PASTORAL JUVENIL Y PASTORAL FAMILIAR

1 julio 2011

Fabio Attard, sdb.
Consejero General para la Pastoral Juvenil

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
En la primera parte del artículo, el autor se acercar a la familia iluminado por textos del magisterio. Organiza su reflexión en estos puntos: familia que comprender, que acompañar y que acompaña. Como conclusión de esta parte el autor propone una pastoral de la verdad, de la santidad y de la misericordia. En la segunda parte, busca puntos de encuentro en la pastoral juvenil y la pastoral familiar. Concreta su reflexión en experiencias que evidencia los frutos pastorales que está relación ofrece. Finaliza el artículo haciendo ver la necesidad de unos pastores y educadores realmente fortalecidos en su vida pastoral y espiritual.
 
El binomio pastoral juvenil y pastoral familiar no es un binomio que acerque dos realidades lejanas. Logramos ver la gran convergencia entre las dos realidades sin hacer grandes esfuerzos. Pero hay que decir que normalmente no hemos puesto juntas muchas veces las dos realidades. Tanto a nivel de reflexión como a nivel práctico, hasta hace algunos años, los puentes entre las dos eran raros.
En esta reflexión querría ofrecer algunas reflexiones que espero sirvan de ayuda para un acercamiento útil para una pastoral juvenil más lograda y para una pastoral familiar que, cada vez más, haga a la familia protagonista, como puede y debe ser.
Lo hago en dos partes: la primera parte trata del camino teológico y pastoral de la familia hecho en el surco del Concilio Vaticano II, con atención especial a la Constitución Gaudium et Spes (GS). Junto a esta reflexión no podemos ignorar la gran aportación del Beato Juan Pablo II por medio de la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio y todo su ministerio en favor de la familia. La segunda parte trata de explorar los puntos focales de una pastoral familiar y sus convergencias con los núcleos de la espiritualidad juvenil salesiana. A continuación hago una presentación de algunas propuestas pastorales que favorezcan la convergencia entre las dos áreas: la juvenil y la familiar.
 

  1. La Familia QUE COMPRENDER

Creo que es importante volver a la GS para descubrir los elementos fundamentales y básicos que ayuden a una sana comprensión de la familia. Aunque hoy vemos más fácilmente a la familia como sujeto de evangelización, no debemos olvidar que antes del Concilio Vaticano II, esa comprensión no había madurado todavía. El proceso se madura de manera muy clara con y después del acontecimiento conciliar.
En GS el matrimonio y la familia son el primer tema tratado después de una primera parte que presenta una abundante y profunda reflexión sobre la dignidad de la persona humana. El matrimonio y la familia anticipan temas como: la cultura, la vida económico-social, la vida política, la solidaridad entre las naciones y la paz.
GS traza un perfil de la familia que para nosotros hoy, en su relación con la pastoral juvenil, tiene todavía mucho que decirnos.
 
a) Ante todo, a la familia no se la ve como una entidad de tipo pasivo, no es un objeto para estudiar, un problema que resolver. Por el contrario, la familia es una condición esencial que promueve y asegura el bien de las personas: “el bien de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a una feliz orientación de la comunidad conyugal y familiar” (GS 47). Partiendo de estas afirmaciones, muy positivas para todos nosotros que estamos implicados en la pastoral juvenil, hoy es más urgente que nunca mantener viva esta visión: la familia es una experiencia que tiene la capacidad y la llamada a colaborar en el bien de la persona. Comprender a la familia en esta óptica nos obliga a una visión de la pastoral en sentido amplio en la que la implicación de la familia se convierte en una necesidad.
b) La segunda afirmación que nos deja GS es que la familia es una experiencia de sacralidad que necesariamente interactúa con la sociedad. En esta dialéctica vive y debe encontrar su fuerza. El factor social, también con los retos que esto lleva consigo, no suprime, y en todo caso aumenta, el valor de la familia. Por consiguiente, se hace sentir más la necesidad de no abandonar esta dimensión sagrada suya: “el Concilio… se propone iluminar y animar a los cristianos y a todos los hombres que se esfuerzan en salvaguardar y promover la dignidad natural y el altísimo valor sagrado del estado matrimonial” (GS 47).
De estas primeras afirmaciones brota una visión de la familia, que en su acercamiento a la pastoral juvenil nos invita a un discernimiento cuidadoso para encontrar nuevas metodologías pastorales. Metodologías que nos hacen no sólo apreciar a la familia por lo que es, sino a la familia por lo que puede ser todavía.
c) El tercer punto que nos ofrece la GS, está en el contexto de la santidad. El valor de la familia en su dialéctica social, proclama a todos el mensaje de santidad. Todos los protagonistas de la familia, están comprometidos en una experiencia que no es sólo humana, sino espiritual, mística. La rica experiencia vivida por los que componen la familia, no puede mirarse como una experiencia herméticamente cerrada: es una experiencia que debe compartirse, que debe ofrecerse.
Me parece importante que notemos aquí la lógica que nos ofrece GS. La familia como condición para el bien de las personas, se convierte en una experiencia de sacralidad, una experiencia que debe proclamarse: “La familia pondrá con generosidad en común con las otras familias sus riquezas espirituales. Entonces la familia cristiana que nace del matrimonio, como imagen y participación de la alianza de amor de Cristo y de la Iglesia manifestará a todos la viva presencia del Salvador en el mondo y la genuina naturaleza de la Iglesia” (GS 48).
d) Por último, GS completa el cuadro indicando la dimensión humana bien realizada de la experiencia familiar: “La familia es una escuela de enriquecimiento humano. Pero para que pueda alcanzar la plenitud de su vida y de su perfeccionamiento es necesaria una cariñosa apertura mutua de grandeza entre los cónyuges, y la consulta recíproca y una continua colaboración entre los padres en la educación de los hijos” (GS 52).
GS no habla aquí de una humanización solamente dentro de la vida familiar. La verdadera humanidad se experimenta dentro, pero para poder compartirla también fuera. La familia se convierte no sólo en un espacio para los miembros de la familia, sino en un hogar que alimenta y ofrece ese fuego y esa luz de la que se goza y de la pueden gozar muchos más.
En efecto, ya encontramos en la GS una alusión, muy clara y sin equívocos, a lo que será a su tiempo una verdadera primavera de la pastoral familiar: “Las diversas obras de apostolado, especialmente los movimientos familiares, se dedicarán a sostener con la doctrina y con la acción a los jóvenes y a los mismos esposos, especialmente a las nuevas familias, y a formarlos en la vida familiar, social y apostólica” (GS 52).
La familia nos la presenta el Concilio Vaticano II dentro de una visión de santidad dinámica, de contacto con la sociedad, y también de acción misionera. No tenemos una concepción cerrada, en la que quien forma la familia está llamado sólo a defenderse. Tenemos un cuadro que abarca el carácter místico y el misionero, uniendo la dimensión social y la humana. Es fundamental captar esos rasgos, que muchas veces olvidamos, ya que la ausencia de esos cimientos puede ser la causa de muchas peligrosas improvisaciones, que van después a dañar el esfuerzo hacia una pastoral verdaderamente educadora y evangelizadora.
Concluye así la GS la reflexión sobre la familia: “Por último, los mismos esposos, creados a imagen de Dios vivo, e envestidos de una auténtica dignidad personal, estén unidos por un mutuo afecto igual, por el mismo modo de sentir, por una común santidad, de modo que, siguiendo a Cristo, principio de vida en las alegrías y en los sacrificios de su vocación, a través de su amor fiel, puedan convertirse en testigos del misterio de amor que el Señor reveló al mundo con su muerte y su resurrección” (GS 52).
Su testimonio es el fruto y, al mismo tiempo, la renovada energía para una circularidad que da vida. Un testimonio del que hoy más que nunca sentimos la necesidad de descubrir, para hacer accesibles los tesoros de gracia y de felicidad de los que tantos sienten necesidad.
 

  1. La Familia QUE ACOMPAÑAR

En la estela de la GS, tenemos otro documento de notable importancia: la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio(FC) del Beato Juan Pablo II. Ofrezco algunos puntos de esa Exhortación que deben leerse a la luz de la reflexión anterior basada en la GS.
Naturalmente, existe una continuidad que no es sólo de pensamiento teológico, sino de un enriquecimiento pastoral muy profundo. Me limito a comentar brevemente la cuarta parte que presenta la pastoral familiar: tiempos, estructuras, agentes y situaciones.
El Beato Juan Pablo II ofrece dos indicaciones que son como faros para la pastoral familiar. Por el objetivo que aquí nos proponemos, podemos también decir que esos faros iluminan también la pastoral juvenil.
 
a) Indicando a la Iglesia el camino que acompaña a la familia cristiana, escribe: “A la luce de la fe y en virtud de la esperanza, también la familia cristiana participa, en comunión con la Iglesia, en la experiencia de la peregrinación terrena hacia la plena revelación y realización del Reino de Dios” (FC 65).
Más claro y explícito no podía ser. La familia está llamada a encontrarse en primera línea en la acción evangelizadora de la Iglesia. La familia es protagonista en la acción misionera de la Iglesia. No sólo recibe, sino que da. El punto crucial para nosotros hoy, diría también, el peligro más cercano, es este: ¿cómo interpretar ese protagonismo? ¿por medio de qué propuesta logramos implicar a la familia a encontrarse a sí misma? En otras palabras, ¿cómo traducir la visión que nos ofrecen la Gaudium et Spes y la Familiaris Consortio?
En la pastoral familiar encontramos los mismos retos que en las últimas décadas hemos encontrado algunas veces en la pastoral juvenil: es decir, que no se daba equilibrio entre la fuerza radical de la ‘palabra’ transmitida, recibida y vivida, dentro de caminos que han tratado de enlazar lo cultural y lo cotidiano con lo espiritual.
b) En esta óptica, el segundo punto que nos ofrece la exhortación es muy explícito: “Hay que subrayar una vez más la urgencia de la intervención pastoral de la Iglesia en sostener a la familia. Hay que hacer todos los esfuerzos para que la pastoral de la familia se afirme y se desarrolle, dedicándose a un sector verdaderamente prioritario, con la certeza de que la evangelización, en el futuro, depende en gran parte de la Iglesia doméstica” (FC 65).
La indicación para una pastoral de la familia, más consolidada y desarrollada, es un reto que no podemos afrontar con superficialidad y ligereza. Si el verdadero bien de la familia consiste en la capacidad de amplificar y compartir el bien, vivido con alegría y ofrecido con amor, el reto que tenemos es el de ofrecer caminos que sean verdaderamente sólidos.
La realidad pastoral vivida por muchos de nosotros nos dice que hoy la familia está a la búsqueda de una fuerza que la acompañe. Muchos padres se sienten perdidos por la falta de puntos de referencia que los ayuden a afrontar los nuevos retos educativos. Son muchas las experiencias en las parroquias y las escuelas, los oratorios y centros juveniles, donde la familia está aprovechando esta doble atención: por una parte la conciencia de que la familia, por ser un sacramento eclesial, está acompañada en su crecimiento espiritual. Junto a esta atención, tenemos testimonios en los que la familia está también viviendo una misión apostólica real dentro de la Iglesia. Son varias las diócesis que lo que hemos expuesto hasta ahora han sabido traducirlo en procesos de catequesis, pero también de acción misionera: una verdadera diaconía. Lo mismo podemos decir de muchas instituciones que han sabido ampliar la visión pastoral sobre la familia ofreciendo un recorrido de circularidad entre la familia y la escuela, entre la familia y el oratorio. Nos referiremos a estas experiencias más adelante.
 

  1. La Familia QUE ACOMPAÑA

Esta doble dimensión, la familia como objeto de la atención pastoral, junto a la familia como agente pastoral, está ya presente en la reflexión de Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi (EN), donde presenta los dos movimientos de una manera integrada. Escribe: “la familia, como la Iglesia, debe ser un espacio en el que el Evangelio se transmite y desde la que el Evangelio se irradia” (EN 71). La familia como el lugar donde se recibe, pero también donde se transmite la buena noticia.
Es la misma línea que encontramos en el ministerio del Beato Juan Pablo II. La familia era como un clavo fijo en sus discursos, en su insistencia en torno al tema de la nueva evangelización. Estaba convencido, y nosotros hoy sabemos qué justificada estaba su insistencia, de que “la pastoral familia debe situarse sin falta, en la perspectiva de una renovada evangelización, entre las prioridades. Aquí está en juego el bien y el porvenir de la Iglesia en Europa no menos que el bien y el porvenir de la sociedad europea”[1].
Cito sólo esta reflexión porque es muestra de todo su ministerio en relación con el tema de la familia. Sobre la familia ponía un fortísimo acento. Los avances en el campo pastoral logrados en las tres últimas décadas confirman que ese es el camino que hay que recorrer. Es grande la necesidad de que la familia sea acompañada; y estimulante y sorprendente es la respuesta de muchos padres que, ante una atención pastoral más cuidada, llegan a descubrir las raíces de una fe perdida, el consuelo de una fe abrazada, seguida por la alegría de una fe compartida.
 

  1. La Familia y la Nueva Evangelización – Líneas de propuesta

Los esfuerzos del Pontificio Consejo para la Familia, indican cada vez más este doble interés: una atención pastoral mayor a la familia en un contexto social muy secularizado y la conciencia de que se vea a la familia como protagonista en un escenario marcado por la urgencia evangelizadora.
Antes de entrar detalladamente en esta área, hago un breve paréntesis. Me apremia indicar en este momento una convergencia de naturaleza fundamental entre la pastoral familiar y la pastoral juvenil. Veremos que la prioridad que tenemos en la pastoral familiar es idéntica a la que tenemos en el campo de la pastoral juvenil.
Lo indico per dos motivos: ante todo porque no se puede olvidar que la raíz del reto pastoral es idéntica. Es verdad que las propuestas son diferentes, pero sólo porque estamos caminando con personas de diversos estados de vida. Sigue la misma sed y hambre de un camino trascendente. Y es igual la búsqueda de lo que tiene el poder de ofrecer significado a la vida. Segundo, para evitar el peligro de confundir la diversidad de la propuesta pastoral con el contenido fundamental, que sigue siendo siempre el mismo: esto es, el encuentro con la persona de Jesucristo, con Él, que es la Buena Noticia.
Las grandes líneas para la pastoral familiar se trazan en torno a la verdad, la santidad y a la misericordia. Son una óptima base parar una pastoral familiar. Son tres pilares con cuya ayuda se pueden ofrecer caminos que, por una parte, contienen la totalidad de la propuesta de fe, y por otra tienen la flexibilidad de encontrar a las personas donde están, donde esas mismas personas piden que se las encuentre[2].
Si estamos convencidos de que la evangelización basa su fuerza en la irradiación de la presencia de Cristo Salvador, la fuerza de Jesús que atrae a los hombres a sí, entonces es dentro de esa dinámica donde la familia encuentra su justo lugar.
El Evangelio, al ser por su naturaleza una propuesta, pide que se encarne en los caminos de las personas, ofrecido a ellas en el pleno respeto a su historia, pero también en el pleno respeto a su sed y su hambre. Aquí no están en juego tanto el modelo de la verticalidad pastoral, como el de estar cerca, ser peregrinos en la familia.
En la lógica de la escucha y de la comunión, el Evangelio no se traduce como contenido que asimilar, sino como propuesta que escuchar. El Evangelio, para los que lo acogen, se convierte en vida ofrecida: “Para la evangelización no basta el Evangelio escrito: hace falta también el Evangelio vivido (No es suficiente la partitura musical escrita, diría San Francesco de Sales, se requieren el sonido y el canto). No basta la santidad objetiva de los sacramentos; hace falta también la santidad subjetiva de los santos… No se trata sólo de ejemplaridad de los buenos cristianos, sino de sacramentalidad eclesial; no sólo de buen uso de la libertad humana, sino de acogida de la gracia divina; no sólo de amor cristiano, sino del amor mismo de Cristo, acogido, llevado y manifestado a todos”[3].
Esa es la primera columna, la de la verdad. No hablamos aquí de una verdad ideológica, que debe memorizarse, sino de la verdad que se convierte en palabra, logos – razón que ilumina, luz que ayuda en el camino. La “pastoral de la verdad”, es el anuncio que ofrece sentido, valor y belleza. Nos invita a ver la realidad humana, apreciándola a la luz de la palabra. No es una verdad abstracta, recibida de manera fría. Es una verdad en la que se ve la propia historia, con sus potencialidades, con sus grandes oportunidades.
El segundo pilar, el de la santidad, está íntegramente conectado con la verdad. La formación de cristianos auténticos, el apoyo a las familias de sólida espiritualidad, el incremento de grupos y de comunidades eclesiales unidas y vivas, que se dejan animar y guiar por el fuerte influjo del Evangelio, cambia la vida de las personas de una manera cualitativa. La entrega en favor del propio crecimiento, humano y espiritual, abre a la persona, su historia, a ese contacto con Cristo y con su Iglesia, que se convierte en experiencia positiva, asimilada como un camino hacia metas altas.
Este descubrimiento de la verdad que se convierte en experiencia de santidad, ‘naturalmente’ conduce al tercer pilar, que es el de una pastoral de la misericordia. El compromiso en el territorio por medio del testimonio personal, se convierte en la efusión natural de esa verdad asumida y hecha propia. Una verdad que se convierte en energía dentro de la persona.
La fe cristiana – lex credendi – lleva a perfección su relación con Jesús – lex orandi –, a través de una vida evangélicamente vivida con los hermanos y hermanas– lex vivendi. La regla de oro, traducida con estos términos latinos de los Padres de la Iglesia, vale hoy más que nunca. Ser seguidores de Cristo significa vivir la mística en la sencillez cotidiana. Todo lo que compone la vida social, se convierte en espacio de la acción del creyente – el aprecio de lo bello, la dimensión cultural, el diálogo y la colaboración en la realidad social política, el interrogante de una pobreza cada vez más grande en una sociedad cada vez más progresada, el ambiente educativo y el pastoral.
 

  1. La Pastoral Juvenil y la Pastoral Familiar

Al llegar aquí se tiene la sensación, naturalmente, de que hemos hablado muy poco de la pastoral juvenil. No es una omisión, es una opción.
Creo que no podemos hablar de la convergencia entre las dos realidades sin una buena y sólida comprensión de la familia, como se ha madurado en las últimas décadas. Creo también que es justo reconocer que muchos agentes en el campo de la pastoral juvenil, aunque tienen una buena comprensión de la pastoral juvenil, no siempre gozan de un buen conocimiento y comprensión de la realidad familiar. Aquí me he limitado a una reflexión de tipo teológico y pastoral. Falta el espacio para hacer una lectura sociológica y cultural. Estoy convencido de que si queremos descubrir de un modo completo la convergencia entre la pastoral juvenil y la familiar, no podemos dejar esa lectura amplia sobre la familia.
Para crear una convergencia entre familia y jóvenes, querría interpretar los tres pilares que acabamos de exponer – verdad, santidad y misericordia – a la luz de la que nosotros llamamos la espiritualidad juvenil salesiana.
Conocemos bien los cinco núcleos fundamentales que nos ofrece el Capítulo General 23. Son los siguientes: espiritualidad de lo cotidiano, espiritualidad de la alegría y del optimismo; espiritualidad de la amistad con el Señor Jesús; espiritualidad de comunión eclesial; espiritualidad de servicio responsable[4].
Si estudiamos bien estos cinco núcleos, veremos una convergencia muy neta entre los tres pilares de la pastoral familiar y estos núcleos. Hago presente esta convergencia, porque antes he insinuado, que nos encontramos en una situación en la que cambia no tanto el contenido de la propuesta como la metodología de la misma. El reto de la metodología pastoral no es indiferente, porque la metodología es el medio humano a través del cual saltan los procesos.
Lo “cotidiano” en la espiritualidad juvenil no es sólo “cotidiano”. Es una realidad que esconde gérmenes de espiritualidad. La verdad está oculta en la historia de muchas personas. Nos toca a nosotros, los educadores /educadoras, saber descubrirla, ofrecer espacios y caminos que converjan con la cotidianidad, con sus esperanzas y angustias, sus alegrías y sus dolores.
La alegría y el optimismo salesianos no son condiciones efímeras: son dimensiones espirituales que, mientras se inspiran en la persona de Jesús – verdad –, conducen a Él – santidad. He ahí entonces el tercer núcleo de la espiritualidad juvenil salesiana. Un encuentro con Cristo como un camino “natural” de un alma que de la búsqueda del sentido hace de su vida un camino verdadero. Los dos últimos núcleos, comunidad eclesial y servicio responsable, convergen con el tercer pilar de la pastoral familiar – pastoral de la misericordia. ¡El que encuentra al Señor no puede sino compartirlo con los demás!
Esta breve reflexión la ofrezco para afirmar un objetivo muy preciso, ya señalado antes: esto es, existe una convergencia mucho más grande entre las dos realidades pastorales, la juvenil y la familiar, de lo que nosotros conocemos. Se trata de encontrar a las personas donde están, escuchar su sed y su hambre, acompañarlas en la búsqueda del que es la vida y es la verdad. Dentro de ese encuentro se maduran esas decisiones y se toman esos caminos misioneros, obras de misericordia, que sorprenden a todos. Ese es el camino que ofrecer en los dos campos pastorales.
Todo esto nos invita a todos nosotros que estamos implicados en la pastoral juvenil a preguntarnos: ¿cómo estamos mirando a la familia en nuestra acción pastoral?
Don Egidio Viganò, en su carta, En el Año de la Familia, escribe: “Pienso sinceramente que todos estamos convencidos de esta relación evangélica nuestra con las familias. El problema está hoy en las exigencias de la nueva evangelización que coloca en el primer puesto de los cuidados pastorales precisamente a la familia. Nosotros debemos revisar con especial atención este sector de compromiso que afecta vitalmente a nuestras actividades educativas, el cuidado de los laicos de nuestras asociaciones y la colaboración en las prioridades pastorales de la Iglesia local”[5].
El pensamiento de don E. Viganò refleja muy claramente la preocupación de entonces, la de una atención cada vez más orientada a la familia. Él indica algunas líneas, la de las asociaciones y la de los laicos comprometidos que, sin duda, siguen siendo actuales. Lo que hoy nosotros apreciamos es el ensanchamiento de esta frontera, fruto de un discernimiento pastoral que abre nuevas posibilidades pastorales.
 

  1. Experiencias Pastorales

En muchas partes de la Iglesia y de nuestra Congregación, estamos asistiendo a experiencias muy creativas en favor de la familia en el contexto de la misma acción pastoral juvenil. En la diversidad de la propuesta pastoral, hay siempre líneas fundamentales que son convergentes. Pero, como ya he señalado, la reflexión sobre la metodología pastoral es hoy más actual que nunca, porque indica una preocupación pastoral que tiene a las personas en el centro – su historia, su situación, su búsqueda.
Si comenzamos por la escuela, notamos dos grandes avances de notable interés. El primero se está verificando en la Comunidad Educativa Pastoral (CEP). Tenemos experiencias en las que la implicación de los laicos corresponsables y de los Salesianos dentro de la esfera escolar está produciendo caminos de crecimiento integral. Por una parte, la atención a la dimensión profesional y educativa debe estudiarse y proponerse en el ámbito de una profundización carismática y espiritual. La historia de las personas se evalúa en su integralidad. Una convergencia de lo humano y de lo profesional que se deja iluminar por lo espiritual y lo carismático.
En algunas inspectorías la propuesta de la formación en el espíritu salesiano, tanto de los laicos corresponsables como de los padres, abre el camino que explora la propia fe, su vivencia; pero también plantea la necesidad de una fe que, a su vez, debe compartirse. Es conocido que en algunas instituciones nuestras tenemos personas que a través de su contacto con el espíritu salesiano, sienten en su corazón procesos de búsqueda y de interrogantes de significado. Le corresponde a la comunidad salesiana, como núcleo animador, captar esos gérmenes, escuchar ese grito silencioso por parte de muchos laicos que caminan con nosotros.
Junto a esta nueva frontera, que creo que hay que cuidar todavía más, están creciendo experiencias en varias escuelas en favor de los padres de nuestros muchachos. En muchas circunstancias es verdad el dicho de que con el muchacho / la muchacha que acude a la escuela salesiana, está implicada toda la familia. Esas experiencias adoptan formas diversas. Existen escuelas que ofrecen cursos de educación a los padres de nuestros alumnos. Una experiencia como ésta hace ver la escuela no sólo como espacio académico para los estudiantes, sino como un espacio de referencia, educativa y pedagógica, para toda la familia. Comienzan en algunas escuelas experiencias mensuales de la comunicación de la palabra de Dios con momentos de reflexión, escucha y comunión. Son experiencias de lectio divina que allí donde se proponen, no sin resistencia, están creando espacios inéditos que son muy apreciados. Tenemos también escuelas que han incorporado en la CEP al grupo de padres que sostiene la escuela a través de varias actividades de naturaleza social y también de naturaleza religiosa.
En los lugares donde estas experiencias están en marcha, lo primero que sucede es que la comunidad salesiana y todos los que participan en ellas, ofrecen una imagen de la escuela como de una casa para toda la familia. Como tal, la misma familia que encuentra un espacio se siente apoyada de manera seria y cercana.
Sería interesante socializar esas experiencias para dar a conocer el bien que se está haciendo, pero que puede ser más por el inmenso bien que se puede hacer con propuestas sencillas, pero sólidas y escogidas.
El camino que se está haciendo en la escuela lo vemos también en varias partes del mundo en centros juveniles y oratorios. También aquí vemos que la experiencia de la implicación de los padres con animadores y animadoras en la CEP está dando resultados muy apreciados. El oratorio o el centro juvenil se convierten en un espacio donde todos tienen la posibilidad de ser protagonistas, de encontrar el apoyo cuya necesidad se siente hoy tanto.
Junto a estas experiencias hay que señalar todo el campo de los Salesianos Cooperadores. Debemos reconocer con alegría que en muchas partes del mundo esta vocación se toma muy en serio. Es deseable que esta propuesta se haga a muchos nuevos padres que descubren la experiencia salesiana a través de la entrada de sus hijos en nuestras escuelas u oratorios. Nos corresponde a nosotros, educadores y educadoras dar con la búsqueda de significado, la mayor parte de las veces escondido, que tienen en lo hondo de su corazón y hacer que se les invite a beneficiarse con un ambiente sano y feliz como pueden y deben ser nuestras casas.
 
Conclusión
Querría concluir esta reflexión, poniéndola en un contexto eclesial mucho más amplio. En la conferencia sobre Europa en la Crisis de las Culturas[6], el entonces cardenal Joseph Ratzinger comentaba así los tiempos que estamos viviendo con sus conquistas pero también con sus ansiedades y preguntas: “Vivimos un momento de grandes peligros y de grandes oportunidades para el hombre y para el mundo, un momento que es también de gran responsabilidad para todos nosotros… La seguridad, de la que tenemos necesidad como premisa de nuestra libertad y de nuestra dignidad, no puede venir en último término de sistemas técnicos de control, sino que pero puede brotar sólo, exactamente, de la fuerza moral del hombre: donde ella falta o no es suficiente, el poder que tiene el hombre se transformará cada vez más en un poder de destrucción.”
Ofreciendo esta lectura, tanto del tiempo como del profundo anhelo de la persona humana, Ratzinger trata el tema de la responsabilidad que nosotros, seguidores de Cristo, tenemos en este momento histórico, un periodo marcado por una agresiva búsqueda “de construir la comunidad humana absolutamente sin Dios.”
Al final de su discurso, después de tratar profundamente del influjo de la ilustración sobre la concepción actual de la persona y de su libertad, Ratzinger termina su conferencia refiriéndose a la figura de san Benito y al reto que sus tiempos le presentaban. El autor presenta a san Benito como una persona que, en el pleno conocimiento de los retos de su tiempo, supo ofrecer una experiencia que tenía no sólo líneas excepcionales sino, sobre todo, raíces sólidas: “Tenemos necesidad de hombres que mantengan la mirada dirigida hacia Dios, aprendiendo de allí la verdadera humanidad. Tenemos necesidad de hombres cuya inteligencia esté iluminada por la luz de Dios y a quien Dios abra el corazón, de modo que su inteligencia pueda hablar a la inteligencia de los otros y su corazón pueda abrir el corazón de los otros. Sólo por medio de hombres tocados por Dios, Dios puede volver junto a los hombres. Tenemos necesidad de hombres como Benito de Nursia que, en un tiempo de disipación y de decadencia, se lanzó a la soledad más extrema, logrando, después de todas las purificaciones que debió sufrir, subir de nuevo a la luz, volver y fundar en Montecassino, la ciudad sobre el monte que, con tantas ruinas, unió las fuerzas con las que se fraguó un mundo nuevo.”
Cerrar este artículo con esa cita es fundamental. El título que se me ha propuesto, toca, por una parte, un reto pastoral muy grande: más aún, trata su convergencia entre dos retos. Por otra, sin embargo, esconde un peligro muy sutil y muy real. El peligro está en que la convergencia entre la pastoral juvenil y la familiar la podamos percibir sólo a nivel teórico y práctico. Si nos quedamos en esos dos niveles, estoy seguro de que erramos el blanco, es decir, no llegamos a dar respuestas verdaderas que incidan profundamente en las historias de las personas de una manera duradera y profunda. No bastan una lectura y una propuesta que se basen solamente en la teoría y en el resultado práctico de la misma.
Urge ofrecer caminos, es necesario proponer experiencias que se maduren a la luz de la presencia de Dios. Tenemos necesidad de pastores y de educadores cuya inteligencia se deje enamorar por el amor y la presencia real de Jesús en su vida. Dios vuelve a las personas, Dios vuelve a las familias en la medida en que haya pastores y educadores que se dejen tocar por Dios, por su palabra, por su misterio hecho presente en la eucaristía. Armados con la fuerza de esta experiencia mística, podemos ser realmente profetas que anuncian la buena noticia, que acompañan a los jóvenes, padres y familias en su búsqueda de significado.
 

Fabio Attard sdb

 
[1] Desde la Familia, la Nueva Evangelización, Discurso de Juan Pablo II, al VI Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11 de octubre de 1985.
[2] Son puntos que ofrece el Cardenal Ennio Antonelli, en su introducción al Congreso Internacional, La familia cristiana, sujeto de evangelización, Roma, 25-27 noviembre 2010.
[3] Ibid.
[4] Capítulo General 23, Educar a los Jóvenes en la Fe, Roma, 4 de marzo – 5 de mayo de 1990.
[5] ACG n. 349, Roma, 10 de junio de 1994.
[6] Conferencia dada la tarde del viernes 1º de abril de 2005 en Subiaco, en el Monasterio de Santa Escolástica, con la entrega al autor del Premio San Benito “para la promoción de la vida y de la familia en Europa”. Todas las citas que siguen están tomadas de esa conferencia.