Buscadores de sensaciones

1 septiembre 1998

La gente siempre se ha aburrido, pero lo ha hecho de distintas maneras y, sobre todo, ha soportado el aburrimiento con diferente ánimo. […1 El aburri­miento antiguo era la persistencia de la fatiga. El aburrimiento moderno es la persistencia de la satis­facción. […1 Les hablo de esto porque preparo unas conferencias […1 sobre «El consumo juvenil de alco­hol y drogas de síntesis». La época de la heroína ha pasado y ha llegado el momento del «éxtasis», que es al parecer la droga de diseño más consumida.

 

  • Buscadores de sensaciones

 

Los alteradores del ánimo se han convertido en protagonistas de los fines de semana. Tanto el alco­hol como el «éxtasis» se consumen en el marco del ocio, del tiempo libre y de la diversión.

Mi interés por los modos de aburrimiento se am­plía a los modos de diversión. Dos autores muy perspicaces -Ortega y NorbertElias- se dieron cuen­ta de que es necesario estudiar las diversiones para comprender una época y una sociedad. El alcohol siempre ha formado parte de la fiesta en nuestra cul­tura, por ello resulta interesante observar cómo be­ben ahora mis alumnos. Descubro en ellos prisa por colocarse. Lo que quieren no es beber, sino haber be­bido. Las drogas de síntesis les proporcionan una posibilidad aún más rápida de «ponerse pedo».

Varios elementos confluyen en esta precipitación. Encuestas recientes (McCowan, Johnson y Shure, 1993) muestran que «la ausencia de una adecuada reflexión sobre las consecuencias del comportamien­to está alcanzando una proporción alarmante y qui­zás epidémica». La agresivididad, el consumo de drogas y la sexualidad entre adolescentes tienen su origen en la impulsividad creciente, a la que se une una gran susceptibilidad al aburrimiento. Debemos a Marvin Zuckerman la descripción de un tipo de personalidad, al que llama «sensation seeker», el buscador de emociones, que ansía la estimulación continua y la desinhibición. El alcohol y las drogas son un modo fácil de conseguir ambas cosas. Un ter­cer elemento que coopera en las conductas del fin de semana es el nivel de malestar que se juzga soporta­ble. En cada sociedad y en cada situación es distinto, y sería otro tema digno de ser historiado.

 

  • ¿Qué nos preocupa?

 

Está claro que no todos los que beben y toman drogas de síntesis van a convertirse en drogadictos. Está también claro que esas conductas son compati­bles con un comportamiento social correcto duran­te el resto de la semana. Pero padres, educadores y

profesionales de la salud andan preocupados. ¿Por qué? […1 Estamos preocupados porque no sabemos si hay un marco social o moral que sirva para man­tener los comportamientos -en este caso el consumo de drogas- dentro de límites controlados. Los pa­dres no tienen una idea clara de lo que sus hijos son capaces de hacer. La facilidad con que ceden al chan­taje del «pues me voy de casa» es una de sus mani­festaciones. Lo que me llama más la atención es que a padres y educadores sólo se les ocurren razones higiénicas para desanimar al consumo de drogas. Cualquiera de ellos consideraría que apelar a un ra­zonamiento moral supondría volver a la inquisición y al pecado. Después de siglos de unificar moral y religión, la pérdida de vigencia de la religión ha conducido a un escepticismo moral desolador. Era, pues, un camino equivocado.

Mis alumnos, los chicos y chicas que van a las discotecas los fines de semana, beben más de la cuenta y se toman algunas«pastis» para colocarse, tienen un ideario moral que se reduce a tres precep­tos básicos: «Pásalo lo mejor que puedas». «Cada uno con su cuerpo hace lo que quiere». «No hagas daño a los demás». Es un hedonismo discreto y light que han heredado de sus padres.

¿Es esta moral mínima suficiente para vivir? No, porque es simplemente una moral. Les recuerdo que conviene distinguir entre «moral», que es un fe­nómeno social (hay tantas morales como culturas), y «ética», que pretende ser una moral transcultural, el esfuerzo de la especie humana por constituirse a sí misma como una especie dotada de dignidad, es decir, de derechos. Si el mundo fuera bueno, nos bastaría con un código de circulación para no dar­nos topetazos. Pero estamos empeñados en alejar­nos de la selva e instaurar un nuevo modo de vivir, y eso no se consigue simplemente con no hacer da­ño. Mis alumnos y los padres de mis alumnos lo cre­en así porque todos andamos intoxicados con la cháchara de que la naturaleza está empapada de de­rechos, y que sólo hay que sentarse y esperar. La gi­gantesca torsión, el descomunal sismo necesario pa­ra hacer emerger el mundo de los derechos, la órbi­ta ética, no puede proceder de cucos que van a lo su­yo y cuya conciencia se tranquiliza con no hacer da­ño al vecino ni a la grulla escandinava. Para esa ta­rea cosmogónica -eso es el impulso ético- hacen fal­ta personas autónomas, perspicaces, inventivas, ge­nerosas, ultramodernas.

 

JOSÉ ANTONIO MARINA «ABC», 27.3.98

 

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