Sólo hermanos

1 junio 2001

Dice F. Vouga que «la tesis paulina según la cual en Cristo no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer (Gál 3,28), y según la cual todos forman un sólo cuerpo (1 Cor 12,13) sirve de fundamento a la función integradora de las comunidades cristianas consideradas como espacio social de libertad» (Los primeros pasos del cristianismo, EVD, 2001).

La tesis de «ni judío ni griego» determina la capacidad de integración étnica del cristianismo: todo el mundo está abierto a su acción y, a la vez, ofrece en el mundo entero  una posibilidad de integración religiosa y social. La de «ni esclavo ni libre» determina la capacidad de integración social: la pertenencia a Cristo por el bautismo hace de todos los seres hermanos. La de «ni hombre ni mujer» determina la capacidad emancipadora: todo ser humano tiene el mismo estatuto antropológico.

Cada creyente, judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer, es ciudadano de una patria en la que el Señor es el salvador y que está constituida por comunidades extendidas por el mundo entero.

Todo eso ha llegado a ser así o queremos que llegue a ser así. Pero, a pesar de ello, seguimos excluyendo a los demás: a los diferentes, a los que no son como nosotros, a los que piensan de distinta manera… A los negros, por ejemplo. Y aludimos a causas genéticas.

Luigi Luca Cavalli-Sforza, profesor de genética en la Universidad Stanford, es probablemente el científico más prestigioso en su especialidad de genética humana. Durante años ha indagado en las diferencias entre poblaciones e individuos y ha estudiado la distribución humana actual, sus orígenes y su evolución.

Él opina que, desde el punto de vista genético, cuando se miran dos personas de la misma población, España, por ejemplo,  hay muchas diferencias entre ellas. Si se mira dos individuos, uno de África y otro de Europa, se ve que hay muchas diferencias más, pero no muchas más que entre dos españoles incluso de la misma ciudad. Algunas de estas diferencias son superficiales, y por eso llamativas, como el color de la piel, pero no son más importantes que otras diferencias internas, menos visibles. Y pone un ejemplo:

          «En Europa, más o menos, todo el mundo es blanco, mientras que en África, la mayoría son negros. Decimos: somos diferentes. Pero esto es algo muy superficial: es una pequeña parte de los genes. Tenemos unos 100.000 genes y el color de la piel depende sólo de cuatro o cinco, muy poco. Y la razón es doble: por un lado, que hay mucho más sol en África que en Europa y es necesario proteger la piel; en segundo lugar, la gente que pobló Europa empezó a comer trigo y, si basas tu alimentación en el trigo, que crece en zonas con no mucha insolación, puedes sufrir raquitismo. Viene por falta de vitamina D, que no está presente en el trigo pero que se puede fabricar en el cuerpo si la piel es blanca y deja pasar la luz ultravioleta que transforma una sustancia precursora, que sí está presente en el trigo. En Europa, si tu piel hubiera sido negra, hubieras sufrido raquitismo.»

         Así parecen ser las cosas. Y mira por dónde también el pan de la eucaristía quizás tenga algo que ver con todo esto. Pero ahora todos podemos comer el mismo pan blanco -o negro- para seguir soñando con un mundo en el que logremos que entre todos haya para todos y en el que seamos, de hecho, todos hermanos y sólo hermanos.

 

CUADERNO JOVEN

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