CITY OF ANGELS

1 octubre 1998

Un ángel incorpóreo y bien plantado, de esos que custodian los destinos de las personas y acompañan a las almas al más allá cuando llega su hora, se enamora perdidamente de una terrestre y decide renunciar a sus privilegios beatíficos a cambio de la siempre más cruda condición humana, con el fin de disfrutar, en carne y hueso, de esa pasión amorosa. La chica en cuestión es una cirujana descreída, practicante únicamen­te de los dogmas de la ciencia, aunque obsesionada con los límites que la muerte impone a su tarea.

A medida que esta historia de amor paranormal cobra forma, observamos cómo, desde un punto de vista temático, lo trascendendente y lo contingente se van conciliando: en los dos personajes protagonistas, la dimensión más física de la vida se integra con sus aspectos más misteriosos y menos tangibles. El ángel, al perder levedad y ganar en peso, descubre la dicha de sentir, el placer inaudito de notar sobre la piel el alien­to de la vida que nos circunda (y a veces nos mata; pero no adelantemos acontecimientos); por su parte, la cirujana, a través de su flirteo metafísico, constata cómo los horizontes de la existencia rebasan la frontera de la muerte médica, lo cual supone un enriquecimiento de la realidad vital y de su sentido hasta entonces insospechado para ella. En un curioso proceso de transvase, al contacto, el ángel se humaniza y la cirujana se espiritualiza, completando así unas entidades inicialmente escindidas.

El desenlace trágico (por una terrible jugarreta del destino, la cirujana asciende de un topetazo con la vida al paraíso, dejando compuesto y sin novia al ex-querubín) esconde, sin embargo, tras todo este trayecto de mutua aproximación con final fatal, un mensaje optimista, un cántico gozoso al hecho de vivir. Nuestro atri­bulado protagonista defenestrado del empíreo y tempranamente viudo, considera por bien empleada la pér­dida de las prerrogativas divinas, pues la experiencia de sentir y amar humanamente, aunque sólo sea duran­te unos instantes, compensa cualquier sacrificio: se dispone, ahora solo, a apurar hasta las heces, mientras dure, el vaso de su vida; por otro lado y aunque permanezca en off, sospechamos que la cirujana estará dis­frutando de su ganada eternidad sin arrepentirse tampoco de un final tan precipitado.

City of Angels resulta una película que, debajo de su puesta en escena efectista y por momentos insultante para la sensibilidad del espectador (demasiado subrayado, demasiada cámara lenta, demasiados gestos gra­tuitos, demasiada música innecesaria, demasiadas escenas dilatadas…), esconde al menos tres grandes teso­ros que hacen su visión gratificante:

a Determinados destellos visuales, algunos de ellos inspirados o calcados de la película versionada (Cielo sobre Berlín), que dotan de un aliento poético al conjunto que su propio desafuero no logra apagar: las imá­genes impagables de los ángeles oteando la ciudad, o escuchando la música del amanecer y de la puesta de sol a la orilla del mar; las escenas en el espacio mágico, poblado de presencias, de la biblioteca; los encuen­tros entre mortales y ángeles, estos últimos sólo visibles por el espectador, por los niños o por aquellos a punto de franquear la línea de la muerte…

a La osadía para abordar deteminados temas sin ninguna actualidad aparente: la tensión entre razón y reli­gión; el sentido, la densidad y el valor de la vida humana; los límites de la existencia y el abismo que se abre detrás; el amor, resistente al mismo contratiempo de ser mortal; la fe, capaz de humanizar lo divino y de divinizar lo humano.

Finalmente, su pertenencia a esa serie de películas que, ante el fin del milenio, se atreven a transpasar los umbrales de la realidad para rescatar como símbolos del estado de las cosas contemporáneo los emblemas clásicos de la mítica del Mal o del Bien. El día de la bestia, Fallen, Pactar con el diablo, Memorias del ángel caído, Godzilla y demás monstruos o catástrofes (entre otras) recurren a sus significativas presencias para metafo­rizar de distinta manera los signos de destrucción que se presienten en el seno de nuestras formas de vida; Michael, Fotografiando hadas, Rompiendo las olas, Contact… pertenecen a ese otro grupo de textos que persi­guen o sueñan con encontrar figuraciones, intuiciones o marcas de salvación y de esperanza entre nosotros. En esta balanza City of angels, perteneciente al segundo grupo, destaca por derecho propio al rehuir tanto el discurso apocalíptico como el himno triunfal y, en su lugar, utilizar una historia fantástica para lanzar un inteligente alegato en favor de la vida, sin renunciar a cierta delicada defensa de la transcendencia.

JESÚS VILLEGAS

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