César Fernández de Larrea
Delegado Diocesano de Pastoral con Jóvenes
Diócesis de Vitoria
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor se sirve de la sugerente imagen de pintar un cuadro sobre pastoral juvenil. Utiliza tres colores fundamentales (Dios, Jesucristo e Iglesia) y una gama cromática utilizando colores vivos (salir al encuentro de los jóvenes, evangelización misionera, personalización de la fe, experiencia comunitaria y eclesial).
Dicen que los cuadros, y no me refiero a las figuras geométricas sino a los lienzos de pintura, para apreciarlos bien hay que verlos de cerca y de lejos, puesto que la cercanía nos permite fijarnos en las pinceladas, en los pequeños detalles, pero sólo si nos alejamos podremos ver todo el cuadro en su conjunto. Este criterio es valido también para analizar y saborear las experiencias que conforman nuestra vida. Y esto, es lo que pretende esta reflexión respecto a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).
Todos los que hemos vivido de cerca la JMJ sabemos que ha sido un evento desbordante, un gran marco lleno de pequeñas pinceladas. Lo que cada uno hayamos experimentado depende de las pinceladas en las que nos hayamos fijado especialmente. Pero más allá de las distintas percepciones, a poco que tomamos cierta distancia para observar la JMJ, es fácil descubrir que ha sido una experiencia llena de vida.
La belleza del cuadro de la JMJ reside en haber sabido encontrar unos colores vivos que transmiten a los demás la alegría de los jóvenes y del Evangelio, y en combinarlos en su justa medida, con la ayuda del testimonio del Papa, para que con cada pincelada de color se vaya desvelando la presencia de Dios en la experiencia humana. Debemos aprovechar estas pinceladas y estos colores llenos de vida y de fe para renovar nuestro trabajo educativo y evangelizador con jóvenes.
- Pinceladas descubiertas en la JMJ
El cuadro más maravilloso que te puedas imaginar se compone de un gran número de pequeñas pinceladas que han convertido un lienzo blanco en una obra maestra. Son las pinceladas de cada día las que determinan si una experiencia es un garabato que emborrona nuestra vida o un cuadro digno de admiración que la embellece y mejora. En este grupo meto la experiencia de la JMJ. Su belleza no es de las que nos dejan paralizados y boquiabiertos, sino de las que nos dan fuerzas y nos animan a dar continuidad a esa belleza.
La JMJ ha sido un hermoso cuadro que ha sido posible gracias a las pinceladas de todos sus participantes, pero no todas tienen la misma intensidad y significatividad. De todas ellas destacan las dadas por el Papa, ya que son un referente para todas las demás. Sus palabras nos orientaron para encontrarnos con Jesucristo y nos siguen marcando el camino para hacer vida el Evangelio.
De todas sus enseñanzas o pinceladas me detengo ahora en algunas que he descubierto en la homilía de la eucaristía del domingo, que como él mismo dijo es el momento culminante de la Jornada Mundial de la Juventud.
1.1. Jesús sale a nuestro encuentro
“Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos (cf. Jn 15,15). Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre”. (Homilía de Benedicto XVI en la eucaristía de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud, Cuadro Vientos, Domingo 21 agosto 2011)
Con estas palabras el Papa nos recuerda que la casa se construye por los cimientos, y para nosotros Jesús es la roca fuerte sobre la que queremos construir nuestra vida (Cf. 1Cor 3,10-15, Mt 7,24-27). La fe cristiana es vida centrada en Cristo. Él es para nosotros, o debe serlo, punto de referencia constante para ser y actuar como cristianos. Si esto marcha bien, todos los demás aspectos de la fe cristiana se irán dando, se irán viviendo.
El objetivo central de la JMJ es posibilitar que los jóvenes experimenten que Jesús les mira, les quiere y sale a su encuentro. Jesús quiere establecer con el joven una relación basada en el amor de Dios que le anime a vivir desde su seguimiento. Este objetivo es compartido por la pastoral con jóvenes (PJ). Todas las actividades y proyectos que buscan evangelizar a los jóvenes deben tomar a Jesús como punto de partida y como roca sobre la que construir todo lo demás. Por muy bien preparados que estemos, por mucha creatividad que pongamos al servicio de los jóvenes, sin Jesús todo lo que hacemos pierde su esencia evangelizadora. Necesitamos vivir unidos a él, para lograr que todo lo que somos (pensamientos, sentimientos, acciones, palabras, silencios…) sea atrayente, significativo y tenga fuerza evangelizadora entre los jóvenes.
1.2. El amor de Dios es fuente de felicidad
Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza del amor de Dios, deseamos corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con el propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido. (Homilía de Benedicto XVI en la eucaristía de Cuadro Vientos, 21.8.2011)
Dios llama a nuestra puerta constantemente. Él no se cansa de buscarnos, de esperarnos, de acompañarnos. Dios es presencia amorosa y quiere estar contigo, y como amor que es no se impone sino que se propone. Lo da todo sin esperar nada a cambio, pero acoger de corazón su amor nos lleva necesariamente a corresponderle compartiendo con los demás su amor, y empezando por los más necesitados.
Con demasiada frecuencia la idea de Dios no se suele asociar con la idea de alegría y felicidad. Hoy son muchos, y más aún entre los jóvenes, los que piensan que Dios es una amenaza, una censura constante, un juez implacable que suele crear en nosotros sentimientos de culpa, de inseguridad y de miedo. Un Dios así, por más que nos digan que es bueno y que nos quiere, es rechazado por muchos.[1]
A poco que nos adentramos en los evangelios descubrimos que esta imagen de Dios distorsiona de raíz el Dios revelado en Jesús, que es todo-amor y que quiere nuestra felicidad. Dios nos ha creado libres para que seamos felices amando. Quiere compartir con todos los seres humanos su felicidad. Él es fuente inagotable de vida dichosa, a donde siempre podemos acudir para saciar nuestra sed de felicidad. Nos da vida porque es Vida y nos llama a compartir esta alegría que recibimos con los demás, porque sólo entonces arraigará en nuestro corazón.
Beber del manantial de la vida que descubrimos en Dios nos hace capaces de vivir, pese a todas las contrariedades, reconciliados y contentos con uno mismo, con los demás y con el mundo. Una persona que bebe del Dios de la vida experimenta y comparte felicidad como hizo el propio Jesucristo. Del manantial de Dios siempre mana agua viva, pero sólo podemos beber de este agua que hace crecer la felicidad si nos acercamos a él (constante búsqueda), si nos agachamos (somos humildes), si extendemos nuestras manos (disponibles a Dios) y si abrimos nuestra boca (anunciamos su amor al mundo con nuestras palabras y con nuestra vida).
1.3. Seguimos a Jesús en comunidad
“Seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario”.(Homilía de Benedicto XVI en la eucaristía de Cuadro Vientos, 21.8.2011)
Ser cristiano es seguir a Jesús personalmente, pero no aislado, sino en comunidad. El seguimiento a Jesús es el fundamento de la fe cristiana y esta se vive personal y comunitariamente. Si falta una de estas dos dimensiones complementarias la fe es incompleta. En el camino de la fe es el individuo quien debe dar un paso tras otro, pero este camino sólo se puede recorrer con otros.
La fe necesita nacer y alimentarse en la comunidad cristiana. Esto vale para todos, pero en los jóvenes cobra más fuerza, porque su identidad está en construcción y necesita el apoyo y la referencia de otros, tanto de sus iguales como de los adultos, para definirse. La fe se consolida y crece cuado se contrasta, vive y se celebra con otros.
Todas las cosas importantes, sino se comparten se pierden, es más, cuando se comparten no disminuyen sino que crecen. En el compartir, cuanto más doy, más recibo, y cuando lo que recibo lo interiorizo y lo hago propio más “tengo” (más soy) para compartir. De este modo la fe compartida hace crecer a la persona y a la comunidad cristiana.
Del mismo modo que uno solo no puede jugar un partido de fútbol, tampoco podemos seguir a Jesús en solitario, porque más tarde o más temprano perderemos de vista el camino o dejaremos de caminar por cansancio o aburrimiento. Son las fuerzas y el entusiasmo propio lo que a uno le impulsa a empezar a caminar tras los pasos de Jesús, pero dichas fuerzas desaparecen más tarde o más temprano, si no se bebe del agua que brota de la fe y vida compartida en grupo, en comunidad, en Iglesia.
1.4. Llamados a evangelizar con el testimonio
“De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás”.(Homilía de Benedicto XVI en la eucaristía de Cuadro Vientos, 21.8.2011)
El seguimiento a Jesús implica una relación de amistad con él, que necesita ser vivida, compartida, anunciada y extendida en todos los ambientes donde se desarrolla nuestra vida (familia, amigos, estudios, trabajo, tiempo libre, compromiso…). No somos cristianos auténticos si lo somos a tiempo parcial, puesto que la vida que brota de Jesús cuando se acoge de verdad recorre todo nuestro ser y penetra hasta el tuétano, hasta lo más intimo, para infundir esa vida a todo lo que hacemos, en todas nuestras relaciones y en todo momento.
Todos los cristianos somos llamados a Evangelizar (anunciar al mundo y hacer vida la Buena Noticia del amor de Dios). Parte imprescindible de la evangelización es el testimonio coherente de vida. Nuestra manera de ser y actuar ante los demás hace posible que se visualice el Evangelio en un ambiente donde su anuncio se rechaza o ignora. Para ser evangelizadores, primero debemos vivir el Evangelio, porque como dijo Pablo VI sólo nos escucharán y percibirán que nuestra palabra es interpeladota si va avalada por una vida auténtica que pone en práctica lo que anuncia.
“Para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan… o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio… Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego a los bienes materiales, de libertad frente a los pobres del mundo, en una palabra, de santidad” (PABLO VI, Exhortación apostólicaEvangelii Nuntiandi, 1975, 41).
Descubrir a Jesús como camino de vida, implica vivirlo como tal y hacer nuestro su proyecto del Reino de Dios. No hay mejor testimonio del Evangelio que una vida entregada para infundir vida a aquellos que menos se les reconoce su dignidad. La vida cristiana, contemplada desde el Reino de Dios, consiste en “descentrase” a favor de los demás. Buscar lo mejor para mí, a la luz del Reino, es sustituido por buscar lo mejor para todos, empezando por los que peor están.
Acoger la luz que es Jesús (cf. Jn 8,12) no sólo ilumina toda nuestra vida, sino que al hacerlo nos convierte en portadores de la luz para iluminar la vida de los demás. Del mismo modo que no se enciende una lámpara, para ocultarla (cf. Mt 5,13-16), tampoco se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer.
- Colores vivos para llevar a los jóvenes: claves para una PJ actualizada
Un buen cuadro se realiza a base de pequeñas pinceladas, como las que hemos entresacado de la JMJ, pero de poco sirve ser un artista del pincel si luego no damos con los colores adecuados para cada momento.
Los colores son las claves de referencia a partir de las cuales damos vida a lo que queremos transmitir. Un cuadro refleja alegría cuando en él hay colores alegres. Y si lo que queremos es inspirar vida deberemos usar colores vivos. Estos son los colores que han predominado en la experiencia de la JMJ, y que nos sirven de fondo para sacar a la luz cuatro claves fundamentales con los que pintar una PJ vivificada y vivificadora.
2.1. Salir al encuentro de los jóvenes
Los jóvenes de hoy no son como los de ayer, pero muchas veces la Pastoral que realizamos con y para los jóvenes sigue siendo como la de ayer. Nuestro mundo cambia a una velocidad vertiginosa y necesitamos renovarnos constantemente para vivir en él. El móvil que compré el año pasado ya se ha quedado viejo y pretendo evangelizar a los jóvenes del mismo modo que otros hicieron conmigo. Por este camino no vamos bien, porque como nos recuerda el Evangelio: A vino nuevo, odres nuevos (cf. Mc 2,22).
Si queremos llegar a todos los jóvenes, no podemos quedarnos encerrados en nuestras parroquias o en nuestras plataformas pastorales habituales esperando a que vengan los jóvenes. Sin descuidar a los jóvenes que participan de nuestros procesos pastorales, y contando con ellos como evangelizadores privilegiados de otros jóvenes, debemos salir al encuentro de los jóvenes, estar donde ellos están, acogerles y escucharles para acompañarles en su crecimiento personal y en la búsqueda de una vida gozosa y con sentido.
La PJ debe encarnarse en la vida de los jóvenes, poner sus experiencias e inquietudes en el centro de sus proyectos y acciones. Dios se nos revela y se les revela a los jóvenes en sus experiencias humanas, por lo que éstas se constituyen en lugar privilegiado para comunicarse con los jóvenes y para educarles a la fe.
El principio de encarnación aplicado a la evangelización comporta: el primado del contacto personal; asumir la cultura de los jóvenes; entender su lenguaje, sus símbolos; desbrozar lo que sucede en sus vidas, sobre todo lo que acontece en su interior, en sus aspiraciones más hondas, en su búsqueda de una vida con sentido. Por eso, la PJ deberá salir de su propia instalación e inercia para ir en busca de los jóvenes allí donde están, casi siempre al margen y sobre todo fuera de la vida eclesial. Habrá que salir hacia una “tierra extraña”, aprendiendo a comprender y a utilizar los nuevos lenguajes, símbolos y medios que usan los jóvenes para comunicarnos con ellos, puesto que sin comunicación es imposible tanto la educación como la evangelización.[2]
Salir al encuentro de los jóvenes es el primer paso de la actual pastoral con jóvenes, pero su evangelización queda incompleta si no somos capaces de establecer con ellos una comunicación auténtica en la que proponerles el camino de vida que es Jesús, porque nuestro objetivo es que la Iglesia sea medio para que los jóvenes se encuentren con Jesucristo.
Para dialogar con los jóvenes debemos realizar una comunicación que ellos entiendan y que dé respuestas válidas a sus interrogantes vitales. Los jóvenes demandan aquello que la Iglesia les ofrece (mensaje de sentido, de salvación, de felicidad y de comunidad moral), pero no a la manera en que ellos perciben en la actualidad estas ofertas. Los jóvenes, en general, no son tan superficiales como ciertos “imaginarios” presentan. No carecen de inquietudes, pero huyen de respuestas dogmáticasque impidan la crítica, la discusión y la disensión. Buscan más compañeros de camino que guías a distancia.[3]
La PJ, sin perder el horizonte hacia el que nos dirigimos (acoger a Jesucristo y su evangelio como camino de vida), necesita abrirse a más caminos, a nuevas posibilidades de encuentro y comunicación con los jóvenes. Para conectar con los jóvenes hace falta encontrar puntos de encuentro donde poder compartir vida.
La conocida expresión del pedagogo brasileño Paulo Freire, nos educamos juntos, es acogida también por la PJ y ampliada para afirmar que nos evangelizamos juntos. En estos términos entendemos que debe moverse una PJ actualizada. Tenemos que caminar con los jóvenes, puesto que los jóvenes sólo escucharán y se dejarán guiar por aquellas personas que caminan a su lado.
2.2. Protagonismo de la evangelización misionera
Hoy día, más que de una época de cambios se habla de un cambio de época. Ante esta situación la PJ, si quiere ser actual debe moverse en un nuevo paradigma de evangelización que dé espacio y protagonismo a la acción misionera, para que la propuesta de vida que nos hace Jesús llegue a los jóvenes que viven en la indiferencia religiosa, a los creyentes alejados de la Iglesia y a los no creyentes.
El objetivo de la evangelización misionera es provocar en la persona una actitud de fe, de apertura al Evangelio, de búsqueda de Dios, admiración hacia Jesucristo y disponibilidad inicial a su seguimiento. Forma parte de la acción misionera no sólo aquella acción del cristiano y de la Iglesia que intencionalmente va dirigida a la conversión de la persona a Jesucristo, sino también toda expresión de la fe en la vida cotidiana y pública que llega al mundo no creyente y que constituye la percepción que éste hace de la fe y de su significado para él.[4]
Aspectos claves de la evangelización misionera son: la presencia (estar donde están los jóvenes), el servicio(acompañar y favorecer su crecimiento, empezando por los que peor están), el diálogo (establecer una comunicación interpersonal donde el joven se deja acompañar e interpelar por quien le acoge y le escucha), el testimonio (los jóvenes nos escuchan más por lo que somos y hacemos que por lo que decimos), y el primer anuncio que se centra y guía a las raíces de la fe para facilitar que brote la fe en la vida del joven (sin un anuncio explícito del Evangelio, la evangelización queda incompleta).
Los jóvenes se abren a la propuesta de vida que les hace Jesús cuando perciben en los cristianos y en sus comunidades una coherencia con el mensaje evangélico. La presencia cercana y acogedora, el testimonio personal y comunitario, y una praxis a favor de una vida digna y gozosa son el camino para realizar una PJ atrayente y significativa para los jóvenes.
Los relatos del encuentro de Jesús con la samaritana (Jn 4, 1-43) y de los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35) constituyen un referente para la evangelización misionera:
- Salir al camino,
- acercarse a cada cual en sus circunstancias de un modo espontáneo,
- trabar contacto con individuos o grupos pequeños,
- escuchar y acoger en profundidad a todos,
- mostrar la propia sed de Dios y nuestra misma vulnerabilidad,
- establecer conversaciones personalizadas y progresivas,
- provocar -a través de preguntas- una comunicación interactiva,
- evocar con imágenes simbólicas los anhelos soterrados de esperanza y plenitud,
- hablar de corazón a corazón,
- acompañar un trecho del camino de la vida sin pretensiones de control,
- celebrar y vivir la fe junto con otros creyentes,
- ayudar a descifrar -con la ayuda de las Escrituras- lo nuclear de la experiencia de la vida…
2.3. Personalización de la fe a través de experiencias significativas
Pasó el tiempo de vivir una fe heredada. Hoy más que nunca, la fe cristiana necesita ser personalizada, es decir, vivida como don de Dios que la persona acoge con libertad y responsabilidad. El Evangelio es buena noticia para mí, no porque otros me lo han dicho, sino porque yo lo experimento en mi vida.
La fe personalizada supone la adhesión a la persona de Jesús, que sale a mi encuentro y me invita a entrar en su Vida. Es un encuentro y una adhesión, una vocación decidida y libre, por una Persona a la que se siente viva y vitalizadora. El creyente edifica su fe sobre esa experiencia personal de Dios en Cristo; así vive su vida desde el encuentro personal y continuado con Cristo… Cuando el creyente acoge y conoce en profundidad a Cristo, recibido en el Espíritu, se va convenciendo, desde sí mismo, de que Cristo es, no sólo el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6), sino, ante todo, de que Cristo es su Camino, su Verdad y su Vida personales.[5]
Personalizar la fe en PJ es un proceso en el que se incluyen todos los momentos que posibilitan el encuentro con Jesús y realizan su seguimiento (la eucaristía, el sacramento del perdón, la confirmación, contacto con los empobrecidos, experiencias de sufrimiento, voluntariado, la escucha de la Palabra de Dios, la oración personal y comunitaria, retiros, ejercicios, discernimiento vocacional, acompañamiento personal, formación integral de la persona, cultivo de la interioridad…).
Una propuesta se carga de significatividad cuando es ofrecida a través de la experiencia. La fuerza comunicativa, evocada por las experiencias, empuja espontáneamente hacia decisiones comprometidas que hacen crecer a la persona en todas sus dimensiones, también la trascendente, lo cual favorece la escucha y acogida del Evangelio.
La experiencia propia de cada joven sobre la realidad (lo que me pasa, lo que siento, lo que hago, lo que me cuestiona) tiene un papel insustituible como punto de partida y sustrato permanente de todo camino de apertura a la fe. La PJ debe en ayudar a los jóvenes a interiorizar, reflexionar, poner nombre, compartir e iluminar teológica y bíblicamente su propia vida. La clave experiencial sintoniza con el talante actual de los jóvenes. Buscan hacer experiencias porque es ahí donde encuentran mayor felicidad y sólo les convence lo que han experimentado. Una fe que pueda interesarles tendrá que ser de alguna manera experiencia de la felicidad insertada en su vida cotidiana.[6]
Vivir experiencias significativas favorece el inicio y desarrollo de las dimensiones esenciales de la vida cristiana (vocación, comunión, misión). Experiencias de interioridad, de servicio, de compromiso social, de formación cristiana, de vida comunitaria, de oración, de celebración de la fe, etc. son piezas de un gran puzzle que se va construyendo en el tiempo. La colocación de cada pieza, convenientemente acompañada, hace posible un salto de calidad en el propio crecimiento. Todas estas experiencias deberían estar presentes en una vida de fe consolidada, pero como en el puzzle, hoy en día podemos intentar empezar por alguno de los sitios para llegar a los demás. Es por esto que necesitamos multiplicar y diversificar las ofertas para que los jóvenes puedan engancharse por alguno de estos caminos. El resultado es que habrá casi tantos itinerarios como personas están en proceso.[7]
Los jóvenes para aceptar algo necesitan experimentarlo, por lo que sólo se tomarán en serio el mensaje de Jesús si lo viven entrelazado en una correlación de experiencias. Es por esto, que la PJ debe suscitar en los jóvenes pequeñas y grandes experiencias, acompañándoles en su recorrido personal y ayudándoles a descubrir en cada una de esas experiencias la cercanía de Jesús y su propuesta de vida. Interiorizar estas vivencias, ayudan a madurar la fe y nos encaminan para seguir a Jesús en la vida cotidiana.
2.4. Fortalecer la experiencia comunitaria y eclesial
Los jóvenes, a pesar de su individualismo, dan gran valor a la comunidad. De hecho, viven entre la necesidad de individuarse como personas únicas y la de vivir y apoyarse en los otros. Todo lo relacional despierta su interés y ejerce un poderoso atractivo, porque son más sensibles a lo afectivo que a lo ideológico. Ahora, eso sí, rehuyen de los vínculos a largo plazo y de los grupos cerrados, por lo que debemos buscar el equilibrio entre experiencias individuales y las que parten y remiten a la comunidad.[8]
La vivencia individual o meramente grupal de la fe acaba languideciendo o volviéndose sectaria si no se inserta eclesialmente de un modo firme. Sólo la Iglesia en su conjunto puede realizar la misión evangelizadora, la renovación comunitaria, etc. A pesar de sus limitaciones y deficiencias, la Iglesia sigue siendo una mediación privilegiada para la vivencia del cristianismo.[9]
Para conectar con los jóvenes necesitamos comunidades vivas que sean espacios afectivos y acogedores. Sólo serán significativas e interpeladoras para los jóvenes aquellas comunidades que sepan acompañarles en su crecimiento, pero que además reflejen una auténtica experiencia de Dios (filiación) y solidaridad dentro y fuera de la comunidad (fraternidad).
Sin comunidad cristiana de referencia, todo anuncio creyente queda huérfano de un espacio de interiorización, de “verificación” y de celebración; sin el testimonio y la proclamación de individuos concretos, el Evangelio quedaría mudo para el mundo. Actualmente, la visualización de la fraternidad no puede realizarse en la parroquia más que si ésta se convierte en comunidad de comunidades. Seguramente los jóvenes que se incorporen a la Iglesia, serán aquellos que pertenezcan a algún tipo de grupo de talla humana en la que la fe se viva con cierta intensidad, se traduzca en opciones efectivas de solidaridad y se celebre con creatividad, calor y alegría. [10]
La comunidad eclesial es un lugar necesario para educar a la fe a los jóvenes, porque sin una auténtica experiencia de vida cristiana en la fraternidad no podrá cuajar en ellos ni madurar la fe.
César Fernández de Larrea
[1] Cf. J. M. CASTILLO, Dios y nuestra felicidad, Bilbao, Desclée de Brouwer, 72005, 13-14.
[2] Cf. COMISIÓN EPISCOPAL DE APOSTOLADO SEGLAR. DEPARTAMENTO DE JUVENTUD, Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo en el tercer milenio. Proyecto Marco de Pastoral de Juventud, Madrid, EDICE, 2007, 83.
[3] Cf. J. J. CEREZO – P. J. GÓMEZ, Jóvenes e Iglesia. Caminos para el reencuentro, Madrid, PPC, 2006, 111.
[4] Cf. C. GARCÍA DE ANDOIN, Acción misionera, en V. M. PEDROSA – J. SASTRE – R. BERZOSA (eds.), Diccionario de pastoral y evangelización, Burgos, Monte Carmelo, 2000, 17-18.
[5] OBISPO DE VITORIA (2002), Carta pastoral Hacia una fe más personalizada, en “Boletín Oficial del Obispado de Vitoria” 6-7 (2002) 138, 438.
[6] Cf. CEREZO – GÓMEZ, Jóvenes e Iglesia, 175.
[7] Cf. R. GASOL – C. MENÉNDEZ – D. PAJUELO, Procesos, en J. M. BAUTISTA (ed.), 10 palabras clave sobre Pastoral con Jóvenes. Fórum de Pastoral con Jóvenes, Estella, Verbo Divino, 2008, 127-128.
[8] Cf. R. NÚÑEZ – M. MAS – H. ROMÁN, Futuro, en BAUTISTA (ed.), 10 palabras clave sobre Pastoral con Jóvenes, 56-57.
[9] Cf. CEREZO – GÓMEZ, Jóvenes e Iglesia, 134.
[10] Cf. CEREZO – GÓMEZ, Jóvenes e Iglesia, 168.