Jesús Rojano Martínez, sdb.
Coordinador de Pastoral del Colegio Salesiano Paseo Extremadura (Madrid)
y profesor en el CES Don Bosco.
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor considera que el llamado “atrio de los gentiles” es una buena pista de futuro para el trabajo pastoral. Muchos de nuestros conciudadanos se acercan a las puertas de acceso al misterio a través de la búsqueda del sentido, del arte, la belleza… u otras experiencias vitales. Jesús Rojano ve en el diálogo y la propuesta las palabras claves para situarse en este “atrio de los gentiles”.
Ante todo, quiero empezar diciendo que estoy convencido de que la experiencia denominada Atrio de los gentiles[1], puesta en marcha por el Cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, muy deseada también por el propioPapa Benedicto XVI, nos pone en la pista de un rasgo decisivo del futuro de la acción pastoral en Occidente. En efecto, pienso que la nueva evangelización y el futuro del cristianismo en Europa no se van a jugar en tediosas batallitas de retaguardia, como si celebramos la liturgia en etrusco o en griego, o si las casullas las usamos modernas o de guitarra. Como es sabido, con la expresión batallas de retaguardia nos referimos a esas muertes absurdas de soldados que pierden la vida cuando el Alto Mando del propio ejército ya se ha rendido y la guerra ha terminado. No hace muchos años conocimos el caso de un soldado japonés que siguió durante 50 años la guerra contra EE.UU. él solo, perdido en el interior de la selva de una isla remota del Pacífico.
Pues bien, si echamos un vistazo al conjunto de la situación de la acción pastoral en Occidente, nos encontramos un buen porcentaje de grupos cristianos empeñados, sin duda con buena intención, en algunas de esas cuestiones que no abren caminos futuros, sino que sólo remueven aguas definitivamente estancadas. Son, si se nos permite inventar una expresión, los cristianos del pasado. En el siglo I, en un determinado momento, en concreto durante los precedentes y celebración del Concilio de Jerusalén (cf. Hechos de los Apóstoles, capítulo 15), los cristianos del pasado fueron los que hoy conocemos como cristianos judaizantes. En aquella controversia fue Pablo un cristiano de futuro, y luego el conjunto de la Iglesia naciente también, cuando aceptó sus tesis principales. Él supo ver que la Iglesia tenía que mirar hacia adelante, y para ello, abandonar disputas que no llevan a ningún sitio y están desgastando energías preciosas de cara a gestionar lo nuevo que ya está surgiendo. En las situaciones de crisis, el Espíritu suele suscitar estos cristianos de futuro, como lo fueron San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Juan Bosco y tantos otros. Saben captar los temas y problemas que van a predominar en su ambiente inmediatamente futuro. Y obran en consecuencia, normalmente en medio de la incomprensión de los que se aferran a los problemas pasados. Esos problemas que son agua que, según el sabio refrán, ya no mueve molino. Pues bien, una clara línea pastoral de futuro es la experiencia de diálogo y enriquecimiento mutuo entre creyentes y no creyentes en el atrio de los gentiles. Y me refiero no sólo a las convocatorias oficiales de París, Asís, Bucarest, Tirana, México, Florencia, Roma, Palermo o Barcelona (mayo de 2012), sino también a lospequeños atrios de los gentiles de la vida cotidiana.
- Lo que resuena en el viento…
Para pensar y realizar una acción pastoral con vocación de futuro, que no se pierda en “batallas de retaguardia”, tiene una importancia fundamental saber intuir por dónde van los tiros en nuestra situación cultural, qué se cuece en ella. Sin esa captación atenta y despierta del espíritu de nuestra época, nos perderemos la localización de los grandes y pequeños atrios de gentiles que tenemos que conocer, favorecer y habitar.
El idioma inglés cuenta con una palabra para designar la cultura principal, es decir, los pensamientos, gustos o preferencias aceptados mayoritariamente en una sociedad. Me refiero al vocablo mainstream, que literalmente significa corriente principal. La metáfora es intuitiva y sugerente: ¿No navegamos a veces los agentes de pastoral por ríos y afluentes que llevan camino de extinguirse, que no van ya a desembocar en el mar, aunque su agonía puede ser más o menos larga y casi siempre traumática? Losatrios de los gentiles productivos los debemos buscar en ríos más caudalosos, en los que coincidiremos con la mayoría de nuestros contemporáneos.
Más clásico es el vocablo alemán Zeitgeist, expresión que significa “el espíritu (Geist) del tiempo (Zeit)”. Muestra el clima intelectual y cultural de una época, y la visión global de la vida, del ser humano y del mundo que en ella prevalece. El Zeitgeist es la experiencia de un clima cultural dominante. Aunque Hegel puso el término en circulación, se equivoca quien crea que estamos hablando de filosofía académica del siglo XIX. Resulta revelador saber que esa especie de Gran Hermano que es Google presenta un informe anual con listas por categorías de las palabras más buscadas denominado precisamente Google Zeitgeist[2]. Este informe refleja los asuntos y personas que han atraído el interés de los internautas e incluso la localización geográfica de ese interés. Así, Google Zeitgeist captura el espíritu del último año transcurrido basándose en billones de búsquedas sobre consultas totales que se escribieron en el famoso buscador en dicho año. Por tanto, la pregunta por los intereses de la gente de hoy, que nos dan pistas sobre los atrios de los gentiles pertinentes, no es tan difícil de investigar como a veces creemos en los ambientes pastorales. Es responsabilidad de los agentes de pastoral conocer, al menos, lo que ya sabe Google. Un conocimiento que, desde luego, ha de ser crítico[3].
Para los que tiene un espíritu más poético y menos estadístico, puede ser bueno recordar la canción que Bob Dylan escribió en 1963, coincidiendo justamente con las primeras sesiones del Concilio Vaticano II, titulada Blowing in the wind: “Lo que sopla o resuena o flota en el viento”. La letra original de Dylan se preguntaba “cuántos caminos una persona debe caminar antes de que lo llames hombre, cuánto tiempo tienen que volar las balas de cañón antes de que sean prohibidas para siempre, cuántos oídos debe tener un hombre antes de que pueda escuchar a la gente llorar, cuántas muertes tendrán que ocurrir hasta que sepa que mucha gente ha muerto”, y concluía que “la respuesta, mi amigo, está flotando en el viento, la respuesta está soplando en el viento”. Curiosamente, esas preguntas se transformaron en las iglesias españolas en la canción de ofertorio más famosa durante años,Saber que vendrás: “La sed de todos los hombres sin luz, la pena y el triste llorar, el odio de los que mueren sin fe, cansados de tanto luchar…” Anécdotas aparte, es importante que hoy intuyamos por dónde flotan o resuenan los vientos principales, los vientos de presente y de futuro, pues así distinguiremos cuáles son los atrios de gentiles significativos.
La Gaudium et Spes (números 4, 11, 44…) y la teología reciente no hablan de mainstream, ni de Zeitgeist ni de vientos que soplan, pero sí de los signos o señales de los tiempos, que viene a ser lo mismo. En realidad, esa expresión, y la forma de pensar e interpretar los acontecimientos que conlleva, sale en el evangelio en labios de Jesús: “Al atardecer decís: «Va a hacer buen tiempo, porque el cielo tiene un rojo de fuego», y a la mañana: «Hoy habrá tormenta, porque el cielo tiene un rojo sombrío.» ¡Conque sabéis discernir el aspecto del cielo y no podéis discernir las señales de los tiempos!” (Mt 16,2-3). Con frecuencia pienso que esas palabras parecen dirigidas directamente por Jesús a los agentes pastorales de hoy, ante nuestra perplejidad de cara acómo hincar el diente a nuestra compleja situación socio-cultural. Sin esa lectura atenta del espíritu de nuestra época, la experiencia del Atrio de los gentiles apenas logará aterrizar y concretarse en la experiencia vital de los hombres y mujeres de hoy.
Pues bien, en mi opinión, debemos perder tiempo en escuchar qué dicen los personajes y temas que influyen en la gente normal de hoy, en los que crean tendencia y señalan las sendas de futuro. En ellos laten y podemos adivinar, aunque de modo a veces sólo esquemático o borroso, los atrios de los gentiles cotidianos significativos donde dialogar en pie de igualdad con el ser humano occidental actual. Si se me permite una comparación aparentemente lejana, un servidor, que ha crecido y vivido en la ciudad, siempre ha admirado la capacidad de las personas que se han criado en el campo, por ejemplo mi propio padre, para intuir, antes de abrirlo, cuándo un melón está maduro y dulce y cuándo no. Les basta fijarse en el color, calibrar un poco el peso y darle un par de golpecitos y fijarse en el sonido. Pues algo así quiero proponer respecto a dos libros recientes que nos indican por dónde van las tendencias, qué piensan creadores y ensayistas que hoy influyen en millones de personas. En el trabajo pastoral adelantamos mucho si aprendemos a intuir qué melones están maduros y cuáles no. Es una labor previa imprescindible antes de elegir un atrio de los gentiles.
1.1 El Atrio de los gentiles en Silicon Valley
Pocas personas han influido tanto como Steve Jobs en nuestro aprecio, a veces obsesión, por la tecnología (ordenador personal, itunes, ipod, ipad, películas de Pixar, iphone…). ¿Podemos aprender pastoralmente algo útil del mago del marketing que ha sido Jobs? Leyendo la biografía de Jobs escrita por Walter Isaacson[4], que ha sido best seller mundial durante meses, me han llamado la atención tres aspectos, que constituyen sugerencias para el diálogo entre creyentes y no creyentes. Cito textualmente:
1.1.1 Experiencia religiosa significativa según Jobs.
Aunque no eran practicantes fervorosos, los padres de Jobs querían que recibiera una educación religiosa, así que lo llevaban a la iglesia luterana casi todos los domingos. Aquello terminó a los trece años. La familia recibía la revista Life, y en julio de 1968 se publicó una estremecedora portada en la que se mostraba a un par de niños famélicos de Biafra. Jobs llevó el ejemplar a la escuela dominical y le planteó una pregunta al pastor de la iglesia: «Si levanto un dedo, ¿sabrá Dios cuál voy a levantar incluso antes de que lo haga?». El pastor contestó: «Sí, Dios lo sabe todo». Entonces Jobs sacó la portada de Life y preguntó: «Bueno, ¿entonces sabe Dios lo que les ocurre y lo que les va a pasar a estos niños?». «Steve, ya sé que no lo entiendes, pero sí, Dios también lo sabe». Entonces Jobs dijo que no quería tener nada que ver con la adoración de un Dios así, y nunca más volvió a la iglesia. Sin embargo, sí que pasó años estudiando y tratando de poner en práctica los principios del budismo zen. Al reflexionar, años más tarde, sobre sus ideas espirituales, afirmó que pensaba que la religión era mejor cuanto más énfasis ponía en las experiencias espirituales en lugar de en los dogmas. «El cristianismo pierde toda su gracia cuando se basa demasiado en la fe, en lugar de hacerlo en llevar una vida como la de Jesús o en ver el mundo como él lo veía —me decía—. Creo que las distintas religiones son puertas diferentes para una misma casa. A veces creo que la casa existe, y otras veces que no. Ese es el gran misterio»[5].
Según Jobs, la gente de hoy necesita y valora una experiencia religiosa vital, más que grandes teorías intelectuales teológicas. ¿Cómo ofrecer ilusionadamente nuestra experiencia de Dios y de la comunidad fraterna en los intercambios vitales de los pequeñosatrios de los gentiles en que dialogamos a diario unos con otros? En pastoral, ¿explicamos ideas o narramos y transmitimosexperiencias de vida?
1.1.2 Acceso a Dios desde la belleza y el arte.
Había un intérprete de música clásica al que Jobs admiraba por igual como persona que en su faceta profesional: Yo-Yo Ma, el versátil virtuoso con un carácter tan dulce y profundo como los tonos que creaba en su violonchelo. Se habían conocido en 1981, cuando Jobs se encontraba en la Conferencia de Diseño de Aspen y Yo-Yo Ma asistía al Festival de Música de la misma ciudad. Jobs tendía a sentirse profundamente conmovido por los artistas que mostraban una cierta pureza, y se convirtió en uno de sus seguidores. Invitó a Ma a que tocara en su boda, pero este se encontraba fuera del país en una gira. Acudió a casa de Jobs unos años más tarde, se sentó en el salón, sacó su violonchelo, un Stradivarius de 1733, y tocó algo de Bach. «Esto es lo que habría tocado en vuestra boda», les dijo. Jobs se levantó con lágrimas en los ojos y le dijo: «Tu interpretación es el mejor argumento que he oído nunca en favor de la existencia de Dios, porque no creo que un ser humano pueda por sí solo hacer algo así». En una visita posterior, Ma dejó que Erin, la hija de Jobs, sujetara el instrumento mientras se sentaban en la cocina. Por aquel entonces, Jobs, ya aquejado de cáncer, le hizo a Ma prometerle que tocaría en su funeral[6].
La experimentación de la belleza, tanto natural como creada por el hombre (o sea, el arte), acerca a los seres humanos a la esfera de lo sagrado. Según Jobs, “es el mejor argumento que he oído nunca en favor de la existencia de Dios”. Platón, Aristóteles, Kant, Schiller, Hegel y tantos otros ya lo sabían. ¿Qué caminos de diálogo con los no creyentes se abren a través de la experiencia estética y los nuevos lenguajes creativos? ¿Se están aprovechando? ¿Qué frutos prácticos en nuestra pastoral han producido las interesantísimas Cartas a los artistas de Juan Pablo II (1999)[7] y Benedicto XVI (2009)[8]?
1.1.3 La experiencia del propio límite ante la muerte.
Es conocido que la muerte de Jobs en octubre de 2011 se debió a un cáncer contra el que luchaba desde 2005. En ese contexto leemos en su biografía:
Una de las primeras llamadas de Jobs fue a Larry Brilliant, al que conoció en el ashram de la India. «¿Todavía crees en Dios?», le preguntó Jobs. Su amigo contestó que sí, y estuvieron charlando de los diferentes caminos conducentes a Dios que les había enseñado su gurú hindú, Neem Karoli Baba. Entonces Brilliant le preguntó a Jobs cuál era el problema. «Tengo cáncer», respondió este[9].
Una tarde soleada en que no se encontraba demasiado bien, Jobs estaba sentado en el jardín trasero de su casa y reflexionó sobre la muerte. Habló acerca de sus experiencias en la India de casi cuatro décadas atrás, su estudio del budismo y sus opiniones sobre la reencarnación y la trascendencia espiritual. «Creo en Dios aproximadamente al cincuenta por ciento –afirmó-. Durante la mayor parte de mi vida he sentido que debía de haber algo más en nuestra existencia de lo que se aprecia a simple vista». Reconoció que, a medida que se enfrentaba a la muerte, podía estar exagerando aquella posibilidad motivado por un deseo de creer en una vida más allá de esta. «Me gusta pensar que hay algo que sobrevive después de morir –comentó-. Resulta extraño pensar que puedas acumular toda esta experiencia y tal vez algo de sabiduría, y que simplemente desaparezca, así que quiero creer que hay algo que sobrevive, que a lo mejor tu conciencia resiste». Se quedó callado durante un buen rato. «Pero, por otra parte, a lo mejor es como un botón de encendido y apagado -añadió-. ¡Clic!, y ya no estás»[10].
Es curiosa la reacción de Brilliant ante la pregunta sobre Dios: “¿Cuál es el problema?” En el fondo, unos de los temas principales, si no el principal, para el diálogo en el atrio de los gentiles es el problema del sentido. La pregunta por la propia felicidad, temporal y eterna, nos incumbe a todos. ¿Cómo ofrecer al ser humano actual la propuesta de Vida en abundancia (Jn 10,10) que nos trae Jesús? ¿Qué lenguaje significativo, ilusionante pero sin tintes macabros, tendremos que elaborar? ¿Por dónde empezar en este campo?
1.2 El atrio de los gentiles y la novela posmoderna.
Las películas de cine, las canciones y las novelas más leídas suelen dejarnos pistas importantes sobre lo que flota en nuestro ambiente. Pocos autores tienen el olfato del francés Michel Houellebecq a la hora de rastrear las nuevas tendencias culturales (Las partículas elementales, Plataforma, La posibilidad de una isla…). Su más reciente novela[11] ofrece también sugerencias interesantes:
1.2.1 La ignorancia sobre la esencia de la fe cristiana.
Más sorprendente aún: él [aunque no era creyente] estaba familiarizado con los principales dogmas de la fe católica, cuya huella en la cultura occidental había sido tan profunda, mientras que sus contemporáneos, por lo general, sabían sobre la vida de Jesús un poco menos que sobre la de Spiderman[12].
Desde la ironía, Houellebecq reconoce la ignorancia sobre cuestiones religiosas del hombre de hoy. ¿Qué implicaciones se desprenden de aquí de cara a una actitud pastoral paciente y hermenéutica en el atrio de los gentiles? ¿No damos demasiado por supuesto a veces? ¿Nos molestamos en explicar y aclarar de modo inteligible nuestras propuestas? ¿Por qué algunos cristianos parecen disfrutar siendo oscuros y crípticos en sus mensajes?
1.2.2 Como se percibe al sacerdote en las ciudades occidentales.
El protagonista de la novela es un pintor que retrata en sus cuadros a diversos profesionales. A la hora de pintar a un sacerdote, el autor hace esta descripción, que no es en absoluto peyorativa. No critica a los sacerdotes normales. Sencillamente, no los comprende:
Había pensado varias veces en aquel sacerdote que físicamente se parecía un poco a François Hollande, pero al contrario que el dirigente político se había hecho eunuco por Dios. Muchos años más tarde, después de haber comenzado la «serie de oficios sencillos», Jed había proyectado en varias ocasiones hacer un retrato de uno de aquellos hombres castos y abnegados que, cada vez menos numerosos, atravesaban las metrópolis para aportarles el consuelo de su fe. Pero había fracasado, ni siquiera había conseguido capturar el tema. Herederos de una milenaria tradición espiritual que ya nadie comprendía realmente, en otro tiempo situados en primera fila de la sociedad, los curas se veían actualmente reducidos, al término de estudios espantosamente largos y difíciles que abarcaban el dominio del latín, del derecho canónico, de la teología racional y de otras materias casi incomprensibles, a subsistir en miserables condiciones materiales, a pasar de un grupo de lectura del Evangelio a un taller de alfabetización, a decir misa cada mañana para unos feligreses escasos y avejentados, todo goce sensual les estaba vetado, y hasta los placeres elementales de la vida familiar, obligados sin embargo por la función que desempeñan a manifestar día tras día un optimismo forzoso. Los jóvenes sacerdotes urbanos constituían un tema desconcertante e inaccesible para quienes no compartían su fe[13].
Este texto me ha hecho preguntarme: ¿Se han vuelto incomprensibles las figuras del sacerdote, de la religiosa, del creyente practicante a los ojos del “hombre de la calle”? ¿Nos preocupamos por presentar la propia vida con sencillez y claridad al entrar en los diversos atrios de los gentiles? ¿Qué cariz nuevo tomaría según esto la famosa invitación de la Primera Carta de San Pedro a “dar razón de nuestra esperanza” (1Pe 3,15)? ¿Y la invitación de Pablo VI a dar testimonio y no sólo hablar en Evangelii Nuntiandi, nº 41? ¿No nos confundimos a veces al interpretar lo que nos dicen, y nos sentimos descalificados cuando se trata más bien de incomprensión?
1.2.3 De nuevo el límite de la muerte.
Al día siguiente, durante la misa del funeral [de la abuela de Jed], a la que asistió todo el pueblo, y después delante de la iglesia cuando recibían el pésame, Jed se dijo que su padre y él estaban notablemente adaptados a aquel tipo de circunstancias. Pálidos y cansados, los dos vestidos con un traje oscuro, no les costaba nada expresar la gravedad, la tristeza resignada propias de la ocasión; incluso apreciaban, sin poder suscribirla, la nota de discreta esperanza que aportó el cura: él también anciano, un veterano de los entierros, que debían de ser su actividad principal, habida cuenta de la edad de la población. Al volver hacia la casa, donde habían servido el vino de honor, Jed se percató de que era la primera vez que asistía a un entierro serio, a la vieja usanza, un entierro que no pretendía escamotear la realidad del fallecimiento. En París había asistido varias veces a incineraciones; la última fue la de un compañero de Bellas Artes, que había muerto en un accidente aéreo durante sus vacaciones en Lombok; le había sorprendido que algunos de los presentes no hubieran apagado el móvil en el momento de la cremación[14].
Al pensarlo cayó en la cuenta de que desaprobaba completamente la tendencia modesta, moderna, consistente en ser incinerado y que dispersaran tus cenizas en plena naturaleza, como para mostrar mejor que regresabas a su seno, que te mezclabas de nuevo con los elementos. Y hasta en el caso de su perro, Michel, muerto cinco años atrás, había optado por enterrarlo -depositando cerca de su pequeño cadáver, en el momento de inhumarlo, un juguete que le gustaba especialmente- y erigirle un humilde monumento en el jardín de la casa de sus padres, en Bretaña, donde su padre había fallecido el año anterior, y que Jasselin no había querido revender, con la idea quizá de ir a vivir allí, Héléne y él, cuando se jubilase. El hombre no formaba parte de la naturaleza, se había elevado por encima de ella, y el perro, desde su domesticación, también se había elevado por encima, eso era lo que pensaba en el fondo de sí mismo. Y cuanto más reflexionaba sobre ello, tanto más le parecía impío, aunque no creyera en Dios, tanto más le parecía en cierto modo antropológicamente impío, dispersar las cenizas de un ser humano sobre los prados, los ríos o el mar, o incluso, como creía recordar que había hecho el fantoche de Alain Gillot-Pétré, considerado en su tiempo la persona que había rejuvenecido la presentación televisada del boletín meteorológico, en el ojo de un huracán. Un ser humano era una conciencia, una conciencia única, individual e irreemplazable, y merecía por ello un monumento, una estela, al menos una inscripción, en suma, algo que afirmara y trasladase a los siglos futuros el testimonio de su existencia […]. La misa en sí fue para Jasselin, como de costumbre, un momento de aburrimiento mortal. Había perdido todo contacto con la fe católica desde que tenía diez años, a pesar del gran número de entierros a los que había tenido que asistir, y nunca había conseguido recobrarlo. En el fondo no comprendía nada de la misa, ni siquiera sabía exactamente de qué quería hablar el cura; hubo menciones de Jerusalén que le parecieron fuera de lugar, pero se dijo que debían de tener un sentido simbólico. Sin embargo, tenía que reconocer que el rito le parecía adecuado, que las promesas relativas a una vida futura en este caso eran bien recibidas. En el fondo, la intervención de la Iglesia era mucho más legítima en el caso de un entierro que en el de un nacimiento o una boda. Allí estaba perfectamente en su elemento, tenía algo que decir sobre la muerte; sobre el amor, ya era más dudoso[15].
Me parecen interesantísimas las reflexiones de Houellebecq sobre “el escamotear la realidad del fallecimiento” en las grandes ciudades y la importancia de “un entierro serio”, así como sobre la dignidad única del ser humano aún después de su muerte. De nuevo, el tema del sentido de la vida y de la muerte. Una cuestión que nunca se ha ido ni se irá. Sólo hay que adivinar los nuevos lenguajes en que se expresa. ¿Y qué decir de la impresión de que la Iglesia tiene algo que decir sobre la muerte pero no sobre el amor? El sentido de la vida, de la muerte, del amor… ¿no son temas más que suficientes para dialogar con desnuda sinceridad en los cotidianos atrios de los gentiles? ¿Cómo plantearlos sin parecer aguafiestas, pero tampoco superficiales o intrascendentes, como lo son, según Houellebecq, esos que “escamotean la realidad de la muerte” o “no apagan su móvil durante una cremación”? Algunos conocidos pensadores actuales, como Gianni Vattimo, han retornado, si bien a su aire, al cristianismo precisamente a partir de plantearse el problema del sentido tras la pérdida de personas queridas[16].
- El diálogo abierto como contenido central en el atrio de los gentiles
Precisamente este pensador, Gianni Vattimo, defiende que los cristianos hoy han de promover el diálogo abierto y no tratar de hacer callar a las personas, pues “hacer callar” es la mayor violencia. Eso mismo pretendía la Gaudium et Spes: el diálogo entre la Iglesia y el mundo actual. En realidad, el concepto y realidad del diálogo es un “hijo rojo” que recorre la espina dorsal de la Biblia. Ésta nos muestra a un Dios que hace alianza con Israel y se nos acerca y autocomunica en la encarnación de Cristo. Dios no se impone violentamente, como muestran, por ejemplo, las palabras de Jesús sobre el amor a los enemigos en Mt 5,38-48; el mandato de guardar la espada en Getsemaní en Mt 26,52; o estas palabras de la Primera Carta de Pedro: “Dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto” (1Pe 3,15-16). En este último caso, el complemento circunstancial con dulzura y respeto es la conclusión lógica de la exhortación previa a “no devolver mal por mal” (1Pe 3,9). Algunos teólogos como Bernard Rey y Christian Duquoc han escrito brillantes y fundamentadas páginas sobre la “discreción de Dios”[17], que nunca se impone abusivamente, sino que respeta la libertad del ser humano, y que pide el consentimiento de María para su encarnación (cf. Lc 1).
Dado que el discípulo no puede ser distinto de su Señor (cf. Mt 10,24-25), la Iglesia debe mantener dicho diálogo respetuoso con el mundo, como plantea la Gaudium et Spes. Encontramos la misma invitación, por ejemplo, en la Dignitatis Humanae: “Dios llama ciertamente a los hombres a servirle en espíritu y en verdad, y por eso éstos quedan obligados en conciencia, pero no coaccionados. Porque Dios tiene en cuenta la dignidad de la persona humana que El mismo ha creado, que debe regirse por su propia determinación y gozar de libertad. Esto se hizo patente sobre todo en Cristo Jesús, en quien Dios se manifestó perfectamente a sí mismo y descubrió sus caminos. En efecto, Cristo, que es Maestro y Señor nuestro, manso y humilde de corazón, atrajo pacientemente e invitó a los discípulos […]. Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su reino no se defiende a golpes, sino que se establece dando testimonio de la verdad y prestándole oído, y crece por el amor con que Cristo, levantado en la cruz, atrae a los hombres a Sí mismo” (DH 11).
El Papa Pablo VI escribió en 1964 una importante encíclica, la Ecclesiam suam, para favorecer dicho diálogo, pues “la Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio” (ES 27)[18]. Según Pablo VI, “en el diálogo se descubre cuán diversos son los caminos que conducen a la luz de la fe y cómo es posible hacer que converjan a un mismo fin […]. La dialéctica de este ejercicio de pensamiento y de paciencia nos hará descubrir elementos de verdad aun en las opiniones ajenas, nos obligará a expresar con gran lealtad nuestra enseñanza y nos dará mérito por el trabajo de haberlo expuesto a las objeciones y a la lenta asimilación de los demás” (ES 32). En la actualidad, no extraña oír decir a un cardenal que la Iglesia debe dialogar con la sociedad actual y proponer la verdad del evangelio sin intentar imponerla, como hizo en abril de 2008 el Cardenal de Barcelona en una conferencia en el Club siglo XXI de Madrid: “Ante la realidad de nuestra sociedad pluralista se exige buscar el «sitio» propio de los cristianos y de la Iglesia en esta nueva situación socio-cultural, sin que ello suponga la pérdida de la propia identidad. La Iglesia no puede pretender imponer a otros su propia verdad. La relevancia social y pública de la fe cristiana ha de evitar una pretensión de hegemonía cultural, que se daría si no se reconociera que la verdad se propone y no se impone. Pero ello no significa que la Iglesia no deba ofrecerla a la sociedad, en la totalidad de lo que significa el anuncio del Evangelio”[19]. En estas palabras resonaban, evidentemente, las pronunciadas por Juan Pablo II en su última visita a Madrid, en mayo de 2003: “Las ideas no se imponen, se proponen”.
Pues bien, el atrio de los gentiles es el lugar que simboliza dicho diálogo abierto y respetuoso. Pero es un diálogo en tierra de nadie. Si se nos permite el símil deportivo, el atrio de los gentiles es un campo neutral. Ninguno de los participantes juega con la ventaja de ser equipo local. El atrio es un lugar de intersección e igualdad, donde todos valemos lo mismo y los argumentos no vencen por un principio externo de autoridad ajeno al propio diálogo, del tipo “porque lo digo yo y ya está” o “usted nos abe con quién está hablando”.
No todos los grupos cristianos saben hablar en este terreno de todos que es el atrio. Ellos sólo saben hablar desde el púlpito, desde el rol, y en concreto el rol de autoridad. Pero en el atrio nadie es más que nadie. La credibilidad y la confianza hay que ganarlas y merecerlas, no se conceden de entrada, y mucho menos se imponen. Dicho de otro modo: cuando en octubre de 2011 la filósofa, teórica de la literatura, psicoanalista y escritora feminista francesa de origen búlgaro Julia Kristeva fue invitada a hablar ante el Papa como agnóstica, fue escuchada como alguien que tenía algo importante que decirnos a los creyentes, en un diálogo de igual a igual. ¿Somos capaces de escuchar en los ambientes de pastoral juvenil a los jóvenes como alguien con quien se puede hablar de igual a igual, que no son, por tanto, meros destinatarios pasivos?
Aún lo diremos de otra manera: si vienes a la Iglesia o una institución cristiana, yo puedo llamarte superficial en mi terreno porque no entiendes ni hablas mi juego de lenguaje, mi vocabulario de iniciado, en el sentido que le dio a esta expresión el segundo Wittgenstein. En el atrio, no. En el atrio de los gentiles, cuando sólo hablo mi juego de lenguaje propio, críptico, nadie me va a entender ni me va a dar crédito. La otra posibilidad, la deseable, es tratar de hablar un lenguaje inteligible para la mayoría de personas “normales”. En definitiva, no se trata de que los demás entren en mi juego lingüístico, sino jugar a un juego común, el lenguaje cotidiano del hombre de la calle del siglo XXI. Si el Verbo de Dios se ha encarnado en la realidad humana, ¿por qué hay que “hablar raro” o “vestirse raro” para hacer teología o propuestas pastorales? En tiempo de Jesús, en todo el Mediterráneo la gente se entendía hablando el llamado griego-koiné. El concepto de atrio de los gentiles nos invita a los agentes de pastoral a comprender y expresarnos en la koiné cultural actual. A Jesús le comprendía el pueblo y se alegraba de entenderle: “¡Este sí que habla con autoridad!” En ese caso, autoridad (auctoritas) equivalía a credibilidad, y ésta se gana en la vida común a todos, a ras de suelo, no desde un púlpito, desde un título de dignidad o desde unas leyes.
En realidad, los mejores ejemplos sobre las actitudes que hay que mantener en los atrios de los gentiles cotidianos nos los da Jesús cuando dialoga con la mujer samaritana (cf. Jn 4), con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24), con Nicodemo (cf. Jn 3). Jesús se encuentra con aquella mujer samaritana en su ambiente, en su pueblo, junto al pozo que era de todos y de nadie, y por eso un buen atrio de gentiles.
- Los pequeños atrios de los gentiles en la vida cotidiana
Este diálogo abierto y respetuoso “en tierra de nadie”, que muchas veces será improvisado y surgirá sobre la marcha, es una llamada a todo agente de pastoral y, en general, a todo creyente cristiano, para saber dar razón de su fe y proponer el evangelio de Jesús en diversos encuentros y ocasiones. Esto supone estar siempre atentos a las inquietudes que flotan en nuestro ambiente socio-cultural, como exponíamos en el aparatado 1, y estar permanentemente dispuestos a confrontarnos en el diálogo y ofrecer con respeto e ilusión la propuesta de vida de Jesús de Nazaret, como hemos contado en el apartado 2. Por eso, el atrio cotidiano de los gentiles se encuentra hoy:
* En la calle, en las distancias cortas, en los encuentros casuales.- Ya decía Chesterton que desconfiaba de las personas que tienen grandes discursos para salvar el mundo, pero luego son incapaces de conversar media hora con su peluquero.
* En los nuevos medios de comunicación y en las redes sociales.- Es importante aprender a expresar mensajes positivos, a no insultar o polemizar estérilmente, a llegar al corazón de la mayoría de las personas de hoy, con sus inquietudes, alegrías y preocupaciones.
* En la cultura.- El esfuerzo por estar presentes en el teatro, en la pintura, en la música, en el cine, en la arquitectura de hoy, con un lenguaje cristiano atractivo, que no sea medieval ni trasnochado parece más decisivo que nunca. La historia cristiana occidental, leída con inteligencia, puede enseñarnos mucho al respecto.
* En el encuentro con personas que viven situaciones límite y se hacen planteamientos por el sentido global de la vida.- El límite experimentado por las personas ante el sufrimiento y la muerte, como veíamos en los textos de Jobs y Houellebecq, constituye un reto formidable para la pastoral cristiana actual. Un reto y una oportunidad.
* En los problemas diarios y cotidianos de búsqueda de felicidad.- El atrio de los gentiles de la pastoral juvenil se encuentra en el colegio o en la universidad, en las asociaciones de tiempo libre, en los problemas laborales y de exclusión que viven los jóvenes… En ese terreno vital se dialoga con ellos, allí donde nadie es más que nadie y a cada paso nos jugamos la credibilidad.
En definitiva, cuando a inicios del siglo XVII San Francisco de Sales recorría la región calvinista del Chablais, y tenía que hacer pastoral en un ambiente inhóspito y en plena intemperie, nos dejó un ejemplo espléndido de lo que supone “ganar alma a alma”, como dejó escrito en el lenguaje de su tiempo. Hoy se nos invita a pasar del “y si no vienen, ellos se lo pierden” al salir afuera, a la intemperie, y ofrecer el evangelio como plenitud de la vida.
Por fin, una última sugerencia sobre el lenguaje apropiado en el atrio cotidiano de los gentiles: ¿Qué lenguaje pastoral tipo twitter –no más de 140 caracteres…- estamos elaborando? ¿Es positivo o negativo escucharnos? ¿Se parecen nuestras afirmaciones, por ejemplo, a esta frase del evangelio de Juan: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16)?
Jesús Rojano
[1] http://www.cortiledeigentili.com/index.php.
[2] Ver, por ejemplo: http://www.googlezeitgeist.com/es#en/
[3] Sobre la necesidad de ser críticos con Google y otros buscadores, cf. A. SUÁREZ SÁNCHEZ-OCAÑA, Desnudando a Google. La inquietante realidad que no quieren que conozcas, Barcelona, Planeta, 2012.
[4] W. ISAACSON, Steve Jobs. La biografía, Barcelona, Debate, 2011.
[5] W. ISAACSON, Steve Jobs, pp. 38-39.
[6] W. ISAACSON, Steve Jobs, pp. 525-526.
[7] http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/letters/documents/hf_jp-ii_let_23041999_artists_sp.html.
[8] http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2009/november/documents/hf_ben-xvi_spe_20091121_artisti_sp.html.
[9] W. ISAACSON, Steve Jobs, pp. 557-558.
[10] W. ISAACSON, Steve Jobs, p. 694.
[11] Cf. M. HOUELLEBECQ, El mapa y el territorio, Barcelona, Anagrama, 2011.
[12] M. HOUELLEBECQ, El mapa y el territorio, p. 40.
[13] M. HOUELLEBECQ, El mapa y el territorio, p. 87.
[14] M. HOUELLEBECQ, El mapa y el territorio, pp. 45-46.
[15] M. HOUELLEBECQ, El mapa y el territorio, p. 285.
[16] Cf. cf. G. VATTIMO, Creer que se cree, Barcelona, Paidós, 1996.
[17] Cf. B. REY, La discreción de Dios. Espacio para la libertad y la misión, Santander, Sal Terrae, 1998; Ch. DUQUOC,Mesianismo de Jesús y discreción de Dios, Madrid, Cristiandad, 1985.
[18] Cf. también JUAN PABLO II, Novo millennio ineunte, nº 55-56.
[19] L. MARTÍNEZ SISTACH, La presencia pública de la Iglesia en la sociedad de hoy, en Vida Nueva 2612 (10-16 mayo 2008), p. 28.