Aunque no seas Velázquez o El Greco y tengas que conformarte
con dar unos brochazos, cada tres años, a las paredes de tu casa…
Tú puedes dibujar un bello arco iris en aquellas personas
que, un día sí y otro también, les toca vivir en blanco y negro.
Aunque no seas Bisbal o Shakira y ni llenes estadios
ni un disco de platino cuelgue en tu habitación…
Tú puedes convertirte en melodía de Dios, templando las cuerdas de tu espíritu,
para que el viento de su voz llegue a tantísimos corazones desafinados.
Aunque no seas Cervantes o Unamuno
y las redacciones del cole fueron tus únicas publicaciones…
Tú puedes abrir el cuaderno de la vida y, aun con renglones torcidos
y caligrafía dolorida, convertirte en best seller de Dios.
Aunque no seas Messi o Ronaldo y tus goles, en el equipo del barrio,
acaben en la hemeroteca del olvido…
Tú puedes llenar las vitrinas de tu corazón con el Balón de Oro
de la Amistad, del Respeto, de la Ayuda desinteresada…
Aunque no seas Rober de Niro o Audrey Hepburn
y el único “Óscar” que atesoras es un amigo del Facebook…
Tú puedes rodar todos los días la película de tu vida, cuyo director,
Jesús de Nazaret y cuyos actores principales, tus hermanos más necesitados,
te conducirán al “Hollywood de la felicidad.”
Aunque no seas Thomas Edison o Alexander Fleming y tus inventos
a favor de la humanidad quedaron anclados en tus años de la infancia…
Tú puedes aparecer en el libro Guinness del Reino por inventar
la sonrisa más larga, más duradera y más contagiosa del mundo entero.
Aunque no seas Kate Moss o Claudia Schiffer
y no tengas un cuerpo diez…
Tú puedes conseguir un corazón diez desfilando, todos los días,
por la pasarela de la fraternidad, del amor, de la felicidad.
Aunque no seas Bill Gates o Amancio Ortega
y tu dinero aparezca en un rojo más que sospechoso…
Tú puedes ser millonario, millonariamente feliz,
invirtiendo tus talentos en el corazón de tus hermanos más pobres.
Aunque no seas Nelson Mandela o Barack Obama
y tus escarceos políticos se limiten a pasar, cada cuatro años, por las urnas…
Tú puedes convertirte en ministro: ministro de Dios, recuperando
la única política capaz de cambiar el mundo: la política del amor.
Y aunque apenas sepan de tu existencia un centenar de personas…
Para alguien, para Alguien, tú eres único, especial,
imprescindible, insustituible… Para Dios…, ¡tú puedes!
J. M. de Palazuelo