La generación cero

1 mayo 2001

Mientras volaba por los aires el coche oficial de Carrero y se moría Franco tan lentamente co­mo había vivido, nacía en España una nueva ge­neración que ahora solo sabe por los libros o por los documentales cuáles fueron las circunstan­cias de aquellos ruidos. Algunos devoran esos documentales y ya saben mejor que nosotros có­mo fue todo aquel estertor de la dictadura; saben, también, que aquellos años de plomo que luego fueron prólogo de los siguientes años de esperan­za resultaron fundamentales para dar sentido a la vida de sus padres. Hoy están ahí, a la puerta de la casa, mirándonos; son, dice Eduardo Verdú, uno de ellos, la generación cero, están pidiendo trabajo, saben mucho más que nosotros cuando teníamos su edad y encuentran que, como tienen el porvenir taponado y el pasado fue nuestro, so­lo tienen presente.

Lo cuenta Eduardo Verdú en un libro cuyo tí­tulo parece un trabalenguas, Adultescentes, que ha editado Temas de Hoy con un subtítulo que aclara un poco más las cosas: Autorretrato de una juventud invisible.¿Invisible? Ésa es la tesis.

Eduardo Verdú es un joven escritor de 26 años que hace años publicó un espléndido autorretra­to de la adolescencia propiamente dicha, Equipa­je en mano, que no solo era su descubrimiento de la vida, sino, también, su descubrimiento del ex­tranjero; para nosotros, los que podemos ser sus padres, el extranjero era una aspiración y por tanto una carencia: era de donde debían venir to­dos los bienes porque en las noticias aparecía co­mo el lugar del que procedían, inevitablemente, todos los males. Ese libro, que parecía una nove­la juvenil, es la antesala de este ensayo en el que, como si estuviera al galope sobre un caballo o so­bre un patinete, el joven Verdú hace recuento de lo que ve ahora, instalado ya en una indecisa vi­da laboral que le tiene como periodista ocasional y como editor vocacional, aún en los aledaños de la casa de sus padres, preguntándose cómo y por dónde ha de seguir discurriendo la vida. Él se fi­ja que a su edad los que entonces vivíamos me­jor contra Franco estábamos ya empleados, con­tribuíamos de una forma u otra al desarrollo de un país que no nos gustaba y estrenábamos lue­go lo que él vislumbra ahora como un país nue­vecito que no salió del todo tan mal pero que tampoco nos salió tan bien.

En ese país estrenado por nosotros él cree que los jóvenes de la generación cero ahora no tienen sitio, viven en un «desierto de presente» y es consciente, además, de que «no nos aguarda el futuro». «Seguimos siendo los hijos de alguien cuando tenemos edad para ser padres», ésa es su evidencia.

¿Debe ser tan severo el diagnóstico? ¿Está tan taponada esa generación? Eduardo Verdú no se lamenta, pero expone a lo largo de este libro ve­loz como una carta actual parece un chat con sus compañeros de tiempo, una exposición de moti­vos- algo mucho más sustancial que esa misma tesis cero de la vida: lo que muestra Verdú es que esos jóvenes que están ahí, en la puerta, fijándo­se, tienen (y ésta es una frase de Juan Cueto, que también tuvo entonces esa edad) la mirada dis­traída y se están preocupando de otras cosas; el discurso con el que vienen, las preocupaciones que están en el vademécum de sus conversacio­nes, no tienen que ver con las nuestras, y nos mi­ran despavoridos, y a veces compasivos, porque nosotros insistimos en tener sus años cuando ya estos años nuestros y los años suyos suponen un bache irremediable.

Hay como un rumor de pasos que nosotros no hemos escuchado, y hay esta declaración: «Nada nos compromete, cogemos aquí y allá lo que nos interesa, el mundo es un amplísimo buffet del que nos procuramos aprovechar antes de que se acabe, antes de que llegue el mañana desconsi­derado para el que no contamos nada. Cero».

 

JUAN CRUZ «El País», 27.1.2001

 

PARA HACER

Muchos educadores se pueden identificar por edad y trayectoria con los padres de estos jóvenes de la generación cero. ¿Dónde estamos? ¿Dónde y cómo vemos a los jóvenes? Y los jóvenes, ¿nos sentimos representados con este retrato?

 

 

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