PASTORAL JUVENIL Y PRIMER ANUNCIO

1 julio 2011

Ubaldo Montisci, sdb.
Catequeta y docente di Teología de la Educación en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma
 
Hasta hace muy poco, probablemente, no se podría haber escrito un artículo en nuestras regiones de «antigua cristiandad» con el título propuesto, sencillamente, ¡no tendría sentido! Entre nosotros[1], en efecto, la pastoral y la catequesis se concebían de modo estático, organizadas a través de intervenciones dirigidas a los practicantes, a los no creyentes, a los «cercanos» o a los «alejados», conforme a una rígida distinción entre actividad misionera, iniciación cristiana y pastoral. En tal óptica, el «primer anuncio» (PA) se destinaba a los no creyentes que habitaban las tierras de misión, sin que nuestra pastoral se pensara para semejantes destinatarios puesto que en nuestros países apenas si existían.
La progresiva descristianización de Europa, junto a los recientes y numerosos flujos migratorios, trae una serie de cambios profundos en el modo de creer y de vivir de los cristianos en nuestros ambientes. El panorama religioso se ha vuelto mucho más complejo y la pastoral, si quiere que su acción sea eficaz, está obligada a repensarse bajo un modo nuevo.
Ante una realidad religiosa complicada, donde no se puede dar nada por descontado, descubrimos la actualidad y necesidad del PA también dentro de nuestras comunidades cristianas. Con todo, ¿qué se entiende exactamente por PA y cómo empuja hacia la renovación de la pastoral, máxime cuanto ésta tiene a los jóvenes como interlocutores privilegiados?
 

  1. Definición del «primer anuncio»

Es posible distinguir dos modos fundamentales de entender el PA: como «estilo» según el cual se propone la Iglesia y como práctica evangelizadora concreta.
Antes de nada, más que una acción entre tantas otras, con el PA se indica “un principio organizativo, un estilo, una especie de elemento paradigmático que describe y define el comportamiento de la Iglesia en su conjunto asume en las situaciones de frontera, de encuentro con la realidad, personas y situaciones externas a sus círculos habituales”[2]. Así el PA remite a una mentalidad y a un estilo de presentarse y de intervenir que la Iglesia como institución ha de asumir en la actual situación de postcristiandad a partir de sus manifestaciones públicas, las cuales han de ser particularmente cuidadas puesto que, casi sin quererlo, son la imagen y el primer anuncio que el mundo percibe. En tal sentido, el PA es una actividad representativa de lo que es la Iglesia y de cuanto debería hacer; un dispositivo comunicativo, una interconexión entre la Iglesia y el ser humano contemporáneo.
Por otro lado, el PA puede ser entendido como acción pastoral concreta en la práctica cotidiana con personas y grupos particulares. Desde este punto de vista, una de las definiciones mejor acogidas entre los expertos en la materia es la ofrecida por André Fossion: “El PA designa los enunciados de la fe cristiana, bajo formas variables, que –en contextos determinados– favorecen y hacen posibles los primeros pasos en la fe de quienes están lejos de ella”[3]. En las conclusiones del «XI Congreso de los Obispos europeos y de los Directores nacionales de Catequesis» sobre la comunidad cristiana y el «primer anuncio» (Roma, 4-7 Mayo 2009) se emplea la siguiente definición: “Con la expresión «primer anuncio» nos referimos a aquellas acciones evangelizadoras específicas, espontáneas u organizadas, realizadas por personas o grupos con el fin de proponer el mensaje nuclear del Evangelio –Cristo resucitado, mediador de la comunión con Dios– a quienes no conocen a Jesús, a los habiéndole conocido se han alejado y a quienes piensan que lo conocen pero viven con una fe superficial; lo proponen, en fin, con la intención de suscitar en ellos ese interés por Jesucristo que puede conducir a una primera conversión y adhesión a la fe o a un despertar y renovación de la fe en Él”[4].
 

  1. Elementos cualificadores del «primer anuncio»

Los diversos momentos del proceso evangelizador son todos ellos complementarios (Evangelii Nuntiandi, n. 24) y no es una operación sencilla –tampoco oportuna– hacer distinciones netas entre los mismos (Directorio General para la Catequesis, n. 62). Sin embargo, conviene examinar algunos aspectos característicos del PA para, por una parte, no correr el peligro de reducir su significado y, sobre todo –por otra–, para no realizar una aproximación histórica peligrosa a la hora del análisis teórico y crear la confusión en el momento operativo.
Aunque se trata solo de un momento del proceso global de la evangelización, el PA tiene su importancia como fundamento permanente de la experiencia cristiana y clave de su comprensión: no estamos solamente ante «el inicio», sino en «el centro» y el «el corazón» de nuestro creer. En suma, más que una constatación de verdades doctrinales, nos referimos a un anuncio solemne del Evangelio de Dios que es Jesucristo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, n. 1). En el anuncio, el primado no reside en la información sino en la relación vital que justamente se puede definir como engendramiento o «generación».
Mientras la catequesis presenta una caracterización más orgánica y sistemática, el PA consiste en una experiencia, por su propia naturaleza, parcial[5]: el PA remite a «primeros pasos» en la fe, constituye simplemente «el inicio» del proceso evangelizador; detenta una prioridad cronológica que, sin embargo, no se prolonga en el tiempo, es decir, la prioridad se debe a su objetivo –“suscitar [en quien escucha] un interés por Jesucristo que pueda conducirle a una primera adhesión o a un revitalización de la fe él”[6] y al deseo de profundizar el conocimiento del mismo, de ahí que remande inmediatamente al proceso sucesivo de maduración de la fe.
El sujeto del PA, a la hora de realizar la misión en un contexto concreto, es la comunidad cristiana en cuanto tal y en tanto que presencia real de Cristo en la historia a través de sus miembros: en esta perspectiva, cada creyente puede y debe ser un sujeto activo del PA en su ambiente cotidiano; existirán después ciertas personas de la comunidad a las que se confiará específicamente dicha misión.
Toda comunidad cristiana, si quiere ser fiel al mandato del Señor, está obligada o, mejor, existe para anunciar permanentemente a Jesucristo (Evangelii Nuntiandi, n. 14); con esta afirmación, se debe también precisar que el PA es el primer paso para el hombre o la mujer que, en determinadas circunstancias, frente a palabras o gestos especialmente significativos y por la acción del Espíritu Santo, sienten resonar la Buena Noticia del amor de Dios expresado en el Hijo que se encarna, muere en la cruz y resucita para salvarnos.
No existe una sola forma de PA[7] y, de ordinario, su contenido se centra en una narración breve, alegre y envolvente sobre Jesús que con su muerte en el cruz, con su resurrección y la donación del Espíritu Santo ha respondido a las esperas y esperanzas de las mujeres y de los hombres de cualquier tiempo, a las preguntas sobre el sentido de la vida y de la historia; en definitiva, ha salvado la humanidad del mal y de la muerte, haciendo posible la comunión vital con Dios, así que Jesús es para todos el Señor, el Cristo, el único Salvador y la Palabra definitiva e irrevocable de Dios. Este anuncio no puede ser separado del testimonio existencial y positivo de quien lo lleva adelante.
El PA tiene la finalidad inmediata de suscitar en el destinatario una curiosidad e interés por Jesús capaces de llevarlo a una adhesión vital a Él, a una verdadera conversión y opción de fe a través de las cuales reconocerlo por primera vez como su Salvador personal. Su finalidad última, en cambio, reside en la invitación –a quien ya ha manifestado una primera adhesión a Jesús– a su seguimiento como discípulo y al compromiso por la vida del mundo[8].
La exhortación apostólica Ecclesia in Europa, al respecto de los destinatarios, habla de «primer anuncio» (n. 46) y de «anuncio renovado» también para quien ya está bautizado (n. 47). En definitiva, el PA está destinado a quienes, por diversas razones, son extraños a la fe, alejados de la misma o alejados de la práctica religiosa. Cualesquiera que sean los interlocutores, en el PA nos encontramos ante una propuesta que respeta la libertad del destinatario y no se refiere a una relación forzosa o de conquista.
La aceptación del PA no tiene una visibilidad formal (litúrgica, por ejemplo), se relaciona más bien con algo que acontece fundamentalmente en la conciencia e interioridad del destinatario, de modo que a veces resultará difícil a quien realiza el anuncio verificar el proceso. Es más, la actitud del mensajero debe contener este rasgo de no buscar de inmediato resultados ciertos.
 

  1. Consecuencias para la pastoral juvenil

Se necesita lucidez y coraje para reconocer que en nuestras comunidades la atención al PA casi no existe. En consecuencia, toda la actividad eclesial se resiente del dato, viéndose privada del corazón de la evangelización, del que cualquier otro servicio recibe el sentido y posibilidad. Antes de educar la fe, hace falta suscitarla; de lo contrario, se condena la pastoral a cultivar una fe jamás sembrada: “Nuestra acción pastoral actual se parece, a veces, al trabajo del agricultor enamorado de la propia tierra; la cava, la abona, la riega empleando todas sus energías…, pero ninguno se preocupa de sembrar en ese terreno, por lo que todos esos esfuerzos resultan estériles”[9].
Las reflexiones que siguen, sin la pretensión de exhaustividad, pretenden ofrecer algunas indicaciones para superar el impasse que paraliza hoy la práctica eclesial ordinaria, con la convicción de que el anuncio –“dimensión transversal de toda propuesta pastoral, también de las dirigidas a los creyentes y practicantes”[10]– es una verdadera y propia actitud pastoral, capaz de revitalizar las comunidades eclesiales e inspirar una auténtica pastoral evangelizadora.
 
3.1. Elaborar estrategias para una pastoral al servicio del PA
Orientaciones eclesiales no faltan; se trata más bien de lograr una progresiva y concreta actuación a los diversos pronunciamientos existentes en los documentos oficiales, los cuales indican con claridad que no se puede posponer para más tarde la conversión misionera del conjunto de la pastoral. Con más o menos ímpetu, todas las Conferencias Episcopales europeas se mueven en esta dirección[11]. Opciones de tal género exigen no sólo meros correctivos o ajustes que, sin embargo, dejan inalterada la organización pastoral; se requiere un nuevo marco general de referencia, fruto de una atenta coordinación y planificación.
De esta suerte, el Directorio General para la Catequesis pide a las Iglesia particulares “una intervención institucionalizada del primer anuncio” (n. 62). Queriendo hacer operativa dicha disposición, las preferencias se orientan hacia una pastoral que, más que «proyectar el PA», se ponga «al servicio del PA»: el proyecto se pone en marcha a partir de la definición existente, reconociendo aquellas situaciones en las que el PA ya se actúa, para favorecer la maduración de esos «brotes» que ya están germinando. Todo, con espíritu de fe, es decir, creyendo que el Espíritu nos precede acompañando el proyecto y esas experiencias de PA[12].
Con razón se ha insistido en los últimos años en la mentalidad de proyecto. No obstante, los proyectos fundados en intervenciones unitarias y orgánicas, cuya sucesión se establece desde el inicio y a partir de criterios de coherencia interna, cuando se trata del ámbito del PA, muestran su debilidad: el espacio del PA se caracteriza, en particular, por su carácter aleatorio y por la diversidad de situaciones, por lo que resulta indispensable sobre todo la flexibilidad. De ahí que sea preferible, pues, hablar de estrategias, esto es, de indicaciones sobre prioridades y secuencias en grado de posibilitar operaciones diferenciadas, dentro de las cuales “lo ya consolidado y las hipótesis de partida se consideran importantes, pero no representan un dato seguro ni la referencia para juzgar su coherencia. El elemento calificante se encuentra en la atención al hoy, al presente (en clave educativa y, por eso, lejos de cualquier resignación…), a la capacidad de inventar y de apostar por caminos nuevos para el futuro”[13].
 
3.2. Prestar atención a la inculturación y a la centralidad de la persona
El kerigma, como cualquier narración del Nuevo Testamento, está estrechamente ligado a un ambiente cultural que lo sustenta y explica[14]; al mismo tiempo, toda formulación del PA se realiza dentro de un contexto histórico-teológico determinado, en consecuencia, “el principio de inculturación resulta […] un postulado fundamental: es imposible no tomar en cuenta la situación existencial, la pertenencia a un grupo social, la edad, la capacidad de acoger el anuncio”[15].
La atención a las situaciones concretas de los interlocutores –tan heterogéneas cuando se trata del PA– comporta distanciarse de las respuestas inmediatas y tradicionales, de las exigencias de la vida y de las comunidades cristianas tal como estábamos hasta ahora habituados a considerarlas.
Muchas veces en las parroquias, por ejemplo, todavía clasificamos a las personas a través de una especia de círculos concéntricos como fieles practicantes, simples bautizados, no creyentes, etc. En realidad, dichas separaciones resultan hoy demasiado drásticas; tienen un valor pragmático de cara a la acción pastoral[16], pero son difíciles de aceptar porque los indicadores sobre los que se basan (pertenencia, creencia, práctica…) se revelan cada vez más incoherentes, hasta en la misma realidad individual. El nuevo estilo pastoral nos invita a poner en el centro a las personas, y no unas meras respuestas a sus necesidades, a través de una relación humanizante en cuanto pensada como única y singular: la escucha, la acogida y la relación, que se suceden como respuesta a las diversas demandas, en muchos casos, constituyen el punto de partida para el inicio o re-inicio de un camino de fe.
Desde el punto de vista antropológico, la aplicación correcta de este nuevo estilo pastoral obliga a prestar atención a los lugares donde se construye la identidad y el sentido de la vida; ese dinamismo hace al cristianismo capaz de “habitar dentro de las experiencias antropológicas fundamentales, descubriendo en ellas significados nuevos”, a través de la activación de las dinámicas simbólicas que dichas experiencias contienen, pero que a menudo permanecen inactivas[17].
Salta a la vista que han de tenerse muy en cuenta las vicisitudes inmediatas de la existencia, puesto que pueden acercarnos «al umbral de acceso a la fe»[18], lo mismo que hay que prestar una particular atención a algunas condiciones espirituales del ser humano contemporáneo en las que emerge con fuerza la necesidad de sentido y de salvación –entre todas ellas, merece una especial relevancia la figura de los «buscadores de Dios»[19]–, todas ellas representan una oportunidad para el PA.
En consecuencia, la pastoral ha de empeñarse continuamente al objeto de reconocer los lugares y las prácticas que cada cultura elabora para expresar las dimensiones fundamentales de la vida humana; debe, además, estudiar esas prácticas, descubrir su capacidad de apertura al sentido, las salidas que ofrecen para escuchar el mensaje cristiano; y, en fin, debe saberse situar con la suficiente autoridad como para poder custodiar dicho mensaje.
La comunidad cristiana, en el PA, es convocada para realizar una «contaminación» mutua entre el Evangelio y las diversas culturas. Se trata de un proceso transformante dado que ninguno de los elementos que entran en juego permanece igual a como era antes: no queda inalterable la cultura, que al término del recorrido resulta beneficiada y transfigurada por el encuentro con la memoria cristiana; tampoco permanece invariable el cristianismo, que se descubre enriquecido con una nueva forma, a través de la cual comunicar su identidad profundo, su naturaleza originaria dentro de la historia de los hombres[20].
La práctica del PA, entonces, se presenta como “ese estilo con el que el cristianismo construye una relación muy singular, con los siguientes elementos: escoge los contextos de proximidad como lugares antropológicos en los que organizarse; acepta el reto de la diversidad y de la ambigüedad como puntos de partida y posibles lugares para reconocer los diversos actores de la relación; realiza una custodia celosa de la propia memoria, de la diferencia cristiana que le empuja como estímulo para habitar esos territorios, para tejer tales relaciones. Gracias a todos estos elementos, el cristianismo puede hacer de sus fronteras, de sus confines, un lugar verdaderamente significativo para el primer anuncio”[21].
 
3.3. Promover experiencias que abran a la «invocación» y a la conversión
 
Los distintos «buscadores de Dios» han de ser ayudados para permitir que se abran a la invocación, o sea, a una actitud personal de confianza –entre la experiencia y la esperanza– en alguien que está más allá de la propia vivencia. Es necesario descubrir, por tanto, “un estilo de existencia: ese que supera los límites, reconocidos y acogidos, para sumergirse –de forma más o menos consciente– en el abismo del misterio de Alguien o Algo que está más allá, de quien uno se fía y a quien se confía. Con frecuencia, esta «realidad» no ha sido todavía encontrada de manera explícita, pero sí ha sido implícitamente reconocida como capaz de sostener los deseos personales de vida y de felicidad, y de fundamentar las condiciones para una auténtica cualidad de vida”[22].
La invocación no remite a cualquier experiencia de vida, sino que tiene el carácter de experiencia unificadora de todas las otras: una especie de nueva y radical experiencia que interpreta e integra las experiencias cotidianas.
La invocación es una experiencia de frontera. Por un lado, es una experiencia personal, vinculada a la alegría y a la fatiga de existir, libre y responsablemente, buscando razones consistentes para cada decisión y opción importantes; por otro, la invocación es ya una experiencia de transcendencia que apunta hacia el misterio de la existencia. La invocación, al inicio, puede indicar sobre todo una tensión hacia algo ulterior, capaz de proporcionar razones y fundamento a la existencia personal; en un nivel más o menos maduro, la invocación es ponerse en las manos de una «presencia» fuente de vida para quien la demanda[23].
El PA concreta con claridad esa presencia en la persona del Dios de Jesucristo. Lo esencial del mismo consiste en conducir al oyente hacia una relación personal de amor y confianza en Dios: un proceso sugerido tanto por la experiencia paulina con los paganos, como también favorecido por el hecho de que, en la práctica, la mayoría de las personas que se encuentran en la hora del primer anuncio de la fe no sólo son conscientes de la existencia de Dios sino que, en numerosas ocasiones, ¡están precisamente buscando a Dios! Un trabajo imprescindible para el evangelizador contemporáneo será el de desestructurar el imaginario religioso de las personas, porque el anuncio no se realiza en un terreno virgen sino fuertemente contaminado de presuntos conocimientos, de malentendidos y prejuicios importantes en relación con el cristianismo.
La conversión es el primer paso del desarrollo espiritual del ser humano, una experiencia fundante y transformante. Quien anuncia, sin embargo, debe ofrecer una idea correcta sobre el significado del ser creyentes en la Iglesia. Justamente a través de la profundización en la relación personal con Dios, los oyentes han de ser ayudados a percibir que la fe “no es la religión entendida como forma y espacio de los «deberes», sino una relación cualitativamente diferente que llena toda la trama de la existencia[24]. La fe es un inicio nuevo, construido sobre una existencia que se abre a la Palabra y asentado sobre el riesgo de confiarse a Dios para descubrir su Misterio. Todo esto orienta hacia un diverso modo de ser y una «pensar diversamente», con la responsabilidad derivada, puesto que la opción de fe es el gesto tan personal que excluye cualquier tipo de delegación de responsabilidades.
 
3.4. Valorar los lugares del PA
Las posibilidades concretas para realizar el PA son numerosas porque un «lugar de evangelización» “no es tanto un espacio geográfico cuanto un espacio experiencial, al mismo tiempo concreto y relacional, en el que el Evangelio puede ser anunciado, escuchado y experimentado”[25]. El anuncio de la Buena Noticia puede realizarse en todos las «encrucijadas» de la vida de la gente, tanto en lugares sagrados como en los profanos[26].
La liturgia es un lugar donde los cristianos expresamos, vivimos y celebramos la belleza de nuestra fe: puede llegar a ser también una ocasión para el PA, no sólo para las personas lejanas a la fe sino para quienes ya pertenecen a la comunidad. Asimismo, las diversas formas de religiosidad popular (procesiones, visitas a santuarios, devociones y novenas…), debidamente purificadas, pueden constituir una preciosa ocasión de PA. Otro tanto ocurre con el arte sagrado –tan abundante en el mundo occidental–, que puede conducir a las personas, cuando se organizan recorridos guiados, al descubrimiento del gusto por la fe y por el anuncio cristiano. La escuela, con su función de educación integral de la persona, y –en especial– la enseñanza de la religión católica pueden ser igualmente una ocasión de PA cuando ofrecen la oportunidad de comprender los fundamentos de la experiencia cristiana, en un contexto relacional donde existe espacio para los anhelos y los problemas de la vida.
Los lugares, en fin, de la sociabilidad, de la participación, del trabajo, de la diversión y de la cultura, de la formación y de la ciencia, son espacios donde las personas se realizan y promueven la cualidad de la vida. Una presencia cualificada de cristianos en tales ambientes puede contribuir a dar valor a la memoria y a la tradición cristiana, ofrecidas como recursos disponibles para todos.
 
3.5. «Estar presentes» para ofrecer la «buena noticia»
El mensaje es único y siempre el mismo; sin embargo, más que nunca hace falta elaborar y experimentar modalidades diferentes –e inéditas quizá– a la hora de proponer la fe, porque “el Evangelio no puede ser repetido mecánicamente; ha de ser siempre inculturado y insignemente re-expresado”[27].
Conviene distinguir entre formas «ocasionales» y «orgánicas» de acción pastoral. Las primeras representan «la vía común y ordinaria» para el primer anuncio (Questa è la nostra fede, n. 19), pero son también problemáticas puesto que difícilmente se puede programar y se prestan a reducciones o acentuaciones vinculadas a perspectivas individuales del evangelizador; para evitar esto último, cuando lo permite la situación del interlocutor (y de la comunidad), es oportuno favorecer una presentación más organizada de los puntos fundamentales del anuncio.
De cualquier forma, no se ha evitar nunca el carácter de «buena noticia» del anuncio, que debe resultar significativo para los hombres y mujeres, esto es, capaz de entrelazarse con sus problemas hasta hacer emerger líneas de solución, perspectivas para potenciar su humanidad y orientar hacia aquella felicidad plena que empuja su búsqueda.
La evangelización se fundamenta en la propuesta de fe en Dios y en Jesucristo: los dos elementos son imprescindibles e inseparables. Pero, mientras se da por descontado que se ha de realizar el anuncio de Jesucristo, aquí querría subrayar que la preocupación del auténtico evangelizador debe suscitar, en primer lugar, la fe en el único Dios verdadero, que ama al ser humana y se da a conocer, favoreciendo así en el interlocutor una relación personal con Él[28].
Esa especial atención resulta indispensable, máxime tratándose de un contexto neopagano y plurirreligioso como el nuestro; en cambio, a veces, dicho aspecto se descuida en favor de un tosco e inmediato inicio con el discurso sobre Jesucristo o estancándose en las demostraciones filosóficas de la existencia de Dios. Creer, en efecto, “no es la consecuencia de un razonamiento, no descansa sobre el vacío del sinsentido o sobre el improbable deseo de quietud”; más bien “es la atracción y la seducción de la Palabra que nos pone en crisis”[29].
En cualquier caso, la presencia es la condición básica y, al mismo tiempo, la primera modalidad del anuncio del Evangelio. No es posible determinar modalidades unívocas en la intervención, pero se ha de recordar que la presencia debe estar caracterizada por un doble movimiento: el «Id» (Mt 28,19-20) y el «venid y veréis» (Jn 1,38-39).
Tratándose de pastoral, estar en medio de la gente en la vida cotidiana constituye un compromiso indispensable, aunque no fácil dado el clima refractario –cuando no hostil– que caracteriza la actitud social frente al cristianismo. La presencia será tanto más eficaz cuanto mejor se caracterice por la actitud de escuchar y participar en la vida de la gente, por la apertura, la acogida y la estima mutua con los interlocutores; todo unido a un conocimiento serio de la cultura y de las religiones de esas personas. El «estilo evangelizador» debe cualificarse por la «propuesta» del Evangelio más que por el interés proselitista[30].
Los lenguajes pueden ser varios; entre todos ellos, se ha de redescubrir la «narración»: contar lo que hemos llegado a ser, por gracia de Dios, se presenta como una manera auténticamente respetuosa para anunciar la verdad cristiana. La narración de historias personales de vida permite una relación que se propone sin imponerse.
Todo esto, sin embargo, no es suficiente; el testimonio de la persona individual necesita ser sostenido por una comunidad que haga creíble su anuncio: el oyente necesita lugares comunitarios donde experimentar la verdad y la bondad de cuanto ha escuchado.
 
3.6. Una mirada de predilección por el mundo juvenil
Las comunidades cristianas tienen ante sí el reto de generar y formar cristianos capaces de estar presentes en los decisivos momentos de paso de la existencia, cuando el misterio de la vida interroga con especial provocación. Existen contextos, experiencias y situaciones personales que suponen otras tantas ocasiones preciosas para el PA. Quiero dedicar una palabra al mundo particular de los adolescentes y de los jóvenes.
El tiempo de la juventud representa un momento de relevancia excepcional en la vida a la hora de determinar ciertas orientaciones existenciales de fondo, tanto en el aspecto personal como social. La construcción de la identidad para el adolescente y de la intimidad para el joven, la fatigosa decisión de las propias opciones de vida, son el lugar donde ciertamente asoman los interrogantes sobre la verdad y el sentido de la vida. Es en esta etapa vital que se colocan las bases más estables para una fe con la que vivir después como personas adultas. Las comunidades cristianas, por el momento, no parecen «preparadas» para hacer frente a tales empeños.
 
3.7. Los evangelizadores
 
Hay un tema que toca todos los puntos señalados y no puede eludirse; se trata del asunto referido a la formación humano-cristiana de los creyentes. En efecto, la experiencia nos lo dice: más que las cualidades humanas y «técnicas», siempre útiles, lo que da fruto, en el primer anuncio, es la explicitación en la vida del creyente de la consciencia del don de la fe recibido y madurado con una vida cristiana comprometida: “Tampoco en la comunicación en forma pública y colectiva, se puede prescindir nunca de la relación de persona a persona, conforme claramente nos indica el ejemplo de Jesús y los primeros misioneros” (Questa è la nostra fede, n. 19).
No parece que las comunidades adviertan suficientemente este hecho de que ser cristiano y misionero es la misma cosa; que el cristiano no vive por sí mismo o para salvar el alma, son que es un «enviado» (Mt 28,19-20). Sin esa consciencia, prevalecen la falta de entusiasmo o la timidez que conducen inevitablemente a «lógicas de delegación» o a la resignación e impiden dar razón de la propia fe (1Pt 3,15), tal como se requiere a todo bautizado. Para que pueda existir un anuncio franco y feliz del Evangelio se necesita la convicción interior que debe poseer todo creyente y cada comunidad cristiana dado que “la comunicación de la fe adviene por irradiación, antes que por iniciativas o actividades específicas” (Questa è la nostra fede, n. 9).
Finalmente, si tuviera que cerrar con una conclusión, sirvan estas palabras: “Sólo se puede encender un fuego con algo que esté ya encendido” (Ecclesia in Asia, n. 23).
 

Ubaldo Montisci

 
[1] A lo largo del artículo me refiero específicamente a la realidad italiana, pero estimo que las reflexiones pueden hacerse extensivas, al menos, a la situación religiosa de los países mediterráneos de la Europa occidental.
[2] Luca BRESSAN, Quali esperienze di annuncio proporre?, in “Notiziario dell’Ufficio Catechistico Nazionale” 36 (2007) 1, 61-68; 61.
[3] André FOSSION, Proposta della fede e primo annuncio, in “Catechesi” 78 (2008-2009) 4, 29-34; 30.
[4] Walter RUSPI–Xavier MORLANS, Conclusioni, 1-9; 6. Cfr. http://www.ccee.ch/index.php?&na=2,3,0,0,e,113777.
[5] Algunos lo paragonan a la «marcha primera» en el arranque de los coches, que se utiliza en el breve espacio de tiempo necesario para pasar a «la segunda».
[6] Xavier MORLANS, El primer anuncio. El eslabón perdido, Madrid, PPC, 2009, 29.
[7] Cfr., por ejemplo y en referencia a la realidad italiana, Maurizio VIVIANI, Esperienze di primo annuncio in Italia, en “Catechesi” 79 (2009-2010) 4, 56-67.
[8] Cfr. RUSPI – MORLANS, Conclusioni, 3.
[9] UFFICIO CATECHISTICO REGIONALE–LAZIO, Linee per un progetto di Primo Annuncio, Leumann (TO), Elledici, 2002, 3.
[10] COMMISSIONE EPISCOPALE PER LA DOTTRINA DELLA FEDE, L’ANNUNCIO E LA CATECHESI, Annuncio e catechesi per la vita cristiana. Lettera alle comunità, ai presbiteri e ai catechisti nel quarantesimo del Documento base Il rinnovamento della catechesi, n. 10, in “Notiziario CEI” 14 (2010) 3, 91-102; 95-96.
[11]Podemos encontrar los principales documentos de las Conferencias Episcopales europeas, testimoniando el cambia apuntado, en la obra de Enzo BIEMMI, «La dimensión misionera de la catequesis. El Congreso del Equipo Europeo de Catequesis en el corazón de la problemática del primer anuncio», en EQUIPO EUROPEO DE CATEQUESIS (EEC), La conversión misionera de la catequesis. Relación entre fe y primer anuncio en Europa. Congreso del Equipo Europeo de Catequesis (Lisboa, 28 de mayo – 2 de junio 2008), Madrid, PPC, 2009,15-23; 16-17. Por lo que respecta al ámbito local, sirva el ejemplo, un documento importante como el de los obispos italianos contiene esta afirmación imperativa: “Todas las acciones pastorales han de moverse en torno al nervio del primer anuncio” (Il volto missionario delle parrocchie in un mondo che cambia. Nota pastorale dell’episcopato italiano, n. 6, in “Notiziario della Conferenza Episcopale Italiana” (2004) 5/6, 127-162; 140).
[12] Cfr. Maurizio VIVIANI, Come servire oggi il nascere della fede. Un’esperienza di riflessione di alcuni preti di Verona sul primo annuncio, in “Catechesi” 76 (2006-2007) 6, 15-23; 20.
[13] Riccardo TONELLI, «Fare pastorale giovanile», in ISTITUTO DI TEOLOGIA PASTORALE DELL’UPS (a cura di), Pastorale giovanile: sfide, prospettive ed esperienze, Leumann (TO), Elledici, 2003, 161-182; 178.
[14] Cfr. Cesare BISSOLI, Il primo annuncio nella comunità cristiana delle origini, in “Catechesi” 78 (2008-2009) 3, 48-60; 49.
[15]Cettina CACCIATO, «Prassi catechistica: Documento base, catechismi e nuove indicazioni per l’iniziazione cristiana» in:ASSOCIAZIONE ITALIANA CATECHETI, Il primo annuncio: tra “kerigma” e catechesi, a cura di Cettina CACCIATO, Leumann (TO), Elledici, 2010, 68.
[16] En Italia, las «Orientaciones Pastorales» para el decenio apenas terminado distinguían dos categorías de destinatarios: “Para imprimir un dinamismo misionero, queremos delimitar dos niveles específicos, a los que se debe dirigir la atención en nuestras comunidades locales. Nos referimos, en primer lugar, a la que podríamos llamar «comunidad eucarística», es decir, a los que se reúnen asiduamente en la eucaristía dominical y, en particular, a quienes colaboran regularmente en la vida de nuestras parroquias. En segundo lugar, nos referimos a ese amplio grupo de personas que, estando bautizadas, tienen una relación con la comunidad eclesial limitada a algún encuentro, más o menos esporádico, en ocasiones particulares de la vida, y que corren el peligro de olvidarse de su bautismo, viviendo en la indiferencia religiosa” (Comunicare il Vangelo in un mondo che cambia, n. 46).
[17] BRESSAN, Quali esperienze di annuncio proporre?, 63.
[18] Un documento reciente de los obispos lombardos señala las siguientes experiencias: el nacimiento de un niño o una niña, el camino de la adolescencia, las opciones de la juventud, el amor entre un hombre y una mujer, la fidelidad a la familia y a la profesión, la experiencia de dolor y de fragilidad (VESCOVI LOMBARDI, Le sfide della fede: il primo annuncio, Bologna, Dehoniane, 2009).
[19] En Italia ha tenido una acogida positiva inesperada la Lettera ai cercatori di Dio (12 abril 2009), escrita por iniciativa de la «Comisión Episcopal de la Doctrina de la fe, el anuncio y la catequesis» y publicada por las principales editoriales católicas. «Buscadores de Dios» son “todos aquellos […] que están buscando el rostro del Dios vivo. Lo son los creyentes, los cuales crecen en el conocimiento de la fe precisamente a partir de preguntas siempre inéditas, y los que, aún sin creer, advierten la profundidad de los interrogantes sobre Dios y las realidades últimas. La «Carta» quiere suscitar atención e interés también en quienes no se sienten en estado de búsqueda, respetando plenamente la conciencia de cada cual, como amistad y simpatía por todos” (Introduzione).
[20] Cfr. BRESSAN, Quali esperienze di annuncio proporre?, 67.
[21] BRESSAN, Quali esperienze di annuncio proporre?, 68.
[22] TONELLI, «Fare pastorale giovanile», 175.
[23] Cfr. TONELLI, «Fare pastorale giovanile», 175-176.
[24] DOTOLO, «La fede», 89.
[25] Enzo BIEMMI, Come e quando il catechista educa i catechizzandi all’incontro con Gesù risorto oggi, in “Quaderni della Segreteria della CEI” (1997), 74-83; 79. Ahí propone el autor cuatro lugares: la Palabra de Dios (a la que se da el primado en cualquier forma de evangelización); la realización personal (de ahí la necesidad de situar el anuncio en el ámbito de las relaciones personales, sobre experiencias de relaciones interpersonales, y siempre menos sobre estructuras); la hospitalidad (la actitud de la hospitalidad cambia lenguaje y contenido); la formación explícita a la fe (con la necesidad de no renunciar a proponer experiencias fuertes de formación, bien estructuradas y cuidadas).
[26] Utilizo, en el elenco parcial apuntado, el estudio de Maurizio VIVIANI, Il “primo annuncio” oggi in Italia. Istanze, problemi, prospettive, Estratto della tesi di Dottorato, Roma, Università Pontificia Salesiana, 2010, 35-46.
[27] COMMISSIONE EPISCOPALE PER LA DOTTRINA CRISTIANA, L’ANNUNCIO E LA CATECHESI, Questa è la nostra fede.Nota pastorale sul primo annuncio del Vangelo, n. 4, in “Notiziario della Conferenza Episcopale Italiana” (2005) 5, 209-247; 220.
[28] Cfr. Joseph GEVAERT, La proposta del Vangelo a chi non conosce Cristo. Finalità, destinatari, contenuti, modalità di presenza, Leumann (TO), Elledici, 2001, 77-105.
[29] Carmelo DOTOLO, «La fede», in Luciano MEDDI (a cura di), Diventare cristiani. La catechesi come percorso formativo, Napoli, Luciano Editore, 2002, 87-95; 93.
[30] Cfr. VESCOVI DI FRANCIA, Proporre la fede nella società attuale, Leumann (TO), Elledici, 1996.