Papado XXI

1 mayo 2005

Mientras Juan Pablo II luchaba contra la muerte con una dignidad y un coraje ejemplares, se entretejían en el Vaticano las alianzas y estrategias preparatorias del cónclave que elegirá el nuevo Papa. Es un momento decisivo para la Iglesia Católica, que entra en su tercer milenio a contracorriente del cambio cultural que caracteriza nuestro mundo. El cardenal alemán Joseph Ratzinger, líder de los conservadores y uno de los papables más eminentes, denunciaba recientemente, en las meditaciones del vía crucis que redactó para el Pontífice, la secularización creciente del mundo y la pérdida de la fe.

  • Crisis de catolicismo. Pero esto es sólo una parte de los problemas con los que se enfrenta el catolicismo. Porque, en realidad, considerando el ámbito mundial, no hay una crisis de la religiosidad, sino una crisis del catolicismo, fundamentalmente radicada en Europa, su cuna histórica y su epicentro de poder. Las distintas encuestas internacionales sobre valores, incluidos valores religiosos, muestran la pervivencia y el crecimiento de la religiosidad y de la intensidad del sentimiento religioso en América del Norte y del Sur, en África y en Asia, si bien China, Japón y Corea se mantienen en la tónica de espiritualidad difusa que caracteriza las versiones confuciana y taoísta del budismo, así como el culto de los antepasados. La última estadística comparada, con datos de fines del 2002, señala que los católicos somos casi 1.100 millones de personas en el mundo, o sea el 17,2% de la población. Pero hay casi tantos cristianos no católicos, algo menos de 1.000 millones, incluyendo a las diversas iglesias protestantes, distintas ramas de evangélicos, cristianos ortodoxos, etcétera. Los musulmanes son 1.300 millones y los hinduistas 900 millones, los budistas y las religiones chinas tradicionales unos 600 millones y las religiones indígenas tradicionales (en particular africanas) unos 250 millones. Se contabilizan como seculares, agnósticos y ateos a unos 850 millones, aunque muchos bautizados podrían incluirse en ese grupo en términos de sus creencias y prácticas.
  • Pérdida de influencia. Por otro lado, la distribución geográfica del catolicismo es muy desigual: sólo el 26,1% se encuentra en Europa, con un 12,8% en África, un 10,3% en Asia, un 0,8% en Oceanía y un 50% en América, sobre todo en América Latina. Y es precisamente en América, primordial base social del catolicismo, en donde tiene lugar el crecimiento mayor de los cultos evangélicos, desplazando en muchas áreas a la Iglesia Católica de su influencia tradicional entre los pobres. Por consiguiente, por un lado, el papado romano pierde influencia en un mundo europeo crecientemente secularizado (en España, tan solo el 14% de los jóvenes practican el catolicismo), y por otro lado, tanto el islam como iglesias cristianas no católicas parecen haber encontrado formas más eficaces de conexión con las necesidades de refugio espiritual que siente un mundo cada vez más inseguro y angustiado.
  • Apuesta valiente. Ante esta situación, que ya se entreveía hace tiempo, Juan Pablo II hizo una apuesta valiente desde el inicio de su papado. Centrar a la Iglesia en la defensa de los valores tradicionales y no poner en tela de juicio el mandato divino en función de la evolución de las costumbres. En particular, trazó una clara línea de resistencia a las demandas del movimiento feminista y de liberación gay. Una línea que implica el rechazo del aborto y del divorcio, así como la condena de la homosexualidad y de la sexualidad fuera del matrimonio. Reafirmó el dogma, mantuvo el celibato sacerdotal, rechazó la igualdad de sexos en el sacerdocio y reiteró la autoridad e infalibilidad del Pontífice. Dicha actitud generó el rechazo a la Iglesia católica de buena parte de las nuevas generaciones, aunque, por otro lado, atrajo a un núcleo militante, defensor de los fundamentos del cristianismo y opuesto a cualquier forma de manipulación de la vida humana, incluso con fines terapéuticos. La apuesta, aunque costosa, era, y es, valiente y coherente porque ancla a la religión en su punto fuerte: proporcionar seguridad y consuelo en un mundo individualizado y de competencia salvaje, en donde ni siquiera la familia sobrevive. Frente a una economía globalizada, un Estado privatizado y una familia tradicional en vías de desintegración, la religión se ofrece como refugio. Tal es la raíz del progreso del islam y de los evangélicos en todo el mundo.
  • Problemas: Pero la estrategia papal de restauración de valores tropezó con dos graves problemas: en el mundo desarrollado, la revolución cultural de las costumbres que soporta mal las imposiciones a la libertad individual, sobre todo entre las mujeres; en el mundo en desarrollo, la connivencia de la Iglesia con los opresores en muchos países (por ejemplo en Argentina), con la consiguiente pérdida de legitimidad. De ahí que la apuesta se esté perdiendo.
  • Nueva estrategia. Un nuevo papado ofrece la oportunidad de una nueva estrategia para relanzar la organización multinacional más duradera de la historia. […] Quien quiera que sea el próximo Papa… tendrá ante sí la tarea de conciliar culturas que viven en galaxias distintas en términos de su cotidianidad. En esas condiciones, ante la heterogeneidad de audiencias, se suele recurrir a la unidad del mensaje como principio de identidad. Ni teología de la liberación, ni mujeres sacerdotes, ni obispos homosexuales (al menos declarados), ni alineamiento con el capitalismo global. Reafirmación de la religión, y de sus dogmas, como lugar seguro e inamovible de refugio y esperanza, llamando a sus puertas a los millones de seres que, en todo el mundo, Norte y Sur, necesitan encontrar sentido a sus vidas en un mundo sin sentido.

MANUEL CASTELLS

La Vanguardia, 02/04/2005

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