CINE Y REALIDAD

1 marzo 2000

Desde hace algún tiempo, algo se mueve en la industria del cine. Surgen, cada vez con mayor frecuencia, obras incómodas, empeñadas en demostrar que nuestro mundo, a pesar de sus conquistas, no es el mejor de los posibles. Frente al «España va bien», frente a las supuestas bondades de la sociedad del bienestar, distintas voces se levantan para denunciar que detrás de tanto brillo hay lodo, que nada es tal y como parece. La realidad, nos dicen, esconde zonas oscuras: debajo de ese ilusorio sueño neocapitalista de seguridad, poder adquisitivo y complacencia (cuya mejor metáfora son las grandes superficies comerciales, el nuevo paraíso), existen fuerzas en tensión, grietas salvajes que amenazan con destruir lo que sólo se sostiene como pura fachada. La vida no es como nos la diseñan, ni siquiera se parece a aquello que nosotros, equivocados, queremos creer: sus pulsiones secretas, su lado salvaje, sus contradicciones pueden aflorar en cualquier momento.

Este poner en tela de juicio la realidad adquiere fundamentalmente dos formas distintas de expresión en el cine de los últimos años:

 

¡ Por un lado, se observa una tendencia a recuperar, de diferentes maneras, el realismo-semidocumental como opción estética más adecuada para mostrar la realidad conflictiva. Los experimentos del Dogma (Los idiotas, Celebración, Mifune), con su apuesta decidida por devolver la pureza expresiva a la imagen, sin efectos añadidos, son, tal vez, el ejemplo más sintomático de ese retorno a la mirada despojada, una mirada capaz a su vez de desnudar de falsos adornos la existencia y reflejarla con todas sus aristas. Obras, como las magníficas Rosetta, Wonderland, Hoy empieza todo, Solas o La vida soñada de los ángeles, coinciden en el intento de representar la vida sin subterfugios ni atenuantes, mientras dirigen su cámara, todas ellas, a las trastiendas más devastadas de nuestras ciudades y a aquellos seres humanos indefensos que quedan al margen de la felicidad globalizada: los despojos de un orden, en el fondo, tremendamente injusto.

En ciertas películas de Hollywood también se observa esa tendencia a escrutar lo que esconden las apariencias: con rascar en su superficie es suficiente para descubrir que el sueño americano reposa sobre la insatisfacción, el caos, la hipocresía, la amenaza. En esta línea, American beauty es, tal vez, la apuesta más lograda, aunque el cine de Tod Solondz(Happiness, Bienvenido a la casa de muñecas), el de Lawrence Kasdam (Mumford, Grand Canyon), Robert Altman (Short cuts)o, en otro registro, el de Tim Burton (Eduardo Manostijeras, Marte ataca) insisten en denunciar la estúpida monotonía de una sociedad que aspira a convertir la realidad en un dibujo animado. En esta misma línea, no puedo evitar recomendar la novela de P. Roth Pastoral americana, una obra maestra de la literatura contemporánea que vapulea sin piedad el modo de vida americano y, por extensión, el occidental. El último Kubrick (Eyes Wide Shut) también hablaba de algo parecido.

 

¡ La otra manera de abordar de forma problemática la realidad presenta un carácter más simbólico, aunque igual de intenso. Son obras a propósito de lo conflictivo de lo real. Me refiero a todas esas películas en las que las fronteras entre realidad y juego (Existenz, The game, Nadie conoce a nadie…), realidad y sueño (Abre los ojos, Cube, In Dreams), realidad y virtualidad (Desafío total, The Matrix, Nivel 13), realidad y ficción (El show de Truman, Edtv, Pleasantville, El proyecto de la bruja de Blair), realidad y ultrarrealidad (El sexto sentido, Sleepy Hollow) aparecen diluidas. En todas estas obras se evidencia que la solidez de la realidad corre el riesgo de irse disipando: cuantas más seguridades creemos tener, cuanto más materialista es nuestro sistema, más se ve cuestionada la consistencia del mundo. Todo puede ser mentira, vacío, representación, porque el estatuto de lo real, entre oropeles tecnológicos, en medio de una constante espectacularización-falsificación de la vida, se ha ido degradando hasta equipararse al de lo irreal, hasta volverse irreal.

Cine sobre la realidad conflictiva, cine sobre lo conflictivo de lo real: una y otra alternativa coinciden en ser termómetros de un momento histórico, el presente, caracterizado, en definitiva, por una profunda insatisfacción.

JESÚS VILLEGAS

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