Sus ideas: racismo, xenofobia, nazismo. Su estilo: esvásticas, cuerpos musculados, cabezas rapadas, banderas. Sussentimientos: gregarismo, desprecio hacia el diferente, patriotismo, soberbia, intolerancia. Su lenguaje: el insulto, los himnos, los lemas, los discursos. Las cansas: la desorientación, que les impulsa a dejarse arrastrar por doctrinas extremas, compensadoras de su particular debilidad; el líder adulto, carismático y manipulador; las sombras totalitarias de cualquier sistema capitalista, que se manifiestan sobre todo en una sociedad fracturada por sus estratos más bajos; una situación familiar deprimente donde el sueño americano aparece en forma de pesadilla; un padre de los que cultivan a diario un fascismo oral, un fascismo de sobremesa, aparentemente inocente pero peligroso. Las consecuencias: la violencia, la destrucción, la muerte, el absurdo. El final: trágico. Lamoraleja: el odio es una estupidez: «la vida es breve para andar cabreado siempre».
American lústory X es una de esas películas en la que los contenidos (los arriba enumerados) resaltan con tanta nitidez sobre el conjunto de elementos cinematográficos que, al final, su misma evidencia acaba por convertir la historia que se quiere contar en un mero ejercicio de ilustración sin matices: como tantas veces, las imágenes se limitan a colorear con tonos chillones el dibujo de unas tesis sociales tan loables como manidas. Salvado este obstáculo (una mala película más con un tema de fondo importante), debemos reconocer que, pedagógicamente, esta historia de caída y redención de un joven neonazi nos regala un buen material de trabajo.
Además, a parte del análisis de cierta juventud ultra, esta película nos suministra unos interesantes apuntes a propósito de la influencia que unos ejercemos sobre otros. El argumento, desde esta óptica, más que en el protagonista ultra, Derek, se centra en Danny, su hermano, un preadolescente que encuentra en el ejemplo fraterno un peligroso norte para su vida, hasta tal punto que aspira a remedar con sus actitudes el estilo y las creencias del mayor de la familia. En otras palabras, American history X nos habla de grupos radicales, pero también de la importancia de los modelos como inspiradores, felices o terribles, de actitudes ante la vida.
El camino de perdición de Derek Vingard resulta aleccionador. Joven inteligente, miembro de una familia de clase media-baja, se ve abocado a la práctica de la barbarie por diversas circunstancias, unas indirectas (por ejemplo: en el colegio al que asiste la tensión entre blancos y negros es palpable; su padre, como ya anticipamos antes, alimenta unas profundas convicciones reaccionarias que va a ir poco a poco inculcando a su hijo) y otras directas (la muerte de su progenitor al intentar apagar un incendio provocado por negros; el influjo del jefe de una banda neonazi). Transformado en un fascista ultraviolento, su trayectoria criminal culmina en la cárcel tras el asesinato de dos negros que pretendían robar su coche, heredado del padre.
Allí, Derek traba amistad con un preso de color. Desde ese momento, el que fuera un criminal sin escrúpulos sufre una transformación ejemplar, lo cual le granjea bastantes problemas con sus compañeros blancos de presidio. Cuando, por su comportamiento modélico, puede abandonar su recluimiento, el chico malo, milagrosamente, se ha transformado en un bendito: la relación amistosa con una persona concreta que encarna a los que él odiaba de forma genérica y el padecimiento sobre la propia piel de esa violencia que practicó sobre otros han surtido su efecto.
Una vez abandonada la cárcel, Derek volcará todos sus esfuerzos en proteger a su hermano y en reconvertir el nocivo influjo que ejerció en él en algo positivo. En sus intentos denodados por reeducar a Danny, deberá llevar a cabo la difícil tarea de autodestruir lo que fue en su reciente pasado, de desmontarse a sí mismo como modelo, un modelo del que ahora abomina y que, curiosamente, es la fuente de inspiración, no sólo de su hermano, sino también del grupúsculo de neonazis con los que confraternizó antes de su paso salvífico por la trena.
A lo largo de la obra, unos personajes se ofrecen a los otros como referentes: Derek, modelo de Danny y de una panda de descerebrados; el padre y el jefe del grupo neonazi, modelos de Derek; el director del colegio, modelo de Derek y Danni… En el trágico desenlace, un joven negro, impulsado por su hermano mayor, su modelo, dispara sobre Danny, trazando así una nueva curva en la espiral de la violencia. Conclusión a vuela pluma: tal vez se necesiten menos modelos de moda y más y mejores modelos de vida.
JESÚS VILLEGAS