La palabra pública

1 julio 2002

Lo que se dice para muchas personas, por escrito, o en los medios de comuni­cación o en las manifestaciones persona­les pero dirigidas a muchos, la palabra pública, en suma, reclama un tratamien­to lleno de respeto, veracidad sobre to­do, cordialidad si es posible. Exige ade­más, por supuesto, pensamiento previo: hay que pensar con rigor lo que se va a decir, lo que se puede debe expresar. Una inmensa porción de lo que se lee o se oye revela ligereza, falta de atención, descuido. Si se pensara un poco no se diría gran parte de lo que oímos o lee­mos a diario.

Es frecuente la agresividad innecesa­ria, el desprecio al lector o al oyente; en muchas ocasiones se procura esa agresi­vidad, la hostilidad, el desplante. Es pro­bable que los que se expresan así tengan una formación superior, estudios uni­versitarios, nivel social elevado, y por supuesto económico. La rusticidad po­dría ser un atenuante, pero lo más fre­cuente es que no exista.

Lo decisivo, sin embargo, es la veraci­dad. Se dicen innumerables cosas falsas, en las que no cree el que las dice; no errores sino falsedades deliberadas, vo­luntarias, que el autor o transmisor co­noce. Antes de que empiece a hablar, se adivina que va a mentir, que está espe­rando que de sus labios o su pluma bro­te la mentira.

Por el contrario, es refrescante y con­solador ver que alguien dice lo que pien­sa, lo que cree, lo que ha llegado a ver Ycomparte. Los climas que estas dos acti­tudes provocan son radicalmente distin­tos y constituyen las posibles tonalida­des del mundo en que vivimos.

Verdad y mentira tienen para noso­tros, o deberían tener, un sentido claro. La mentira se prodiga abusivamente, con alarmante frecuencia, con probable impunidad. La verdad es accesible y ex¡­gible. Reclama justificación ,quiero  decir  exhibición de las razones en que se apoya. Cumplido este requisito, la men­tira es intolerable. Debería bastar para descalificar al que se la permite, al que la difunde, al que la usa como un arma, co­mo un instrumento de poder. Lo prime­ro que hay que hacer ante la mentira es no tenerla en cuenta, no dejarse pertur­bar por algo que no tiene realidad, que es precisamente la suplantación de lo re­al,la traición a lo que existe. Cuando al­guien miente, se excluye del diálogo, esa noble palabra profanada a diario, lo mis­mo que el nobilísimo vocablo paz. Am­bas cosas suponen la verdad, la busca de ella, su aceptación, su formulación          pase lo que pase, con una implacabilidad jus­tificada por algo tan importante como el respeto a la realidad.

Como la mentira no tiene realidad, ya que es su suplantación, el remedio con­tra ella es primariamente hacerle el va­cío, no permitirle invadir la atmósfera que respiramos. Hay que distinguir las voces y los ecos, la palabra pública que refleja lo existente o lo investiga y aque­lla otra que nos priva de ello y lo susti­tuye por imágenes falsas y destructoras.

 

JULIÁN MARÍAS ABC, 13-6-02

 

Para hacer

1. Leer este texto. ¿Qué nos dice?

2. Concretar las ideas en hechos.

3. Tomar postura antes esos hecho. ¿Qué podemos hacer nosotros a nuestro nivel?

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