El valor del Jueves Santo

15 abril 2019

“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo ” (Jn 13, 1)

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No sin razón afirmamos que la celebración y significado del Triduo Santo constituye el núcleo en la fe de todo cristiano. Sin estos acontecimientos centrales, nuestro credo carecería de sentido. De modo especial, al hablar de Semana Santa, nuestra mirada creyente se centra en dos días concretos que tienen una fuerza arrolladora: el Viernes Santo y el Domingo de Pascua. Lo que es lo mismo: la muerte y la resurrección de Jesucristo, el Señor.

Sin embargo, en estas líneas quisiera volver la atención sobre uno de los días más hermosos y comprometedores para la vida de todo discípulo de Jesús. Ante la magnitud de los otros dos días antes señalados, puede que pase por nosotros «de puntillas», impidiendo que cale en el corazón cuanto en el día de Jueves Santo celebra la Iglesia. Soy de los que creen que en este día se resume perfectamente el mensaje que hoy anunciamos al mundo, como testigos de Jesús Resucitado, llamándonos al compromiso personal y pastoral como educadores-evangelizadores de los jóvenes de nuestro mundo, en el hoy de nuestra Historia. Sin dudas, Jueves Santo es el mejor preludio posible para comprender, con los ojos de la fe y la apertura del corazón, el verdadero sentido de la cruz y la nueva vida de la Pascua.

Sabemos que el Jueves Santo admite diferentes lecturas, todas ellas, eso sí, interrelacionadas y complementarias. Celebramos el día del amor fraterno o caridad, el de la institución de la Eucaristía y el día del sacerdocio. Todos estos motivos exultan el alma del creyente para dar gracias por los dones referidos: el amor, la Eucaristía y la vocación sacerdotal son dones por los que dar gracias a Dios.

Solo quien ama sin medida convierte su vida en ofrenda agradable a Dios y a los hermanos. Como decía el santo obispo de Hipona, «la medida del amor es amar sin medida». ¡Qué hermoso compromiso para repetírnoslo cada día y vivirlo en nuestra realidad cotidiana! ¡Y qué difícil medida o exigencia nos pide el Señor para poder llamar a nuestro afecto, a veces desordenado, genuino amor cristiano! El verdadero amor no es egoísta, sino entrega y servicio desinteresado, como el que tantos cristianos procuran vivir en sus respectivos compromisos pastorales. Pienso en los muchos educadores, animadores, misioneros… que dan su vida y su tiempo por ayudar a otros jóvenes a crecer humanamente y madurar en su fe. Dar la vida es un acto heroico, incluso si esta donación es en sentido figurado o metafórico. No es necesario llegar al martirio para sentir cómo estamos dando nuestra vida por el bien de los demás, de nuestros hermanos. Vivir la existencia personal en clave de ofrenda responde a lo que Jesús espera de nosotros. Como dice la popular canción religiosa, «amar es entregarse, olvidándose de sí, buscando lo que al otro pueda hacerle feliz». Jesús, en el Jueves Santo, nos llama a sumarnos a su propia entrega, desde la caridad y el servicio a quien nos acompaña.

El Pan y el Vino, alimentos de nuestra fe, simbolizan una vida llena de amor que se entrega radicalmente. Es Jesús quien se convierte para nosotros, sus seguidores, en pan y vino; también nosotros estamos llamados a ser alimento para la fe de quienes acompañamos en nuestros grupos de referencia.

Por este, que es la Vida, damos gracias con corazón henchido; por este, corazón visible de Dios entre los hombres, nos dejamos lavar los pies, pues su misión es siempre servir con humildad a la persona, rebajando su condición divina y sublimando la naturaleza humana. Con él y en él estamos llamados a amar sirviendo a los jóvenes.

No hay dudas de que el amor duele y de que por amor se sufre, pero una vida sin amor no es vida, como un amor sin darse no es amor radical. Podemos comprometernos a vivir desde la clave de esos pequeños gestos de amor que, aparentemente insignificantes, hacen cambiar el mundo. El Jueves Santo nos invita a recordar que nuestra religión se fundamenta en un Amor que se da y se pone al servicio de quienes caminan a nuestro lado.

Sergio Martín Rodríguez

Salesiano Cooperador y educador salesiano en el colegio de Barakaldo    

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