar y convincente de lo que significa el signo evangelizador de la comunión eclesial.
También el signo del anuncio («kerigma») encuentra en la familia un terreno privilegiado de realización, sobre todo en la forma de testimonio y anuncio de la fe y de entrega generosa a la educación de los hijos.
La familia cristiana ha sido siempre considerada, en la tradición de la Iglesia, el ambiente primario e insustituible del despertar religioso y de la educación cristiana de los hijos. Es una convicción que encontramos muy presente en las distintas manifestaciones del magisterio de la Iglesia. Según esta constante tradición, hay que destacar la misión de los padres como «primeros maestros de la fe» dentro de la familia:
«En esta especie de iglesia doméstica, los padres deben ser para los hijos los primeros educadores de la fe mediante la palabra y el ejemplo»[5].
La familia, como hemos recordado que decía en su tiempo Pablo VI, «debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia» (EN 71). Los padres cristianos ejercen un verdadero ministerio hacia sus hijos, en virtud del sacramento del matrimonio:
«Los padres reciben en el sacramento del matrimonio la gracia y la responsabilidad de la educación cristiana de sus hijos, a los que testifican y transmiten a la vez los valores humanos y religiosos. Esta acción educativa, a un tiempo humana y religiosa, es un “verdadero ministerio”» (DGC 227).
La catequesis familiar, que «precede, […] acompaña y enriquece toda otra forma de catequesis»[6], debe ser redescubierta y valorada en su innegable originalidad, que el magisterio eclesial presenta con evidente entusiasmo:
«El testimonio de vida cristiana, ofrecido por los padres en el seno de la familia, llega a los niños envuelto en el cariño y el respeto materno y paterno. Los hijos perciben y viven gozosamente la cercanía de Dios y de Jesús que los padres manifiestan, hasta tal punto que esta primera experiencia cristiana deja frecuentemente en ellos una huella decisiva que dura toda la vida. Este despertar religioso infantil en el ambiente familia tiene, por ello, un carácter “insustituible”» (DGC 226).
Pero sabemos también que la familia actual muestra evidentes dificultades y límites, habiendo perdido mucho de su eficacia educativa y adoleciendo con frecuencia de irregularidades y crisis profundas[7]. Sí, no podemos negar – en nuestra sociedad – la existencia de una grave crisis de la familia, la realidad de familias irregulares, desestructuradas, con abundancia de situaciones problemáticas y con frecuencia dramáticas en el desarrollo de la vida familiar. Y esto trae consigo, por lo general, una muy grave crisis de la función educativa y la quiebra de la transmisión de valores de los padres a los hijos[8].
Y sin embargo, no obstante las dificultades, tanto la experiencia como la reflexión pedagógica y sociológica actual siguen considerando a la familia como el ambiente ideal más capacitado para poner las bases de una auténtica educación, tanto general como religiosa. Pese a la crisis, la familia sigue siendo el primer agente de socialización de niños y adolescentes[9].
Estas consideraciones nos permiten apreciar, por otra parte, la esencial contribución de la familia en el desarrollo del «proceso evangelizador» del que hemos hablado, sobre todo por lo que se refiere a los dos primeros momentos de la «acción misionera y de «primer anuncio» y de la «acción «catecumenal», para la iniciación cristiana». Hoy sabemos que, además de su contribución esencial en al «despertar religioso» de los hijos – que es ya una forma eminente de verdadero «primer anuncio» del Evangelio – se abren nuevas y prometedoras posibilidades de «catequesis familiar» al servicio de la iniciación cristiana de niños y adolescentes[10].
Todas estas incumbencias de la familia hacen ver la necesidad – por parte de la comunidad eclesial – de ayudar pastoralmente a los padres a cumplir su misión de educadores de la fe y a insertarse vitalmente en la comunidad (DGC 227), a fin de que la catequesis familiar pueda tener lugar, sin perder sus peculiares características. Ella debe ser más testimonio que enseñanza, más acción ocasional que sistemática, mientras puede asumir muy distintas modalidades: testimonio de fe en la vida cotidiana, lectura cristiana de los acontecimientos, iniciación sacramental, formación de la conciencia, experiencia de oración, etc.
En el fondo, es éste uno de los principales desafíos que tiene que encarar la pastoral familiar: conseguir que la familia recupere su función educativa y la conciencia de su responsabilidad y de su capacidad en la educación religiosa de los hijos.
El signo de la celebración («liturgia») se debe traducir en la familia en los distintos momentos y formas de oración, de ritualización, de celebraciones sacramentales, en ocasión de aniversarios y fiestas, de participación en los momentos principales del año litúrgico.
Finalmente, el signo del servicio («diakonía») debe concretarse en mil formas concretas – dentro de la misma familia – de atención a las personas, amor incondicional a los hijos, respeto y acogida de las personas mayores, solicitud por los enfermos, práctica de la justicia social con eventuales colaboradores o personal de servicio, etc.
La acción «pastoral» de la familia en la comunidad cristiana
También en el más amplio ámbito de la comunidad cristiana pueden las familias encontrar ocasiones y formas significativas de realización de los cuatro signos evangelizadores. En muchas ocasiones serán sobre todo las parejas – marido y mujer – los llamados a participar activamente en la vida de la comunidad. Concretamente:
Para practicar el signo del servicio («diakonía»), encuentran las familias de la comunidad tantas ocasiones concretas de eficaz actuación: colaboración en caritas, ayuda a los pobres, iniciativas a favor del tercer mundo, etc.
El signo de la comunión («koinonía») pide a la familia identificarse afectiva y efectivamente con la comunidad y compartir sus proyectos, fomentar el sentido de Iglesia, participar en sus actividades, etc.
El signo del anuncio («kerigma») encuentra en la familia, en las parejas de esposos, un terreno privilegiado de realización comunitaria, sobre todo en la forma de acción catequética con niños y adultos, en las celebraciones de la Palabra de Dios, etc.
Finalmente, también el signo de la celebración («liturgia») pide a la familia colaboración activa y participación en los distintos momentos rituales de la comunidad cristiana: sacramentos, fiestas, manifestaciones de religiosidad popular, etc.
Y si consideramos la tarea comunitaria de actuación del «proceso evangelizador», es fácil comprobar que prácticamente en todos los momentos de su desarrollo (acción misionera, acción catecumenal, acción «pastoral» y presencia en el mundo) la comunidad cristiana puede contar con la presencia y participación activa de las familias. De manera especial encuentran aquí posibilidades importantes de acción los distintos movimientos y asociaciones familiares (asociaciones de padres, equipos de Nuestra Señora, movimiento «Alianzas», etc.).
La acción «pastoral» de la familia en el ambiente social y cultural
Ampliando el horizonte, la presencia de los cristianos en el mundo, en la ciudad, en el vasto ambiente social, cultural, económico, político, etc. encuentra también muy variadas ocasiones de participación y protagonismo por parte de la familia, como sujeto de acción pastoral. Lo podemos comprobar en una rápida secuencia de los signos evangelizadores:
El signo del servicio («diakonía») se presenta para las familias como un campo abierto de muchas e importantes posibilidades de acción, por medio de las competencias profesionales, la inserción en el mundo laboral, la participación democrática, el eventual ejercicio de responsabilidad política, etc.
El signo de la comunión («koinonía») pide a la familia atención a la construcción de un mundo fraternal, al fomento de relaciones positivas en la sociedad, al testimonio de respeto y aceptación de los enfermos, los pobres, los ancianos, etc.
También puede encontrar la familia, en el vasto contexto de la sociedad, ocasiones de actuación del signo del anuncio(«kerigma»), bajo forma de diálogo, de testimonio, de presencia en los medios de comunicación. Para la familia que vive con convicción su fe cristiana se abre aquí concretamente un fértil terreno de acción evangelizadora.
El signo de la celebración («liturgia») puede encontrar aplicación a través de la presencia de la familia en fiestas, manifestaciones, acontecimientos de relieve social y político, etc.
Por lo que se refiere a la posible participación de la familia en el desarrollo del «proceso evangelizador», en el amplio escenario del mundo social y cultural, es evidente que es sobre todo el momento de la «presencia y acción en el mundo» el que puede encontrar en la familia válidas formas de iniciativa y colaboración.
En definitiva, la descripción que acabamos de hacer, siguiendo el cuadro de las articulaciones del quehacer pastoral de la Iglesia, demuestra con evidencia – así lo esperamos – la riqueza e importancia de las posibilidades y cometidos de la familia en su condición de «sujeto privilegiado» de la acción pastoral.
- La familia, objeto de solicitud pastoral por parte de la Iglesia
Además de ser sujeto de la acción pastoral, la familia debe ser también objeto de la solicitud pastoral de la Iglesia. Y las perspectivas que se abren a este respecto son numerosas.
Una mirada a la situación real de la familia, hoy: aspectos positivos y problemáticos
Sabemos que en nuestra sociedad existe una grave crisis de la familia, que compromete seriamente la eficacia de su labor educativa y pastoral. Por lo que se refiere a España, la situación queda reflejada en numerosas encuestas e investigaciones sociológicas, que ponen de manifiesto la existencia de luces y sombras, de aspectos positivos y negativos, pero con un claro predominio de estos últimos[11].
La situación está caracterizada por la cultura del divorcio fácil, de la libertad sexual y del aumento de embarazos y nacimientos fuera del matrimonio. El problema que surge, también en su proyección pastoral, está relacionado sobre todo con el significativo aumento de las familias desestructuradas, perjudiciales desde todos los puntos de vista para el desarrollo humano integral de la pareja, incluida la dimensión espiritual y religiosa.
Estamos ante una situación muy preocupante. En España, el 42% de las familias están desestructuradas. En 2004 se contaban 134.000 parejas irregulares (además de las parejas de hecho).
No faltan, por otra parte, aspectos positivos de la situación. De hecho, la familia sigue demostrando su valor insustituible y sus grandes cualidades. Todas las encuestas hacen ver, entre otras cosas, que la familia constituye el valor más apreciado por los jóvenes españoles, que la colocan – en la lista de preferencias – en segundo lugar, después de la salud[12]. Es decir, que aunque sigan descendiendo las tasas de natalidad y de nupcialidad, la familia se confirma como uno de los valores máximos para los españoles.
Igualmente se puede observar que, no obstante la continua disminución de las tasas de nupcialidad, el matrimonio sigue gozando de gran estima por parte de la mayor parte de los españoles. En el año 2.000 llegaba al 75% los que decían creer que el matrimonio seguía siendo una institución totalmente actual. Y no falta, incluso, quien interpreta toda la situación en clave de una crisis cultural que puede abrir el camino a nuevas perspectivas y nuevos valores.
Una tarea urgente: motivar, acompañar, ayudar
Ante las reales dificultades, es este un importante desafío que tiene que encarar la pastoral familiar: conseguir que la familia recupere la conciencia y la convicción de su responsabilidad y capacidad en relación a la acción pastoral.
Hemos visto que son tantas las posibilidades de la familia en orden a su inserción en el conjunto de la acción pastoral. Pero su efectiva realización no es cosa fácil. Salen al paso tantos obstáculos, de diversa índole: falta de motivación, poca o nula preparación, la tradición cultural y religiosa, la situación problemática de muchas familias, la crisis generalizada de identidad cristiana y de fe. Habrá que esforzarse no poco para que la familia asuma su papel y vuelva a ser un agente efectivo y privilegiado de acción pastoral.
Se impone al respecto, por parte de la comunidad eclesial, una tarea urgente: motivar, acompañar y ayudar.
No basta recordar a los padres que tienen toda una serie de cometidos a realizar, dentro del quehacer pastoral. No tiene sentido dejarlos solos en el cumplimento de esta tarea. Es necesario esforzarse por motivarlos, de manera que comprendan la importancia y sentido de la misión que se les confía. Deben ser también acompañados en el desempeño de la acción, yayudados en lo posible, para asegurar cauces concretos y efectivos de eficacia pastoral. Cuando estos recursos se ponen en práctica con convicción y responsabilidad, podremos constatar, con estupor y satisfacción, que las posibilidades de participación familiar en la misión pastoral van mucho más allá de lo que en un principio se pensaba.
Otras tareas indispensables de pastoral familiar
Todo parece indicar que, en las circunstancias actuales, se impone con urgencia un nuevo impulso, en el contexto de la acción pastoral, a la pastoral de la familia. Para el futuro de la fe y de la Iglesia, el papel de la familia está destinado a cobrar, cada vez más, a no dudar, una importancia decisiva. Algunas de las tareas más urgentes, a este respecto, son éstas:
La preparación para el matrimonio
y la ayuda pastoral a los matrimonios jóvenes
Es un empeño que se está demostrando cada vía más urgente e indispensable. La inmadurez y falta de preparación para la vida matrimonial ha llegado a adquirir hoy en España proporciones alarmantes. Sucede que, mientras para las responsabilidades de la vida profesional están previstos ciclos intensos y complejos de formación, la preparación para la vida matrimonial se reduce, en la mayoría de los casos, a pocas reuniones o encuentros. Aquí realmente la actividad pastoral debe hacer un sincero examen de conciencia y emprender decididamente nuevos derroteros.
La preparación de los padres para el bautismo de los hijos
Este es otro serio y delicado problema pastoral que está pidiendo una revisión valiente, equilibrada y realista. Todos conocemos los graves inconvenientes de la práctica actual, que no ofrece suficientes garantías y lleva a perpetuar una situación muy negativa para la Iglesia y para la sociedad.
Ante la demanda de bautismo por parte de los padres, se requiere mucho discernimiento y delicadeza pastoral para conocer y evaluar las motivaciones y garantías ofrecidas, a través de un auténtico diálogo y de una paciente labor demotivación y convicción. Es una tarea pastoral que aún no ha recibido la consideración que merece: la preparación y formación de catequistas del bautismo, hombres y mujeres – lo mejor es que sean matrimonios – capaces de una verdadera actividad de evangelización y de acompañamiento.
El acompañamiento de los padres en la educación religiosa de sus hijos y su participación en el proceso de iniciación cristiana de los mismos
Es importante que surjan iniciativas y propuestas concretas que favorezcan, cada vez más, el ejercicio efectivo de esta responsabilidad pastoral de la familia cristiana. Y en el centro de esta preocupación está la necesidad, sobre todo, de saber motivar, de no tener miedo de «perder tiempo» para convencer, dialogar, motivar y acompañar a los padres en esta entusiasmante tarea de comunicar la fe a sus hijos y acompañarlos en el camino del crecimiento en la vida cristiana.
La implicación de la familia en los planes educativos de la escuela
La actual situación de crisis de la educación, en sus distintos aspectos y facetas, invitan a un esfuerzo especial por la calidad educativa de la escuela, en cuanto importante agencia de socialización, de educación y de mediación crítica de la cultura. Y a esto puede y debe contribuir la colaboración efectiva de las familias, presentes y participantes en todas las instancias y principales responsabilidades del organismo escolar.
La educación sexual y la preparación para el amor de niños y jóvenes
Tenemos que reconocer que, en el terreno de la educación sexual, nuestra juventud demuestra una falta de preparación alarmante. En esta sociedad, en la que la información sobre el sexo parece tan abundante y completa, se constata por el contrario un nivel preocupante de ignorancia y de ausencia de principios, lo que hace que sea necesaria y urgente la tarea de una seria y responsable educación para el amor y la sexualidad.
La creación y fomento de modelos de espiritualidad conyugal y familiar
Ante una situación bastante generalizada de crisis de identidad cristiana, se siente la necesidad de cultivar y repensar la espiritualidad del matrimonio y de la familia cristiana, a fin de que ésta pueda cumplir su alta misión y dar un convincente testimonio de fe. La tarea se presenta hoy día delicada y comprometida, no sin serias dificultades, dadas las objeciones y perplejidades que, a los ojos de muchos, suscita la doctrina oficial de la Iglesia en este terreno.
Una renovada atención pastoral a la tercera edad
El problema ha cobrado especial relevancia en los últimos tiempo y está destinado a constituir un sector importante en el programa pastoral de la Iglesia. La tercera edad constituye una reserva humana de gran valor educativo y pastoral, y merece una atención solícita y agradecida por parte de la comunidad eclesial.
He aquí una serie de reflexiones y sugerencias que, esperamos, pueden ayudar a iluminar y fomentar la noble tarea de dar a la familia, en el contexto de la acción pastoral de la Iglesia, el lugar y papel que le corresponde.
E. Alberich
[1] Misal Romano: prefacio de la fiesta de Cristo Rey. Cf GS 39.
[2] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis (DGC), Città del Vaticano, Libreria Editrice Vaticana, 1997, n. 49.
[3] A. M. CALERO, Marco teológico-pastoral del matrimonio cristiano, «Misión Joven. Revista de Pastoral Juvenil» 402-403 (2010) 10. Cf E. ALBURQUERQUE, Familia, Iglesia doméstica, «Familia» 38 (2008) 87-112.
[4] ALBURQUERQUE, Familia, Iglesia doméstica, 98.
[5] LG 11. Cf DGC 255; E. CARBONELL SALA, «Familia cristiana», en: V. M. PEDROSA ARES et al. (Eds), Nuevo Diccionario de Catequética. Madrid, San Pablo 1999, 940-950.
[6] JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, del 16.10. 1979 [CT], 68.
[7] Para un visión de conjunto, cf: J. BESTARD COMAS, «Familia actual en España», en: V. M. PEDROSA ARES et al. (Eds), Nuevo Diccionario de Catequética, 925-940.
[8] Cf J. MARTÍN VELASCO, La transmisión de la fe en la sociedad contemporánea. Santander, Sal Terrae 2002.
[9] Cf J. A. PAGOLA, La familia, «escuela de fe». Condiciones básicas, «Sal Terrae» 85 (1997)1005; J. MARTÍNEZ CORTÉS, Posibilidades reales de educar en la fe por parte de las familias cristianas, «Sinite» 35 (1994)105, 55-85.
[10] Cf E. ALBERICH, La familia, ¿lugar de educación en la fe? Madrid, PPC 2010.
[11] Cf J. GONZÁLEZ ANLEO – J.- M. GONZÁLEZ-ANLEO, Para comprender la juventud actual. Estella (Navarra), Verbo Divino 2008, 228-236; J. ELZO, La voz de los adolescentes. Madrid, PPC 2008, 43-80; F. SEBASTIÁN, Estadísticas, «Vida Nueva» N. 2677 (2009) 41.
[12] J. ELZO, La voz de los adolescentes. Madrid, PPC 2008, 73.