Quien obra y trabaja en el corazón del joven es el Espíritu Resucitado de Jesús, que le va mostrando el amor del Padre y el sueño que éste tiene sobre él. Nosotros tenemos el gran papel de colaborar con ese Espíritu, que nos alimenta a nosotros mismos y nos da fuerzas para acompañar gratuitamente. Desde este Espíritu, la lectura creyente y sobre todo la vida compartida con jóvenes considero:
- El centro del «quehacer» al acompañar está en la persona con la que compartimos camino; son su proceso, su momento y sus inquietudes los que tienen que centrar nuestra acción y animación. A nosotros nos toca dejarnos afectar por su persona y su proyecto para servirle en orden a su autonomía y crecimiento.
- Es fundamental arriesgar para acompañar: no podemos tener conceptos preestablecidos ni marcos organizados. Cada persona tiene su vida y el Espíritu en ella sopla lo que quiere y cuando quiere, y el joven se abrirá en libertad a ese soplo. Conservar y asegurar no es acompañar; abiertos seremos sorprendidos y enriquecidos por la novedad y la creatividad de cada persona y su historia.
- Acompañar es echar de lo que tenemos para vivir, no se puede hacer sin priorizar y sin disponibilidad gratuita; te necesitan cuando menos lo esperas y te buscan cuando, de verdad, lo necesitan aunque no sepan expresarlo. Estar a punto y disponible es el oficio más valorado por ellos.
- Si te alegras por cada pequeño paso y decisión tomada por un joven, es que estás entrando en el verdadero reconocimiento, en el espíritu del que da gracias por los sencillos y los pequeños; aquel que te viene dado por la alegría que te da ir viendo el tesoro que el otro está encontrando y cómo está poniendo en él su corazón.
- Implicación e interpelación serán frutos que recibirás en el oficio de acompañamiento; sus opciones y discernimientos harán que tú te replantees los tuyos y acabarás empujado a implicarte más para servir más y mejor en más espacios de los propios y los ajenos. Tu servicio y compromiso serán trampolines para su actitud de servicio en el mundo.
- Los jóvenes no quieren milagros tuyos, esos los hace el Señor con ellos; sólo quieren tener parte en tu vida o, más bien, saber que tú te interesas por la suya y que pueden contar con lo que tú tienes y eres. Si eres auténtico y te muestras con verdad, desde tu sencillez y pequeñez, se sentirán como en su propia casa. No trates de ser distinto de lo que eres, porque eso te hará distante.
- La fraternidad es el horizonte al que pretendemos llegar en toda iniciación y catecumenado, hijos en el Hijo; ese horizonte sólo es posible si la comunidad es nuestro lugar de verdadera referencia personal. El joven necesita de un grupo de vida, de discernimiento comunitario, pero no puedo ser animador de esta realidad para él si yo no soy sujeto de una comunidad de vida propia, donde proyecto y reviso mi propia existencia. Sólo se genera comunidad desde la comunidad vivida y experimentada.
- La tentación más fuerte es sacarlos del mundo y preservarlos en un aparte. Esto no es animar, sino desanimar, desencarnar. Jesús no quiere que los saquemos del mundo, sino que, en medio de ese mundo, sean la levadura y la sal; ahí está su lugar para ser y crecer, meterse en el corazón del mundo con el corazón de Dios. Para ello, nosotros mismos tenemos que entrar en la aventura de descubrir la realidad como lugar de salvación querida y amada por el Padre. Es importante que conozcamos y amemos sus mundos y ambientes.
- Hoy, como nunca, necesitamos acompañar desde el ser católicos: el «id por todo el mundo» hoy tiene eco y sabor especial y actualizado. Queremos una humanidad fraterna y universal, donde el horizonte es el hombre y todas sus situaciones. Nuestra mente ha de ser universal como el envío, para la utopía de un mundo sin fronteras con todos los derechos fundamentales a flor de piel -frente a la crisis-; sólo desde ahí podremos acompañar mentes que quieren ser libres y romper límites que separan y provocan injusticia y dolor.
- Pero sin Él no podemos hacer nada; sin su amor y sin su protagonismo, todo será una inútil hazaña, ideología y apropiación indebida. Sólo desde el principio y fundamento de los sentimientos de Cristo, podemos servirle para que otros se encuentren con Él y descubran el verdadero sentido de la vida; en la experiencia profunda y personal de Cristo, serviremos para que el joven lo intuya y lo descubra en su vida para siempre, y sea capaz de arriesgarlo y venderlo todo para tenerlo solo a Él.
José Moreno Losada
Imágenes de la fe, enero 2013