Acróstico pascual
No temáis, no vaciléis, he resucitado. Y no para entregaros un trozo más de eso que vosotros llamáis vida… Soy yo la vida verdadera, la vida eterna que os hará inmortales.
Obligaos a resucitar cada día, a dar muerte al egoísmo, a la mediocridad, al desencanto, a la desilusión… Soy yo vuestra esperanza y nunca, jamás, os fallaré.
Tocad mis manos y mis pies; y cuando penséis que no estoy a vuestro lado, tocad y curad las llagas de mis hijos más débiles, de vuestros hermanos más necesitados… Soy yo el que me hago presente en cada uno de ellos.
Emprended inmediatamente el camino de vuelta. Ya no estoy en el sepulcro, la luz de la vida ha disipado por completo a la oscuridad de la muerte… Soy yo la noche-Luz tras tanta noche oscura.
No más lágrimas, no más pesimismo; ha llegado el momento de comenzar la fiesta, el gran banquete de los resucitados… Soy yo la alegría de vuestras vidas.
Guardad vuestro traje de luto, vuestra cara de lunes por la mañana, vuestra sonrisa a medias… Soy yo el que ha resucitado en cada uno de vuestros corazones.
Amaos los unos a los otros como yo os he amado y como os seguiré amando como nadie os amará jamás… Soy yo vuestra media naranja, vuestra pareja ideal.
Implicaos en la hermosa tarea de construir un mundo más justo, más tolerante, más fraternal… Soy yo, el que con mi resurrección, ha inaugurado una nueva humanidad.
Salid de las catacumbas del miedo, del qué dirán, de no expreso mi fe por si acaso… Soy yo el que pondrá en vuestros labios palabras de vida eterna.
Mirad a vuestra derecha e izquierda, adelante y detrás; no se trata de una aparición fantasmagórica… Soy yo el que, todos los días, os llama por vuestro nombre y espera una respuesta.
Id a Galilea y a vuestro pueblo o ciudad; id, con el corazón resucitado, a cada uno de los ambientes por los que os movéis cada día… Soy yo el que os espera, el que, cada día, acude fiel y puntualmente a la cita.
Escuchad todos los días la Buena Noticia de la vida, de la alegría, de la resurrección… Soy yo el que os habla en los últimos, en los pobres, en los débiles… en vuestros hermanos más pequeños.
De Jerusalén a Jericó y de vuestra casa al colegio y de la parroquia al supermercado y de vuestro trabajo a la zona de fiesta…, voy con vosotros… Soy yo vuestro compañero de camino, el Amigo que nunca falla.
Ocupaos, desde hoy, desde este mismo momento, de la misión que os encomiendo: resucitar tantísimos corazones que viven en la mediocridad, en la confusión, en la muerte… Y no os preocupéis, soy yo el que estará con vosotros todos los días hasta el final de este mundo.
J.M. de Palazuelo