Eugenio Alburquerque Frutos
Director del Boletín Salesiano
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor intenta ahondar en las raíces y causas que han llevado a la actual situación de crisis vocacional. Esta crisis viene de lejos y tiene hondas raíces antropológicas, sociales y culturales. El autor señala algunos de los factores que han propiciado esta situación: la secularización, una sociedad diversificada y compleja, pérdida de aprecio social, la crisis de la familia, la crisis educativa. Reconoce, el autor, que es bueno hacer autocrítica de una manera humilde y esperanzada.
La vocación es una realidad misteriosa, pero profundamente enraizada en la personalidad, en su estructura y en sus dinamismos. Es una realidad germinal que puede madurar y desarrollarse o bien atrofiarse y extinguirse. En la vida cristiana constituye un modo de integrarse y unificarse con Cristo y de seguirle, de manera original y de acuerdo con los propios dones. Todo ello hace necesaria la intervención de la familia desde los primeros momentos de la existencia, de la acción educativa y del acompañamiento pastoral. Y, ciertamente, las comunidades cristianas han de estar dispuestas a acoger, respetar, cuidar y potenciar las distintas vocaciones para que todos podamos compartir la misión de Jesús. Por su parte, la pastoral de juventud no puede menos de contemplar la dimensión vocacional como un aspecto esencial de su ser y de su quehacer.
Actualmente es sentida en la Iglesia, de manera muy fuerte e intensa, la crisis de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Esto sucede especialmente en Europa y, de forma muy real y concreta, entre nosotros, en España. Sin embargo, el Señor llama y sigue llamando hoy. Esta convicción supone siempre un acicate y un estímulo para los agentes de pastoral.
Quizá nos pide, ante todo, una evaluación exigente que nos ayude a ser más conscientes de la situación, de la hondura y gravedad del problema, de sus raíces y causas, de los retos a nuestra propia labor pastoral. Para llegar a ser capaces de proyectar y proponer orientaciones precisas y concretas, es necesario un discernimiento serio de dónde estamos y por qué estamos así, qué hemos hecho y hacemos, qué hemos dejado de hacer o qué estamos abandonando. Este es el objetivo de esta reflexión: intentar ahondar en las raíces y causas que han llevado a la actual situación de crisis vocacional.
- Horizonte actual de la crisis vocacional
La situación vocacional actual se caracteriza, de modo particular entre nosotros, por la gran desproporción existente entre la mies, cada vez más abundante, y nuestras fuerzas, cada vez más escasas. Y esta situación, es preciso reconocerlo con humildad, nos sitúa ante un problema gravísimo, realmente candente. Es inútil ya intentar taparlo o disimularlo; no es momento para aplicar paños calientes. Realmente, desde hace varias décadas, ¡el problema vocacional es un problema que quema![1].
Las estadísticas son frías, pero muestran una realidad viva. Aún teniendo en cuenta los esperanzadores rebrotes que germinan en distintas partes del mundo, se puede constatar un descenso progresivo y constante en casi todos los países de la vieja Europa. Persiste el doloroso fenómeno de las deserciones y se agudiza la crisis vocacional. Esta situación resulta verdaderamente dramática de manera especial para la vida religiosa, aunque en muchos lugares la situación es compartida también entre los seminaristas y sacerdotes diocesanos. A ello hay que añadir el dato del envejecimiento. Tanto en la vida religiosa como en la sacerdotal, los índices de envejecimiento representan humanamente una alarma preocupante.
Algunos piensan que los grandes problemas actuales de la Iglesia, también la crisis vocacional, se remontan al Concilio, como si antes todo fuera paz, luz, excelencia, y después del Concilio llegaran las tinieblas, la confusión y desorientación, y comenzara el derrumbe.
Esta visión tan simplista y reductiva no se sostiene, aunque evidentemente no todo lo que haya venido después del Concilio haya sido acierto. No nos engañemos, el postconcilio no ha creado el ateísmo, la indiferencia religiosa o el relativismo moral; ni la crisis vocacional es su hija natural, aunque es cierto que sacudió a la Iglesia de forma especialmente virulenta en los años que siguieron inmediatamente al Concilio. Muchos fueron los abandonos y defecciones, y muy diferentes sus causas. Sin embargo, los estudios sociológicos muestran con suficiente claridad que la crisis vocacional había comenzado ya antes, que viene de lejos y tiene hondas raíces antropológicas, sociales y culturales[2]. Pero la verdad es que, a pesar de algunas indudables mejoras, la crisis no remonta, y que la falta de nuevas vocaciones se hace sentir cada día más y de forma más tensa y dramática.
Ante la gravedad del problema no se trata, en modo alguno, de sembrar pesimismo, sino de promover la esperanza. Es algo en lo que han insistido en estos últimos años tanto las orientaciones del magisterio de la Iglesia como de las distintas congregaciones e institutos religiosos. Para algunos, la actual situación constituye, en realidad, un signo de nuestro tiempo, es decir, una palabra que Dios dirige a nuestras comunidades para suscitar un verdadero dinamismo de conversión: “Cabe todavía pensar que la actual crisis de las vocaciones está relacionada con los signos de los tiempos y, por tanto, permitida por el Señor para despertar en las comunidades cristianas una dinámica de conversión, de creatividad y de innovación que adapte el cuidado de las vocaciones a los retos socio-culturales”[3].
Como enseño el Vaticano II, ante los signos de los tiempos, el primer deber eclesial es escrutarlos, conocerlos e interpretarlos (GS 4). Pueden llegar a ser kairós, tiempo oportuno de gracia y salvación, llamada y dinamismo de conversión. Pero es necesario el esfuerzo pastoral para leerlos, discernirlos y situarse ante ellos con lucidez evangélica.
La disminución del número de vocaciones ha suscitado una reflexión cada vez más profunda en la Iglesia. Ha contribuido, sin duda, a clarificar mejor la verdadera naturaleza e importancia del problema y también a acrecentar la sensibilidad y el compromiso de las comunidades cristianas. Quizás nunca haya existido mayor claridad de ideas, mayor sensibilidad pastoral, mayor clima de oración por las vocaciones, más y mejores medios. Hemos de reconocer que no es posible mirar la actual situación de manera unilateral y pesimista. En esta actitud quiero situar esta reflexión para ayudar a profundizar en sus raíces y causas, que pastoralmente son siempre retos y estímulo. Quizá, como a Abrahán, triste por no ver realizado el don de la descendencia, Dios nos invita a salir de nuestra pequeña tienda y a mirar y contar las estrellas del cielo, para llegar a interpretar y creer la historia y la promesa del Dios fiel.
- Desintegración cultural, impacto y consecuencias
Cuantos se refieren a la crisis vocacional señalan que tiene como causa muchos y complejos factores sociales y culturales. El Congreso Europeo sobre las vocaciones indicaba: una cultura pluralista compleja, privada de puntos de referencia, que tiende a producir en los jóvenes una identidad frágil; una cultura de la distracción, que fácilmente soslaya o anula los interrogantes sobre el sentido de la vida; un estilo de vivir que propicia la gratificación inmediata de los sentidos, de lo que “me va”, de lo que “me hace sentirme bien”; una cultura plana que parece extinguir la voluntad de creer en algo, de tender hacia objetivos grandes[4]. Se trata, ciertamente, de causas hondas y complejas, enraizadas en la cultura de una sociedad laica en la que florece la irrelevancia religiosa, la ambigüedad moral e incluso cierto anticlericalismo.
Según el divulgado análisis de Gerald Arbuckle, a partir de los años 60 se produce un proceso de desintegración cultural ante el que la vida religiosa sufre un impacto tremendo, que ha producido desorientación, contestación e impotencia[5]. En este impacto, en sus consecuencias, en las reacciones que ha desencadenado, hay que situar, ante todo, la crisis vocacional. Aunque sea a grades rasgos, nos detenemos en algunos de estos factores para poder calibrar un poco más su densidad e importancia.
2.1. Secularización
La secularización se ha extendido por todas partes del mundo. Hasta el siglo XVI se puede hablar de cristiandad europea. Después, un conjunto de factores llevaron progresivamente a un nuevo tipo de sociedad, en el que influyen especialmente la secularización social, la racionalización de la cultura y la laicidad del Estado. Si hasta hace poco muchas expresiones sociales y culturales estaban impregnadas de la dimensión religiosa, actualmente sorprende a muchos la irrelevancia social de todo cuanto es religión.
Asistimos a la descristianización del espacio público. La religión pierde apoyos sociales, se convierte en objeto de elección y exige el compromiso personal. Retrocede el cristianismo sociológico y se extiende un cristianismo difuso y no practicante; aumenta el número de personas sin religión, el ateísmo y agnosticismo. Los bienes y valores culturales compartidos ya no son religiosos. No hay referentes públicos que aludan a Dios y se cuestionan los mismos símbolos religiosos tradicionales. La religión deja de configurar la vida social, los proyectos culturales y los ordenamientos legales. Pasa a ser una cosmovisión personal de un determinado grupo de la población, perdiendo su puesto primordial y hegemónico.
La pastoral juvenil ha de entrar necesariamente en este contexto social, en el que fácilmente los jóvenes pierden o no encuentran la perspectiva trascendente, que es el firmamento de la fe y el humus de la vocación religiosa o sacerdotal.
2.2. Sociedad diversificada y compleja
La fe cristiana ha de vivirse actualmente en un contexto muy plural y diversificado. A diferencia con el pasado, ser cristiano constituye simplemente una de tantas modalidades, con idéntico derecho de ciudadanía. Vivimos en una sociedad plural, muy heterogénea, que ofrece un amplio espectro de posibilidades, de ocasiones, de solicitudes. Como la Roma antigua, dice el documento final del Congreso Europeo sobre vocaciones, la Europa moderna se asemeja a un panteón, a un gran templo en el que todas las divinidades tienen cabida[6].
El pluralismo y la diversificación social generan una ingente multiplicidad de mensajes, con abundancia de propuestas, fundadas en concepciones filosóficas y religiosas muy diversas. Y todo ello va unido a la aceleración de los cambios en todos los ámbitos (cultural, científico, ético, económico, político). Este pluralismo de mensajes, tantas veces diametralmente opuestos entre sí, hace particularmente difícil la animación y el discernimiento vocacional. Se acentúa la indecisión, quiebran las opciones definitivas, crece la dificultad de comprender el valor del “para siempre”.
Es posible que, ante tales dificultades, surjan actitudes pastorales tan distintas como el indiferentismo o el fundamentalismo, ambas perniciosas para una verdadera pastoral vocacional. Desgraciadamente puede sucedernos a los agentes de pastoral que lleguemos a pensar que la vida cotidiana de los jóvenes no es ya el ámbito adecuado para sentir y gustar la llamada de la fe y de la vocación[7].
2.3. Pérdida de aprecio social
Todo ello ha conducido a una generalizada pérdida de aprecio social respecto a las vocaciones religiosas y sacerdotales, al menos en occidente. No deja de ser sintomático la imagen negativa de sacerdotes y religiosos que con frecuencia transmiten los medios de comunicación social, especialmente la televisión. Con frecuencia filmes y seriales televisivos proyectan una imagen esperpéntica, como personajes ridículos, irrisorios, hipócritas, corruptos, ambiciosos.
En todo ello influye, sin duda, la imagen negativa de la Iglesia, que prevalece en tantos sectores sociales, en particular, entre los jóvenes. El mismo Congreso Europeo sobre las vocaciones reconoce con realismo: “Los jóvenes con frecuencia no ven en la Iglesia el objeto de su búsqueda, ni el lugar de respuesta a sus interrogantes y expectativas. Se resalta que no es Dios el problema, sino la Iglesia… En un amplio sector de jóvenes perdura el temor a que una experiencia en la Iglesia coarte su libertad”[8]. Es conocido, a este respecto, el dato confirmado en los estudios sociológicos recientes: la Iglesia sigue en el último lugar en la lista de confianza que los jóvenes mantienen hacia las diferentes instituciones[9]. La triste realidad de los casos publicados sobre la pederastia está contribuyendo también muy notablemente a esta pérdida.
2.4. La crisis de la familia
Tradicionalmente siempre fue muy importante el papel de la familia en el proceso del desarrollo vocacional. Actualmente, por causas y situaciones diversas, incluso entre las familias cristianas, existe una dificultad muy grande para aceptar, respetar, animar y promover la opción vocacional, sacerdotal o religiosa, de los hijos.
A las dificultades generales indicadas se añaden algunas específicas de la situación familiar. Una de las instituciones en las que de manera más marcada se percibe la complejidad y el cambio social es la familia. Las nuevas condiciones de la economía y del trabajo, la industrialización, la tendencia hacia la sociedad del bienestar, el consumismo, los medios de comunicación, las leyes, etc., influyen y provocan un cambio muy fuerte en todo el entorno familiar. No se trata simplemente de abandono y superación de los modelos tradicionales de la familia ni del cambio de funciones experimentado en su seno. Se está llegando a una diversidad muy amplia de situaciones y de modelos familiares como, por ejemplo: familias construidas por una sola persona adulta (divorciados, madres solteras), parejas homosexuales con o sin hijos, parejas reconstruidas después de una ruptura, con hijos provenientes de ambos cónyuges. Si a esto añadimos la baja natalidad, la práctica desaparición de la población infantil y juvenil en zonas, en otro tiempo, ricas en vocaciones, la baja tensión espiritual en tantas familias, podemos llegar a calibrar la hondura de la crisis de la familia y lo que ello representa en relación a las vocaciones eclesiásticas. Decía Martín Descalzo que hay familias que empujan a ser, otras que frenan y otras que sostienen. Así sigue siendo, también respecto al delicado problema vocacional.
2.5. Crisis educativa
Junto a la crisis de la familia es posible constatar también la debilidad de tantos lugares pedagógicos, como el grupo, la comunidad, la escuela. La crisis vocacional es siempre crisis de la propuesta educativa.
Desde hace varias décadas, se han encendido las luces de alarma de la educación. Se habla incluso de situación de “emergencia educativa”. La crisis se manifiesta en múltiples fenómenos, verdaderamente preocupantes: fracaso escolar, debilitamiento de la convivencia en los centros, confusión de valores, malestar docente, debilitamiento de las relaciones familia-escuela, etc. Según Martínez-Otero[10], da la impresión de que la misma educación ha perdido la confianza en sí misma. En el fondo, y más allá de las constantes reformas legislativas, lo verdaderamente crítico es la despreocupación por el ser humano. La incoherencia penetra por todos los rincones, se extiende la confusión y escasean la calidad y la excelencia.
Actualmente, en nuestro sistema educativo, cualquier profesor puede constatar el gran vacío en el que se instalan muchos de los alumnos, adolescentes y jóvenes, que no encuentran, en la escuela o en la facultad, presencias o referencias orientadoras de sus vidas. Es cierto que el sistema educativo señala y promueve medios y formas de intervención concreta: el Proyecto Educativo de Centro, el Departamento de Orientación, la institución de la tutoría y de la figura del Tutor tienen, ciertamente, una finalidad orientadora y formativa. Si realmente funcionaran, constituirían un recurso estupendo para dinamizar los verdaderos fines de la educación. Sin embargo todos estos medios se insieren dentro de una crisis más amplia que sigue estando presente en las distintas reformas educativas. Su funcionamiento está dependiendo en realidad de la voluntad de las personas concretas.
- La necesidad de autocrítica
Estas y otras muchas causas (corrientes ideológicas, sociedad del bienestar, cultura hedonista, consumismo, relativismo moral, fragmentación, presentismo, etc) están en las raíces del actual problema vocacional. Se trata de causas hondas y graves, que dificultan el nacimiento y desarrollo de las vocaciones. Pero, al mismo tiempo, todos estos condicionamientos negativos abren también a posibilidades nuevas, inéditas, que requieren la atención y reflexión pastoral. Constituyen verdaderamente retos abiertos a la acción pastoral.
Pero, es necesario decir también que estas dificultades no son decisivas y no son quizá las verdaderas dificultades. A lo largo del tiempo, con mayor o menor fuerza e intensidad, la vocación sacerdotal y religiosa ha tenido que confrontarse con el contexto social y cultural. Aún contando con las dificultades de la situación del tiempo presente, con la complejidad de los factores sociales y culturales actualmente más influyentes y con las más propias y específicas en que viven los jóvenes, ¿no existen también puntos débiles en nuestra propia vida religiosa y en nuestra acción pastoral? Tengo la impresión de que en el análisis y evaluación de la actual crisis vocacional no siempre está presente la autocrítica, la capacidad de reflexión y revisión para vernos y ponderar la incidencia de nuestra propia vida, de nuestra acción pastoral y vocacional concreta. Es importante escrutar los signos de los tiempos, pero resulta imprescindible evaluar nuestra propia capacidad de testimonio evangélico y la de nuestras comunidades cristianas, porque el problema vocacional apunta al corazón de la vida religiosa y sacerdotal.
3.1. Crisis de la vida religiosa y sacerdotal
El problema vocacional tiene mucho que ver con la crisis de la vida consagrada. A ella me refiero de manera particular, aunque creo que la reflexión podría extenderse también en diversos aspectos a la vida sacerdotal.
Somos conscientes del ambiente generalizado de malestar, zozobra e inquietud en la vida consagrada. Son muchos los estudios que coinciden en afirmar que si la vida religiosa quiere continuar siendo una fuerza vital en la Iglesia y en el mundo, es necesario llegar a cambios muy profundos en la mayoría de las congregaciones e institutos religiosos. El futuro solo será posible para aquellas congregaciones que, en unión con Dios, en fidelidad al propósito de su fundación y en respuesta a las necesidades humanas, hagan frente a la separación existente entre el evangelio y la cultura[11].
Para otros, la vida consagrada se encuentra ante la necesidad de un cambio de paradigma, que puede llevar consigo la muerte o la drástica reducción de algunos institutos. Con una metáfora muy expresiva, Joan Chittister[12] se ha referido a la vida religiosa como a cenizas, entre las que aún quedarían, en el rescoldo, algunas brasas.
Como lúcidamente ha observado G. Urríbarri, la raíz de fondo de este malestar no radica principalmente en que los consagrados de estos albores del siglo XXI seamos especialmente necios, cobardes o desobedientes, en que nos hayamos instalado en el consumismo, en que haya decaído lamentablemente nuestra oración y vida espiritual, o en que nuestros pastores hayan decidido dejar a la deriva a la vida consagrada. Aunque no única, la raíz principal hay que buscarla en la crisis actual de la comprensión teológica de lo que es la vida consagrada y en la antropología teológica que la sustenta[13].
El concilio Vaticano II, especialmente en la constitución dogmática sobre la Iglesia y en el decreto sobre el apostolado de los laicos, subrayó el valor del laico en el pueblo de Dios. Se produce un verdadero cambio en la definición teológica de los laicos, que tiene como consecuencia no sólo la modificación de su posición dentro de la Iglesia, sino también la necesidad de redefinir la identidad del resto de los miembros de la comunidad eclesial. Es decir, la recuperación eclesial de la identidad y del valor de los laicos implica necesariamente la reflexión y redefinición de la vida consagrada dentro de una eclesiología de comunión.
El mismo Concilio pidió en este sentido la renovación de la vida consagrada. Después se ha hablado no sólo de renovar, sino también de recrear, reactualizar, rehacer, refundar. Aún prescindiendo del significado y contenido preciso de cada una de estas expresiones, así como de la discusión que existe sobre alguna de ellas, parece necesario subrayar que todas apuntan a un común denominador: exigencia de un cambio profundo, necesidad de conversión.
Sin duda, con el Vaticano II quedó atrás una comprensión de lo que era la vida consagrada. Y desde entonces carecemos de una comprensión eclesial compartida, actualizada, atractiva, capaz de interpelación, sobre el sentido y la esencia de la vida consagrada. Sin ello, nos está faltando la brújula para dirigir los cambios radicales y profundos que se piden a la vida consagrada. Reestructurar el marco teológico de comprensión de la vida consagrada constituye todavía hoy uno de los mayores desafíos al que nos enfrentamos religiosos y religiosas en estos comienzos del siglo XXI.
3.2. Inconsistencia y debilidad de la pastoral vocacional
Es una de las consecuencias de esa carencia de comprensión teológica. Sin una sólida base teológica, se oscurece la misión y zozobra la acción pastoral. Y esta falta de consistencia de la pastoral vocacional ha perdurado quizá demasiado tiempo de forma acrítica, a pesar de las llamadas a la renovación del mismo magisterio de la Iglesia[14].
En este sentido, el documento final del Congreso Europeo sobre las Vocaciones reconoce que la pastoral vocacional se encuentra ante la exigencia de un “cambio radical”, de un “impacto idóneo”, de un “salto cualitativo”, de una “encrucijada histórica”[15]. Una vez más, se trata de una convergencia evidente que procede del análisis de la situación. Existe una historia, con un conjunto de fases que se han sucedido lentamente y se ha llegado a un momento en el que es necesario dar un paso decisivo.
No es cuestión de subestimar el proceso seguido, ni de buscar culpables en el pasado. Lo importante es escrutar los signos de los tiempos, escuchar la llamada de Dios y ser generosos y creativos para responderle en este momento preciso de la historia.
Por ello, es necesario superar una pastoral vocacional concebida y surgida como emergencia debida a una situación de indigencia vocacional; una pastoral del miedo ante los peligros de disminución o desaparición; una pastoral tímida e insegura, como situándose en condiciones de inferioridad respecto a una cultura antivocacional; una pastoral puramente funcional, de “recolección” y “reclutamiento”, como red que se ha de echar en un mar convulso; una pastoral de importación con la finalidad exclusiva de mantener determinados niveles de presencia; una pastoral elitista y selectiva, como promoción exclusiva de algunas vocaciones; una pastoral de “llaneros solitarios”, en la que no está comprometida la comunidad cristiana. Y es necesario, ciertamente, superar una pastoral del cansancio, de la nostalgia, de la repetición mecánica y acrítica, del “siempre se hizo así y tuvimos buenos resultados”, de la resignación, de las rebajas, de la pura y fatua propaganda. Todos estos son signos de una pastoral débil e inconsistente que es necesario renovar profundamente.
3.3. Comunidades vocacionalmente insignificantes
Uno de los aspectos más importantes en la renovación de la vida religiosa ha sido y es la recuperación del valor de la comunidad. Religiosos y religiosas nos reconocemos, oficialmente, como signos de comunión, llamados a vivir el don de la fraternidad, testigos del amor de Dios, del que queremos ser portadores en la realización de la misión confiada. Pero, con frecuencia, de la comprensión oficial a la vida real existe una distancia excesivamente grande.
En la pastoral vocacional, ha crecido también la importancia de la comunidad no sólo como sujeto de la misma acción pastoral, sino también como ámbito en el que un joven descubre la llamada a la vida consagrada. En realidad, la vocación surge en la comunidad y para la comunidad. Pero, para ello, es necesario que la comunidad sea verdaderamente significativa. Y hemos de reconocer, que con frecuencia, nuestras comunidades no resultan serlo a los jóvenes. En las comunidades cristianas coexisten a menudo actitudes ambivalentes y contradictorias.
Por una parte, se nos introduce fácilmente una gran dosis de individualismo, que nos centra en nosotros mismos, en nuestra propia autorrealización, en nuestros derechos, y que dificulta seriamente la obediencia y la misión. Por otra, prima en ellas un “modelo liberal”[16], que persigue hacer de la comunidad religiosa un espacio de paz, de bienestar, de expansión, de pluralismo y tolerancia, en el que todos nos encontremos bien, a gusto, sin conflictos, pero en la que quizá no aparece tan explícito el testimonio de la fe en Jesucristo, la experiencia de Dios, la hondura espiritual, la pasión por los pobres. Y la verdad es que este modelo liberal de comunidad no suscita vocaciones, quizá precisamente porque es vocacionalmente insignificante.
A veces, no sin cierto pesar, constatan algunos que institutos religiosos “más conservadores” tienen más éxito y mejores resultados vocacionales. No deja de ser significativo que en el Congreso Europeo sobre Vocaciones se oyera insistentemente esta pregunta: “¿Por qué determinadas teologías o praxis vocacionales no producen vocaciones, mientras que otras sí las producen?”[17]. El documento no responde a ella. Sigue siendo, pues, una pregunta abierta a las comunidades religiosas. Y a ella, me parece que se podría añadir también: ¿no será que el modelo liberal de comunidad tiene un conjunto de rasgos claramente antivocacionales?
3.4. Somos parte del problema
Finalmente, quisiera subrayar de manera especial que la verdadera autocrítica tiene que llegar a nuestra propia vida y a nuestra propia acción. Aún sintiendo hondamente todos los distintos aspectos señalados, es necesario llegar, en concreto, a nosotros mismos. La crisis vocacional no es un problema abstracto, sino muy real y concreto, y no podemos caer en la tentación de seguir “echando balones fuera”. Cuesta analizar y desentrañar un problema tan complejo; y, quizá, nos está costando mucho más, percatarnos de que no tenemos simplemente un problema, sino que somos el problema. Dedicamos mucho tiempo a programaciones y planificaciones, a los métodos y a las técnicas, y quizá hemos perdido el verdadero vigor y frescura de lo que fue y es la vida religiosa: una apuesta radical y siempre nueva por el absoluto de Dios[18].
Del mismo modo que nuestras comunidades han abrazado muy pronto el modelo liberal, muchos sacerdotes, religiosos y religiosas nos hemos convertido fácilmente en cristianos modernos, progresistas, y más que apostar por la radicalidad del evangelio, intentamos adecuar el evangelio al mundo y a las necesidades contemporáneas, sin advertir ni siquiera que estamos traicionando su esencia y pervirtiendo nuestra existencia.
Los jóvenes, nos advierte Vita Consecrata, no se dejan engañar: “acercándose a vosotros quieren ver lo que no ven en otra parte”. Realmente este es el verdadero compromiso en el momento presente, porque “nuestros contemporáneos quieren ver en las personas consagradas el gozo que proviene de estar con el Señor” (VC 109).
Conclusión
El Papa Juan Pablo II en el discurso a los participantes en el Congreso Europeo sobre vocaciones expresó la convicción de que actualmente la pastoral de las vocaciones se encuentra ante la exigencia de un cambio radical[19]. Es ésta, quizá, la conclusión principal de nuestra reflexión. Es decir, no se trata simplemente de renovar ciertos métodos que pueden resultar obsoletos, de superar la sensación de cansancio y desaliento, de recuperar nuevas energías y renovado entusiasmo. Realmente la pastoral vocacional en Europa ha llegado a una encrucijada histórica, a un paso decisivo. Y este cambio radical tiene que comenzar necesariamente por un análisis muy crítico de lo que hicimos y hacemos, de cómo vivimos y trabajamos, de nuestras motivaciones más profundas, de nuestro seguimiento del Resucitado, de lo que somos y somos llamados a ser. Y esto, en la perspectiva histórica, social y eclesial de este comienzo del tercer milenio, en un marco teológico renovado, donde arraigar carisma e historia, consagración y misión, seguimiento y evangelización. Entonces, quizá, seamos capaces de comprender gozosamente lo que gritaba Juan Pablo II en la conclusión de la exhortación apostólica sobre la vida consagrada: “¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir!” (VC 110).
Eugenio Alburquerque Frutos
[1] J. E. VECCHI, “Es el tiempo favorable”, Actas Consejo General de la Congregación Salesiana 373 (2000) 14.
[2] Cf. J. KERKHOES, “The Shortage of Priests in Europe”, en Europe without Priests?, London 1995, 1-40. Según este estudio, en Italia, por ejemplo, comenzó el declive del número de sacerdotes ya en 1861; un siglo más tarde, en 1957, el número se había reducido a un tercio. Por lo que se refiere a la situación española, cf. J. ELZO, “Los jóvenes españoles y la vocación a la vida consagrada”, en J. GONZÁLEZ ANLEO (dir),Jóvenes 2000 y Religión, Fundación Santa María, Madrid 2004, 196-203.
[3] E. VIGANÓ, “Todavía hay buena tierra para la siembra”, Actas Consejo General de la Sociedad Salesiana 339 (1991) 17.
[4] Cf. COMISION EPISCOPAL DE SEMINARIOS, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, Madrid 1998, 11c.
[5] Cf. G. ARBUCKLE, “Facing up to change”, en The Tablet, 12-4-1986; y más ampliamente, en Out of Chaos. Refounding Religious Congregations, Paulist Press, New York 1988.
[6] Cf. Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 11ª.
[7] Cf. X. QUINZÁ, Modular deseos, vertebrar sujetos. Pensar la formación para la vida consagrada, San Pablo, Madrid 2005, 20.
[8] Cf. Nuevas vocaciones, 11b.
[9] Cf. P. GONZÁLEZ BLASCO (dir), Jóvenes españoles 2005, Fundación Santa María, Madrid 2006.
[10] V. MARTÍNEZ-OTERO, Teoría y práctica de la educación, CCS, Madrid 2003, 15-17.
[11] Cf. D. J. NIGREN-M. D. UKERITIS, “El futuro de la vida religiosa. Conclusiones de una investigación”, Sal terrae (1999)759-768.
[12] Cf. J. CHITTISTER, El fuego en estas cenizas, Sal terrae, Santander
[13] Cf. G. URÍBARRI, Portar las marcas de Jesús. Teología y espiritualidad de la vida consagrada, DDB, Bilbao 2001, 46-48.
[14] Bastaría fijarse simplemente en los documentos postsinodales Pastores dabo vobis 34-41 y Vita consecrata 64.
[15] Cf. Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 13 c.
[16] Cf. G. URÍBARRI, o. c., 86-93.
[17] Cf. Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 11 a.
[18] Cf. J. MELLONI, “¿Tenemos, somos… un problema? Proponer la vida religiosa hoy”, Misión Joven 308 (2002) 17-22.
[19] Discurso del Santo Padre, en L’ Osservatore Romano, 11-V-1997.