BIENAVENTURADOS LOS QUE SABEN PERDER SU TIEMPO

1 noviembre 2005

Al ver tanta gente, Jesús subió a la montaña, se sentó, y se le acercaron sus discípulos. Iba a tomar la palabra cuando unos niños que correteaban por la zona lanzaron una pelota que fue a parar a escasos metros del Señor. Al instante, uno de los apóstoles empezó a recriminarles y a amenazarles con que no les daría la pelota hasta que no guardaran silencio…

Los niños, que les interesaba bastante más su pelota que lo que allí podían escuchar, empezaron a armar un enorme bullicio, corriendo tras los apóstoles que se pasaban unos a otros el objeto tan codiciado. Entre tanto Jesús miraba sonriente la escena e hizo algún que otro conato de apuntarse al “partidillo,” no obstante al final reprimió sus ganas.

El tiempo iba pasando y los apóstoles, que todo hay que decirlo, no ponían mucha intención por dejarlo. Así que la multitud allí congregada empezó a ponerse nerviosa. Unos murmuraban entre sí, otros, los menos, se apuntaron al juego y la mayoría, después de mirar varias veces el reloj, decidió regresar a sus tareas, pues no estaban para perder su tiempo

Transcurrida más de una hora los apóstoles, a los que se les notaban los años y los kilos, perdieron la pelota y se arrojaron exhaustos en torno al Señor, mientras que los niños, contentos por la victoria obtenida, marcharon felices a otro lugar…

Así que cuando el murmullo cesó, Jesús se percató de que, además de los apóstoles, únicamente un centenar de personas se habían quedado a oír sus palabras… El Señor no lo dio mucha importancia, al contrario, inició su discurso, no sin antes carraspear en varias ocasiones, como si pretendiera dotar de una mayor solemnidad lo que iba a decir:

 

– Bienaventurados los que saben perder su tiempo, escuchando a sus hermanos, a pesar de que la conversación no les interese en absoluto, a pesar de que se queden sin decir “eso” tan importante que tenían que comunicar.

– Bienaventurados los que saben perder su tiempo, repartiendo sonrisas, aunque la ocasión pinte mal, aunque el horno no esté para bollos.

– Bienaventurados los que saben perder su tiempo, observando a los niños, hablando con los mayores o ayudando a los más desfavorecidos, a pesar de que éstos no puedan, no sepan o no quieran agradecerlo o recompensarlo.

– Bienaventurados los que saben perder su tiempo, en un hospital, en un centro de acogida o en una residencia de ancianos, aunque esas horas no se vean reflejadas en la nómina, aunque se olviden otros compromisos mucho más rentables.

– Bienaventurados los que saben perder su tiempo, en sacar unos minutos a lo largo del día, en pensar en uno mismo, en los hermanos, en Dios, a pesar de que haya que trastocar la agenda, a pesar de que al llegar al bar las parejas de mus estén ya formadas.

– Bienaventurados vosotros si sabéis perder vuestro tiempo, utilizando el reloj, únicamente, para llegar a la hora exacta en la que un hermano necesitado requiera de vuestra ayuda. Alegraos y regocijaos, pues con “vuestro tiempo perdido” estáis ganando, y con creces, toda una eternidad en el Reino de los Cielos.

José María Escudero

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