LÍNEAS PASTORALES DEL DECRETO SOBRE

1 julio 2012

LA ACTIVIDAD MISIONERA DE LA IGLESIA: AD GENTES

Emilio Alberrich Sotomayor, sdb
Presidente de AECA

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor reflexiona en este artículo sobre las líneas pastorales presentes en el decreto Ad Gentes, posiblemente uno de los mejores documentos conciliares. Nos encontramos ante un documento misionero con dimensión pastoral cuyo núcleo central es la evangelización. Interesantes son los apuntes que hace Alberich al desarrollo posterior del concepto “evangelización”.
 
La celebración de los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II (1962-1965), brinda la ocasión de recordar y valorar el Concilio como acontecimiento eclesial de primer orden, al mismo tiempo que invita a una relectura atenta de sus documentos y a una evocación agradecida de lo que ha significado para la vida de la Iglesia. Aquí nos proponemos recordar el contenido y significado del decreto sobre la actividad misionera “Ad gentes divinitus” (AG), poniendo de relieve su incidencia en el campo de la acción pastoral.
 

  1. El Concilio Vaticano II, nuevo Pentecostés

Celebrando las bodas de oro del comienzo del Concilio es importante recordar que el Vaticano II está considerado como un concilio eminentemente pastoral y que su significado es realmente extraordinario, un verdadero hito que hace época en la historia de la Iglesia, un viraje profundo y el inicio de una nueva época. El papa Juan XXIII habló de él como de un «nuevo Pentecostés», y Pablo VI lo consideraba como «el gran catecismo de los tiempos modernos», un acontecimiento en el que la Iglesia – «sierva de la humanidad» – se había mostrado en actitud de diálogo con el mundo y con la cultura moderna.
El significado epocal y eminentemente pastoral del Vaticano II empieza ya a aparecer en el discurso de apertura del Concilio de Juan XXIII:[1]
«En el cotidiano ejercicio de nuestro ministerio pastoral llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de almas que, aunque con celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Tales son quienes en los tempos modernos no ven otra cosa que prevaricación y ruina. Dicen y repiten que nuestra hora, en comparación con las pasadas, ha empeorado, y así se comportan como quienes nada tienen que aprender de la Historia, la cual sigue siendo maestra de la vida, y como si en los tiempos de los precedentes Concilios ecuménicos todo procediese próspera y rectamente en torno a la doctrina y a la moral cristiana, así como en torno a la justa libertad de la Iglesia.
Mas nos parece necesario decir que disentimos de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos como si fuese inminente el fin de los tiempos. En el presente orden de cosas, en el cual parece apreciarse un nuevo orden de relaciones humanas, es preciso reconocer los arcanos designios de la Providencia divina que, a través de los acontecimientos y de las mismas obras de los hombres, muchas veces sin que ellos lo esperen, se llevan a término, haciendo que todo, incluso las adversidades humanas, redunden en bien para la Iglesia» (n. 9).
Y en forma semejante se expresa el papa Pablo VI en el Breve Pontificio «In Spiritu Sancto», de clausura del Concilio (8-XII-1965):
«El Concilio ecuménico Vaticano II, reunido en el Espíritu Santo y bajo la protección de la Bienaventurada Virgen María, que hemos declarado Madre de la Iglesia, y de San José, su ínclito esposo, y de los santos apóstoles Pedro y Pablo, debe, sin duda, considerarse como uno de los mayores acontecimientos de la Iglesia. En efecto, ha sido el más grande por el número de Padres venidos a la Sede de Pedro desde todas las partes del mundo, incluso de aquellas donde la Jerarquía ha sido constituida recientemente; el más rico por los temas que durante cuatro sesiones han sido tratados cuidadosa y profundamente; fue, en fin, el más oportuno, porque, teniendo presentes las necesidades pastorales y, alimentando la llama de la caridad, se esforzó grandemente por alcanzar no sólo a los cristianos todavía separados de la comunidad de la Sede Apostólica, sino también a toda la familia humana».
Estamos por lo tanto ante un Concilio realmente nuevo, abierto, con un respiro pastoral que se trasluce en sus distintos actos y documentos. Aquí nos interesa destacar la dimensión pastoral que encontramos en uno de los documentos más importantes y ricos de la obra conciliar: el decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia «Ad Gentes divinitus»,promulgado por Pablo VI, al terminar el Concilio, el 7 de diciembre de 1965.

  1. El decreto «AD GENTES», uno de los mejores documentos del Concilio

La historia de la preparación, discusión y aprobación, en el Concilio Vaticano II, del decreto «AD GENTES» (AG) permite comprobar la libertad que tuvieron los padres conciliares para discutir abiertamente sobre los materiales que se les ofrecía y para preparar nuevos documentos. Este es el caso del decreto AG, que tuvo varias redacciones. En febrero de 1964, después de numerosos retoques y modificaciones, fue repartido a los obispos un cuarto texto – de la Comisión central preparatoria – y en julio del mismo año se mandaba a todas las diócesis del mundo una nueva redacción.
En la discusión del decreto – noviembre de 1964 – en el Aula conciliar, estuvo presente el papa Pablo VI, que en un discurso mostró la esperanza de que el documento quedara aprobado. Pero la sucesiva votación dio resultado ampliamente negativo, por lo que el texto fue retirado y hubo que proceder a una nueva profunda revisión.
La última discusión, en el aula conciliar, tuvo lugar en octubre de 1965. Y finalmente, la aprobación definitiva del decreto pudo contar con 2.394 votos positivos y solo 5 “non placet”: fue la votación más alta de todas las realizadas en el Concilio.
El decreto «AD GENTES divinitus» fue promulgado por el papa el 7 de diciembre de 1965. Se puede decir que es uno de los mejores y más sólidos documentos conciliares, muy rico doctrinal y pastoralmente, también por haber podido contar con la participación decisiva de grandes teólogos de la talla de Congar, Ratzinger, Neuner…[2]

  1. La distinción entre «acción misionera» y «acción pastoral»

Para el tema que nos ocupa, es importante recordar la distinción que tradicionalmente se suele hacer entre acciónmisionera de la Iglesia, hacia el exterior, y acción pastoral, hacia dentro, propia de la comunidad cristiana ya constituida.
Ahora bien, la reflexión teológica posconciliar ha traído consigo una clara ampliación del contenido de la acción pastoral. Durante mucho tiempo se ha considerado la actividad pastoral como algo propio y exclusivo de los “pastores” de la Iglesia: obispos, sacerdotes, clero en general. Esta visión clerical se ha visto superada, en la reflexión posconciliar, por una concepción más amplia y estimulante, que considera como sujeto de la pastoral a todo el Pueblo de Dios y la acción pastoral como quehacer de toda la Iglesia, incluida la acción misionera.
Hoy podemos considerar como objeto de la teología pastoral la “autorrealización de la Iglesia”, la praxis en general de la Iglesia y de los cristianos o, dicho con otras palabras:
«La implantación del Reino de Dios en la sociedad, mediante la constitución del pueblo de Dios en estado de comunidad cristiana».[3]
Esto significa, en definitiva, que debemos considerar la acción misionera como realidad perteneciente al ámbito de la acción pastoral de la Iglesia.
En este orden de ideas, es importante evocar, en nuestra reflexión pastoral, el conjunto articulado de la acción evangelizadora de la Iglesia, teniendo presente el panorama de la acción eclesial y evitando la polarización clerical que, durante siglos, ha concentrado la misión de la Iglesia en manos de los «pastores» (obispos, sacerdotes, religiosos).
Si partimos de la visión conciliar de la Iglesia como «sacramento universal de salvación» (cf LG 48), podemos evocar y apoyarnos en los tres momentos fundamentales de su dinamismo vital: convocación – comunión – misión. La Iglesia es ante todo convocación, «ekklesia» (reunión de convocados); y se manifiesta y configura esencialmente como comunión; para ser enviada en misión, como pueblo mesiánico en medio del mundo. Convocación, comunión y misión son los hitos de un ritmo vital que, como sístole y diástole, llevan a la Iglesia a recogerse para dispersarse, a reunirse para sentirse continuamente lanzada hacia el mundo, para anunciar y ser testigo del Reino, del que es germen y primicia.
Para nuestro propósito, es muy importante no perder de vista esta visión amplia del quehacer pastoral y considerar la actividad misionera de la Iglesia como un sector y una dimensión importante de su misión pastoral. Y en ese sentido, debemos considerar el decreto AG como un documento claramente pastoral, por su propio contenido y alcance.

  1. El decreto «AD GENTES»: un documento misionero con dimensión pastoral

La lectura atenta de AG permite sacar la conclusión de que lo que dice de la acción misionera se puede considerar como indicación válida aplicable a todo el ámbito de la actividad pastoral de la Iglesia. En ese sentido, algunas cualidades del decreto le confieren una importante dimensión pastoral: su sintonía con el conjunto de la labor conciliar; la visióneclesiológica inspirada en la Constitución «Lumen Gentium»; la atenta sensibilidad por la situación religiosa y socio-culturaldel mundo actual; la importancia dada al testimonio personal y comunitario; la atención particular que recibe elcatecumenado y la iniciación cristiana; la insistencia en la importancia de la formación de los misioneros, catequistas, religiosos; y la clara indicación del deber misionero de todo el Pueblo de Dios (comunidades eclesiales, obispos, sacerdotes, Institutos de perfección, seglares (cf. Cap. 6). Esta simple enumeración hace ver la riquísima dimensión pastoral de AG.
Más concretamente, algunos puntos son dignos de destacar:
4.1.1. El núcleo central de la acción pastoral: la evangelización
De manera especial, el decreto «Ad Gentes» contribuye a dar mayor respiro a la acción pastoral, mayor apertura y amplitud, al mismo tiempo que la lleva a reafirmar y redescubrir el núcleo esencial de su cometido: la evangelización:
«El fin propio de esta actividad misionera es la evangelización y la plantación de la Iglesia en los pueblos o grupos humanos en los cuales no ha arraigado todavía» (AG 6).
«La razón de esta actividad misionera se encuentra en la voluntad de Dios […] Es necesario, pues, que todos se conviertan a El, conocido por la predicación de la Iglesia, y por el bautismo sean incorporados a El y a la Iglesia […] incumbe […] a la Iglesia la necesidad, a la vez que el derecho sagrado, de evangelizar, y, en consecuencia, la actividad misionera conserva íntegra, hoy como siempre, su fuerza y su necesidad» (AG 7).
El término «evangelización», en realidad poco presente en los documentos del Vati­cano II, ha experimentado en el posconcilio una verdadera explosión de actualidad. Dan fe de ello incontables documentos, congresos y programas pastorales,y especialmente el Sínodo de Obispos de 1974 y el documento de Pablo VI «Evangelii nuntian­di» (1975). En los años 80 y 90 se generalizó la expresión «nueva evangelización».
Hace ya más de treinta años que hemos podido asistir a un viraje muy importante: la evangelización, considerada por mucho tiempo tarea de frontera en las «tierras de misión», ha sido pro­clamada misión esencial de toda la Iglesia:
«Con gran gozo y consuelo hemos escuchado Nos, al final de la Asamblea de octubre de 1974, estas palabras luminosas: “Nosotros queremos confirmar, una vez más, que la tarea de la evangelización de todos los hombres con­stituye la misión esencial de la Iglesia”: una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más ur­gentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda».[4]
Ahora bien, conviene recordar que en el Concilio Vaticano II el término «evangelización» ha pasado de un significado restringido, como anuncio del Evangelio a los no creyentes, a otros más amplios que la identifican con el conjunto de la actividad profética y misionera de la Iglesia:
«Podemos concluir que el examen del término “evangeliza­ción” en los documentos conciliares nos permite distinguir en ellos una triple acepción: o la sola predicación misionera (Ad Gentes 6,26), o todo el ministe­rio de la palabra (Lumen Gentium 35,18; Christus Dominus 6,10; Gaudium et spes 44,13; Apostolicam Actuositatem 2,20; etc.) o toda la actividad misionera de la Iglesia (Ad Gentes 23,6; 27.15; etc.)».[5]
También en el Sínodo de obispos de 1974 triunfó la idea de no limitar la evangelización al anuncio misionero en sentido estricto, dirigido a los no creyentes, sino de entender toda la actividad misionera de la Iglesia, en todas sus formas. Y de manera muy explícita, el documento Evangelii nuntiandi ha ratificado el significado amplio del término, explicitando su complejidad y la riqueza de sus dimensiones, llegando a identificarla prácticamente con el conjunto de la acción pastoral de la Iglesia:
«La evangelización, hemos dicho, es un proceso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, ad­hesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, ini­ciativas de apostolado» (EN 24).
Esta acepción amplia aparece también consignada en el Directorio General para la Catequesis (DGC):[6]
«Anuncio, testimonio, enseñanza, sacramentos, amor al prójimo, hacer discípulos: todos estos aspectos son vías y medios para la transmisión del único Evangelio y constituyen los elementos de la evangelización. […] Los agentes de la evangelización han de saber operar con una “visión global” de la misma e identificarla con el conjunto de la misión de la Iglesia» (DGC 46).
«Según esto, hemos de concebir la evangelización como el proceso por el que la Iglesia, movida por el Espíritu, anuncia y difunde el Evangelio en todo el mundo» (DGC 48).
En definitiva, podemos decir que, en la actual conciencia eclesial, se entiende por evangelización el anuncio y testimonio del Evangelio dados por la Iglesia en el mundo mediante todo lo que ella dice, hace y es. Y esto permite considerar la estrecha implicación existente entre la acción misionera – “evangelizadora” – de la Iglesia y el ejercicio de la actividad pastoral.
Con el término evangelización se llega a indicar en cierto sentido toda la tarea de la Iglesia, pero en cuanto finalizada a anunciar y atestiguar el Evangelio del Reino. Esto no acontece de forma automática, como si fuera suficiente la vida ordina­ria de la Iglesia, realizada de cualquier modo, para que se lleve a cabo la acción evangelizadora. No: se necesita una profunda reconversión de la presencia cristiana, pues la acción de la Iglesia no evangeliza,
«no tiene pleno sentido, más que cuando se convierte en testimonio, provoca la admira­ción y la conversión, se hace predicación y anuncio de la Buena Nueva» (EN 15).
Dicho de otra manera: se puede hablar de evangelización – en toda la amplitud de su dimensión pastoral – cuando el Evangelio es anunciado, testimoniado y percibido como verdadera «buena Nueva», como «fuerza para vivir» y «sentido de la vida».[7] O como afirmaba un texto famoso mandado en nombre del Papa a París, en 1964, cuando la palabra evangelizadora de Dios es percibida por cada uno «como una apertura a sus problemas, una respuesta a sus preguntas, una dilatación de los propios valores y al mismo tiempo la satisfacción de sus aspiraciones más profundas: en una palabra, como el sentido de su existencia y el significado de su vida».[8]
Y en relación con este argumento, sabemos la actualidad de que goza en nuestro tiempo el tema de la «Nueva Evangelización».
Actualmente, en la conciencia de la Iglesia ha cobrado importancia primaria el tema de la nueva evangelización. Estamos ante el anuncio de la celebración de un Sínodo de obispos sobre este tema (octubre de 2012) y contamos con un documento a él dedicado, los Lineamenta “La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Este documento presinodal, después de ponderar la urgencia y contexto de la Nueva Evangelización (cap. 1) y después de presentar elcontenido esencial de esta tarea (cap. 2), ofrece, en el cap. 3, una panorámica de las formas concretas que asume y las principales vías de su realización.
Podemos observar que todo el desarrollo del tema se mueve sobre la base de dos actitudes de fondo: discernimientoy conversión pastoral. Partiendo del presupuesto de que toda la Iglesia evangeliza (la evangelización es la misión esencial de la Iglesia) y de que la misma Iglesia tiene constantemente que ser evangelizada, el documento distingue estas formas concretas de ejercicio de la tarea evangelizadora:

  • Nueva Evangelización en actividades típicamente pastorales. La Iglesia cumple la tarea evangelizadora, ante todo, con algunas tareas pastorales de primaria importancia, que gozan hoy de evidente actualidad: con el primer anunciodel mensaje cristiano, el catecumenado como proceso de iniciación, la catequesis (sobre todo de adultos), la pastoral familiar, la formación de agentes y testigos creíbles.

  • Nueva Evangelización en actividades de talanteprofano”. Aquí se subraya la dimensión evangelizadora de laeducación (como respuesta a la “emergencia educativa” presente en la sociedad actual), de la actividadhumanizante y cultural (como contribución a la necesaria “ecología de la persona humana”), de la apertura de “atrios de los gentiles”.

 
En definitiva, estamos ante una visión amplia, integral, positiva y actualizada de la Nueva Evangelización. Es una invitación a sentir la alegría y la urgencia de ponernos todos al servicio de la labor evangelizadora de la Iglesia en el mundo de hoy.
Es de celebrar que el documento AG contribuya, con autoridad y eficacia, a dar a la acción pastoral de la Iglesia una nueva brisa, un aire renovado de apertura al amplio horizonte de la humanidad.
4.2. El espíritu y las dimensiones de la acción misionera, en clave pastoral
La lectura atenta del decreto AD GENTES permite poner en evidencia una importante indicación: el espíritu y lasdimensiones de la acción misionera, tal como aparecen en el documento conciliar, deben animar y configurar también la praxis pastoral que tiene lugar en el ámbito de la iglesia.
De hecho, la declaración inicial del decreto pone en el centro de la misión eclesial el anuncio del Evangelio, que figura también entre los objetivos principales de la acción pastoral:
«Enviada por Dios a las gentes para ser “sacramento universal de salvación”, la Iglesia, por exigencia radical de su catolicidad, obediente al mandato de su Fundador, se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres […] a fin de que la palabra de Dios se difunda y glorifique (2 Thess 3,1) y el reino de Dios sea anunciado y establecido en toda la tierra» (AG 1).
El decreto AG invita claramente a fomentar una acción misionera que contribuya a construir auténticas comunidades cristianas, en las que sea posible llevar a cabo las funciones típicas de la pastoral de la Iglesia:
«Los misioneros, por consiguiente, cooperadores de Dios, susciten tales comunidades de fieles que, viviendo conforma a la vocación con que han sido llamadas, ejerciten las funciones que Dios les ha confiado, sacerdotal, profética y real. De esta forma, la comunidad cristiana se hace exponente de la presencia de Dios en el mundo, pues por el sacrificio eucarístico pasa con Cristo al Padre; nutrida cuidadosamente con la palabra de Dios, da testimonio de Cristo y, finalmente, anda en la caridad y se inflama de espíritu apostólico» (AG 15).
En la línea de esta visión orgánica de la misión pastoral de las comunidades cristianas, el decreto pone el acento en la promoción y desarrollo de algunos elementos clave para la realización del quehacer pastoral, como son la constitución delclero local, la formación de los catequistas y la promoción de la vida religiosa (AG 15-18).
Una gran importancia se da a la promoción, para la eficacia de la acción misionera pastoral, de un cleroperteneciente a las distintas regiones y campos de misión:
«La Iglesia agradece con inmenso gozo el don inestimable de la vocación sacerdotal que Dios ha concedido a tantos jóvenes entre los pueblos convertidos recientemente a Cristo […] Todo lo que ha establecido este Concilio sobre la vocación y la formación sacerdotal, obsérvese cuidadosamente donde la Iglesia se establece por primera vez y en las nuevas Iglesias» (AG 16).
En este orden de ideas, el decreto insiste en la necesidad de cuidar de manera especial la formación bíblica, teológica y pastoral del clero local, para que puedan con competencia desarrollar su labor pastoral:
«Cuiden las Conferencias episcopales de que en tiempos determinados se establezcan cursos de renovación bíblica, teológica, espiritual y pastoral, a fin de que el clero, entre las variedades y cambios de la vida, adquiera un conocimiento más pleno de la ciencia teológica y de los métodos pastorales» (AG 20).
Igualmente insiste el decreto en la importancia imprescindible de la formación de los catequistas, para los que se desea la creación y fomento de escuelas diocesanas y regionales. Es una incumbencia que reviste hoy día una urgencia especial:
«En nuestros días, el oficio de los catequistas tiene una importancia extraordinaria, porque resultan escasos los clérigos para evangelizar tantas multitudes y para ejercer el ministerio pastoral. Su formación, por consiguiente, debe realizarse y acomodarse al progreso cultural, de forma que puedan desarrollar lo mejor posible su cometido, agravado con nuevas y mayores obligaciones, como cooperadores del orden sacerdotal» (AG 17).
Y también los religiosos son invitados a establecerse en las distintas regiones donde es plantada la Iglesia, de manera que, según el carisma propio de cada instituto o congregación, contribuyan eficazmente al desarrollo y variedad de la acción misionera pastoral:
«En las Iglesias jóvenes hay que cultivar las diferentes formas de vida religiosa, a fin de presentar los diversos aspectos de la misión de Cristo y de la vida de la Iglesia, y entregarse a variadas obras pastorales, y preparar convenientemente a sus miembros para realizarlas» (AG 18).
4.3. La acción pastoral propia del pueblo de Dios: superación del clericalismo pastoral
El decreto AD GENTES invita claramente a incorporar a la acción misionera y pastoral a todos los componentes del tejido eclesial: obispos, sacerdotes, laicos, religiosos, asociaciones e institutos, etc. Se ofrece la visión de una acción coral, en la que todos deben participar y de la que todos deben sentirse corresponsables:
«para la plantación de la Iglesia y para el desarrollo de la comunidad cristiana son necesarios varios ministerios, que, suscitados por vocación divina del seno mismo de la congregación de los fieles, todos deben favorecer y cultivar diligentemente; entre tales ministerios se cuentan las funciones de los sacerdotes, de los diáconos y de los catequistas y la Acción Católica. Prestan, asimismo, un servicio indispensable los religiosos y las religiosas» (AG 15).
En este orden de ideas, el decreto asigna con claridad tareas e incumbencias a los distintos responsables de la acción pastoral.
Ante todo a los obispos, a los que invita a adoptar – se puede decir – todo un programa de responsabilidad y quehacer pastoral:
«El Obispo, en primer lugar, debe ser el heraldo de la fe que lleve nuevos discípulos a Cristo. Para cumplir debidamente este sublime ministerio, ha de conocer a fondo las condiciones de su grey y las íntimas opiniones de sus conciudadanos acerca de Dios, advirtiendo también cuidadosamente los cambios que la urbanización, las emigraciones y el indiferentismo religioso han introducido» (AG 20).
Ya vimos la importancia que da AG a la necesidad de contar con un clero bien formado y preparado para la acción pastoral. Pero nos interesa sobre todo subrayar el relieve que encontramos en el decreto AG a propósito de la importancia insustituible, para llevar a cabo la misión pastoral de la Iglesia, de un laicado maduro y responsable, ya que le corresponde una misión específica, indispensable y rica, en el ámbito de la actividad pastoral de la comunidad cristiana:
«La obligación principal de los seglares, hombres y mujeres, es el testimonio de Cristo, que deben dar con la vida y con la palabra en la familia, en su grupo social y en el ámbito de su profesión. Es necesario que en ella aparezca el hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdadera. Y deben expresar esta vida nueva en el ambiente de la sociedad y de la cultura patria, según las tradiciones de su nación» (AG 21).
4.4. La acción pastoral abierta al diálogo ecuménico e interreligioso
Una aportación también significativa del decreto AD GENTES es la invitación a una ampliación de horizonte de la acción pastoral, abierta decididamente al diálogo ecuménico y dispuesta también al diálogo intercultural e interreligioso:
«La actividad misionera entre los infieles difiere de la actividad pastoral que hay que realizar con los fieles y de las iniciativas que hay que tomar para restaurar la unidad de los cristianos. Sin embargo, estas dos actividades están íntimamente unidas con la acción misionera de la Iglesia, pues la división de los cristianos perjudica a la causa santísima de la predicación del Evangelio a toda criatura y cierra a muchos las puertas de la fe» (AG 6).
La sensibilidad ecuménica de los cristianos, nos dice el decreto AG, debe llevar a formas expresivas de entendimiento y colaboración en los diversos ámbitos de la vida, no solo religiosa, sino también civil y cultural:
«En cuanto lo permitan las condiciones religiosas, promuévase la acción ecuménica de forma que, excluida toda especie tanto de indiferentismo y confusionismo como de emulación insensata, los católicos colaboren fraternalmente con los hermanos separados, según las normas del decreto sobre el ecumenismo, en la profesión, en lo posible común, de la fe en Dios y en Jesucristo delante de las naciones y en la cooperación en asuntos sociales y técnicos, culturales y religiosos» (AG 15).
Y en esta dinámica de la apertura ecuménica, no falta una indicación importante, relativa a la práctica concreta de un “ecumenismo interno”: la necesidad de que también brille «la caridad entre los católicos de los diversos ritos» (AG 15).
La apertura al diálogo y a la colaboración debe extenderse a todas las personas y realidades, de todas las pertenencias culturales y religiosas:
«Para que los fieles puedan dar fructuosamente este testimonio de Cristo, únanse con aquellos hombres por el aprecio y la caridad, siéntanse miembros del grupo humano en el que viven y tomen parte en la vida cultural y social interviniendo en las diversas relaciones y negocios de la vida humana; familiarícense con sus tradiciones nacionales y religiosas; descubran, con gozo y respeto, las semillas de la Palabra que en ellas se contienen; pero atiendan, al propio tiempo, a la profunda transformación que se realiza entre las gentes y trabajen para que los hombres de nuestro tiempo, entregados con exceso a la ciencia y a la tecnología del mundo moderno, no se alejen de las cosas divinas, sino que, por el contrario, despierten a un deseo más vehemente de la verdad y de la caridad revelada por Dios» (AG 11).
Es éste el tenor de un documento conciliar que, con una amplia mirada de simpatía hacia la realidad humana, aboga por un espíritu abierto a la colaboración y al diálogo, dondequiera que haya personas dispuestas a poner su granito de arena y a construir.
En conclusión: un examen atento del decreto conciliar “AD GENTES divinitus” hace ver con claridad que el documento, no sólo posee numerosas “líneas pastorales” de indiscutible valor, sino también que, en su totalidad, debe ser considerado y valorado como un documento profundamente pastoral.

Emilio Alberich Sotomayor

 
[1] «Gaudet mater Ecclesia», 11 de octubre de 1962
[2] MADRIGAL S., Unas lecciones sobre el Vaticano II y su legado. Madrid, San Pablo 2012, p. 115.
[3] CALVO F. J., Teología pastoral/Teología práctica, en: FLORISTÁN C. – J.J. TAMAYO (eds.), Conceptos fundamentales del cristianismo, Madrid, Trotta, 1993, p. 1347.
[4] Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (8.12.1975), n. 14.
[5] GRASSO G., «Evangelizzazione. Senso di un termine», en M. DHAVAMONY (Ed.), Evangelisation, Roma, Univ. Gregoriana 1975, 29-30.
[6] CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis. Città del Vaticano, Librería Editrice Vaticana 1997 (Madrid, EDICE 1997).
[7] «Proponer la fe en la sociedad actual. Carta de la Conferencia Episcopal Francesa a los católicos de su país (Lourdes, 9 de noviembre de 1996)», in: D. MARTÍNEZ – P. GONZÁLEZ – J. L. SABORIDO (Eds), Proponer la fe hoy. De lo heredado a lo propuesto. Santander, Sal Terrae 2006, introducción.
[8] Card. A.CICOGNANI, Carta en nombre del Papa al IV Congreso Nacional francés sobre la enseñanza religiosa (23.3.1964): «La Documentation catholique» 46 (1964) N. 1422, col. 503.