No macular la Inmaculada

1 mayo 2000

Perdónanos, María, por tanto como te hemos desfigurado.

No fue mula voluntad, sino fruto del cariño.

Pero así somos los hombres: que parece que no podemos querer

si no es configurando al otro a imagen de nuestros pequeños deseos

Así te hicimos Reina a Ti, la que cantaba a Dios

porque derriba a los poderosos de sus tronos.

Te atiborramos de alhajas a Ti,

que nunca llevaste más brillo que el de tu propia limpieza,

‑sólo para bendecir esas joyas ostentosas que nunca deberían llevar nuestras mujeres‑.

Te dedicamos congresos y homenajes,

cuyo único objeto parecía ser

que no se hablase de los temas vidriosos, incómodos, difíciles y vivos.

Te hicimos aparecer a unos y a otros

para condenar revoluciones y afanes de progreso,

a Ti que callabas siempre.

Que sólo hablaste una vez para pronunciar las palabras más subversivas de la historia.

Compréndelo María:

¿puede un hijo resignarse a saber tan poco de su madre?

De ti sólo sabemos que callabas,

que guardabas en tu corazón lo que no entendías,

pero «estabas»:

allí, al pie de aquel patíbulo que recapituló todas las cruces de la historia.

Nosotros no entendimos tu silencio,

no supimos que él es quien te enseñó a decir «hágase»,

y a alabar al Señor porque mira a los humillados,

y es el Dios de los pobres,

y despide vacíos a los ricos, los poderosos y los fatuos.

Enséñanos, al menos, a creer en ese Dios,

y en ningún otro,

ni aunque nos lo prediquen los ministros de la Iglesia

y aunque esa fe nos obligue a decir «hágase» muchas veces.

Y perdónanos, Madre, si también te pedimos que con todos tus nombres:

de Montserrat, de Macarena o del Rocío, de Aránzazu, el Pilar, o Czestochowa,

vengas un día a devolver todas tus joyas,

para que no deformen tu paresa,

y sirvan a los pobres de la tierra.

Hazlo Tú, madre, porque quienes deberíamos hacerlo

no tendremos valor para ello,

aunque lo pidan los papas o la tradición de nuestra Iglesia.

Y a tantas mujeres, benditas contigo,

hermanas tuyas en tanta discreción no aparente,

en servicio callado, y en el dolor secreto,

libéralas por fin, sin alharacas y sin que introyecTen modelos masculinos

como sus ideales de persona.

Y déjame cantar contigo

que mi alma glorifica al Señor porque te hizo.

 

JOSÉ IGNACIO GONGÁLEZ-FAUS

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