El don de la vida

1 julio 2001

Hoy he vuelto a dar gracias a Dios por el don de la vida.

Nunca he olvidado aquellos momentos de angustia pero hoy han vuelto a estar presen­tes y cercanos. Recuerdo aquel día como si fuera ayer, yo tenía diez años y Marta tenía cinco. Recuerdo que estaba sentada en la se­cretaría del colegio donde estudiaba y que te­nía a mi hermana cogida muy fuerte de la mano. Mis padres venían siempre a recoger­nos pero aquel día algo era diferente. Estába­mos solas, los demás niños ya se habían mar­chado, sentíamos que algo no funcionaba co­mo de costumbre a nuestro alrededor, pero claro, diez años no te dan todavía la posibili­dad de imaginar qué podía ser… De repente una maestra explicaba a otra en voz bajaque. se había producido un atentado en los alma­cenes Hipercor. Aquella palabra resonó den­tro de mí un centenar de veces, como un mar­tillo que cada vez pica más fuerte.

Tenía diez años pero creo que el sentimien­to que me invadió el cuerpo hubiera sido el mismo teniendo solo uno o probablemente teniendo diez más. Cada viernes mis padres compraban en estos almacenes, cada viernes y siempre a la misma hora, después de co­mer, como hacía mucha otra gente, pero aquel día mis padres no estaban allí para re­cogernos como cualquier otro viernes. Tardé mucho rato en relacionar los hechos, ¡sola­mente tenía diez años!, fue una corta espera, alargada quizás por el miedo a que fuera eterna.

De golpe vi a mi padre, se acercaba co­rriendo desde la otra acera de la calle. Re­cuerdo su rostro aterrorizado aun por el sus­to. Recuerdo que Marta y yo arrancamos a llorar como no lo habíamos hecho en todo el tiempo que estuvimos esperando. Quizás aun y teniendo diez años, sí que era consciente de lo que pasaba y me aterraba pensar que aque­llo que afortunadamente no pasó, hubiera ocurrido de verdad. Creo que nunca me ha alegrado tanto de verlos, a mis padres. Du­rante muchos días fuimos lo mismo. Cual­quier acto cotidiano del día nos suponía una gran suerte poderlo hacer.

Después de trece años este recuerdo per­manece intacto en mi memoria. Es curioso cómo hoy al oír como esta gente vuelve a anunciar su intención de matar, vuelve a aparecer en mí esta sensación de im­potencia, que no de resignación. Muchas ve­ces he pensado que me gustaría poder tener una de estas personas delante que quisiera explicarme sus razones. Creo que no las hay, o que no son suficientes. Me gustaría equivo­carme para sentir que todo esto tiene un mí­nimo sentido. Pienso también a menudo en la sociedad vasca, he caído en la facilidad de creer que la solución está en sus manos, pero a la vez siento que hay algo en ellos que se me escapa y no entiendo.

De momento, como soñar no hace daño a nadie y es de las pocas cosas que aun no cuestan dinero, sueño con que llegará un día que despertaremos de esta situación estúpi­da y lucharemos unidos por vivir en paz y li­bertad.

Hoy de momento, me conformo de nuevo con dar gracias a Dios por el don de la vida.

ANNA SANTAMARÍA

PARA HACER

  1. Leer este testimonio. ¿ Qué nos descubre?
  2. El don de la vida está por encima de todo. ¿Cómo lo ejercitamos cada día? ¿Cómo lo podemos hacer más consciente cada día del verano?
  3. Anna escribe este testimonio cuando ETA anunció el final de la tregua hace poco más de un año. Ella cree que no puede haber ninguna razón para este tipo de atentados pero, desde entonces, decenas de atentados han vuelto a traer la muerte a muchas familias. ¿Qué podemos hacer nosotros?

Misión Joven 294-295 (2001).

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