He leído con detenimiento la última exhortación del papa Francisco, Gaudete et Exsultate. A nosotros, salesianos, no nos debería resultar extraña el uso de santo como sinónimo de feliz que hace el Papa en el capítulo 3 del documento ya que hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres, pero sí que ha habido un par de asuntos que me han llamado la atención.
La primera de ellas tiene que ver con uno de los enemigos de la santidad mencionados en el capítulo 2: el pelagianismo actual. ¿Cuántas veces, incluso en nuestros ambientes, se bombardea a los jóvenes con mensajes del tipo: “que nadie te diga lo que no puedes hacer”, “si quieres, puedes”, “diseña tu propio futuro, elige tu propia vida”? Evidentemente estos mensajes son positivos y ayudan a reforzar la autoestima, pero encierran una amenaza enorme si no explicitamos la acción de Dios en sus procesos vitales.
Sí, “que nadie te diga lo que no puedes hacer”, pero no puedes hacerlo todo tú solo. Necesitarás ayuda, necesitarás consuelo, tus fuerzas no bastarán… y allí estará Él, a tu lado, acompañándote.
Seguramente sea cierto que “si quieres, puedes”, pero no necesariamente debas hacerlo. La apetencia de uno solo sin la orientación que nos va revelando la Providencia puede que no nos convenga. Incluso puede que creamos que el deseo es nuestro, pero que en realidad sea otro el que lo ha puesto ahí, en nuestro corazón, para alejarnos del camino de santidad al que estamos llamados.
La segunda cosa que me gustaría destacar está, de alguna manera, relacionada con la primera. En el capítulo cuarto, Francisco desgrana algunas de las características de la santidad en el mundo de hoy: aguante, paciencia, mansedumbre, la ya mencionada alegría, el sentido del humor, la audacia y el fervor, la oración y el aspecto comunitario de la senda hacia la santidad. Introduce, en el 129, el concepto de parresía que define como audacia, empuje evangelizador que deja una marca en este mundo. Merece la pena reproducir el 131:
Miremos a Jesús: su compasión entrañable no era algo que lo ensimismara, no era una compasión paralizante, tímida o avergonzada como muchas veces nos sucede a nosotros, sino todo lo contrario. Era una compasión que lo movía a salir de sí con fuerza para anunciar, para enviar en misión, para enviar a sanar y a liberar. Reconozcamos nuestra fragilidad pero dejemos que Jesús la tome con sus manos y nos lance a la misión. Somos frágiles, pero portadores de un tesoro que nos hace grandes y que puede hacer más buenos y felices a quienes lo reciban. La audacia y el coraje apostólico son constitutivos de la misión.
A menudo encuentro que en algunos sectores de la Iglesia somos tibios en el anuncio. Y, revestido de una especia de extraño respeto por el otro, dejamos pasar oportunidades para proclamar la Verdad. Si verdaderamente confiamos en el Buen Pastor, no tenemos nada que temer y toda una eternidad por ganar. Cuando pienso en la expresión olor de santidad, no puedo dejar de pensar en que ese olor debe ser parecido al del de la oveja perdida que, tras ser encontrada, se deja llevar sobre los hombros de su pastor, sabiendo que éste le conduce a los mejores pastos, de vuelta a casa, con el rebaño que cuida de ella.
En una ocasión Don Bosco le dio a Domingo Savio la receta de la santidad: alegría serena, entrega completa en las tareas cotidianas y hacer el bien a los demás en cualquier circunstancia. Igual que sucede con el texto del Papa, las palabras de Don Bosco son sencillas de decir, fáciles de entender… ¿nos animamos a ser santos?
Jaime Martínez, coordinador de Pastoral de Bachillerato de Salesianos Paseo