«A los jóvenes hay que pedirles cosas difíciles»

1 noviembre 2001

«A los jóvenes hay que pedirles cosas difíciles», lo dice una «joven« de 92 años, a la que muchos llaman cariñosamente Madre Teresa de El Cairo, que ha pasado más de 20 años viviendo en un barrio de barracas de la capital egipcia. Su secreto no es otro que el de pasarse las 24 horas del día respirando a Dios, y no es una metáfora. Lo aspira, le pide que le inspire, lo retiene en su interior, para finalmente expiralo hacia todo aquel que la rodea. Ahí encuentra la paz, la auténtica paz, la del corazón, la que no puede más que amar de manera incondicional a todo aquel que tiene la suerte de cruzarse en su camino.

 

-Una persona como usted, que ha vivido entre tanta miseria,¿cómo puede ser tan optimista? -Yo he visto muchísima miseria, muchísimas muertes, muchos niños que mueren de hambre, yo lo he visto casi todo en este sentido, pero yo he vis­to también por todas partes hombres y mujeres que se matan por la resurrección de los países más tris­tes, de los países más pobres. Yo creo en la resu­rrección porque veo por todas partes hombres que luchan, que no tienen miedo, y a pesar de los obs­táculos ellos continúan. El hombre puede ser muy malo, pero al mismo tiempo puede ser maravilloso.

-Sor Emmanuelle cree sobre todo en ese hom­bre maravilloso.

-No es que yo crea en él, es que lo he visto, lo veo cada día. Yo sé por mi experiencia que hay en el hombre, en lo más profundo del ser humano, al­go fabuloso. Y también en los jóvenes, por mucho que se diga, solo es necesario que se les motive. Un joven motivado es algo extraordinario.

-¿Y qué hay que hacer para motivarlos?

-Es necesario pedirles cosas difíciles. Hay que pe­dirles que vayan a los lugares donde hay gente en­ferma o en la miseria para ayudar, para estar con ellos, para compartir su vida. Y ya está. Si se pasan un año de su vida en un país pobre, sacarán lo me­jor de ellos, algo maravilloso. Solo un año de su vida para ayudar a los niños enfermos y después ya po­drán reorganizar su vida. Ver y vivir con los que no tienen nada cambia completamente. Y los jóvenes lo hacen, realmente lo hacen, aunque parezca mentira.

-Para hablar de la paz antes la tiene que haber encontrado uno mismo, ¿dónde la ha encontrado Sor Emmanuelle?

-Yo la he encontrado en mi corazón; en el único sitio donde la podía encontrar, porque el corazón busca la paz, el corazón profundo de todos los hombres busca la paz. Antes de lograr la paz en el mundo la debemos lograr en nuestro corazón. Si nosotros penetramos en nuestro corazón, en el si­lencio, nosotros encontramos al Dios de la Paz, al Dios del Amor, nosotros encontramos la fuerza pa­ra dar la paz y el amor a los demás.

-Como hizo usted durante 22 años con los re­cogedores de basura de El Cairo.

-Fue algo maravilloso, yo he vivido como un po­bre más del basurero, yo he comido judías todos los días, solo judías, y no me he muerto. Vivía en una pequeña chabola sin agua, sin electricidad, en me­dio de las ratas, de la basura, y aquí estoy, y estoy muy bien. Y todo esto porque es lo que me pedía el corazón. A los recogedores de basura todo el mun­do los desprecia, los insultan, y por eso yo quise ir a vivir en medio de ellos, como ellos, con ellos. Sim­plemente me convertí en su hermana. Además, allí no había nada, ni escuela, ni enfermería, ni iglesia, y con un grupo de amigos hemos ido construyendo este mínimo de infraestructura necesaria para una vida un poco más digna. También construimos una máquina para transformar la basura en abono fértil. Hemos hecho muchas cosas, muchos centros, y to­do marcha muy bien. Hemos querido cambiar el ba­surero, pero junto con ellos, compartiendo su vida.

-¿Y de dónde saca tanta fuerza?

-Esto viene de Dios; es lo que yo digo siempre: aspirar a Dios, respirar profundamente, dejarse ins­pirar por Dios, y finalmente expirar a Dios hacia to­do aquel que me rodea. Así Dios se convierte en tu respiración, tu aliento, tu fuerza, tu todo. Yo tengo la impresión de que 24 horas sobre 24 yo aspiro a Dios. Él me inspira y yo lo expiro. Dios es el Crea­dor, es mi creador, mis ojos, mi boca, mis pies… y aunque su imagen no es visible, mi experiencia me ha permitido encontrarlo en todos los hombres, por­que Él es el sol que se esconde en el corazón de to­do hombre. Es muy fácil. Probadlo.

 

PARA TRABAJAR Y ORAR EN GRUPO:

  1. El animador ha puesto una papelera con basura sobre la mesa (en cuyo interior ha podido ocultar un icono de Cris­to) e invitará al grupo a buscar en ella. Analizar después el gesto simbólico.
  2. Leer el testimonio de esta religiosa y comentarlo.
  3. Orar desde la «papelera» y el testimonio, y buscar algún compromiso a realizar en grupo.

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