[vc_row][vc_column][vc_column_text]Esta tarde, Señor,
pisamos la basura.
Ha sido toda una lección.
Incontables bolsas de basura: restos de comida, botellas, latas
y todo aquello que quedó en desuso,
pasó de moda
o no tiene ya inmediata utilidad.
Es como si el progreso, oh Dios,
produjera esta sociedad del desperdicio.
Ya no damos la vuelta al vestido,
ni reparamos la lavadora estropeada,
los tiramos a la basura,
y los sustituimos por otros nuevecitos.
Señor, el recorrido de esta tarde
fue la parábola viviente:
producimos para consumir.
Me acordé del escritor:
«Todo se vuelve cosa que se compra,
se usa y se tira al basurero»,
hasta los sentimientos, las ideas, el amor
y las personas, a veces son objetos
que tiramos a la bolsa de la basura.
Quizás, el mejor símbolo
de esta sociedad
sea una bolsa de basura.
Y nosotros, casi delicadamente,
fuimos cogiendo y recogiendo la basura
que otros tiraron.
¡Bonito oficio, Señor!
No uno solo, todos juntos
hicimos comunión para recoger lo tirado,
lo roto, lo dejado, lo inútil, el desperdicio.
Y miré el basurero humano
que hemos construido con tanto cinismo,
y mi basurero personal
que escondo en un rincón de la conciencia.
Así lloré, al pensar, Señor,
en la cantidad de gente que consideramos
desperdicio de este mundo:
drogadictos, parados, delincuentes,
alcohólicos, mendigos, extranjeros,
minusválidos, ancianos, torpes,
analfabetos, pueblerinos, patanes,
deprimidos, raros, antipáticos,
feos y pobres de solemnidad.
Oh Dios, tú no desechas
el desperdicio del mundo.
Lo que nosotros consideramos basura
tú lo arropas con tu amistad.
Y hemos construido un gran basurero
precisamente con aquellos
-qué paradoja-
que son tus preferidos.
Pero también observé, Señor,
más que el verdor de los prados
y la luz esplendorosa de la tarde,
el paraíso que formaban
tantos niños y adolescentes.
Ellos representan la armonía del mundo soñado:
calor de esfuerzo, brisa y alegría,
frescor de esta acción comunitaria.
Entendí, lo que tantas veces Jesús
con parábolas ecológicas nos dijo:
«Sois como sarmientos unidos a la vid».
«Sois como semilla de mostaza, tan pequeña pero
luego tan grande como un árbol.»
Luego en la plaza,
comprendí mejor que, esta tarde,
éramos los árboles,
que en semilla sembraron catequistas.
Traje a mi memoria lo del profeta:
«Los que ponen su esperanza en ti, oh Dios,
son como árboles plantados junto al agua,
que alargan sus raíces hacia la corriente;
nada temen cuando llega el calor,
en año de sequía no se inquietan
ni dejan de producir sus frutos» (Jer 17,7).
Y te rogué
que a estos árboles tan jóvenes
tu Espíritu oxigene sus hojas
y haga posible el brote
de nuevas yemas y flores.
Mientras intento orar esta tarde, Señor,
me digo, al fin, con el poeta:
«Corazón mío, calla tú,
que estos jóvenes árboles
son oraciones» (R. Tagore)[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]