— Por nacer en Belén,
tierra de pan, presagio sorprendente
de la gran misión profética.
— Por los años sin historia,
de silencio grave y obediencia oculta.
— Por el caminar sin descanso
ofreciendo vida.
— Por la cercanía al pequeño
sin nombre, de ojos tristes y mano tendida.
— Por la mirada que arrastra
a recorrer sus caminos sin camino.
— Por arriesgarse a proclamar
la buena noticia de las Bienaventuranzas.
— Por el perdón que estrena
y que reparte sin medida.
— Por su presencia en la fiesta
haciendo que no decaiga la alegría.
— Por pedir saciar su sed
siendo él fuente de vida.
— Por sembrar esperanza
cuando los días se oscurecen y se pierde el norte.
— Por un amor compartido
más allá de la vida.
— Por alabar al que cree y acoge
el don.
— Por una paz ofrecida a un mundo
que sabe demasiado de odios y de muerte.
— Por el pan y el vino
que ocultan su grandeza y alimentan nuestros días pobres.
— Porque en Getsemaní
confiesa su impotencia
y acepta el sacrificio supremo.
— Porque nos regala a María,
su madre.
— Por la alegría que reparte
después de triunfar del pecado y de la muerte.
— Por la Iglesia,
pueblo en marcha entre oscuridades y esperanzas.
— Y… por todo lo que no se acierta a expresar,
pero que tú haces creer en lo profundo del ser,
te felicito, Jesucristo, agradezco y festejo.
PILAR MAÍCAS
Profesora de la Universidad Católica de Lovaina
Para orar
1. Leer el texto (tomado de Felicidades, Jesucristo, BAC, Madrid 1999). 2. Ir desgranando después cada aclamación, pausadamente. En cada una, ver qué hizo Jesús, cómo actuó… Y felicitarle por ello. Y ver cómo nos ha ayudado a hacer lo mismo a nosotros. Y agradecerlo. |